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Kaloian Santos. OnCubaNews

Silvio, el imprescindible, cumple 75 años

Bendito el tiempo que me dio
una canción sin permiso.
Bendito sea el paraíso
algo infernal que me parió.

El día del Armagedón
no quiero estar tras la puerta,
sino soñando bien alerta
donde esté a salvo de perdón
(«Juego que me regalo un seis de enero». Silvio Rodríguez). Kaloian Santos

En buena parte de esa especie de barrio virtual que son las redes sociales se ha suscitado hoy un aluvión de versos, canciones y emoticones de feliz cumpleaños. Los mensajes, cargados de mucho cariño y post. eados desde todos los puntos cardinales, celebran las 75 vueltas al sol de Silvio Rodríguez Domínguez.

Sabemos que el hijo de Argelia y Dagoberto es escurridizo cuando se trata de homenajes propios. Mas es casi un sacrilegio no ponderar esta fecha y hasta sentir el cumpleaños como colectivo.

En este mundo del revés, en lugar de enviarle al cumpleañero obsequios en su día, como corresponde, tuve el atrevimiento de mandarle un manojo de preguntas cortas y distendidas a modo de divertimento. Generoso, el trovador respondió y, una vez más, con sus respuestas hasta nos agasaja en medio de su propio convite.

¿Cuál es ese pasaje de tu niñez que mejor recuerdas?

El primer pescozón de mi vida: Subía una procesión por la calle en que vivía, en mi pueblo. Por la acera de enfrente iban monjas y por la nuestra sacerdotes. Me volví hacia la concurrencia que había en la sala de mi casa y dije: Aquellas son las monjas y estos los mojones.

¿Cómo recuerdas el sonido de tu primera guitarra?

Como algo salvador.

¿Cómo comenzó la afición por la astronomía? ¿Perdura el sueño de ser cosmonauta?

Eso se me ocurrió mirando a las estrellas y leyendo comics.

De poder ser un personaje de ciencia ficción ¿cuál serías?

Gilbert Gosseyn, el mutante de “Los jugadores de No-A” de Alfred E. Van Vogt.

¿Cuál fue la canción que más tiempo te llevó componer? ¿Y cuál la que menos?

Una de las que más: Oh, Melancolía.

Una de las que menos: La gota de rocío.

Si no fue Juana,ni fue su hermana, ¿quién se comió tus africanas?

Posiblemente yo mismo y después lo olvidé.

¿Tienes (o tuviste) alguna cábala antes de subir al escenario?

Tomás Mendoza me dijo que mi espíritu propietario había sido músico y que siguiera ese camino.

Cuéntanos algún pasaje desopilante, que te sucediera en pleno concierto

Está filmado, lo vi alguna vez en las redes: En medio de una canción aparece una señora que se me cuelga de la bufanda y hala, mientras mis “salvadores” halan en dirección contraria.

¿Bailas?

Lo hice mucho de niño y de adolescente, en los bailes de mi pueblo. Siempre era música cubana.

¿La más inusitada y graciosa interpretación de alguna de tus canciones que hayas escuchado?

En las vísperas de aquellos carnavales históricos de 1970, unos congueros de Regla fueron al ICAIC a pedirme permiso para usar Canción de Elegido. El estribillo era fantástico. En un ritmo de conga delirante iba repitiendo: “Matando canallas… matando canallas…”

La apropiación colectiva del cumpleaños de Silvio va más allá del agradecimiento por su obra y el hecho objetivo de que sus canciones formen parte de la banda sonora de tantas vidas y generaciones. (Debe ser, quizás, el cantautor más prolífico y reconocido de habla hispana de la segunda mitad del siglo pasado y lo que va de este).

Hay otra dimensión para celebrar su vida y es su capacidad de resultar un contemporáneo para aquel que lo escucha.

En una oportunidad le comenté eso, que a juzgar por su mirada de la vida en todos los sentidos, sentía como si ambos fuéramos de una misma generación. Sonrió y me dijo:

“Me identifico mucho con lo que piensan algunos jóvenes. Realmente no me siento de su generación porque soy perfectamente consciente de la edad que tengo. Pero sí me identifico con su actitud. Y es un tipo de actitud ante la vida, los problemas y las cosas que no tiene edad. Es una forma de mirar al mundo y de despojarlo —en lo posible— de trampas”.

En 2012, 2015 y 2018 tuve la oportunidad y el honor de acompañar fotográficamente a Silvio y sus compañeros de oficio en giras por ciudades de Chile y Argentina.

En esos periplos los escenarios siempre fueron micro estadios con aforo para entre 8 mil y 12 mil espectadores. En cada uno de esos viajes, donde se efectuaron entre 8 y 10 conciertos en apenas tres semanas, todas las entradas estuvieron vendidas semanas antes de cada cita.

Particularmente en 2015 y en 2018, para cerrar cada expedición, Silvio y la banda regalaron un recital en la calle, exactamente como sucede en la gira interminable por los barrios de Cuba —hasta el momento más de cien conciertos a lo largo de más de diez años.

En 2015 el lugar elegido para el show final fue Villa Lugano, un barrio humilde, de trabajadores y clase económicamente baja en la periferia de la ciudad de Buenos Aires. El escenario lo montaron cerca de una plazoleta donde se alza un busto de José Martí.

Durante la prueba de sonido, por la tarde, me interné por las calles de la barriada para fotografiar y conversar con la gente. Antes, unos amigos argentinos me advirtieron que tuviera cuidado con mi cámara “porque ese lugar es picante. Te pueden asaltar para robarte de manera violenta”.

Luego de recorrer varias cuadras, al doblar por una esquina, me crucé con un grupo de jóvenes que me hablaron al pasar. Con escepticismo me detuve. Me preguntaron si yo era del grupo que iba a tocar esa noche. Les respondí que en parte sí, pero aclaré que no era de los músicos. Acto seguido les pregunté si conocían las canciones de Silvio. Me comentaron que no, que se habían enterado días atrás que “alguien famoso iría a cantar al barrio”. Luego supieron que era el autor de Ojalá, una canción que estaba de moda por entonces y que ellos bailaban en versión cumbia en los boliches (discotecas).

Lo que me quedó grabado de ese encuentro fue que, al despedirnos, me agradecieron como si yo fuera el protagonista del concierto. Era la primera vez en la historia de ese barrio, que me habían descrito como inseguro y peligroso, que llegaba un artista de renombre internacional a cantarles. Les di un apretón de manos y seguí fotografiando muy campante, como si estuviera por las calles de La Habana.

Esa noche, con tremendo frío, se congregaron más de 10 mil personas para ver al trovador, que cantó un repertorio más largo de lo habitual. No hubo ningún incidente y tampoco la necesidad de fuerza policial alguna. El público era una amalgama entre vecinos de Lugano, como los jóvenes con los que me había cruzado horas atrás, y personas de clase media de Buenos Aires que, quizás por primera vez pisaban aquel barrio señalado de temerario.

En octubre de 2018, tras una intensa gira por Santiago de Chile y Valparaíso, de abarrotados escenarios en Córdoba, Rosario y Buenos Aires, Silvio volvió a cerrar una gira suramericana con un concierto gratuito y al aire libre.

Esta vez la cita fue en Avellaneda, un municipio donde pululan las fábricas y, por supuesto, obreras y obreros. En un principio el escenario estaba proyectado para armarse en un predio deportivo con capacidad para 40 mil personas. Pero la repercusión en las redes sociales y el boca a boca avivaron a los organizadores y trasladaron la actividad para el medio de una gran avenida.

Otro episodio fue que al coincidir un importante partido de fútbol de la liga argentina en tiempo y muy próximo en espacio con el recital de los cubanos, el juego cambió de horario. En Argentina, donde el fútbol es la más seria de todas las pasiones, eso es un hecho inaudito.

Por otro lado, lo que solo iba a ser una presentación se transformó en un festival por Cuba y contra el bloqueo estadounidense a la Isla. Desde tempranas horas de la tarde pasaron por el proscenio decenas de artistas argentinos con su canto. Muchas personas habían dormido en una plaza cercana para asegurarse un buen puesto. Llegado el momento del trovador, la avenida estaba tapizada de público. Los organizadores calcularon una asistencia de 100 mil almas.

Silvio, en ese concierto de Avellaneda, cantó por casi tres horas. Complació con un amplio repertorio de clásicos y regaló otros cuantos temas casi recién salidos del horno.

El hit de esa noche (y de toda ese viaje de 2018) fue Eva, un temazo publicado en 1988, en el disco Oh, melancolía, que después de tanto tiempo el trovador desempolvó y montó especialmente con el formato que lo acompañaba en esa gira.

La canción se la apropiaron las decenas de miles de personas asistentes, que con los primeros acordes levantaron espontáneamente pañuelos verdes, símbolo del Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Así Eva, en medio de esa marea verde, sin imaginarlo su autor, se convertía en uno de los himnos de la revolución feminista, la más potente e importante de lo que va de siglo en Argentina.

Imposible no emocionarse ante esa escena. Particularmente me hizo estremecer tanto que, cuando por un segundo me paré detrás de Silvio para hacer una foto panorámica, me puse tan nervioso que la fotografía salió muy movida. Malísima. Me dio mucha bronca conmigo mismo porque era una instantánea técnicamente sencilla, con buenas condiciones de luz y otros privilegios que pocas veces tenemos los fotógrafos. Era solo encuadrar y hacer click.

Esa foto “fallida” la tengo guardada y la quiero mucho: es la prueba física de que mi corazón emocionado latió más rápido que la velocidad de obturación de mi cámara. Por suerte, casi al final del tema, volví a la carga y tuve revancha para registrar, como es debido, ese instante histórico.

Fue estremecedor recorrer los rostros de los asistentes del concierto de Avellaneda y constatar que, en su mayoría, eran jóvenes. Fue histórico también porque, entre otras razones, Silvio sin publicidad, igualó con ese recital la convocatoria que solo logran hacer en Argentina (una de las plazas más importante de la música latinoamericana) estrellas de rock internacional y cantantes de moda, con una gran maquinaria publicitaria detrás.

Los versos de Eva, coreados por una multitud, los volví a escuchar en diciembre de 2020, en las afueras del Congreso de La Nación, cuando se festejaba el dictamen positivo de la ley de despenalización del aborto. En esa histórica madrugada decenas de chicas que no pasaban los veinte años saltaban y cantaban a gritos, como si estuvieran en una cancha de fútbol: “Eva sale y remonta vuelo./ Eva deja de ser costilla”.

Estoy del lado Silvio de la vida siempre. O casi siempre, que no es lo mismo pero es igual. Incluso, no tengo ningún conflicto personal con esa admiración y cariño cuando he sentido desacuerdos con él. El poder disentir es un gran ejercicio personal y necesario que el propio autor de El necio propicia constantemente. Es más, cuando sucede eso de tener criterios distintos o miradas diferentes de algún asunto en particular, somos, creo, un tilín mejores.

Nos cobijamos en su humanidad y coherencia. Celebramos la vida que lo enamora, que le da voz. “La que regaña cuando se atora,/ la que no excusa siquiera Dios”. Y, con atrevimiento, hasta hacemos del día de su cumpleaños, una fiesta colectiva. ¡Mucha salud y muy feliz cumpleaños, Silvio!

Kaloian Santos. OnCubaNews

Silvio Rodríguez Domínguez


músico, poeta, compositor, trovador, productor, artes

Nació en San Antonio de los Baños, provincia La Habana, Cuba. Su padre fue Dagoberto Rodríguez Ortega, natural de Vereda Nueva que de niño fue obrero agrícola; en la 2da Guerra Mundial talló diamantes y después fue tapicero y ebanista. Su madre es Argelia Domínguez León, hija de una familia de 11 hermanos, algunos de ellos obreros de la industria tabaquera y casi todos con vocación musical.