Considerado uno de los más destacados músicos cubanos del siglo XIX.
Nació en una modesta casa colonial ubicada en la calle Mercaderes, hoy Maceo, en Bayamo, en el lugar que ocupa el Museo Provincial de esta ciudad; lindante con la mansión donde nacieron dos eminentes cubanos, Carlos Manuel de Céspedes y Tristán de Jesús Medina.
Sus padres se nombraron Calixto Muñoz y Francisca Antonia Cedeño, familias de mucha reputación y respeto en aquel entonces.
Desde joven se inclina con mucho amor por la música, también aprende otros oficios como los de albañil y maestro de obras. Su gran interés por la música lo llevó a tocar varios instrumentos: flauta, piano, guitarra, violín, violoncelo, convirtiéndose en un notable compositor. Fue maestro de capilla de la Iglesia Mayor y fundó una orquesta de música culta, sacra y popular que se convirtió en la más importante de la ciudad natal.
Dirigió su orquesta para que el 11 de junio de 1868, tocara por vez primera en el Te Deum y Procesión del Corpus Christi y en presencia de las autoridades españolas, la marcha subversiva de Perucho Figueredo: La Bayamesa, que devino posteriormente en Himno Nacional de Cuba.
Al ser tomada la ciudad de Bayamo por los independentistas, fue designado Regidor del Ayuntamiento. Más adelante, ya la ciudad en poder de los colonialistas españoles, fue detenido y juzgado; aunque se le pidió pena de muerte por fusilamiento, la defensa logró la absolución.
Muere el 14 de diciembre de 1895, en la misma casa que lo viera nacer.
Entre sus obras figuran: Tema con variaciones, para clarinete; Homenaje, marcha fúnebre; Ave María y las canciones Elvira, A la luna y Hermosa rubia.
Manuel Muñoz Cedeño es una de esas glorias de Cuba poco estudiadas por la historiografía y la musicología. Su mérito más conocido es el de haber orquestado, por primera vez, aquel tema compuesto por Perucho Figueredo en 1867 que luego devino Himno Nacional. Pero también fue compositor, arreglista, director, patriota, hombre cívico, padre de familia y bayamés orgulloso de su terruño.
Hijo de padres criollos, nació en la misma casa bayamesa donde murió casi 83 años después. En el único esbozo biográfico encontrado se cuenta que su acercamiento a la música ocurrió a través de la banda del regimiento de Isabel la Católica, en la zona del Cauto. Fuentes orales aseguran que también aprendió a tocar varios instrumentos —violín, cello, flauta y guitarra— con músicos de los Alabarderos que operaban en la vecindad.
De su padre heredó el puesto y la sapiencia de Maestro de Obras, que le permitió codearse con toda esa generación de patriotas bayameses que marcaron los derroteros de Cuba a finales del siglo XIX: Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Vicente Aguilera, Perucho Figueredo, Francisco Maceo Osorio y otros.
En Bayamo se le conocieron 17 hijos, cuatro con su esposa Juana Jerez; seis con Concepción Ginarte; cuatro con Manuela Rivero; uno con Manuela Cabrera Martínez (Rafael Cabrera Martínez) y dos con Encarnación Olave.
Algunos de esta numerosa prole fueron músicos, entre los que se destacan Joaquín Muñoz, segundo director de la banda de música que él fundara, y Rafael Cabrera, compositor y heredero de esa agrupación. Este último tuvo dos hijas, Aída y Dulce Cabrera, quienes atesoraron gran parte del patrimonio de su padre y de su abuelo.
Ahora, gracias a su albacea, Yolanda Aguilera, es posible consultar esos valiosos documentos en su colección privada o en el museo provincial que lleva el nombre de Manuel Muñoz Cedeño. La anécdota cuenta que Perucho Figueredo, luego de haber escrito la letra y la música de La Bayamesa en agosto de 1867, acudió a Muñoz Cedeño para solicitarle la orquestación.
También se sabe que él, como Maestro de Capilla, dirigió a los que la interpretaron durante las celebraciones del Corpus Christi en la Parroquial Mayor de Bayamo el 11 de junio de 1868. Igual hizo con el coro que la entonó el 8 de noviembre del mismo año. Días antes, el 28 de octubre, Carlos Manuel de Céspedes, entonces Capitán General del Ejército Libertador, lo había nombrado Regidor del primer Ayuntamiento Libre de Cuba. Consta su firma en varios documentos, entre ellos el acuerdo que abolió la esclavitud en la isla.
Luego del incendio de Bayamo, fue a la manigua y pocas referencias existen de esa etapa. Fuentes orales aseguran que creó una banda mambisa, pero enfermó de disentería y tuvo que regresar a la ciudad, o a las ruinas que de ella quedaron. Documentos del Archivo Histórico Provincial José Manuel Carbonell Alard permiten corroborar que Muñoz Cedeño fue uno de los pocos miembros del primer “gobierno libre de Cuba” a los que se les permitió volver y la razón podría estar en que, luego del siniestro, existía allí una verdadera urgencia de su trabajo como Maestro de Obras.
En junio de 1876, durante los festejos por el Sagrado Corazón de Jesús, Cedeño tocó el himno de Perucho y el público, enardecido, lo aplaudió. De inmediato fue conducido a Manzanillo donde permaneció tres meses incomunicado. Un astuto abogado consiguió su absolución alegando, entre otras atenuantes, la acción de bebidas alcohólicas. Pero las paradojas del destino lo ubicaron en medio del fuego cruzado entre las tropas mambisas que desde tierra tirotearon el vapor Valmaseda donde iba de regreso a Bayamo por el río Cauto, navegable entonces hasta Cauto Embarcadero. De esa escaramuza salió herido. Sobrevivió y en 1880 reapareció en los documentos como uno de los miembros de la Junta de Sanidad del Ayuntamiento Municipal.
La vida de este hombre se ha reconstruido a saltos, a partir de fuentes orales y otros documentos que se salvaron del incendio y han aparecido posteriormente, pero su obra compositiva se halla incompleta y dispersa. Yolanda Aguilera, el museo provincial de Granma y el músico Carlos Puig Premión conservan algunas transcripciones realizadas por Rafael Cabrera, entre ellas, Ave María y Salve Regina, y las canciones A la luna y Hermosa rubia. De esta última sabemos que durante la Guerra de los Diez Años trastocó sus románticos versos en encendido canto patriótico y pasó a la posteridad como Hermosa Cuba.
Hijo de su tiempo, Muñoz Cedeño bien merece estar en el altar de la música religiosa, profana y popular de la segunda mitad del siglo XIX cubano.