Narrador, articulista y ensayista. Una de las voces más sobresalientes de la novelística cubana del siglo XIX en su vertiente realista y el novelista más fecundo de la etapa final de la Cuba colonial.
Su primera publicación vio la luz en la Revista de Cuba en 1884. Ese mismo año comenzó a colaborar en La Lotería y en La Habana Elegante, donde llegó a ocupar el cargo de redactor.
En 1886, la Sociedad Provincial Catalana Colla de Sant Mus le concedió un accésit en los Juegos Florales por su novela Carmela.
En 1889 recibió premio por su novela Don Aniceto el tendero, en un certamen del Liceo de Santa Clara. Se graduó en 1891 como Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana y se desempeñó como profesor de la institución. En 1898 se trasladó a Estados Unidos y comenzó a colaborar en los folletines de la revista Cuba y América, donde figura su novela En un pueblo de la Florida.
A su regreso a Cuba en 1900 se desempeñó como subsecretario de Justicia y fungió como secretario de la Sociedad Económica de Amigos del País, en la cual fue, además, director de sus Memorias, publicadas anualmente durante el período 1900-1909. Fue electo concejal de la Habana en 1901 y llegó a ser síndico primero del Ayuntamiento.
Por encargo de esa institución tuvo a su cargo el discurso de elogio al General Máximo Gómez con motivo de su fallecimiento, en 1905. Fue secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes de La Habana en 1909. Numerosas publicaciones de la época contaron con sus colaboraciones. Falleció en La Habana el 5 de diciembre de 1911.
Entre sus novelas valen destacarse Carmela (1886), comparada con Cecilia Valdés, sobre todo, por ser su protagonista una joven mulata, aunque la obra no alcanza la representatividad de aquella, la más relevante novela del siglo XIX cubano. Asimismo, Don Aniceto el tendero (1889) muestra cierta relación temática con su obra de mayor merecimiento, Mi tío el empleado, pues el autor censura a los comerciantes obsesionados por enriquecerse a toda costa y puede definirse como la historia de una ambición.
Con Mi tío el empleado ficcionaliza, desde visiones casi esperpénticas, la amarga realidad colonial cubana, al poner al desnudo, a través de la trama, la cruda circunstancia de una sociedad sometida al férreo dominio español. Tanto la concepción del personaje principal -el misérrimo Vicente Cuevas, emigrante español convertido en Conde Coveo por sus sucesivas trasmutaciones y en virtud de sus turbios manejos financieros- como la atmósfera de la novela, muy alabada por José Martí en brillante comentario, revelan la crítica social más honda de toda la novelística cubana del siglo XIX, al presentar por medio de un ritmo narrativo marcado por urgencias de la anécdota, lo caricaturesco del mundo cubano de la época; en una construcción donde la risa y la sonrisa, elementos focales de las dos partes en que se divide la obra, desempeñan un papel estabilizador dentro del desarrollo argumental.
El autor recogió en esta obra las acusaciones hechas por los cubanos contra los emigrantes españoles llegados a Cuba con afán de enriquecerse aun por los medios más turbios. Pero al atacar esos manejos no opta por la acumulación de episodios, sino por métodos artísticos capaces de alcanzar la categoría de expresionistas, en lo paródico de la realidad o la presentación de los personajes, -que por momentos parecen verdaderos símbolos caricaturescos, casi títeres en manos del autor. Mi tío el empleado es una verdadera sátira de la vida colonial cubana.
Meza sobrepasa los procedimientos novelísticos de su momento y logra, en un plano artístico desusado para su época, una obra que desnuda, como ninguna otra, la mediocridad, el desenfreno y la corrupción prevalecientes en la colonia española de la Isla. Como expresara José Martí, esta novela «parece una mueca hecha con los labios ensangrentados», en tanto otros estudiosos la han calificado como «novela rara, inclasificable por la amalgama de procedimientos artísticos que conviven en ella con gran efectividad».
Páginas de brillante prosa legó el autor con su ejemplar novela, una de las más originales de la prosa de ficción cubana de todos los tiempos. Gracias a su obra narrativa, la novela cubana adquirió, por vez primera, una perspectiva alucinante, casi fantasmagórica. Ramón Meza también escribió algunos cuentos y la obra de teatro Una sesión de hipnotismo, publicada en 1891.