Periodista cubano. Nació en Chambas, Ciego de Ávila, en 1949. Manuel se trasladó desde niño a la Capital; y aunque intentó ser actor, terminó por graduarse de Periodismo en la Universidad de La Habana, en 1974
Luego comenzó su vida profesional en el periódico Victoria, de la Isla de la Juventud. Luego ejerció el periodismo en Bohemia, Radio Habana Cuba y Juventud Rebelde.
Colaboró con numerosas publicaciones nacionales y extranjeras, y recibió importantes premios, entre ellos el Juan Gualberto Gómez 2000, el máximo reconocimiento para la obra del año de un profesional de la prensa.
Autor de varios libros, entre los que se encuentran Trilogía de ensayos sobre Pablo de la Torriente Brau, El Canciller, El hombre de Che Guevara y Pablo, entre la bruma y la muerte.
Sus crónicas, artículos y reportajes animaron las primeras ediciones de La Jiribilla y del tabloide El Economista.
Fue profesor adjunto de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Recibió el Premio Memoria por su libro de testimonio sobre Raúl Roa.
La obra de Bello recorre un espectro amplio de genialidades. Desde los grandes reportajes en la revista Bohemia de los 80, hasta artículos y comentarios; desde temas costumbristas hasta económicos y políticos; siempre en busca del detalle revelador de interés humano para enamorar al público.
Cuando llegó al diario nacional Juventud Rebelde (JR), a mediados de la década del noventa, ya era una de las figuras respetadas de la profesión en Cuba. Allí se convirtió en todo un maestro de jóvenes periodistas, y en uno de los cronistas más leídos del momento.
De 1999 a 2001, desde un lateral de la página ocho de JR, Bello armaba cada sábado un mundo en sesenta líneas. El “humilde cronicólogo” que habitaba estas letras, con un dedo índice muy despierto, se convirtió en cómplice de las bromas cubanísimas que cronicaba.
“Lindo verbo ese: cronicar. Porque significa contar, dejar testimonio, exponer costumbres y esencias. Es como narrar la vida pequeña; esa que es tan inmensa”. “Antes de cronicar hay que observar, estudiar, pensar”…dejó escrito “el muy Manolo”.
En las entregas sabatinas, Bello logró rescatar algunas de las mejores cualidades del género en Cuba al enlazar, con técnica refinada, elementos humorísticos, costumbristas y literarios. En la hechura de sus palabras pueden olerse las Estampas Costumbristas (1941-1958) de Eladio Secades; o la risa criolla de Héctor Zumbado en aquellas secciones -Limonada y Riflexiones-, que aparecieron en el propio diario de la juventud durante la década del 70.
El estilo de las líneas sabatinas muestra al avezado escritor que siempre permaneció asido al sueño literario. Su talento y oficio al escribir se manifestó durante toda su vida, pero singularmente en estos últimos años que coincidieron con la sección.
Tales textos se distinguen por la ironía sutil y camaleónica, las referencias a la cultura universal y popular; los elementos de ficción con que enriquecía los referentes reales; los malabares idiomáticos; las descripciones vívidas y diálogos naturales que expresaban su habilidad para observar, memorizar y representar dramáticamente una escena.
Bajo picarescas imágenes de sabor criollo y punzantes travesuras, tras la apariencia de cuestiones intrascendentes, subyacen los latidos anclados en el imaginario popular. Así, vemos a Manolo criticar el musirrido en edificios y automóviles, mirar estúpidofacto los criterios paradigmáticos, más bien paradogmáticos de los burócratas; censurar la venta de productos elarrobados; quejarse del fax cuando se convierte en un faxtidio porque no imprime bien; lamentar la hurañez de algunas personas, y el tanto “no” de otras que viven ennodadas; alertar de tantagente que se va por la tangente, y reírse de las escenas ridículas donde los padres se convierten en amaestraniños.
La crónica 105 detuvo las andanzas semanales de este aventurero soñador, un 3 de noviembre del 2001, cuando anunció: “Y ya me despido. Me voy como vine: ligero de equipaje, la conciencia limpia y con una sonrisa. Ya consumí mi turno, que pase el próximo”.
Unos meses después, exactamente el viernes 31 de mayo del 2002, la redacción de su periódico azul emplanó una mala nueva. Al día siguiente, en la misma página 8 que acogió por más de dos años a las Crónicas del Sábado, apareció una frase desoladora: “Murió Manuel González Bello, uno de los más brillantes periodistas cubanos”.
La Crónica del Sábado fue un espacio sui géneris en la prensa nacional, irrepetible aún una década después. La cátedra de humor y sentido periodístico que Manolo ejercía magistralmente, la convierten en uno de los mejores conjuntos de textos de un mismo género dentro del periodismo cubano.
Muere en La Habana el 31 de mayo del 2002.