Periodista y escritor costumbrista cubano, nacido en Guanajay, Pinar del Río y falleció en Córdova (México).
Padre de otro brillante periodista que destacó también en el género del artículo de costumbres, el habanero Luis Victoriano Betancourt, desempeñó una brillante actuación en los medios de comunicación de su tiempo y contribuyó, con sus espléndidos artículos y relatos, a definir la específica idiosincrasia cubana cuando su nación aún era una colonia española. Fue, además, el primer cubano que obtuvo, en su tierra natal, el título oficial de Licenciado en Leyes.
Su temprana inclinación hacia la escritura y los conocimientos humanísticos le llevó a publicar sus primeras colaboraciones periodísticas a la precoz edad de dieciséis años. Fue entonces, en efecto, cuando inició su brillantísima carrera profesional en las páginas del prestigioso Diario de La Habana, donde estampó su firma durante seis años (1829-1835); luego pasó a colaborar con el rotativo La Aurora de Matanzas (1835), y consolidó definitivamente su carrera periodística en La Cartera Cubana (1837).
Ya con un cierto renombre como periodista de casta, a finales de la década de los años treinta José Victoriano Betancourt decidió integrarse aún más en el negocio de los medios de comunicación y fundó, en colaboración con otros colegas, la publicación La Siempreviva (1838). A partir de entonces, su nombre habría de quedar inseparablemente ligado a la historia de la prensa cubana decimonónica, pues tomó parte activa en la fundación de otros muchos medios a lo largo de su carrera, como La Aurora de Yumurí (1839) y El Aguinaldo Matanzero (1840).
Felizmente asentado, durante aquel fecundo período de su vida, en la ciudad de Matanzas, Betancourt enviaba desde allí sus escritos periodísticos a numerosos rotativos y revistas de la cercana población de La Habana, en los que definitivamente se consagró como una de las voces más singulares y representativas no sólo del periodismo, sino también de la literatura costumbrista de su tiempo.
Publicó, en efecto, sus artículos y cuadros de costumbres en El Faro Industrial de la Habana, Flores del Siglo, Aguinaldo Habanero, Revista de la Habana y -entre otros muchos medios de la capital cubana- Flores de Mayo; y fue uno de los periodistas más leídos de cuantos colaboraban con El Duende, un célebre periódico de tirada dominical, cuyo carácter festivo y satírico venía reforzado por múltiples jeroglíficos y caricaturas que hacían las delicias de los lectores.
En la década de los sesenta, José Victoriano Betancourt era una de las figuras más relevantes de la vida intelectual cubana, en la que, además de haber adquirido un merecido reconocimiento literario por sus escritos costumbristas, era querido y admirado por todos debido al papel que desempeñaba como promotor cultural y mecenas de jóvenes escritores y periodistas.
Por las animadas veladas que celebraba entonces en su casa pasaban frecuentemente algunas figuras de la talla del gran poeta romántico Juan Clemente Zenea -que habría de morir fusilado por orden de las autoridades españolas, en represalia a su fervorosa defensa de una posible adhesión de Cuba a los Estados Unidos de América-, el también poeta y dramaturgo Joaquín Lorenzo Luaces, el indigenista José Fornaris, la poetisa y narradora Luisa Pérez de Zambrana, el entonces joven periodista y ensayista Rafael María Merchán, etc.
Pero esta envidiable posición de que gozaba en la vida social y cultural de la Cuba de la segunda mitad del siglo XIX se vio bruscamente truncada el 10 de octubre de 1868, fecha en la que el dirigente independentista Carlos Manuel de Céspedes liberó a los esclavos que poseía en su ingenio azucarero de La Demajagua (Manzanillo) y declaró la guerra a España. Debido a la agitación política derivada de este alzamiento -que ha pasado a la historia como el Grito de Yara-, José Victoriano Betancourt se vio forzado a abandonar su isla natal para asentarse en la ciudad mexicana de Córdova, donde perdió la vida en 1875, a los sesenta y dos años de edad.
Obra
El propio periodista y narrador de Guanajay dejó escrita una interesante declaración de los propósitos e intenciones que le movieron a escribir sus artículos costumbristas: "Muy humilde es mi pretensión: pintar, aunque con tosco pincel y apagados colores, algunas costumbres, bien rústicas, bien urbanas, a veces con el deseo de indicar una reforma, a veces con el de amenizar juntamente una página".
Pero, más allá de esta falsa modestia y de la necesaria dimensión jocosa que se impone como rasgo distintivo del género costumbrista, Betancourt logra el acierto supremo de penetrar en los distintos niveles ideológicos de la sociedad en la que vive, a los que sabe dotar de ciertos rasgos externos, de vigencia universal, que dotan a sus personajes y situaciones de un rango tipificador general, aunque provisto de un innegable sabor y colorido local. Véase, a guisa de ejemplo, con qué minuciosa precisión traza el perfil de un tipo humano de indudable presencia en todo el mundo, aunque perfectamente asimilado a la realidad social de la isla antillana por medio del sabroso cubanismo "cazuelero":
“Con este nombre [el de "El hombre cazuelero", que da título al artículo] he oído designar en la sociedad a aquellos individuos que, por un espíritu de intervención fastidiosa, quieren saber y mezclarse en todos los accidentes, aun en los más insignificantes de su casa [...]. Es un mueble tan accesorio de su casa como las telarañas que diariamente quita detrás de las puertas; pasea poco, viaja mucho por el interior de su domicilio, y trabaja todo el día con incansable afán, ya sacudiendo las sillas de la sala, ya recogiendo algún papel que el viento introdujo en ella [...]; su ojo es perspicaz, nada se le escapa; es el de la omnipotencia. Él sabe el precio de cuantos artículos de consumo existen [...]”.
Su enfoque de la realidad que refleja en sus textos es -como en tantos otros autores decimonónicos- de clara filiación positivista. A partir de una observación ordenada y minuciosa -casi podría decirse que "científica"- de los diversos tipos humanos, usos lingüísticos, formas de vida y hábitos colectivos que pueblan su entorno, José Victoriano Betancourt traza un soberbio fresco de la fisonomía genuina de su tierra y sus gentes. Por eso algunos de sus mejores artículos rebasan la anécdota costumbrista para anticipar ciertos rasgos del Naturalismo que, en la pluma aguda, atenta y sensible del escritor de Guanajay, permiten atisbar los primeros intentos de definición de una identidad nacional específicamente cubana (es decir, ajena ya a la españolidad impuesta por la metrópolis).
Aparte de esta suma de rasgos autóctonos que van trazando un audaz boceto de la forja de la nacionalidad cubana, en los artículos costumbristas de Betancourt hay otras características muy marcadas que definen a la perfección su estilo, como la perfecta reproducción del lenguaje coloquial, la sencillez de personajes y situaciones, y la presencia constante de un potente sentido del humor que busca provocar no sólo la sonrisa, sino la hilaridad del lector. Todo ello queda patente en sus piezas más afortunadas, entre las que resulta obligado recordar las tituladas "Los primos" (1838), "Velar un mondongo" (1838), "Chucho Matalobo" (1840), "Los curros del manglar" (1848), "El negro José del Rosario" (1848), "El hombre cazuelero" (1852), "Del fondo de la pipa" (1858) y "El testigo falso" (1860).
A mediados del siglo XX, gran parte de estos escritos costumbristas de Betancourt, hasta entonces diseminados por las hemerotecas cubanas que conservaban los viejos diarios y revistas de su tiempo, fueron recopilados en un valioso volumen, publicado -con un interesante prólogo de Mario Sánchez Roig y Mario Cabrera Saqui- bajo el título genérico de Artículos de costumbres (La Habana: Ministerio de Educación, Departamento de Cultura, 1941).
Fuente: MCNBiografias.com