Notable hispanista cubano, diplomático, estudioso y animador de la cultura cubana mediante una pluralidad de facetas profesionales.
Sexto y último Conde de Casa Bayona, nació en la antigua villa de Santa María del Rosario.
Estudió en el colegio de los jesuitas de Fordham, en los Estados Unidos de América, pero concluyó su enseñanza primaria en La Habana, en el Colegio de Belén.
Concluyó el bachillerato en 1911 en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana. Ese mismo año fue uno de los fundadores de la Sociedad Filomática, que lo impulsó por el camino de la investigación, de la crítica y, de manera especial, de la promoción de la cultura, un empeño al que dedicó sus más importantes esfuerzos profesionales.
En 1913 pronunció una conferencia sobre “Los orígenes de la poesía en Cuba”, que inicia su extensa bibliografía crítica. Desde entonces mostró predilección por ese género e interés por realizar arqueología cultural en relación con el hispanismo, vía por la cual se acercó de manera fundacional a la comprensión de las letras cubanas y de su savia popular, romancera.
Se graduó de Doctor en Derecho (1913) y en Filosofía y Letras (1915) en la Universidad de La Habana. Fue abogado consultor de la Secretaría de Justicia. En 1918 pasó a desempeñarse como secretario de la Legación de Cuba en Madrid.
Dio conferencias en el Ateneo de esa ciudad y fue electo vicepresidente de su Sección Iberoamericana. Por entonces, ofreció conferencias en la Cátedra Francisco de Vitoria de la Universidad de Salamanca y, además, colaboró en la Revista de Filología Española e investigó en los Archivos de Indias y de Simancas. Comenzó una fructífera relación de trabajo bajo el magisterio de Ramón Menéndez Pidal, quien incidió en su trayectoria como crítico.
En sus ensayos Hermanito menor (1919) y Ensayos sentimentales (1922) se reconoce la huella de Azorín y de Gabriel Miró. En general, tuvo una relación muy fructífera con algunas de las más importantes figuras intelectuales españolas de la época: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Unamuno, García Lorca, Alberti, Gregorio Marañón, Manuel de Falla, Ortega y Gasset, Eugenio D’Ors…, figuras sobre las que escribió interesantes críticas y evocaciones; con su prestigio intelectual apoyó a los jóvenes de la Generación del 27.
De regreso a Cuba, fue elegido director de la Sociedad de Conferencias (1923), donde se destacó en la difusión de la literatura nacional –especialmente en su segunda época. Fue cofundador de la Sociedad de Folklore Cubano. A su libro El documento y la reconstrucción histórica (1929) se le acredita un notable valor metodológico. Publicó estudios valiosos sobre destacados intelectuales cubanos: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Félix Varela, Juan Clemente Zenea y otros. Los dedicados a José María Heredia constituyen su aporte más valioso en este sentido; sobre Heredia estudió casi todas las facetas de su obra y vida y se convirtió en uno de sus más importantes exégetas.
En 1934 se le designó Director de Cultura, en la Secretaría de Educación, cargo que ejerció, con una breve interrupción por una estancia en España, hasta 1944; creó la Revista Cubana y los Cuadernos de Cultura, y colaboró en la publicación de libros de importantes intelectuales cubanos. Representó a Cuba en el XXVI Congreso Internacional de Americanistas, celebrado en Sevilla (1935), en calidad de vicepresidente.
Fue profesor visitante de Middelbury College (1944) y de la Columbia University. Desempeñó la cátedra de literatura cubana en la Universidad Católica de Villanueva (1946-1961). Asimismo, fue miembro de la Academia Nacional de Artes y Letras, cuya vicepresidencia ocupó por algún tiempo, y de la Academia de la Historia de Cuba. Fue electo director de la Academia Cubana de la Lengua, en cuyo Boletín publicó distintos trabajos, y presidente de la Sección de Literatura del Ateneo de La Habana.
Numerosas publicaciones seriadas, las más prestigiosas de la cultura cubana de entonces, lo tuvieron como colaborador: El Fígaro, El Mundo, Diario de la Marina (en este periódico tuvo una sección fija en la que dio a conocer numerosos trabajos que expresan sus preocupaciones e ideas literarias y culturales), Revista Bimestre Cubana, Revista Cubana, Cuba Contemporánea, Universidad de La Habana y Revista Lyceum. Alcanzó prestigio como compilador y prologuista; a él se deben Las cien mejores poesías cubanas (Madrid, Editorial Reus, 1922), la selección y prólogo de la colección de prosas de José María Heredia titulada Revisiones literarias (La Habana, Publicaciones del Ministerio de Educación. Dirección de Cultura, 1947), y la de poemas de José Joaquín Palma, Poesías (La Habana, Ministerio de Educación, Dirección de Cultura, 1951). Bajo su cuidado y con prólogo suyo se editaron las obras de Manuel de la Cruz (Madrid, Saturnino Calleja, 1924-1926, 7 v).
Cultivó la prosa poética y la poesía (sobre esto último, Félix Lizaso apunta que durante su juventud había escrito versos que reuniría después en un volumen con el título sugestivo de De mi fracaso poético, aunque nunca llegaría a publicarlo. A lo largo de su vida ofreció múltiples conferencias en Cuba y el extranjero.
No fue un creador adscrito a grupos o movimientos. No fue minorista, aunque se mantuvo atento a la obra de las figuras vinculadas a este grupo que pretendían desperezar las letras de la Isla y colaboró en la revista Cuba Contemporánea y la Revista de Avance. Tampoco fue origenista, pero reconoció el importante papel de José Lezama Lima, Cintio Vitier y el resto de los creadores vinculados a la revista Orígenes. La crítica y la historiografía lo estiman como una de los investigadores literarios más relevantes de toda la historia intelectual cubana. José Antonio Portuondo dijo de él: “ofrece el más alto ejemplo de acuciosidad y severidad científica entre nosotros”.
Se ha insistido en el apoliticismo de Chacón. Fue partidario de la “neutralidad de la cultura”, y actuó de manera consecuente con esa postura, sobre todo en su periodo como Director de Cultura en Cuba, que puso a prueba su honesta entrega profesional, ajena a la politiquería de entonces. Ello condujo a Cintio Vitier a considerar que para Chacón, la neutralidad era el camino escogido de acuerdo a sus circunstancias para la continuidad de la cultura. No obstante, su estancia en España durante la Guerra Civil le posibilitó ayudar a salir de la península a algunos renombrados intelectuales con rumbo a Cuba y a otros lugares de América; apoyó al combatiente revolucionario Pablo de la Torriente Brau y a otros compatriotas en medio de los trágicos sucesos españoles.
Murió en La Habana el 7 de noviembre de 1969. La cultura cubana debe a José María Chacón y Calvo una sólida obra de investigación y promoción de la cultura en pro del desarrollo y el mejor conocimiento de la Isla y de sus ramificaciones y contactos con la cultura española.