Compositor español, nació en Barcelona y nacionalizado cubano. Pianista. Fundó la Orquesta de Cámara de La Habana y fue director general de música del Consejo Nacional de Cultura. Su obra abarca tres sinfonías, una cantata, varias suites y composiciones para pequeña orquesta.
Comenzó sus estudios musicales en España de la mano de su padre, músico y director de orquesta. Desde 1930 fijó su residencia en La Habana (Cuba) adoptando la nacionalidad cubana.
En 1924 se presentó por vez primera ante el público en la Sala Mozart, de Barcelona; entre 1925 y 1926 ofreció varios recitales, actuó como solista con la Orquesta de Cámara, dirigida por su padre, y estrenó Capriccio. En 1929 se graduó en la Academia Ardévol; viajó a París, donde obtuvo el título superior de piano; allí conoció al compositor ruso Igor Stravinsky y al brasileño Heitor Villa-Lobos. De regreso a Barcelona estrenó Nocturno núm. 2, e integró el Trío Beethoven, con Roberto Plaja en el violín, Buenaventura Casalina en el cello y Ardévol en el piano. En 1930 fue de nuevo a París para estudiar dirección de orquesta con Hermann Scherchen.
Fue profesor de composición, agrupando en torno a él a un grupo de jóvenes músicos con los que acometió un movimiento de renovación cuyos resultados no tardaron en dejarse notar.
En un folleto titulado Presencia cubana en la música universal (La Habana, 1945), se exponen los objetivos del “Grupo de renovación musical” y su estética.
Entre las obras de Ardévol, tenemos el ballet Forma (estrenado en 1943), La Burla de Don Pedro a caballo (1943), para solistas, coro y orquesta; 3 Sinfonías, 2 suites cubanas y varias obras para orquesta y cuartetos, también es autor de numerosas composiciones de música de cámara, piezas para piano y melodías.
El 8 de diciembre de 1930 llegó a Cuba, donde se estableció. En 1931 ofreció recitales de piano e impartió conferencias; conoció al compositor y director de orquesta Amadeo Roldán. El 7 de abril de 1932 presentó un recital con varias obras suyas para piano en el Lyceum Lawn and Tennis Club. Ingresó como miembro activo de The American Association of Composers. El 5 de marzo de 1934 fundó como director la Orquesta de Cámara de La Habana, cuyo primer concierto tuvo lugar el 8 de abril en el teatro Campoamor, con obras de Juan Sebastián Bach, Wolfgang Amadeus Mozart y Joseph Haydn. Obtuvo, con el Concierto núm. 1 para instrumentos de arco, el primer premio del Concurso Internacional de Música de Cámara de Bruselas, Bélgica.
En 1936 fue nombrado profesor de estética e historia de la música del Conservatorio Municipal de Música de La Habana; en 1938, por enfermedad de Amadeo Roldán, impartió las asignaturas de Orquestación y Composición; en este centro laboró hasta 1961. Además fue profesor de los conservatorios Internacional, Orbón, Hubert de Blanck y Mateu.
El 20 de junio de 1942 la Orquesta de Cámara ofreció un concierto en el Lyceum donde se dieron a conocer sonatinas de un grupo de alumnos de Ardévol en el Conservatorio. De este concierto surgió la idea de nuclear a los jóvenes alumnos participantes, y así nació el Grupo de Renovación Musical.
Sobre la importancia de Ardévol como maestro, diría Alejo Carpentier años después:
«Estimo que Ardévol es el mejor maestro que haya podido hallar la actual generación de compositores cubanos [...]. La presencia de José Ardévol ha hecho dar a la música cubana un formidable paso adelante [...].»
En el Museo de Arte Moderno de Nueva York , John Cage estrenó el 18 de mayo de 1943 la obra de Ardévol Preludio a once. En La Habana, la Sociedad Pro-Arte Musical celebró en mayo de 1943 su Festival de Ballet, en el que se estrenó Forma, con música de Ardévol, texto de José Lezama Lima y coreografía de Alberto Alonso, interpretado por Alicia y Fernando Alonso y Alexandra Denisova, con la Orquesta Filarmónica de La Habana, dirigida por Ardévol, y la Coral de La Habana, con María Muñoz al frente. Al referirse a esta obra, expresaba Carpentier:
«Forma [...], es una de las más importantes que se han escrito en Cuba, desde principios del siglo, tanto por la concepción como por la realización. Un coro enmas carado interviene constantemente en la acción situada en lo universal y sin tiempo, que nos muestra al hombre hallando su propia forma —su dimensión interior y la conciencia de esa dimensión— al vivir las fases de toda experiencia humana: contacto con el pueblo, luchas, caídas, hallazgos y fijación del ideal femenino [...]. Las voces humanas intervienen en Forma como en la tragedia antigua, glosando, aunque de modo siempre estático, lo que ocurre en la escena.»
Al abordar la manera en que Ardévol asume lo cubano, diría el compositor Harold Gramatges:
«Un músico como Ardévol, siempre fiel, en el momento de realizar, a lo más hondo de la concepción de cada obra, no podía anticipar caprichosamente, por acto de inteligencia (lo digo pensando en su gran dominio y en su fuerza imaginativa al construir), la cubanización de su música. Sólo un proceso natural de integración, tanto en el orden artístico como en el humano, le podía conducir a expresarse en el grado de concreción cubana con que lo hace en el presente. Porque la verdadera esencia musical de una tierra no puede tomarse prestada para alimentar una obra si se trata de que esta, una vez creada, pertenezca sustancialmente a dicha tierra; es decir, que pueda intuirse, con suficiente claridad de qué suelo ella ha brotado, a pesar de cualquier incorporación de elementos constitutivos (libertad para la elección de ideas morfológicas, por ejemplo) que en el proceso de su elaboración haya sido necesaria para situarla en un plano de validez universal. Para que esto sea así, como sucede con la música actual de Ardévol, hay que dejar que dicha esencia surja en el artista de modo espontáneo; que recorra su cuerpo, fusionándose con la propia sangre. Porque “buscarla significa no tenerla definida”.»
En el Primer Festival de Música Latinoamericana que se efectúa en Caracas, Venezuela, el 7 de diciembre de 1954, se escuchan obras de Amadeo Roldán, Alejandro García Caturla, Julián Orbón y el Tríptico de Santiago de Ardévol, que asistió a la celebración. En abril de 1958 participó en el Festival Interamericano de Washington. En 1959, y hasta 1964, impartió clases de composición en el Conservatorio Amadeo Roldán (antiguo Municipal de La Habana), y posteriormente fue nombrado decano de la Facultad de Música del Instituto Superior de Arte.
Sobre su importancia para la historia de la música cubana, expresó en 1946 Alejo Carpentier:
«a pesar de que, por su formación y el giro de sus preocupaciones estéticas, José Ardévol hubiese podido permanecer desligado de la evolución de la música cubana; el papel desempeñado por él en estos últimos tiempos es tan considerable que, de hecho, ha venido a encabezar movimientos y a propiciar tendencias que caracterizan, por el momento, la vida artística de la isla [...].»
En el orden de la crítica y de la historia de la música cubana, Ardévol también dejó apreciables aportes que son hoy elementos importantes para evaluar con perspectiva histórica el desarrollo de este importante renglón de la cultura musical de Cuba.
Contribuciones
Sobre la importancia de Ardévol como maestro, diría Alejo Carpentier años después: «Estimo que Ardévol es el mejor maestro que haya podido hallar la actual generación de compositores cubanos [...]. La presencia de José Ardévol ha hecho dar a la música cubana un formidable paso adelante [...].»
Al referirse a la obra “Forma”, expresaba Carpentier: «Forma [...], es una de las más importantes que se han escrito en Cuba, desde principios del siglo, tanto por la concepción como por la realización. Un coro enmascarado interviene constantemente en la acción situada en lo universal y sin tiempo, que nos muestra al hombre hallando su propia forma —su dimensión interior y la conciencia de esa dimensión— al vivir las fases de toda experiencia humana: contacto con el pueblo, luchas, caídas, hallazgos y fijación del ideal femenino [...]. Las voces humanas intervienen en Forma como en la tragedia antigua, glosando, aunque de modo siempre estático, lo que ocurre en la escena.»
Al abordar la manera en que Ardévol asume lo cubano, diría el compositor Harold Gramatges: «Un músico como Ardévol, siempre fiel, en el momento de realizar, a lo más hondo de la concepción de cada obra, no podía anticipar caprichosamente, por acto de inteligencia (lo digo pensando en su gran dominio y en su fuerza imaginativa al construir), la cubanización de su música. Sólo un proceso natural de integración, tanto en el orden artístico como en el humano, le podía conducir a expresarse en el grado de concreción cubana con que lo hace en el presente.
Porque la verdadera esencia musical de una tierra no puede tomarse prestada para alimentar una obra si se trata de que esta, una vez creada, pertenezca sustancialmente a dicha tierra; es decir, que pueda intuirse, con suficiente claridad de qué suelo ella ha brotado, a pesar de cualquier incorporación de elementos constitutivos (libertad para la elección de ideas morfológicas, por ejemplo) que en el proceso de su elaboración haya sido necesaria para situarla en un plano de validez universal.
Para que esto sea así, como sucede con la música actual de Ardévol, hay que dejar que dicha esencia surja en el artista de modo espontáneo; que recorra su cuerpo, fusionándose con la propia sangre. Porque “buscarla significa no tenerla definida”.»
Sobre su importancia para la historia de la música cubana, expresó en 1946 Alejo Carpentier: «A pesar de que, por su formación y el giro de sus preocupaciones estéticas, José Ardévol hubiese podido permanecer desligado de la evolución de la música cubana; el papel desempeñado por él en estos últimos tiempos es tan considerable que, de hecho, ha venido a encabezar movimientos y a propiciar tendencias que caracterizan, por el momento, la vida artística de la isla [...].»
En el orden de la crítica y de la historia de la música cubana, Ardévol también dejó apreciables aportes que son hoy elementos importantes para evaluar con perspectiva histórica el desarrollo de este importante renglón de la cultura musical de Cuba.
En el Primer Festival de Música Latinoamericana que se efectúa en Caracas, Venezuela, el 7 de diciembre de 1954, se escuchan obras de Amadeo Roldán, Alejandro García Caturla, Julián Orbón y el Tríptico de Santiago de Ardévol, que asistió a la celebración. En abril de 1958 participó en el Festival Interamericano de Washington.
Obras
Capriccio, 1922
Nocturnos, 1924
Capriccio, 1925, para flauta, oboe y piano
Invenciones a dos voces, 1926
Cuarteto núm. 1, 1931, para seis instrumentos de arco
Concerto núm. 2, 1932, para seis instrumentos de arco
Nueve pequeñas piezas (primera versión), 1932
Música de cámara, 1936, para seis instrumentos
Concierto, 1938, para tres pianos y orquesta
Cuarteto núm. 1 en sol y Sinfonía núm. 1, 1943
Concierto, para piano e instrumentos de viento, y Tres sonatas, 1944
Forma, ballet para coros y orquesta, texto: José Lezama Lima, Quinta sonata a tres, para dos clarinetes en mi b y clarinete bajo
Sinfonía núm. 2 («Homenaje a Manuel de Falla»), y Tres pequeños preludios, 1945
Dos cantigas de loores a Santa María, texto: Arcipreste de Hita
Sinfonía núm. 3 (dedicada a Wifredo Lam), y Tercer concerto grosso, para violín, clarinete, trompa y pequeña orquesta, 1946
Sonata, para guitarra sola, 1948
Versos sencillos, texto: José Martí, y Tríptico de Santiago, 1949
Quinteto, 1957, para instrumentos de viento
Cuarteto núm. 2, 1958
Música para dos guitarras, 1965
Noneto, 1966
Música, para guitarra y pequeña orquesta, 1967
Chile: compañero presidente, 1974, cantata para cinco solistas vocales, recitador, coro y orquesta, textos: Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Gonzalo Rojas y Salvador Allende
Cantata de cámara núm. 2, para dos sopranos, contrabajo y conjunto instrumental, texto: Pablo Neruda, Concierto, para piano y orquesta y Las satrapías, 1975
Hasta el son sangrando, cantata de cámara núm. 1, para piano, soprano, guitarra, xilófono, vibráfono y tres percusio-nistas, texto: Cintio Vitier y Martianas sencillas, cinco piezas para piano, 1979.