Ignacio Calvo Cárdenas

Ignacio  Calvo Cárdenas
Nacimiento:  
1860
Fallecimiento:  
27
/
2
/
1911

Hijo de una de esas familias legendarias de Cuba, era digno heredero de los apellidos ilustres Calvo y Herrera, Cárdenas y Montalvo: nombres son estos que sin gran esfuerzo traen á nuestra mente los títulos de nobleza criolla, vinculados por la historia de sus riquezas y representación social, en los Condes de Fernandina, de San Fernando, de la Reunión de Cuba, de Casa Bayona, en los Marqueses de Calderón, de Real Socorro, de la Real Proclamación, de la Gratitud, de Almendares, de Casa Calvo y Arcas, con todos los cuales se hallaban emparentados sus progenitores.

Nacido en la opulencia, desde niño educado en una atmósfera de legítimo orgullo por su origen linajudo, rodeado de continuo por todos aquellos halagos naturales a un miembro afortunado de la aristocracia, fue sorprendente, pero irrefutable testimonio de su grandeza espiritual, de su verdadera e innata nobleza, que se desarrollara en él aquel carácter sencillo, llano, caritativo, aquella discreción á toda prueba, habiendo naturalmente cooperado esas condiciones de vida a producir, entre otras virtudes, aquella lealtad que tantas veces pudieron aquilatar sus amigos y compañeros de trabajo y aquella honradez indiscutible y evidente en sus juicios personales y en sus dictámenes médico-legales. Era noble, pues, en verdad, el doctor Calvo, de hecho y de derecho.

La ciudad de La Habana fue su cuna y allí también rindió tributo á la Naturaleza, después de una vida corta pero honorable y fructífera. Sus primeros años pasaron sin duda al igual que los de otros jóvenes contemporáneos y de su misma esfera social, entre lisonjas, cariño y bienandanzas, cosas todas muy aptas á forjar ese carácter dulce y apacible que más tarde fue el encanto de propios y extraños; ingresó en el Colegio de Delgado, entonces uno de los planteles de educación más renombrados, como digno émulo de “El Salvador” que, radicado en el mismo barrio de la ciudad, fue origen de tantos beneméritos cubanos. Después en el Instituto de La Habana prosiguió sus estudios hasta obtener el deseado título de Bachiller, cuando apenas contaba 16 años de edad.

Un sentimiento de dignidad que lo enaltece no le permitió soportar la injusta afrenta de un catedrático violento e irreflexivo, y abandonó las aulas universitarias cubanas y se dirigió a Europa con el objeto de terminar sus estudios.

En el año de 1887 recibió Ignacio Calvo su título de médico en la Universidad de Barcelona, regresando poco tiempo después a Cuba y entregándose de lleno al ejercicio siempre ingrato de esta profesión.

Luchó como bueno, primeramente en el campo y luego en La Habana, en conquista de otros lauros y otros títulos que no pudieron legarle sus antepasados y coronando el éxito sus esfuerzos desde sus primeros ensayos, pronto reconocieron sus compañeros que, había venido entre ellos uno, que por su personalidad, su preparación científica, su conducta ejemplarísima, habría de merecer el más alto concepto del cuerpo médico cubano.

No pasaron muchos años sin que su natural simpatía y los méritos y prestigio indiscutibles de que gozaba le permitieran conquistar el corazón de bella y noble dama, y en 1891 unieron sus destinos y constituyeron aquel hogar, fuente de todas las felicidades y templo de todas las virtudes, el doctor Calvo y su digna esposa, la señora María Antonia Silva y Alfonso. De esta unión queda una hija que, como era de esperarse, heredó la belleza, las virtudes, la inteligencia y el buen juicio de sus padres.

Pero la vida científica del doctor Calvo comienza verdaderamente en el año de 1895: en esa fecha, sin duda su culto a la verdad y su natural inclinación por el estudio de aquellas ramas de la medicina que menos dependen de la especulación y más se basan en la comprobación experimental, lo condujeron al Laboratorio de la Crónica Médico-Quirúrgica de La Habana. Allí, la generosidad del doctor Santos Fernández, el amor que siempre ha demostrado por el progreso de las ciencias medicas, tenía abierto un centro de investigación al que recurrían ya muchos compañeros en busca de ese auxilio, indispensable algunas veces, que a la clínica presta el microscopio. El doctor Calvo así lo dice: “desde mi entrada en el Laboratorio quedó para siempre fijada mi vocación”.

“Era, dice, como una atmósfera nueva la que se respiraba en el Laboratorio; allí no solo me sentí atraído por la franca y cariñosa acogida, hija del espíritu de noble y sana democracia que le imprimían su bondadoso Director y los profesores de las distintas secciones, sino también por la multitud de interesantes problemas científicos que se debatían en el terreno especulativo ó que se sometían á la experimentación por el crisol, la probeta ó la platina del microscopio. Bien pronto la atracción que en mí ejercía el personal del Laboratorio se convirtió en sentimiento de amistad que el tiempo ha afianzado”.

A ese laboratorio del doctor Santos Fernández, Meca de cuantos se interesan por la investigación moderna, única institución adonde era posible recurrir á los que no se conformaban con el veredicto clásico del magister dixit.

La vida científica del doctor Calvo comienza a su ingreso en el Laboratorio, porque anterior á esa fecha tan solo dos contribuciones á la medicina había publicado: la primera “Fiebre tifo-malárica sincopal y hemorrágica” es el resultado de observación clínica, larga y penosa; es un trabajo concienzudo y que sin duda puso á prueba sus aptitudes de médico y de amigo; la segunda, “Angina no diftérica tratada por el suero antidiftérico del Laboratorio Bacteriológico”, revela su inclinación á utilizar en la practica clínica los productos de la bacteriología y presenta de una manera clara el hecho reconocido hoy por todos de la influencia beneficiosa del suero antidiftérico en las anginas catarrales ó al menos no diftéricas.

De los treinta y tantos trabajos publicados por el doctor Calvo, diez y nueve son obra suya exclusivamente; cinco aparecen en colaboración con el doctor Dávalos, el primer bacteriólogo de Cuba, á quién Calvo llamaba su “profesor y hermano”; cinco en colaboración con sus compañeros del Laboratorio Nacional, los doctores Venero y Fernández y uno con el doctor Cartaya.

Una hojeada rápida á la bibliografía del doctor Calvo deja ver bien claro su indiscutible erudición y el vasto campo que abarcaban sus conocimientos, pues de otra manera no se explica que en su corta vida pudiera tratar con la reconocida competencia que lo hizo, asuntos de bacteriología, de jurisprudencia médica, de higiene, de clínica médica, de terapéutica, etc., y en esos escritos se comprueban de manera fehaciente su constante laboriosidad, su decisión por el estudio, sus condiciones de perspicaz observador y su dominio de la tecnología de laboratorio.

Otro esfuerzo coronado por el éxito es que el doctor Calvo realizó y detalla en su contribución titulada “Análisis bacteriológico del agua de un pozo etc.” y que dio por resultado el hallazgo, por primera vez en Cuba, del bacilo de la fiebre tifoidea en aguas que servían para usos domésticos.

La otra obra que merece especial mención es la que él denominó “Angina piociánica”; es una comunicación á la Academia de Ciencias y tiende principalmente á llamar la atención sobre la importancia del diagnostico bacteriológico en las anginas seudo-menbranosas: pero la exposición clara y precisa, la relación detallada de todas las circunstancias del caso y de los prolijos procedimientos por medios de los cuales llevó á cabo la demostración, hacen de ese trabajo una obra maestra, una verdadera y completa lección acerca del bacilo piociánico. Si en tantos otros escritos no hubiera el doctor Calvo demostrado su capacidad muy especial para esta clase de investigaciones, habría bastado ese para que basado en él se le adjudicara el título de bacteriólogo.

Como Inspector médico durante la primera Intervención y más tarde en el Laboratorio Municipal demostró el doctor Calvo sus facultades de hombre científico y de recto criterio. Además, sin percibir emolumento alguno ¿cuantos años no sirvió la plaza de médico del Dispensario de Niños “ La Caridad” y en el seno de la Junta de Educación de la Habana?

Difícilmente se puede presentar una hoja de servicios más completa y meritoria para optar al honroso concepto de buen patriota.

De día y noche, á todas horas, estaban sus servicios profesionales á la disposición de sus compañeros; muchas familias de estos han recibido sus indicaciones certeras y sus cariñosas atenciones, disfrutando el doctor Calvo el envidiable privilegio de que tantos médicos depositaran en él su confianza, en reconocimiento de sus condiciones especiales de clínico experto.

El día 18 del último Febrero, sufrió una pequeña picadura, casi imperceptible, con el bisturí que le había servido para dilatar un absceso. En pocas horas, á pesar de haber procedido á la inmediata desinfección de la herida, se presentaron los síntomas de la septicemia que fueron rápidamente agravando su estado. Por fin, nueve días después, agotadas por completo las naturales defensas de su organismo, hubo de sucumbir á la terrible infección.

Murió víctima del deber profesional.