Escultor, orfebre
A pesar de su corta vida artística que no llega a cubrir tres décadas de creación, Eugenio Rodríguez es un nombre también imprescindible en la historia de la escultura cubana, quizás porque su quehacer resume e ilustra, con alto nivel de representatividad, los derroteros ideoestéticos que atravesó la manifestación en nuestro país durante los intensos años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX.
Realizó sus estudios en la Academia de San Alejandro, donde fue alumno del escultor Juan José Sicre, aquí de seguro recibió la impronta de esos peculiares profesores ¨académicos¨ que resultaron ser los iniciadores de la escultórica nacional. De modo que, a tiempo que aprendía a modelar las formas a partir de los cánones clásicos y a copiar el modelo cubriendo con calificaciones sobresalientes cada ejercicio de clase, conocía y se adentraba en la práctica de la talla directa en piedra y en madera, descubría la ilimitada potencialidad de la forma para romper los márgenes de la representación realista, y se preparaba para el provechoso encuentro con la propuesta estética que el europeo Bernard Reeder traería consigo a Cuba, a su paso por la isla en 1941, justo el año en que Eugenio Rodríguez egresaba de las aulas de san Alejandro.
Su primera paticipación de relieve en el circuito exhibitivo de la capital tuvo lugar en 1944, como exponente de la hoy antológica muestra Presencia de seis escultores, a propósito de la cual el crítico Guy Pérez Cisneros escribió un enjundioso ensayo que vendría a apuntalar sus tesis acerca de una confrontación generacional entre dos promociones, sucesivas y diferentes, de la plástica cubana. Ya en el año anterior había apuntado el estudioso al referirse, en particular, a la nueva hornadade escultores, Eugenio Rodríguez incluido, que entraba en la palestra artística, que muchos de estos jóvenes¨ que seguían la tranquila rutina estilizada de sus anteriores maestros¨ ampezaban a ¨lanzarse de pleno en al búsqueda de la más poderosa de las fuerzas de expresión: la de las formas.
Encabezado por el ya maduro y sorprendente Alfredo Lozano Peiruga, y en compañía de talentos contemporáneos como José Núñes Booth, Rodulfo Tardo, Rolando Gutiérrez y Roberto Estopiñán, Eugenio se reveló seguidor de aquella estética rederiana que se desplegó plena en las incontables figuras femeninas de terracota que realizó a lo largo de los años cuarenta. En el ámbito de esa zona de su producción se hubica Mujer a caballo(1944).
En esta obra se percibe, como en al mayoría de las que Eugenio realizara en este período, el interés por la redondez de la forma, por la estabilidad maciza del volumen, por la proporción inmanente de la masa escultórica, rasgos todos encaminados al acento de la atemporalidad, la concentración, el equilibrio y la síntesis plástica.
Hacia finales de los cuarenta, deseoso de complementar estudios y de ampliar sus horizontes culturales, se procura un viaje a México y a Los Estados Unidos, de donde regresa en 1952. Cuando es convocado a participar ebn la decoración escultórica del edificio de Bellas Artes, concibe una excepcional pieza ejecutada en bronce oxiacetileno, La creación, que ilumina el sendero transitado en pocos años y las ganancias de aquel recorrido por Norteamérica: el artista ha superado definitivamente aquella etapa de formas macizas, compactadas y volumétricas y se ha entregado, con singular soltura, a los juegos libres de luces y sombras, a la dinámica multidireccional de formas y entrecruzamientos, a la autonomía, ahora verdaderamente plena, de la más pura expresión.
En los años subsiguientes incorpora a su versátil práctica el empleo de nuevos materiales y procedimintos, entre los que se distingue el hierro y otros metales que muy pronto lo conducen por los apacionantes caminos de la orfebrería. Sus esculturas se dirigen cada vez más hacia la ligereza estructural y la esbeltez de líneas, lo que lo conecta armónicamente con la tendencia abstraccionista que vivía un momento de verdadera plenitud en al pintura y escultura cubanas.
Participó en diversas exposiciones colectivas en Cuba. Expuso también en la Universidad de Tampa y en los Salones de Xilografía Cubana en la ciudad de México. Entre sus obras más conocidas se encuentra uno de los grupos escultóricos que decoran el exterior del Museo de Bellas Artes. Otras obras del artista son: "Fuga", realizada en hierro, "Abstracción", en madera y "Motivo", bajo relieve. Murió en La Habana el 21 de octubre de 1968.