Concepción Agramonte Boza fue una de las primeras camagüeyanas que cortó su pelo en señal de rebeldía a raíz del fusilamiento de Joaquín de Agüero y sus compañeros. Años después, cuando comenzó la guerra, marchó con su esposo y con diez hijos, de ellos cuatro hembras, a la manigua.
Nació en la casona de la calle Soledad (hoy Ignacio Agramonte) esquina a Candelaria (Independencia), recibió de sus padres influencia revolucionaria y el 12 de junio de 1852 contrajo matrimonio con el patriota Francisco Sánchez Betancourt, uno de los principales dirigentes revolucionarios de la contienda del ‘68 en el territorio.
En los albores de la Guerra de los Diez Años acogió en su casa clandestinamente a jóvenes procedentes de otros lugares de la Isla, como Rafael Morales (Moralitos), Antonio Zambrana y los hermanos Julio y Manuel Sanguily.
Una de las primeras tareas de Concha fue participar en los preparativos de la Asamblea de Guáimaro; después del incendio de ese poblado se internó en los campos como enfermera para atender a los heridos; además, participó en el rescate de combatientes, poniendo en peligro su vida.
Al arreciar la guerra y por el asedio del ejército español, tuvo que moverse de manera constante con sus hijos. Después de tres años internada en la manigua, fue sorprendida y hecha prisionera en 1871 en los campos de Najasa, en su finca San José; sufrió cárcel y después la desterraron a Estados Unidos. Su esposo y dos de sus hijos mayores, Juan y Benjamín, permanecieron en la guerra.
En Nueva York padeció serias dificultades económicas con ocho de sus hijos, la pérdida de una niña y la confiscación de las propiedades de sus padres por el Gobierno español.
Después del Pacto del Zanjón regresó a la Patria con el pesar de la pérdida en combate de su hijo Juan en 1873. Volvió a Camagüey y se estableció con su esposo y el resto de su prole, aún con intereses conspirativos para continuar una nueva contienda.
Concha era muy querida en Camagüey porque prestaba ayuda económica a los pobres. A la sazón, el matrimonio Sánchez-Agramonte respondió afirmativamente a los emisarios de José Martí, con vistas a brindarle su apoyo al reinicio de la guerra de 1895.
Al iniciarse los combates en la provincia, cinco de los hijos de Concha marcharon al campo de batalla, y por su avanzada edad, ella quedó en la ciudad como enlace entre los jóvenes que llegaban de otros lugares para incorporarse a la insurrección, entre los que estaban Enrique Molinet y Néstor Aranguren.
Las autoridades coloniales se percataron de sus labores clandestinas, por lo cual fue detenida en 1897 y remitida a la Casa de Recogidas en La Habana, donde no había diferencias entre las presas comunes y las políticas.
Deportada a Estados Unidos, prestó valiosos servicios a la delegación de la República en Armas, en coordinación con Tomás Estrada Palma y con el coronel del Ejército Libertador, Fernando Figueredo Socarrás. Concluida la contienda, regresó a Cuba.
Ya con 73 años en 1907, junto a Salvador Cisneros Betancourt y a otras personalidades, participó en la constitución de la Junta Patriótica de La Habana, la cual tenía como objetivos la evacuación de la Isla de forma inmediata por parte de los soldados yanquis y la abrogación de la Enmienda Platt.
Madre ejemplar y valiente, educadora, patriota, Concha Agramonte se inspiró en Mariana Grajales y a pesar de la situación dolorosa personal que presentaba, no detuvo su labor revolucionaria. Falleció en La Habana el 25 de agosto de 1922.
Heredero de la estirpe de Concha Agramonte fue su nieto Calixto Sánchez White, luchador contra la dictadura batistiana y líder de la expedición del yate Corynthia, la cual desembarcó por una zona de Mayarí.