Narrador, periodista, ensayista y diplomático. Uno de los mejores escritores cubanos de la primera generación republicana.
Hijo de un militar español y de una cubana, nació en Aldeadávila de la Ribera, Salamanca, España, a los pocos meses comenzó a residir, junto a su familia, en Santiago de Cuba. A los 16 años, ingresó en el Colegio de Huérfanos Militares de Toledo, aunque poco más tarde se trasladó a Madrid, donde comenzó a llevar una vida de bohemia literaria. Fue aprendiz de ebanista mientras estudiaba idiomas, psicología e historia, y traducía libros.
En 1905, con sólo 20 años de edad, Hernández Catá fue citado en la antología lírica La corte de los poetas (Madrid, 1905). Dos años después se estableció en La Habana y comenzó a trabajar como lector de tabaquería así como a relacionarse con los jóvenes intelectuales cubanos de la primera generación republicana. Entre ellos estaba Jesús Castellanos, con quien estableció una relación estrecha.
Durante la primera década del siglo, Hernández Catá comenzó a trabajar como periodista en El Diario de la Marina y La Discusión y, más tarde, fue colaborador en Gráfico, El Fígaro y Social. Dentro de su labor periodística sobresalen textos como la serie de catorce artículos publicados en 1921 bajo el título “Crónicas de Hernández Catá”, motivados por la lucha de los marroquíes a favor de su independencia del dominio español. Esta actitud provocó que el gobierno español solicitase su expulsión de Madrid.
En 1909 Hernández Catá ingresó en la carrera diplomática. Fue cónsul en lugares como El Havre (1909), Birmingham (1911), Santander (1913), Alicante (1914) y Madrid (1918-1925). Hasta 1933 Hernández Catá fue encargado de negocios en la Legación de Cuba en Lisboa, y luego del derrocamiento de la dictadura machadista es nombrado Embajador de Cuba en Madrid. Además fue ministro en países latinoamericanos donde desarrolló una notable labor de divulgación cultural, como por ejemplo en Panamá (1935), en Chile (1937) y en Brasil (1938), donde murió en un accidente de aviación cuando sobrevolaba la Bahía de Botafogo, en Río de Janeiro, el 8 de noviembre de 1940. Tras la desaparición de Hernández Catá, la poetisa chilena Gabriela Mistral y el narrador austríaco Stefan Zweig, hasta entonces su amigo y maestro, pronunciaron sendas oraciones fúnebres durante una sesión solemne dedicada a su memoria, auspiciada por la Comisión Brasileña de Cooperación Intelectual y el Instituto Brasileño-Cubano de Cultura.
En honor de Alfonso Hernández Catá, se instituyó en Cuba un premio nacional de cuento que llevaría su nombre, que obtuvieron a partir de la década de 1940 los más relevantes narradores cubanos. Además, entre 1953 y 1954, se editaron ocho volúmenes de una revista titulada Memoria de Hernández Catá, a cargo de Antonio Barreras.
En esta publicación, que recogía artículos, comentarios, bibliografías, iconografía y reproducciones del trabajo de Hernández Catá, también se dejó constancia del sostenido intercambio epistolar que sostuvo con intelectuales de su tiempo, como Mariano Aramburu, Jesús Castellanos, José Antonio Ramos, Max Henríquez Ureña o José María Chacón y Calvo. Asimismo, Barreras reprodujo la conferencia titulada “Cuba después de 1908”, ofrecida por Hernández Catá en la Sociedad Libre de Estudios Americanistas.
Autor también de una obra poética, Hernández Catá publicó en 1931 su libro Escala, donde se reúne buena parte de su producción lírica. Además, es autor de poemas de temática insular, como “La negra de siempre”, compuesto como una rumba, y “Son”, que fue incorporado por Ramón Guirao en su Órbita de la poesía afrocubana de 1938. Escribió, junto a su cuñado Alberto Insúa, algunas obras de teatro como las comedias El amor tardío (1913) y En familia (1914), ambientadas en espacios hispanos. Fue autor de la zarzuela Martierra (1928), con música de Jacinto Guerrero. Su creación escénica más notable fue Don Luis Mejía, escrita con el poeta catalán Eduardo Marquina, en la que penetran con agudeza en la psicología del antagonista de Don Juan Tenorio.
Hacia las décadas del ‘20 y el ‘30, en la obra de Hernández Catá va a advertirse con cada vez mayor fuerza el interés explícito por temas cubanos y por las problemáticas sociopolíticas de la república neocolonial. Ello fue consecuencia no sólo de la radicalización tomada por los acontecimientos políticos de esos años, sino de las relaciones que sostuvo con algunos intelectuales del Grupo Minorista –como Juan Marinello, Emilio Roig de Leuchsenring, Jorge Mañach y Rubén Martínez Villena– así como de la publicación en Cuba, a partir de 1913, de las obras de José Martí. En relación con esto último, es significativo que ese mismo año, en el periódico El Fígaro, Hernández Catá escribiese un artículo titulado “La sombra de Martí”, donde partía de la contraposición entre Ariel y Calibán, según la había concebido José Enrique Rodó, para ofrecer algunas consideraciones sobre la poesía martiana y sobre la trascendencia de su mensaje. Este sería el germen de algunos de sus libros posteriores, como Mitología de Martí, publicado en Madrid en 1929; así como de otras acciones para difundir la obra martiana, como la gestión para publicar en Brasil un tomo de Páginas escogidas de José Martí, que estuvo acompañado por un prólogo suyo en portugués.
A pesar de la versatilidad de su obra, que transitó por géneros como el ensayo, el periodismo, la zarzuela o el teatro, en realidad fue el género narrativo el que le mereció el enorme reconocimiento de su época, así como los elogios de los críticos más destacados de España y de América Latina. En ese sentido, sobresale la conciencia que tuvo sobre el propio género, dentro del cual fue defensor, sobre todo, de la novela corta. Sin embargo, sus mejores obras fueron los cuentos, aunque en algunos de estos se han señalado técnicas más propias de los dramaturgos que de los narradores y en otros un pronunciado carácter ensayístico. Escritor de numerosos relatos y de más de veinte novelas, fue uno de los autores hispanoamericanos más prolíficos a principios del siglo XX. En 1907 Catá había publicado su primera novela corta, El pecado original, en El Cuento Semanal, de Madrid, y luego, en esa misma ciudad, su primer libro, Cuentos pasionales, con mucho éxito de crítica y público.
Más allá de la distinción de elementos identitarios sobre lo cubano o lo español, aun cuando las historias se ubiquen en espacios nacionales, en los cuentos de Hernández Catá se evidencia una preocupación por las contradicciones sociales y por los conflictos humanos en todo su dramatismo y universalidad. En ese sentido, su obra representó una línea más cosmopolita, libre de ataduras nativistas o costumbristas, dentro de la narrativa cubana de esta etapa. La convergencia de rasgos modernistas y naturalistas en la obra de Hernández Catá puede notarse en la prosa preciosista de fuertes atmósferas sensuales y en la tendencia hacia un psicologismo que explora en lo humano universal.
El exlibris de Hernández Catá, que rezaba “apasionadamente hacia la muerte”, de cierta manera sintetiza su sentimiento trágico de la vida y el arte: en sus obras, se repiten con frecuencia los desenlaces funestos de personajes angustiados, temperamentales o hipersensibles, los cuales muchas veces derivan en la locura o en la destrucción total. Algunas de sus narraciones se inspiran en la pobreza ética o en sucesos del espíritu, de manera que se trata, en su mayoría, de casos psicológicos que lindan con lo morboso y lo patológico. Todo esto conllevó a que su obra fuera estudiada en el volumen Literatura y psiquiatría (1950), donde el psiquiatra español Antonio Vallejo Nágera dedica un capítulo para examinar varios de los cuentos de Hernández Catá, calificado en estas páginas como “el literato moderno que más cuidadosamente ha especulado sobre sus casos dentro de la realidad clínica”.
Por otra parte, el interés en sondear los comportamientos humanos condujo a Hernández Catá a incursionar en cuentos o historias de animales, a partir de los cuales podían plantearse distintas conductas, y con los que también demostró su buen dominio del diálogo. Esa tendencia aparece desde su primer libro, con un cuento como “El milagro”, y luego también se advierte en otras expresiones mejor logradas como los libros Zoología pintoresca (1919) o La casa de las fieras (1922), al que pertenecen cuentos como “Nupcial” y “Dos historias de tigres”, que han sido comparados con los de Rudyard Kipling y los de Horacio Quiroga.
Entre los primeros libros de Hernández Catá, sobresalen Cuentos pasionales (1907), donde se percibe el influjo de Guy de Maupassant y de otros narradores franceses, y Los frutos ácidos (1915), que incluye “Los muertos”, una noveleta de atmósfera sombría que expone el tránsito hacia la muerte como liberación de un grupo de leprosos, así como “La piel”, otra noveleta que cuenta la historia del mulato Eulogio Valdés, acechado y golpeado por los prejuicios raciales. Otros de sus mejores volúmenes son Los siete pecados (1920), distinguido por su tono confesional y melodramático, por el regodeo en lo morboso y por la concepción fatalista de la existencia. En El ángel de Sodoma (1928) aborda el tema del homosexualismo masculino. Mitología de Martí (1929) y Un cementerio en las Antillas (1933) son volúmenes donde penetra en el destino sociopolítico de Cuba y denuncia el régimen tiránico de Gerardo Machado. En Manicomio (1931) ofrece una amplia galería de problemas psicopatológicos; es quizás donde están recogidos los mejores cuentos de Hernández Catá dentro del perfil temático de la locura, como “Los ojos” y “Los muebles”.
Uno de los cuentos más antologados de Hernández Catá es "Don Cayetano el informal", debido a la temática cubana y martiana que lo caracteriza. En su obra también sobresalen cuentos como “La quinina”, publicado originalmente en 1926 en la revista Social con el título “Mandé quinina”, en el que se advierten muchos elementos autobiográficos, sobre todo relacionados con los recuerdos de niñez en torno al comienzo de la guerra de independencia de 1895. Otro de sus mejores cuentos es “Los chinos”, una narración alucinante basada en el empleo de braseros antillanos, españoles y asiáticos en la expansión de la industria azucarera a raíz de la Primera Guerra Mundial.
Hernández Catá fallece en un accidente de aviación cuando sobrevolaba la Bahía de Botafogo en Río de Janeiro, el 8 de noviembre de 1940.