Abelardo José Estorino López (1925). Director teatral y uno de los principales dramaturgos del teatro cubano contemporáneo. Premio Nacional de Literatura. Premio Nacional de Teatro.
Abelardo Estorino nació en Unión de Reyes, Matanzas, y allí cursó la primaria. Luego se trasladó a la ciudad de Matanzas para cursar el bachillerato, y más tarde, en 1946, a La Habana para estudiar Cirugía Dental, una profesión que ejerció entre 1954 y 1957.
Sin embargo, pronto el teatro se convirtió en una vocación que lo absorbería casi por completo. Ya en 1954 Estorino había escrito su primera pieza, Hay un muerto en la calle (que aún permanece inédita), y dos años más tarde había aparecido su obra El peine y el espejo, la cual se estrenó en la sala Granma del Ministerio de Obras Públicas en 1960.
Por esta época se desempeñó como publicista y cursó dirección escénica en la importante agrupación Teatro Estudio.
A partir de la década de los sesenta es que el teatro de Estorino comenzó a dar resultados significativos: adaptó para la escena El fantasmita, La cucarachita Martina y El mago de Oz; estrenó en 1961, en la sala Hubert de Blanck, su obra El robo del cochino, con la que había obtenido mención en el Premio Casa de las Américas; y comenzó a trabajar como asesor teatral del Consejo Nacional de Cultura.
En 1962 adaptó para el teatro la famosa novela de Miguel de Carrión , Las impuras. Ese mismo año escribió la comedia musical Las vacas gordas, una obra en dos actos que se desarrolla en La Habana de los años veinte y que muestra reminiscencias del teatro bufo.
En septiembre de 1964, Teatro Estudio estrenó, bajo la dirección de Berta Martínez, su obra La casa vieja, con la cual también había obtenido mención en el Premio Casa de las Américas, y un año más tarde apareció en escena su alegoría bíblica Los mangos de Caín. Luego,
Estorino escribió con Jorge Fraga el guión de El robo (1964-65), una adaptación cinematográfica de su propia obra El robo del cochino. En 1967 asumió la co-dirección con Raquel Revuelta de La ronda de Schnitzler y un año más tarde escribió El tiempo de la plaga y La dama de las camelias (versión para títeres).
Desde 1971 formó parte del equipo técnico de la Dirección Nacional de Teatro y Danza del Consejo Nacional de Cultura, y por esta época también escribió el guion de Tiene la palabra el camarada Máuser (1972).
La década de los setenta resultó importante para su labor como director teatral: en 1972 dirigió La discreta enamorada, de Lope de Vega; en 1975, Los pequeños burgueses, de Máximo Gorki; en 1979, Casa de muñecas, de Henrik Ibsen y en 1981, Aire frío, de Virgilio Piñera, del cual siempre se consideró admirador y discípulo.
En 1979 Teatro Estudio estrenó, bajo la dirección del propio Estorino, su comedia en dos actos Ni un sí ni un no, con la cual obtuvo Premio a la mejor puesta en escena de un texto cubano.
En 1982, se estrenó en el Teatro Musical de La Habana su espectáculo Pachencho vivo o muerto y en 1983, en la Sala Hubert de Blanck, Teatro Estudio representó Morir del cuento, que recibió el Premio Nacional a la mejor puesta en escena en el Festival de Teatro de La Habana y el premio de dramaturgia de la UNEAC.
En 1986 Estorino dirigió La verdadera culpa de Juan Clemente Zenea, de Abilio Estévez; en 1988, La malasangre, de Griselda Gambaro (Premio a la Mejor Puesta en escena en el Festival de Camagüey); en 1990, Aristodemo, de Joaquín Lorenzo Luaces; y en 1996, Medea, de Reinaldo Montero, con lo cual se sumó a un programa de intercambio cultural con los integrantes de la compañía de Repertorio Español de Nueva York.
Su obra ha sido llevada a diferentes escenarios internacionales, como Checoslovaquia, Noruega, Suecia, México, Estados Unidos, Chile y España. Sobresale su presencia en el Festival de Cádiz (1995) con las obras Vagos rumores y Las penas saben nadar; así como también en Nueva York (1996), donde Vagos rumores obtuvo el premio que otorga anualmente la Asociación de Cronistas de Espectáculos (ACE) al teatro en español. En 1996, su obra Parece blanca participó en el Festival Internacional de Caracas y realizó una gira por distintas ciudades de Venezuela.
Entre 1998 y 2000, Estorino regresó a Manhattan con nuevas propuestas escénicas y recibió una beca del Theatre Communication Group. En el propio año 2000 participó en el Festival Iberoamericano de Bogotá con Las penas saben nadar; con la cual asistió un año después al Primer Festival del Monólogo de Miami, y, en 2004, al Festival Zicosur en Chile.
Entre sus reconocimientos internacionales y nacionales sobresalen la beca John Simon Guggenheim Memorial Foundation, la Distinción por la Cultura Cubana, el Premio Nacional de Literatura en 1992, el Premio Nacional de Teatro en 2002, y la distinción de Hijo Adoptivo de la Ciudad de La Habana en 2003. Por su enorme mérito y talento, fue el primer teatrista cubano al que se le dedicó la Feria Internacional del Libro de La Habana, y en el año 2006 fue declarado Miembro de la Academia Cubana de la Lengua.
Desde sus primeras muestras, el teatro de Estorino se interesó por el estudio de dos aspectos fundamentales: los conflictos de la familia de provincia y las relaciones desiguales entre géneros, los cuales a su vez motivaron dos preocupaciones constantes en su obra, la rebelión contra el orden familiar de corte patriarcal y el desenmascaramiento de las apariencias, las convenciones y los prejuicios. Ya desde El peine y el espejo trazó en un solo acto una estampa de típica discriminación social de la mujer en el ambiente rural cubano de la década de los cincuenta; mientras que veinte años más tarde la comedia Ni un sí ni un no, que toma como protagonista a un joven matrimonio en La Habana de los años setenta, vuelve plantear el tema de los derechos de la mujer en la nueva sociedad, y la lucha entre las nuevas y las viejas concepciones.
Con El robo del cochino, obra en tres actos, Estorino había incursionado en una de las temáticas que caracterizan al teatro cubano a partir del triunfo de la Revolución: el conflicto entre lo nuevo y lo viejo, y con ello los cambios que produce el nuevo sistema en la vida familiar. Esta obra, que tiene lugar en la ciudad de Matanzas en el verano de 1958, plantea el conflicto en una familia pequeño burguesa: Juanelo quiere que su padre interceda a favor de la liberación de Tavito, un joven campesino que ha sido apresado por el supuesto delito de haber robado un cochino, cuando en realidad su único “crimen” había sido el de ayudar a un revolucionario. Esta circunstancia, que va tensando las relaciones entre padre e hijo, también propicia que el personaje de la madre haga uso de su voz y cambie el estado de sumisión en que vivía hasta entonces. La fusión de lo político con lo familiar, el progresivo despunte psicológico de los personajes, así como el protagonismo que va ganando en la trama la lucha guerrillera, son algunos de los logros de esta pieza teatral.
En su obra La casa vieja la trama se ubica en los años posteriores a 1959, y comienza con la muerte del padre de una familia provinciana que vive de falsos prejuicios y que todavía está atada a los esquemas y las tradiciones del pasado. El funeral desata las tensiones entre dos hermanos, cuyos conflictos reflejan las transformaciones en la nueva conciencia del pueblo: él se opone a las posiciones retrógradas de su familia y ella, a que se tronche el futuro de una joven del pueblo por prejuicios moralistas. Por su interés, esta pieza también ha sido adaptada para el cine por el director Lester Hamlet.
Los mangos de Caín es una obra mucho más experimental y hace mejor uso de los recursos expresivos del teatro. Esta pieza en un acto utiliza como recurso el símbolo, puesto que se trata de una alegoría bíblica donde se presenta un Edén desmitificado a partir de la familia original: el motivo principal es el disgusto de Dios ante la ofrenda de Caín, quien a su vez intenta desenmascarar las intenciones ocultas de Adán, Eva y Abel para evidenciar dónde se encuentra realmente la maldad y la injusticia.
Con La dolorosa historia del amor secreto de Don José Jacinto Milanés Estorino se introduce en otra vertiente fundamental del teatro cubano contemporáneo, que es la del tratamiento de figuras del pasado literario: en este caso, el conflicto parte de la controversial locura del poeta matancero José Jacinto Milanés, en el contexto colonial de las luchas abolicionistas y las sublevaciones de esclavos. Es interesante aquí el cuestionamiento de la Historia, que se fusiona con la alegoría; la relación entre la involución psíquica del poeta y el agravamiento de la situación política y económica del país; el extrañamiento como vía para apreciar aquella circunstancia; la poesía que surge de la combinación de recuerdos, introspecciones y ensoñaciones y la discontinuidad de la fábula a partir de episodios independientes.
Posteriormente, Estorino propuso una versión de La dolorosa historia… con su otra obra Vagos rumores, donde sintetiza y reinterpreta personajes y situaciones de la primera para conseguir una mayor densidad poética e intensidad dramática. Esta segunda pieza hace énfasis en la responsabilidad del artista ante su realidad social y vuelve a proponer el conocimiento del presente a partir del pasado.
Morir del cuento, un drama en dos actos que ha sido calificado como “novela para representar”, vuelve sobre la familia cubana, sobre el machismo y la discriminación de la mujer, y sobre el espíritu de rebeldía y la búsqueda de la verdad: un crimen y un suicidio son los dos episodios que sustentan una trama en la que se entrelazan el presente y el pasado a través de la memoria colectiva. Esta obra resalta por su marcado carácter narrativo, por el empleo de la técnica del teatro dentro del teatro y por la elaborada caracterización de sus personajes.
En sus últimas obras estrenadas, Estorino ha continuado profundizando en el universo de la mujer: así lo atestiguan Las penas saben nadar y El baile, dos piezas privilegiadas, como otras tantas suyas, por la magistral interpretación de la actriz cubana Adria Santana.
Por otra parte, en su famosa obra Parece blanca Estorino tomó como punto de referencia a Cecilia Valdés, el personaje antológico de Cirilo Villaverde. A partir de una apropiación libre de la trama de la novela decimonónica, el autor exploró temas con profundas repercusiones actuales como las relaciones de poder y los conflictos de raza y de género. Esta ha sido calificada como una obra de madurez dentro de la dramaturgia de Estorino por el hábil manejo de la parodia, por la efectiva actualización del mito en la realidad cubana contemporánea, por su marcado carácter intertextual y por el empleo de una variedad de recursos que delatan una sensibilidad posmoderna.