Omar Quintero paga una promesa caminando de La Habana a Santiago de Cuba
Cuando la ciencia se cruzó de brazos y en cada parte médico el diagnóstico no encontraba la luz, Omar Quintero Montes de Oca corrió a una esquina del hospital oncológico de La Habana para pedir un milagro. Fueron 14 días de un duelo desigual con la muerte. Y ya han pasado 10 años.
“Mi promesa de ir caminando desde La Habana hasta El Cobre, en Santiago de Cuba es por la salud de mi hijito —cuenta a quienes se tropieza por la carreta e, incluso, a quienes lo llaman al celular para darle aliento—. Si ella me lo salvaba yo iba y aquí estoy. Sobrevivir a un tumor en el mediastino, luego que lo operaron, no le pudieron hacer nada y hoy el tumor está en el mismo lugar, sin hacer metástasis, creo que es poco común”.
Partió de su casa en Marianao a las 5:50 de la mañana del 15 de enero con la bendición de su madre y los abrazos de dos hermanos y un vecino. Lo vieron salir junto al carrito blanco con cuatro ruedas y techo rojo, donde protege a la imagen hecha de calamina de la Patrona de Cuba, su acompañante desde hace más de 20 años.
“La adoro. Me levanto y duermo con mi virgencita. También, llevo en mi corazón a Yemayá”.
No ha pasado un día en que no le rece. Y desde que empinó su camino le guía. Cada cierto tiempo, se sostiene en las fotos de su hijo Lázaro Quintero Bermúdez con 36 años, que guarda en el celular. Sus cambios físicos y la maldita cicatriz en el medio del pecho le redoblan las fuerzas para seguir hasta la búsqueda de sus raíces espirituales.
“Mi hijito era un muchacho fuerte, bello. Le gustaba hacer ejercicios y un día comenzó con un dolor. Pensamos que era propio de esas actividades. Al hacerle la placa le encontraron el tumor. Y ahí comenzó todo.
“Apenas puede caminar porque se cansa mucho. Duerme sentado. Me da lástima conversar con él porque sé que siente mal. Tose y las flemas son constantes. En ocasiones necesita ir al policlínico por oxígeno y va, según los turnos, al hospital. Se ha seguido dando radiaciones, pero quimioterapia, no. Además, él tiene también sus santos que le ayudan.
“Me llama constantemente para saber por dónde voy y cómo estoy. Ya tengo 56 años, soy hipertenso y sufro de una hernia discal que ni se ha enterado de mi andar. Mi preparación para enfrentar la travesía es solo psicológica. Las fuerzas están, tanto es así que fumo desde los 14 años y ahora me doy cuenta que estoy entero. Subí las lomas de Matanzas como si nada. Claro, yo sé que en eso está mucho mi fe”.
Sancti Spíritus no tiene comparación
Bastó ser percibido bajo el sol o acurrucado en alguna parada o portal, esquivando el frío de las noches, para que la voz de alarma se hiciera viral por las redes sociales: “¡Camina un hombre hasta El Cobre por su hijo!”, “Si ven al Pagador de promesas, ayúdelo”… son algunas de las frases que hicieron noticia el peregrinaje de Omar Quintero.
A su paso por la Carretera Central recibe la solidaridad del pueblo. Foto: Tomada de Facebook.
“Desde San José he recibido mucha ayuda. Prometí no dormir en ninguna casa particular, sino a sus afueras, y como tanto mi Virgencita de la Caridad y Yemayá son de agua, solo me puedo bañar en los ríos, aunque tenga que romper el hielo de sus aguas.
“Pero, lo vivido de Placetas hasta Sancti Spíritus ha sido inimaginable. Me llevo de aquí una piedra de afectos, porque esto sí es un pueblo de cubanos de verdad. Salí con fe, pero la percibida al escoltarme me da mucho más para llegar”.
Habla del recibimiento en tierra yayabera. Casi 12 horas demoró su paso desde Guayos hasta la cabecera provincial. Al borde de la Carretera Central le esperó un mar humano. Unos con obsequios comestibles, dinero, ofrendas y otros para hacerse fotos y decirle que le apoyan. Más de 20 motorinas y ciudadanos a pie le siguieron por extensos tramos hasta que encontró guarida segura para descansar algunas horas en el Recinto Ferial Delio Luna Echemendía, gracias a gestiones solidarias de miembros del grupo de Facebook Te aviso. Aquí hay.
“Hubo un momento en que casi me desmayo y la presión arterial me subió, porque eran demasiadas las personas bordeándome y los pitos y música de las motorinas. La cabeza me hizo: ¡boom!
En la ciudad de Sancti Spíritus un mar humano le dio la bienvenida. Foto: Tomada de Facebook.
“No tengo palabras para agradecer. Me dieron demasiadas cosas que no puedo llevar porque el peso de mi carrito me impide la marcha. Compartiré lo que no necesite con los que sí. Quiero al regresar a La Habana, con el dinero que me sobre, comprar juguetes y donarlos a los niños con cáncer. Esto ha sido una hermandad. Espero que en el resto de los pueblos no ocurra como aquí, porque entonces me será mucho más difícil continuar.
“Sancti Spíritus no tiene comparación. La inmensa bendición de mi Virgen se queda aquí, por la grandeza de su gente”.
También han estado las constantes llamadas. Quienes lo conocieron a su paso le siguen e, incluso, también están quienes al descubrirlo en fotos quieren sumarse al apoyo popular.
“He tenido que apagar el celular para avanzar, porque ya hasta de Santiago de Cuba me dijeron que me esperan. Hubo un niñito de dos años, de Colón, Matanzas que me sacó las lágrimas. Soy un cubano humilde, trabajador desde hace 14 años en un centro de elaboración de alimentos, amante de este país. Hasta traigo una carta de mi jefe que da constancia de que saben y apoyan esta decisión”.
Camino de esperanza
Omar Quintero Montes de Oca no tiene idea de qué día estará de frente a la escalinata de la Basílica Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. Se aferra a sus más autóctonas creencias para continuar su andar por un camino que aun no ha completado la mitad del trayecto.
“Voy a llegar. No sé si de rodillas, con las manos, pero lo haré por mi hijo y por todos los enfermos de cáncer del mundo. Hay que vivirlo para saber la crueldad de una enfermedad que puede afectar a cualquier persona”.
Tras cumplir con lo pactado, aspira regresar a su casa en Marianao mediante algún medio de transporte y con su carrito, su único sostén en este atípico viaje, no solo por proteger la imagen de la Virgen, sino para cargar sus pocas pertenencias y cuanto le entregan quienes se cruzan en su camino por la Carretera Central.
Es el peregrinar de un hombre hasta uno de los rincones de la isla donde prevalece lo más puro de la cubanía. Lo convidan el amor por su hijo y, sobre todo, la fe.