Homenaje a Ramiro Guerra en su centenario
Homenajear en su centenario a quien a lo largo de su extensa vida le han prodigado adjetivos como eterno, obstinado, lúcido, fundador y maestro, es un compromiso ineludible
Ramiro Guerra (La Habana, 29 de junio 1922-1ro. de mayo 2019) navegó siempre por aguas turbulentas. Protagonista de innumerables sucesos en la danza cubana, fue no solo bailarín y coreógrafo, sino, además, investigador, ensayista y crítico.
Homenajear en su centenario a quien a lo largo de su extensa vida le han prodigado adjetivos como eterno, obstinado, lúcido, fundador y maestro, es un compromiso ineludible.
Al maestro solo lo encontré personalmente en 2017, en la presentación del documental Mi vida la danza, realizado por Alina Morante Lima. Se trataba de un recorrido interesante, aunque breve, por la vida y admirable obra de Ramiro Guerra, quien asistió a la proyección y aceptó, al finalizar, a una rápida conversación.
Provocar la memoria del gran coreógrafo luego del documental no era oportuno; solo se le pedirían algunas precisiones. Reafirmó, entonces, con un toque cáustico, pero con mucho humor, que tomaba, como siempre, lo mejor del pasado y avanzaba. Esto, dos años antes de su fallecimiento.
SU PASIÓN POR LA DANZA
A una cronología obligadamente escueta convoca la gran fecha. Aunque se graduó de Derecho en la Universidad de La Habana, ese camino tuvo un desvío radical.
Es la década del 40 del siglo pasado. Su pasión por la danza lo lleva a la escuela de ballet de la Sociedad Pro Arte Musical, donde toma clases con el maestro Nikolai Yavorsky, quien también lo fuera de la excelsa Alicia Alonso.
Muy pronto pasa a la academia de la bailarina y profesora rusa Nina Verchinina, primera figura de los Ballets Russes del Coronel de Basil, y quien lo encaminaría a esa compañía con la cual realizó una gira por Brasil y con ella llega a Nueva York.
Nueva década, los 50 del siglo pasado, y nuevos conceptos estéticos y forma de movimiento. Toma clases, gratuitamente, por cierto, dicho en múltiples entrevistas por el propio Ramiro Guerra, en la Academia de una de las principales cultoras de la danza moderna, Martha Graham.
Aunque calificó a la estadounidense como «la mejor maestra», ha reconocido la influencia de Alberto Alonso (1917-2008), uno de los fundadores del ballet cubano, y lo que le aportarán los cursos en Nueva York, con Doris Humphrey, José Limón y Charles Weidman, figuras esenciales de la danza moderna.
SUS COREOGRAFÍAS, CUBANAS Y UNIVERSALES
De regreso a Cuba, Ramiro Guerra se vinculó al Ballet Alicia Alonso y a la Academia de igual nombre, y en 1952 montó para esa compañía la pieza Toque, con música de Argeliers León, y también Habana 1830, la primera obra con música del maestro Ernesto Lecuona, de las muchas que con su música tiene en repertorio el hoy Ballet Nacional de Cuba.
Años después, cuando Fernando Alonso dirigía el Ballet de Camagüey, creó para este maestro, uno de los fundadores de la escuela cubana de ballet, el espectáculo El canto del ruiseñor.
Fue una década crucial en la trayectoria de Ramiro Guerra. Funda el Grupo Nacional de Danza Moderna, en el cual dio a conocer Rítmicas, música de Amadeo Roldán y pieza que, en 1962, contó con la escenografía de Eduardo Arrocha sobre La Jungla, de Wifredo Lam.
Triunfa la Revolución en 1959 y, con ese hálito, funda el Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional de Cuba y el Conjunto Nacional de Danza Moderna (hoy Danza Contemporánea de Cuba), del cual fue director hasta 1971.
En varias ocasiones el maestro rememoró con orgullo cómo integró el Conjunto: «30 bailarines: diez blancos, diez negros y diez mulatos. De ahí surgieron Eduardo Rivero, Gerardo Lastra, Luz María Collazo, Eddy Veitía…», nombres hoy cardinales en la danza cubana.
Sus coreografías todas, aunque se refieran a un tema genuinamente cubano, tienen un aliento universal y, a través de ellas, desarrolla esa mundialmente reconocida técnica cubana de danza moderna.
El primer estreno con el Conjunto fue en febrero de 1961, en la sala Covarrubias del Teatro Nacional. El programa incluyó dos nuevas obras: Mulato, con música de Amadeo Roldán, y Mambí, con música de Juan Blanco y texto de José Martí.
Luego vendría Suite yoruba, considerada su obra cumbre, con música de Amadeo Roldán, de la cual diría en 1965 el crítico y poeta Calvert Casey: «Pero por los mitos afrocubanos que expresa, por la sencilla belleza de sus danzas y la fascinación de los elementos de escenografía y vestuario, la Suite yoruba impresiona vivamente la imaginación y queda como su creación más atractiva».
Los títulos se suceden toda la década del 60 y muchos son también ya clásicos: Impromptu galante, El milagro de Anaquillé, Auto sacramental, Orfeo antillano, Medea y los negreros, Ceremonial de la danza, y La rebambaramba, con música de Amadeo Roldán y libreto sobre el original de Alejo Carpentier.
Navegó el coreógrafo en aguas turbulentas, y su obra Decálogo del Apocalipsis no fue estrenada en 1971; no obstante, el maestro la ha considerado su obra cumbre. Esa pieza montada, pero no vista, se ha convertido en leyenda.
Avanzando en los 70, ya fuera del Conjunto que fundara, fue coreógrafo y asesor en el Conjunto Folclórico Nacional de Cuba, para el que creó, entre otras, Tríptico oriental y Trinitarias. Para el Teatro Nacional de Pantomima, El reino de este mundo, sobre la novela homónima de Alejo Carpentier. Montó Chacona, para el Ballet Nacional de Cuba, y en 1989, concibió, para Danza Contemporánea de Cuba, De la memoria fragmentada, obra que resume toda la labor coreográfica que él creara para esa compañía.
Ha sido calificado como «padre de la danza moderna» en Cuba, una valoración que sale de los escenarios hacia la teoría y la crítica con títulos hoy imprescindibles: Apreciación de la Danza, Calibán Danzante, Coordenadas Danzarias, Eros baila, Danza y sexualidad, El síndrome del placer, Teatralización del folclore y otros ensayos, y Una metodología para la enseñanza de la danza.
Ramiro Guerra es uno de los grandes, aquel que convocó a los dioses de la danza y los doblegó con el hechizo de sus obras. Justos resultan los homenajes y las remembranzas en el centenario de su nacimiento.