Economista, historiador y periodista. También destacado en la esfera de las relaciones económicas internacionales. Ministro de Comercio del Gobierno Revolucionario.
Raúl Cepero Bonilla nació en la ciudad de Sagua la Grande, de la antigua provincia de Las Villas. Se graduó como bachiller en 1938 en el Instituto de El Vedado, en La Habana. Simultáneamente se desempeñaba como profesor de Educación Moral y Cívica.
En 1942, con la tesis de grado titulada “El Derecho según la concepción materialista de la Historia”, obtuvo el título de Doctor en Leyes en la Universidad de La Habana. En 1951 se graduó también en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Sterling. Desarrolló una fecunda obra, de amplia relevancia nacional e internacional, en el periodismo especializado en temas históricos y económicos.
El enfoque multidisciplinario de los temas sociales, históricos y económicos, torna difícil la clasificación de los trabajos de Cepero Bonilla, pues su obra intelectual y su proyección política están marcadas por la conjugación de lo histórico y lo económico, tanto en sus textos periodísticos como en los ensayísticos. En ese sentido su primer libro, Azúcar y abolición. Apuntes para una historia crítica del abolicionismo, constituye una obra imprescindible en la historiografía cubana.
En consecuencia con su línea de pensamiento, Cepero Bonilla defendió la necesidad de la Reforma Agraria para garantizar verdaderamente la soberanía nacional. Ya entonces tomó partido por las causas justas y por la defensa militante de los intereses del pueblo cubano.
Desde sus primeras obras se hizo patente la crítica al papel desempeñado por la intervención de Estados Unidos en Cuba en 1898, que mantuvo el latifundio y, en general, las condiciones estructurales de dependencia de la economía cubana.
En 1951 integró la delegación cubana que asistió al Congreso Azucarero del Acuerdo General de Tarifas y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés), celebrado en Londres, y durante toda la década desplegó una intensa actividad política, intelectual e insurreccional, en oposición a la tiranía de Fulgencio Batista. Desde la prensa escrita, sobre todo en las revistas y diarios Prensa Libre, Carteles, Bohemia y Acción y Tiempo, fustigó la política económica del gobierno batistiano y la penetración y control de Estados Unidos sobre la economía cubana, denunciando, en particular, la política azucarera gubernamental.
Su obra económica más importante es Política azucarera -publicada en forma clandestina en 1958-, en la cual realizó una fundamentada crítica a la política económica del gobierno de Fulgencio Batista, que tenía en el economista Julián Alienes a uno de sus más vehementes promotores. Aunque Cepero Bonilla reconocía que, analizada desde el plano estrictamente técnico, esa política económica pudo haber permitido determinado nivel de crecimiento, en la práctica provocaba un incremento de la deuda pública, al dilapidarse los recursos en inversiones ajenas al verdadero desarrollo económico. Denominó a esta política, con ironía, “política del gasto alegre”. El efecto multiplicador de esas inversiones a partir del financiamiento público era efímero, pues no se realizaba en el sector productivo, generador permanente de empleo.
Consideró que la fórmula keynesiana –del economista norteamericano John Maynard Keynes- de invertir en la esfera pública para salir de la crisis económica que sacudía al país -válida para los países desarrollados, poseedores de una diversificación industrial sólida-, en las condiciones de subdesarrollo favorecía una demanda artificial que estimulaba las importaciones y no el desarrollo industrial del país. A partir de tales valoraciones, Cepero Bonilla llegó a la conclusión de que esa política favorecía y subvencionaba principalmente a la producción de Estados Unidos, como principal país exportador hacia Cuba.
En Política azucarera denunció el papel que desempeñaba el Instituto Cubano de Estabilización del Azúcar (ICEA), controlado por amigos y personas allegadas a Batista, al regular la producción, las cuotas internas, los precios y salarios, en detrimento de los trabajadores, lo que favorecía la corrupción gubernamental. En esa obra defendió las vías adecuadas para la comercialización del azúcar, y se opuso a la restricción y especulación en los precios, a partir de retenciones de los volúmenes azucareros para encarecerlos artificialmente en el mercado mundial. En la práctica, la política aplicada trajo nefastas consecuencias para el país y para los trabajadores, pues otras naciones vendían lo que Cuba dejaba de vender.
Cepero Bonilla cuestionó la corrupción e ineficiencia del Banco de Desarrollo Económico y Social (BANDES), así como su carácter de instrumento fraudulento para las campañas electorales de Batista, con las que pretendía dar una imagen democrática a su régimen dictatorial y evitar el triunfo de las fuerzas revolucionarias. Asimismo, desenmascaró el mecanismo de financiación de la deuda pública que, consideró, comprometía el futuro de Cuba. De similar forma, criticó con agudeza los precios de las obras civiles -en su mayoría improductivas- que se financiaban por el gobierno, y denunció el latrocinio de las principales figuras del régimen.
Otro tema al que dedicó reiterada atención fue la crítica a la posición defendida por Julián Alienes, en contubernio con el gobierno, sobre el congelación de los salarios como principal vía para incrementar la eficiencia en el sector azucarero. A partir de los niveles de utilidades reales de ese sector clave de la economía cubana, demostró que la vía idónea era el perfeccionamiento tecnológico, pues la no alza de los salarios, además de la afectación social, significaba una repatriación de las utilidades, pues la inversión norteamericana constituía más del 80% del total de las inversiones del sector.
Los especialistas reconocen el rigor científico de los análisis históricos de Raúl Cepero Bonilla sobre las causas de la deformación estructural de la economía cubana, desde la colonia a la república. Demostró que la protección de la corona española a la industria azucarera, primero por propiciar la trata de esclavos y después, a través de concesiones arancelarias a Estados Unidos, había generado que, al priorizarse la industria azucarera, se limitara la diversificación agrícola e industrial. Estas son, según el autor, las raíces del monocultivo y de la dependencia económica y política de Cuba, primero de España y después de Estados Unidos.
Se destaca en su obra, por otra parte, la necesidad de lograr un vínculo orgánico entre economía y educación. En esa línea, fue uno de los principales propulsores de la creación de una Escuela Nacional de Economía, por haber avisorado que los cambios políticos que se gestaban en república exigirían profundas modificaciones económicas.
En 1959 fue designado Ministro de Comercio del Gobierno Revolucionario, función que desempeñó hasta 1960, cuando fue promovido a Presidente del Banco Nacional de Cuba, desde el cual promovió una campaña de ahorro popular. En esa etapa fue también miembro del Instituto Cubano de Estabilización del Azúcar. Además, integró el grupo de fundadores del Consejo Asesor de Historia de la recién creada Academia de Ciencias de Cuba. Continuando su labor intelectual, publicó varios trabajos en la revista Cuba Socialista.
Fue una de las figuras decisivas en la proyección internacional de la Revolución Cubana. Presidió numerosas delegaciones económicas, que representaron a su país en Inglaterra, Francia, Italia, España, República Federal de Alemania, Yugoslavia, Suiza, Dinamarca, Brasil, México y Estados Unidos. En 1962, siendo Presidente del Banco Nacional de Cuba, presidió la delegación cubana a la Séptima Conferencia de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés), efectuada en Río de Janeiro.
El 27 de noviembre de 1962, durante un viaje de regreso a Cuba, se produjo un accidente aéreo en el que pereció, junto a la delegación que le acompañaba, a la edad de cuarenta y dos años. Como homenaje a su vida y su obra, un Instituto de Enseñanza Preuniversitaria de La Habana lleva su nombre.
Fuente: EnCaribe.org