Poeta y dramaturgo cubano; una de las voces imprescindibles del primer romanticismo poético cubano en el siglo XIX, junto a José María Heredia y Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido.
La vida y obra de José Jacinto Milanés está muy vinculada a la ciudad de Matanzas. A pesar de que vivió 49 años –solo con algunas breves estancias en La Habana y en el extranjero, pero la mayor parte en su ciudad natal–, los años con los que contó para su labor creadora fueron pocos, tan sólo una década, a consecuencia de la pérdida de la razón.
Milanés no tuvo, como sí sucedió con José María Heredia, una educación elevada. Había perdido tempranamente al padre y la familia vivía asistida económicamente por un tío. De hecho, por razones económicas fue frecuente el cambio de domicilio, hasta que en 1832 la familia heredó una casona matancera en la que vivió Milanés hasta el final de sus días; y en la que radica hoy el Archivo Histórico de Matanzas.
No obstante las limitaciones que padeció, su educación y las habilidades e interés en el aprendizaje de otras lenguas son corroborados por una obra de notable interés que cuenta con poemas escritos en italiano y francés. Conocía latín e inglés (este último más rudimentario). El estudio de idiomas y la avidez por la lectura fue moldeando la sensibilidad que pronto haría descollante su obra poética.
En 1832 viajó a La Habana para trabajar en la ferretería de Don Valentín Martínez; sin embargo, el ambiente no resultaba halagüeño y regresó pronto a Matanzas.
La obra literaria de Milanés incluye poemas, obras escénicas y algunos artículos periodísticos.
La producción poética puede, a grandes rasgos, agruparse en tres vertientes principales: los poemas netamente líricos –los que sin margen a la duda, le garantizan el lugar prominente que ocupa en la literatura romántica cubana–, los poemas de corte popular –casi siempre humorísticos o satíricos– y los que intentan una directa prédica socio-moral.
Los primeros poemas de Milanés de que se tienen noticias datan de 1831-1834, muy marcados por las lecturas de la poesía y el teatro españoles de los Siglos de Oro. Es justamente, a partir del inicio en 1835 de las tertulias matanceras de Domingo del Monte, que el nombre de Milanés va a encontrarse asociado a la figura delmontina.
Las relaciones entre él y Milanés, recogidas en gran medida a través de cartas, llenan casi todo un capítulo de la historia literaria cubana. No pocos críticos valoran que el ambiente tertuliano influyó para que 1835 fuera el año más productivo en cuanto a las creaciones de Milanés.
Especial atención merecen, de ese año, los versos de “El recuerdo de amor”, que anticipa la línea por la que se enrumbará el poeta. Se vislumbran ahí el aire romántico, la asombrosa sencillez y el arraigo popular de su posterior creación. Es ese romanticismo, en él más intimista y delicado, el que se acerca a los poetas del segundo periodo romántico en la Isla, con Juan Clemente Zenea y Luisa Pérez de Zambrana. Entre los sonetos de este momento que han merecido mayor atención, se encuentran “El mar”, “Su mar”. Asimismo, se dan las primeras incursiones de Milanés en la línea satírico-costumbrista, que agruparía bajo la denominación de Cancionero de Tristán Morales.
Son evidentes aquí el empleo de voces netamente cubanas y la crítica social, preludiadora de la zona filosófico-moral que animará el lapso 1837-1838. Milanés defendía el compromiso del intelectual con la sociedad. Resultan muy elocuentes sus poemas “El mendigo” y “El negro alzado” –el primer poema verdaderamente antiesclavista de la historia cubana, según criterio de uno de sus mayores estudiosos, el investigador Salvador Arias.
Se suele achacar al desequilibrio mental de Milanés el llamado “desaliño” presente en algunos de sus textos, que no cumplen a cabalidad con el canon literario de la época. Milanés tuvo su propia concepción de lo poético y así lo expresó más de una vez (véase a propósito su poema “La ley del trabajo”). La voluntad de hacer un verso tan “natural como espontáneo” estaba muy arraigada en él.
En 1837 se publicó en el Aguinaldo Habanero el célebre poema “La madrugada”, considerado entre los más notables y característicos de su poesía. Se cuenta que Víctor Hugo expresó a Justo de Lara al leer este poema: “¡Ese es un poeta! Hace más de treinta años que no hablo el español. Esas estrofas las he entendido todas y siento que en mis Hojas de otoño, mis Orientales o mis Cantos del crepúsculo, no se me haya ocurrido nada por el estilo”. En este extenso poema (compuesto por 24 redondillas) es notable una visión otra de la naturaleza de la Isla, a través de la relación, típicamente romántica, entre la imagen de la madrugada y el mundo interior, angustiado, del poeta. Sin embargo, el texto más famoso de los escritos en ese tiempo es “El beso”, con el tema del encuentro entre dos amantes, enlazado con las preocupaciones filosófico-moralistas del poetas, la pureza, en especial. Cintio Vitier llamó la atención sobre lo que denominó su “obsesión de pureza”, una “constante neurótica, ligada al escrúpulo y a la culpa hiperbolizados”.
La obra de Milanés alcanzó mucha popularidad y, pese a ciertas críticas de que fue objeto (sobre todo por su zona filosófico-moral), era muy elogiado en el concierto intelectual. Así sucedió con “La fuga de la tórtola”, que trascendió al poeta hasta convertirse en un icono de la poesía cubana de todos los tiempos.
En el año 1841, Milanés publicó en coautoría con su hermano Federico, y bajo el seudónimo de Miraflor, el libro Los cantares del montero, primero en publicar décimas de cierta calidad en la Isla. De este año también es el extenso poema en décimas “Su alma”. Le seguirían otras composiciones donde se revela el enriquecimiento de su lírica, y de ellos no podría dejar de mencionarse “De codos en el puente”, que, en opinión de Cintio Vitier, y casi por conceso crítico, es su poema emblemático. El texto inicia con la invocación a un elemento natural, el río San Juan, uno de los que atraviesa su ciudad, para dar paso a hondas reflexiones en torno a la contradicción entre el progreso material y el avance de la cultura.
En julio de 1842 escribió Milanés su “Epístola a Ignacio Rodríguez Galván”, poeta mejicano. Con él, respondía a una invitación para que abandonara la patria en busca de mejor ambiente para la creación. El poema todo está preñado de clamor por la independencia de su patria. No llegó nunca el texto a su destinatario, que murió cuatro días después de la escritura, y fue Cirilo Villaverde quien logró recuperar la carta que lo contenía. La composición fue tan apreciada por el pueblo que sus estrofas circularon de forma clandestina por todo el país.
Aunque la poesía de Milanés consigue cautivar la atención de los estudiosos, no puede dejar de mencionarse que el autor dedicó esfuerzos notables al teatro, siendo El conde Alarcos su obra descollante.
El año 1842 marca el fin de la obra de Milanés y el punto de partida de su decadencia intelectual y orgánica. Poca información existe en torno al estado de su salud entonces. Se cuestiona el que su hermano Federico haya potenciado la declaración de su desequilibrio mental como forma de preservarlo de las autoridades coloniales, teniendo en cuenta la fuerte crítica a la situación de Cuba en sus últimos textos. De las causas de su locura, se ha creado toda una leyenda: la que cuenta el amor imposible por su prima, bastante menor que él y de posición acomodada, bien distante de la del poeta.
Del amor infausto hay evidencia en sus versos “A Isa”. Se considera que el último fruto original de su genio poético es la composición titulada “Dios existe”.
Después de 1851 no escribió más y su estado se agravó hasta el momento de su fallecimiento en 1863.
De la presencia de la figura de Milanés en el panorama literario del siglo XX, merece obligada mención la obra teatral de Abelardo Estorino, en especial La dolorosa historia del amor secreto de don Jacinto Milanés, de 1973, y Vagos rumores, de 1992.