Ivette Susana Hernández Álvarez

Ivette Hernández
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Nacimiento:  
24
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5
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1934
Fallecimiento:  
26
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5
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2021

Ivette Hernández ha sido una de las más grandes pianistas cubanas de todos los tiempos. Su cubanía estaba fuera de toda duda, orgullosamente guantanamera, su interpretación de las Danzas de Ignacio Cervantes está considerada como algo muy difícil de igualar y superar, y aún más: su obra interpretativa toda le asegura un lugar indiscutible en la cultura cubana.

Casi desde que tuvo conciencia y razón Ileana dio muestras de una precoz inclinación hacia la música. La niña guantanamera había nacido en cuna de cierta solvencia. Tan pronto como se evidenciaron sus inclinaciones musicales, sus padres decidieron canalizar y ayudar en todo lo posible al desarrollo de aquel talento innato y desmedido. En su ciudad natal toma las primeras clases con los maestros guantanameros José Gallard y Sara Parúas, quienes pronto comprenden que el talento de la pequeña merece expandirse.

Con diez años sus padres la llevan a la capital para continuar estudios. Allí la descubre un vienés que cumplía una temporada contratado por Pro-Arte Musical para dirigir la Orquesta Filarmónica de La Habana: era el maestro Erich Kleiber, quien se convierte en un verdadero mentor para la pequeña y un factor decisivo en el curso posterior de su incipiente carrera.

En 1945 la revista Bohemia, en su edición del 15 de abril, da la voz de alarma sobre la niña prodigio de Guantánamo, y reseña: “Aquella noche del 25 de febrero de 1945 fue de muy gratas proporciones para el arte musical cubano. El gran mundo de la elegancia y la cultura, congregado en el teatro “Auditorium”, se sintió sobrecogido por la emoción que le transmitía la pequeña gran artista que se presentaba con la Orquesta Filarmónica de La Habana y bajo la dirección del maestro Erich Kleiber. Se llama Ivette Hernández. Tiene once años y es una pianista prodigiosa.”

A instancias de Kleiber, ocurrió el milagro. Ese día, la pequeña Ivette, ante un público suspicaz e incrédulo inició su concierto, interpretando el Capriccio Brillante de F. Mendelssohn, y todas las expectativas fueron rebasadas. El crítico Rafael Suárez Solís, al día siguiente del concierto, recordó en su columna del diario habanero El País, las palabras del maestro Kleiber, por cuya iniciativa Ivette había subido al escenario del Auditorium: “No es que toque muy bien para la edad que tiene, y aun para cualquier edad: es que, a su edad, interpreta. Por consiguiente, asusta…”.

Interrogada por el periodista Don Galaor, la niña Ivette confesó, con gran naturalidad, que desde los tres años tocaba el piano, de oídas, y que a los siete comenzó a estudiar allá en Guantánamo con el profesor José Gallart. Afirmó que no le asustaba el público y que no era la primera vez que lo enfrentaba: “Pro-Arte Musical de Santiago de Cuba me había presentado antes, y después el Decano de Pedagogía de la Universidad me presentó como un caso pedagógico en un concierto que ofrecí en la propia Universidad.” En sus primeros conciertos, Ivette interpretó a Chopin, Paderewski, Beethoven, pero reconocía entonces que Mozart, Bach y Debussy estaban entre sus preferidos.

Ella misma contaba en aquella su primera entrevista en 1945, realizada en casa de la reconocida soprano Carmelina Rosell: “Llevo un año en La Habana. Mi mamá está en Oriente y mi padre en el ingenio Santa Cecilia, del que es jefe de fabricación. Estoy aquí con mi abuelita [Elsa Rodríguez de Aguirre], pero Pro-Arte Musical de La Habana se ha encargado de mi educación y pronto iré a Estados Unidos, becada, a estudiar con Olga Samaroff, en Filadelfia.”

En efecto, la directiva de Pro-Arte Musical se conmovió ante el talento precoz y, motivada, decidió a reanudar la beca que había sido concedida anteriormente a quien también sería otro gran pianista, Jorge Bolet. Ahora, con el acertado nombre de “María Teresa García Montes de Giberga”, esta beca sería conferida a Ivette Hernández.

El viaje se hizo realidad. Acompañada por su padre Bernardo, embarca en el buque Florida rumbo a Miami con destino final Nueva York. Era el 25 de mayo de 1947. Allí perfecciona sus estudios con los maestros Sidney Foster y Claudio Arrau.

Tras terminar meses de perfeccionamiento, regresa a Cuba. A punto de cumplir los quince años la guantanamera adolescente se presenta el domingo 27 de junio de 1948 en el acto organizado por la Sección de Bellas Artes del Ministerio de Educación y también en el segundo Concierto de Verano de la Orquesta Filarmónica de La Habana, bajo la batuta del maestro Heinz Unger, interpretando el Concierto No.1 para piano y orquesta, Op. 11, de F. Chopin.

En su columna de crítica cultural en el periódico Hoy, su redactora Mirtha Aguirre escribía acerca de las virtudes evidentes de la pianista quinceañera: “… posee un fraseo de claridad absoluta, un sonido de regularidad maravillosa, unos agudos como de cristal, unos pianísimos emocionantes. Su disciplina formal es ya la de los instrumentistas que dominan un oficio. Pero esto es lo de menos junto a lo otro, lo que difícilmente se aprende y muchos viejos artistas nunca logran: la musicalidad profunda y severísimamente orientada.” Y evaluando su desempeño al interpretar al célebre concierto chopiniano, Aguirre asegura: “… raras veces se escucha [ese concierto] como ha podido oírsele a Ivette Hernández”.

Resumiendo ambos acontecimientos de 1948, Mirta Aguirre sentenciaba: “…sus dos conciertos han sido sorprendentes. Los catorce años de Ivette Hernández ante el piano son como un milagro que cumple las promesas que hace tiempo nos dio, en ese mismo teatro en el que ahora se ha presentado la adolescente, la niñita de lazos azules a la que era preciso calificar de genial.”

En 1949 sube de nuevo al escenario del teatro Auditorium de La Habana, de nuevo bajo los auspicios de la Sociedad Pro-Arte Musical y la tutela artística de su maestro Sidney Foster. La Hernández interpreta obras de Brahms, Liszt y Debussy.

Aquellos conciertos efectuados los días 3 y 5 de enero de 1949 fueron acogidos con beneplácito por músicos y críticos, quienes se referían a Ivette como “la brillante pianista-niña”. En particular, Mirtha Aguirre, desde su ya citada columna de casi un cuarto de página en el periódico Hoy, dedicó el 5 de enero una elogiosa y oportuna crítica: “… en nada beneficia a Ivette Hernández -la artista Ivette Hernández, la buena pianista Ivette Hernández-, que se le continúe considerando como una promesa, como una criatura genial en la que hay que juzgar sólo la innata aptitud instrumental, dispensando en aras de los pocos años las debilidades que pueda mostrar. Ivette Hernández toca ya, en el más artístico de los sentidos; posee ya, como pianista, una desarrollada técnica de adulto; ha rendido ya, con extraordinarios frutos, intensos años de estudio, y comienza a proyectarse ya también, hacia las salas de conciertos.”

Pocos meses después Ivette volvería a Nueva York en viaje de estudios, y allí conocería a Arthur Rubinstein. El genial músico, valorando el talento y las posibilidades de la cubanita, le aconseja viajar a Europa a recibir clases del músico Marcel Ciampi. Con 15 años, Ivette iniciaría la fuerte preparación que demandaba el concurso de oposición para el ingreso al Conservatorio de Música de París, donde ejercía el maestro Ciampi. En medio de largas horas de estudios en el piano, y al presentar molestias, surge un dramático problema: se le diagnostica la presencia de un tumor en una de sus manos. Es sometida a una intervención quirúrgica, que exigió después cerca de tres meses de recuperación y reposo. Ivette no se amilanó y en cuanto le fue posible continuó su preparación de manera ininterrumpida.

Desde Nueva York, el 4 de septiembre de 1949 aborda el vapor Queen Elizabeth con rumbo al puerto de Cherbourg, Francia para llegar al destino final de este viaje: París. Al concurso para ingresar al Conservatorio se presentaron 399 candidatos, pero solo la guantanamera Ivette Hernández fue quien obtuvo el primer lugar.

París sería importantísimo en su formación: allí recibe clases del maestro Ciampi y más tarde de Margueritte Long y comenzaría su cosecha de premios en Europa: en 1950 obtiene uno de sus más grandes triunfos: el codiciado Gran Premio de Música y Piano del Conservatorio de París. En ocasión de su ascenso al trono, la Reina Isabel II de Inglaterra decide crear un premio especial por su coronación, y le pide a la gran pianista británica Harriet Cohen que seleccione a tres pianistas jóvenes que merezcan recibirlo. Ya la Cohen había visto tocar a la cubana, la había conocido personalmente, impresionada por el talento de la joven. Así, Ivette Hernández es premiada con una de las tres medallas entregadas por la soberana británica. Al conocerse la noticia en Guantánamo, el Club de Leones y otras instituciones guantanameras deciden organizar un tributo en honor de la joven pianista.

Sale de París hacia Cuba, vía New York, el 20 de julio de 1951 y llega a su ciudad natal el 25 de agosto de 1951, para una ocasión especial: el Ayuntamiento de Guantánamo y el Club de Leones de esa ciudad, le homenajean recibiendo de manos del entonces Alcalde Ladislao Guerra el título de Hija Predilecta de Guantánamo. El Club de Leones le entrega una bandera cubana ribeteada en oro para que le sea entregada a la soberana británica en señal de gratitud y reconocimiento. Poco tiempo estaría en Cuba, pues ya en septiembre de ese mismo año debe regresar a París a continuar sus estudios. Permanece allí hasta junio del siguiente año en que viaja de regreso a Nueva York. Serán años en que Ivette se mantendrá viajando constantemente a Estados Unidos, Cuba y Europa.

En 1954 se casa con Juan Comas Rivas, padre de su primer hijo. El matrimonio durará poco. Ivette continuará entre fuertes jornadas de estudio y preparación de recitales y conciertos. Entre los muchos que ofrece se destaca su interpretación, con gran éxito, del Concierto no. 4 en Sol Mayor Opus 58 para piano y orquesta de Ludwig Van Beethoven, con la Orquesta Filarmónica de La Habana conducida por el director norteamericano Walter Hendl. El habanero teatro Auditorium acogería este acontecimiento el 4 de junio de 1956, como parte de los dos eventos que festejaban la obra del compositor alemán. Entre 1957 a 1959 Ivette reside en París recibiendo clases de Margaritte Long.

Tras el derrocamiento del gobierno de Fulgencio Batista el 1 de enero de 1959, Ivette pasa más tiempo en Cuba con su familia, ansiosa también de conocer de primera mano los cambios que rápidamente se producen tras asumir el poder el gobierno revolucionario . Se involucra. Se suma a múltiples acciones culturales, da conciertos y comienza a impartir clases dos veces por semana en el conservatorio “Alejandro García Caturla.” Se une a un concierto popular convocado para el 25 de febrero de ese año en el Estadio Universitario para clausurar los festejos por la efeméride del Grito de Baire, en el que participaron, además, la Orquesta Filarmónica y la Banda Municipal de La Habana, ambas dirigidas por Gonzalo Roig; el pianista y compositor Ernesto Lecuona, quien, como Ivette, había llegado a La Habana para tomar contacto y participar en los cambios que con rapidez se producían en el país. Participaron también los cantantes María de los Ángeles Santana, María Teresa Carrillo, Carmelina Rosell, Rosaura Biada, Ramón Calzadilla, Zoraida Morales, Eulogio Peraza, Violeta Vergara, Manolo Torrente, los tríos Matamoros y Servando Díaz, el dúo Cabrisas-Farach y el de las Hermanas Martí, Ramón Calzadilla, Ramón Veloz y su Conjunto, y el coro de Paquito Godino, entre otros.

En octubre de 1959 el Primer Festival Universitario de Música acogió a Ivette en concierto en la Plaza Cadenas de la Universidad de La Habana. La orquesta sinfónica de la C.M.Z., la radioemisora del Ministerio de Educación, dirigida por Roberto Valdés Arnau respaldó a la pianista en el Concierto No. 2 en Do menor Op. 18 para piano y orquesta de Sergei Rachmaninoff.

Ivette protagoniza el tercer concierto de música sinfónica el 5 de diciembre de 1959 , auspiciado por la recién estrenada Dirección General de Cultura del Ministerio de Educación. Sobre el escenario del teatro Auditorium y bajo la batuta de Jean Constantinescu, interpretó el Concierto en Re Mayor para piano y orquesta de W.A. Mozart. Antes de viajar a Polonia para participar en el Concurso de Piano de Varsovia, Ivette vuelve a la escena del Auditorium el 17 de enero de 1960 para interpretar de nuevo el Concierto No.2 en do menor para piano y orquesta Op. 18 de S. Rachmaninoff, con una orquesta dirigida por el Maestro González Mantici. Se trataba de un evento pro-Reforma Agraria auspiciado por la radioemisora C.M.Z. y la División de Arte del Ejército Rebelde.

El equipo que trabaja en el recién construído Teatro Nacional de Cuba muestra una febril actividad. A finales de febrero de 1960, su departamento de música, dirigido por el compositor Carlos Fariñas, presenta a la Orquesta Sinfónica del teatro, conducida por González Mantici en el Concierto No. 4 para piano y orquesta de Beethoven, con Ivette Hernández como solista. El programa incluye también una obra del compositor cubano Félix Guerrero.[20] Meses después, en agosto, la pianista es presentada en la sala Covarrubias del propio teatro interpretando el Concierto No. 2 para piano y orquesta de J. Brahms, también bajo la dirección el maestro González Mantici.

Ivette Hernández era una auténtica celebridad y como tal se le reconocía. En septiembre de 1964 la reconocida revista Cuba le dedica su portada, con un tríptico fotográfico realizado por el eminente fotógrafo Mario García Joya “Mayito” y en el interior, un reportaje-entrevista de Alfredo Muñoz Unsain con fotos de Mayito. En él Ivette habla de su vida y de su entrega en los últimos años, para, como muchos otros músicos, llevar su arte más allá de las salas habituales, ofreciendo conciertos al aire libre, en escuelas, zonas rurales, donde por ella se ha conocido , según el articulista “…la música de Bartok y Schömberg, alternando ese auditorio virgen con las salas consagradas donde zumba la opinión de los críticos.” La entrevista discurre entre temas cotidianos y reflexiones de alto vuelo acerca del pianismo y el arte. Ivette afirma que “el piano es un amigo, un amante y un traicionado, todo a gran escala.”

Realiza giras por Alemania, Rusia, Hungría, Rumanía. En 1965 da conciertos en Austria y en esa ocasión, el crítico musical del rotativo Kurier escribiría: “Para mí, ha sido desde hace muchos años, la mejor pianista que ha actuado en el Brahms Saal, de Viena” ¡Y no hay que olvidar que se trata de una de las más prestigiosas salas de conciertos de la capital austríaca!

Un importante suceso pianístico ocurre el 10 de mayo de 1966 en el teatro Amadeo Roldán (antiguo Auditorium): Ivette Hernández y la reconocida pianista polaca Halina Czerny Stefanska ofrecen un recital a dos pianos interpretando obras de Scarlatti, Chopin, Mozart, Schumann, Brahms, Liszt y Cervantes. Sobre este suceso Ivette opinó: “Ese concierto que hicimos con ella es una cosa muy difícil. Creo que es la primera vez que se hace en Cuba. Es difícil, porque fuimos dos temperamentos distintos interpretando una misma obra. Todo lo que se hace en música de cámara resulta muy difícil. Sin embargo, me parece que la ejecución salió uniforme. Como si hubiese sido una sola persona la que tocaba el piano.” El encore fue Los delirios de Rosita, una deliciosa danza de Ignacio Cervantes. La tocaron las dos sentadas en la misma banqueta, en un solo piano.

El crítico Félix Contreras, en su artículo “Ivette y Halina. Mano a mano” publicado en la revista Cuba, refería que directivos de EGREM se habían interesado en dejar registrado este memorable encuentro. “El miércoles 11 [de mayo] a las cuatro de la madrugada Halina Czerny Stefanska e Ivette Hernández lo dejaron grabado.”- sentenciaría Contreras en su texto. Sin embargo esta afirmación del periodista abre una gran interrogante, pues hasta donde se ha podido investigar, el disco no existe, la cinta al parecer, tampoco; el disco nunca salió al mercado ni aparece consignado en el catálogo de matrices y grabaciones del sello Areíto de EGREM. Las respectivas discografías de Ivette Hernández y Halina Czerny Stefanska no lo mencionan.

El 4 de abril de ese año Ivette viaja desde La Habana a Italia contratada por la RAI para realizar, a partir del 15 de ese mes, una serie de conciertos y presentaciones en radio y televisión en Roma, Florencia, Venecia, y otras ciudades.

Casada con el diplomático cubano Armando Flores Ibarra, quien había sido embajador de Cuba en Checoslovaquia entre 1963 y 1965 y había tenido otros cargos desde 1959 en las embajadas de Cuba en Estados Unidos, Bélgica y Rumanía, Ivette recibe autorización para viajar con su esposo y sus dos hijos a Francia en 1968. Marcel Ciampi, uno de sus maestros en París y a quien le unía un profundo cariño, se encontraba gravemente enfermo y había reclamado su presencia a su lado ante el inminente final. En ese viaje, Ivette y su esposo deciden no regresar a La Habana y residir fuera del país. Medios de prensa en España y Estados Unidos se hacen eco de la decisión de la pareja, que se radica temporalmente en España.

La joven pianista había vivido fuera de Cuba, entre Nueva York y París, desde los 15 años, la mayor parte de su vida, y principalmente, durante sus años de formación y estudios y también de conciertos y recitales.

Meses antes Ivette había grabado para el sello Areíto (EGREM) el LP Obras de Ignacio Cervantes, ya impreso al momento en que la pianista toma la decisión de radicarse fuera de Cuba el disco fue suprimido del catálogo del sello productor. El disco es en sí mismo relevante por ser la primera grabación que hace Ivette Hernández de la casi totalidad de las danza cervantinas, y además, por incluir excelentes notas discográficas de la prominente compositora, pedagoga y directora coral Gisela Hernández, que ofrecen información valorativa sobre la intérprete y el autor de las treinta y una danzas del disco.

“Dotada de un temperamento excepcional, Ivette Hernández ha logrado con el sometimiento a una rígida disciplina, el desarrollo de una técnica depurada”-afirma Gisela Hernández en las notas al disco. Y agrega: “En Ivette Hernández se puede admirar, junto a su rigor técnico, la espontaneidad de su expresión, la intensidad interpretativa, y, como se ha afirmado “su frescura disciplinada y clásica”. En ella se dan la brillantez y la personalidad de una gran virtuosa.”

En su cara A, el LP Obras de Ignacio Cervantes incluye las danzas: Soledad, No me toques, Un recuerdo, La celosa, La encantadora, Duchas frías, Zigs-Zags, Amistad, No bailes más, Invitación, Se fue y no vuelve más, Mensaje, Improvisada, Picotazos, Cortesana, La carcajada y Decisión. En la cara B: Los tres golpes, Adios a Cuba, Vuelta al hogar, Ilusiones perdidas, El velorio, Siempre así, Pst!, Homenaje, Interrumpida, No llores más, ¡Te quiero tanto!, Tiene que ser, ¿Por qué, eh?, y Lejos de ti. Hoy, este disco es una rareza de coleccionismo, por la escasez de ejemplares disponibles y por lo alarmante e inusual del añadido. Sin embargo, las pocas personas que han podido conservarlo u obtenerlo tienen en su poder una joya de la pianística cubana y uno de los pocos registros fonográficos realizados por la notable pianista guantanamera.

Ivette y su esposo llegan a España en 1968. Ese mismo año el sello RCA español publica el LP Danzas cubanas para piano (LSC-16340), que incluye 35 danzas cervantinas, 4 más que el disco cubano, del que no incluye Duchas frías y No bailes más, pero agrega otras 6 danzas: Almendares, La glorieta, Cri-Cri, Intima, Gran señora, y ¡Amén!. A diferencia del disco de Areíto, el de RCA España incluye los créditos del productor (Pedro Machado Castro), el ingeniero de sonido (Francisco Rivera), una breve nota sobre la pianista; una reseña biográfica de Ignacio Cervantes escrita por Machado Castro, más breves notas de Alejo Carpentier (escritas en 1948) y de Orlando Martínez, también sobre el autor de estas danzas.

Ivette y su esposo permanecerán en España cerca de tres años. Un grato acontecimiento hará que sus planes tomen otro rumbo.

En 1969, el 4 de diciembre, Ivette ofrece un recital en la Casa Americana de Hamburgo, Alemania, que provocará una de las mejores críticas a lo largo de su carrera.

En junio de 1970 Ivette da un paso significativo cuando se presenta a concursar en la First International Louis Moreau Gottshalk Competition for Pianists and Composers, importante evento convocado por la Universidad Dillard, en New Orleans y de manera espectacular gana la Medalla de Oro. Según el rotativo The Pittsburgh Courier, la pianista guantanamera “conquistó al público y al jurado con su emocional interpretación de la Sonata en Sí menor de Franz Liszt.” Ivette ganó esta distinción dotada individualmente con 1500 dólares, junto al chileno Roberto Bravo y al norteamericano Richard Syracuse. Este premio fue crucial para el relanzamiento de su carrera y decisivo para que la familia, dislocada entre España y Francia, decidiera afincarse definitivamente en Estados Unidos.

Dos años más tarde, la pianista hace su debut newyorkino nada menos que en el Carnegie Hall, con un repertorio que incluyó los Etudes Sinfónicos de Schumann, la Sonata No. 2 de Chopin, una Sonatina de Ravel, dos Preludios de Debussy y dos piezas de Albeniz. A juzgar por la breve reseña publicada en The New York Times, la temperamental Ivette no fue cabalmente comprendida por el crítico Allen Hughes, aunque el norteamericano debió convenir en la excelencia de su desempeño técnico y su cabal comprensión de las obras interpretadas.

La cubana ha entrado por la puerta grande, como siempre lo hizo: el 24 de noviembre de 1973 ofrece un importante concierto en el Town Hall de Nueva York, que no puede ser ignorado por el exigente Peter G. Davis, otro crítico de The New York Times: “Todo lo que Ivette Hernández tocó en su recital de piano, a última hora de la tarde del pasado sábado en el Town Hall, exhibió interpretaciones precisas, ordenadas y articuladas con precisión. Para ser aún más claro y con una lógica ordenada: difícilmente podría ser criticada.

La Sonata de Liszt, la pieza de resistencia del programa, exige un poco más que modales musicales correctos, y aquí la señorita Hernández sonaba como una pequeña escolar. A menudo le daba tanta importancia a los detalles, como a la sustancia temática y estructural primaria; mientras, su tono parecía desnutrido para un trabajo tan épico. Dos sonatas Scarlatti, las seis pequeñas piezas de Schoenberg, tres estudios de Chopin y el «Gaspard de la Nuit» de Ravel encajan más cómodamente dentro del alcance del pianismo de la señorita Hernández. En Ravel podría haber usado un poco más de color, pero fue refrescante escuchar las notas proyectadas con tanta honestidad técnica. En Schoenberg también se desempeñó maravillosamente, con absoluta precisión, pero también con una sensibilidad inflexible.

La carrera de Ivette Hernández continúa en ascenso. En 1974 es firmada por la agencia internacional de talento musical The Matthews and Napal Agency, para realizar conciertos y recitales en el territorio de la Unión y también en América Latina, de lo cual se hacen eco varios periódicos norteamericanos. En junio de 1975 en el Hunter College se organiza un concierto a beneficio de la WNCN, la única radioemisora newyorkina dedicada a transmitir exclusivamente música clásica. Ivette Hernández aparece en el cartel, junto a la cantante folk Judy Collins, la soprano Maralin Niska, de la Metropolitan Opera y Renata Babak, ex integrante de la Opera del Teatro Bolshoi de Moscú. El periódico The Central New Jersey Home News, al informar esta noticia, indicaba que Ivette acababa de regresar de una gira por países de América Latina.

Diferentes medios, como The New York Times se hicieron eco del recital que ofreciera en el Hunter College Playhouse el 19 de febrero de 1976, como parte de sus Series Latinoamericanas, interpretando la pianista cubana varias sonatas de Scarlatti, la Sonata en Do menor de Beethoven, la Sonata No. 7 de Prokofiev y algunas danzas de Cervantes, entre las cuales, llaman la atención, de manera evocadora, dos que interpreta con cierta frecuencia: Adiós a Cuba y Vuelta al hogar.

Y ya se anuncian sus presentaciones como solista con las orquestas sinfónicas de Milwaukee y Minnesota. En el segundo evento anual YWCA Music at the Neighbors Benefit Pops Concert, actuaría junto a los Carillon Choristers en un programa dedicado a la música de George Gershwin, donde por primera vez interpretaría Rhapsody in Blue, con el respaldo de la Orquesta Sinfónica de Minnesota. Conquistará en ellas el favor de la crítica, sobre todo por su interpretación del Concierto No. 1 para piano y orquesta de Chopin. El periódico The Milwaukee Journal afirmó que Hernández había aportado a Chopin “una técnica brillante y una sensibilidad que nunca le permitió caer en brazos del sentimentalismo.”

Imparable, con un recital la tarde del 2 de marzo de 1977, en el Alice Tully Hall, del Lincoln Center en Nueva York, Ivette conmemora el treinta aniversario de su debut en La Habana, en aquel memorable concierto con el maestro Erich Kleiber. Para esta ocasión, anuncia un programa con obras de Chopin y Rachmaninoff y reserva para el final el Petroushka de Stravinsky. “Es la primera vez que interpretaré esta obra en público -afirma Ivette-. Y aunque Stravinsky aclaró que no se trata de una transcripción de los movimientos del famoso ballet, su versión para piano se apega estrechamente a la partitura orquestal y el solista no puede dejar de evocar toda su brillantez y originalidad.”

En este concierto, subrayó, evocaría en Kleiber no sólo al músico que de manera tan colosal influyó en su carrera, sino también al hombre que de modo inclaudicable se aferró al principio de la libertad en la expresión artística, “una actitud que le hizo colisionar en su tiempo con todo tipo de totalitarismos”, según destacara la pianista en entrevista para el Pensacola News Journal. “Erich Kleiber fue como un padre para mí. Su muerte en 1956 me llenó de profundo pesar” -diría Ivette a la prensa.

Su carrera la llevaría a ofrecer conciertos y recitales en numerosas ciudades de Estados Unidos y otros países, en teatros, salas y auditorios en universidades. En particular, la prensa destacó también su participación como solista junto a la Orquesta Sinfónica de Miami, al menos en dos conciertos: uno, el 15 de diciembre de 1991 bajo la dirección de Manuel Ochoa en un programa con obras de Rachmaninoff, Corelli, Faure, Ponchinelli y Händel y otro, en el Lincoln Theatre, el 20 de febrero de 1994, conducida por José Carlos Santo, con obras de Beethoven, Robles y Falla.

Ivette Hernández hace parte de la decena de pianistas cubanos que son artistas Steinway. Su página en la web oficial de la insigne marca constructora de pianos, se inaugura con estas palabras suyas: “Steinway ha alcanzado los mayores logros en la fabricación de pianos. Le permite al artista desplegar todos sus recursos en el uso de esa técnica y proyectar en toda su dimensión el espectro de su personalidad, sus ideas, sus fantasías y sus sensaciones.”

La labor pedagógica de Ivette Hernández es recordada por sus alumnos. La pianista cubana Ninowska Fernández Brito evocó su magisterio en ocasión de una nueva edición del Concurso Nacional de Interpretación y Composición convocado por la UNEAC en 2016. Décadas atrás, junto a Frank Fernández, Ninowska fue ganadora del primer concurso y como tal exaltó la figura de Ivette Hernández como pedagoga, “sobre todo, por lo amable que era como maestra. Ivette Hernández es digna de tener en cuenta en la historia pianística de la Isla”.

Ivette reside en Manhattan desde hace décadas y con más de 80 años probablemente siga mostrando su famosa y serena belleza. Continúa ofreciendo conferencias en universidades estadounidenses, impartiendo clases a un grupo selecto de alumnos, y realizando conciertos. Es miembro del Buró Asesor del Centro Cultural Cubano en New York, institución que en 2004 le otorgó la Medalla “Ignacio Cervantes” por sus méritos como artista del teclado. El homenaje a esta insigne músico tuvo lugar en la Sala Weill del Carnegie Hall, donde la pianista como parte del ritual, ofreció un concierto para reciprocar las muestras de aprecio y estima en aquel acto. Solo otras dos pianistas cubanas recibieron antes este reconocimiento: Zenaida Manfugás y Juana Zayas.

Cerca de 2013, el canal Solvisión de Guantánamo dedicó a Ivette Hernández una emisión de su programa Tentar el asombro. Historias de Guantánamo. La investigadora musical Magrit Barrio hizo un apretado recorrido por su vida y obra, y leyó una carta enviada por la eminente pianista al pueblo de Guantánamo, fechada el 14 de octubre de 2012:

“Saludos, Guantánamo. Saludos, mi Cuba querida. Los llevo siempre en mi corazón. Gracias por este honor y el privilegio de comunicarme con ustedes. He sido muy afortunada de viajar por el mundo tocando el piano, llevando la música como mensaje de paz, llevando también a mi pueblo, Guantánamo, y a mi país, Cuba, en alto. Tocar el piano es una de las muchas bendiciones de mi vida, requiere mi dedicación total. En las teclas del piano se encierran muchas voces y sonoridades, como las de una orquesta. Estas son las voces que trato de destacar en mis interpretaciones. Cada dedo tiene su propia voz y mensaje, que hay que dejar libre de sonar. Al escucharme tocar en esta ocasión, reciban mi mensaje de amor y paz. Que por siempre quede mi humildad y el amor que siento hacia todo ser viviente. Aunque llevo muchos años fuera, extraño el calor de mi pueblo. Los llevo en mi corazón por siempre. Gracias. Ivette Hernández”.

Además de su talento inmenso, la generosidad distingue a Ivette Hernández y la reafirma en su grandeza. No ha habido una pianista cubana en toda la historia que haya mantenido por tantos años una carrera internacional de tal magnitud. Nosotros sabemos que a Ivette Hernández le debemos desde hace décadas no uno, sino muchos aplausos. Le llegarán tardíos, pero con toda la convicción de que ella es de los nombres que honrarán por siempre la cultura cubana.


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