Actor, autor y empresario teatral cubano. Destacado renovador de la escena vernácula.
Nació en la ciudad de Cienfuegos, en el seno de una familia acomodada que quería verlo convertido en exitoso médico. Pero su pasión por el teatro se reveló en él a edad muy temprana, pues improvisaba escenarios en su casa y representaba obritas escritas por él mismo, donde hacía participar a sus condiscípulos. Al concluir el bachillerato marchó a La Habana y matriculó la carrera de medicina en la Universidad. Sin embargo, al poco tiempo abandonó los estudios, en oposición a los designios familiares, para dedicarse por entero a la escena.
Atraído por el género teatro-vernaculo-cubano, debutó de incógnito como «negrito» en el teatro Actualidades de su ciudad natal, en 1906, y durante los años siguientes se presentó en varias localidades de provincias. La Habana de la época ofrecía no poca competencia en el estilo de actuación en que se había aventurado el joven Pous, quien era completamente desconocido en el ambiente escénico cuando llegó a la capital.
En 1911 logró presentarse con general aceptación junto a Angelita Martínez en los teatros Chantecler y Molino Rojo, donde interpretó duetos (pequeñas escenas dialogadas que terminan con un número cantado) y bailes típicos.
De inmediato comenzó a crecer su popularidad, pues desde sus inicios el novel histrión desarrolló un estilo de actuación en que primaba una simpatía criolla arrolladora y gran habilidad para el baile. El semanario de espectáculos El Teatro Alegre publicó su fotografía en dos números de aquel año. En el mes de julio se presentó como artista invitado en el Teatro Martí durante el homenaje a un colega «negrito». La prensa escribió que «Pocas veces se ha escuchado una ovación tan grande», como la tributada a Pous en aquella ocasión. El empresario de ese coliseo contrató de inmediato al joven actor como director del conjunto. Lo acompañaron en la empresa Conchita Llauradó (futura compañera de vida), Consuelo Novoa y Marcelino Areán. En el Martí, Pous estrenó sus primeros títulos: La viuda loca y el dueto El botellero, popularizado en la interpretación del autor y la Novoa.
En septiembre pasó a trabajar con los mismos actores al Polyteama Chico o Vaudeville, en la azotea de la Manzana de Gómez, frente al Parque Central. Allí estrenó El santo del hacendado, La canción del mendigo y El tabaquero, sus primeros títulos famosos. La prensa valoró altamente la calurosa acogida brindada en esa temporada por un público acostumbrado a rechazar, con su ausencia, las incomodidades de ese teatro. El espectacular triunfo repercutió en los resultados de un certamen de El Teatro Alegre para elegir al mejor y más simpático «negrito». Pous obtuvo el primer lugar entre otros nueve actores, todos grandes intérpretes del típico personaje.
A partir de ese momento, la carrera de Pous recorrió un ascendente e indetenible camino de triunfos. En más de una ocasión Regino López intentó atraerlo, sin jamás conseguirlo, al escenario de su teatro Alhambra, preferido del público amante del género por aquella época. Muy por el contrario, Pous fue el único actor vernáculo capaz de enfrentársele competitivamente y salir airoso en el empeño. En 1913 aceptó, en cambio, la proposición de Raúl del Monte (un famoso «negrito» de los que derrotara en el reciente concurso), para viajar a Santo Domingo, Puerto Rico y América Central. A su regreso se presentó, como actor reconocido y con compañía propia, en su ciudad natal y otras localidades de provincias. Al año siguiente llevó su conjunto a México y repitió su visita a la zona del Caribe. En esa gira concibió los títulos Mérida carnaval, Yucatán souvenir y De México vengo, donde describía sus experiencias en tierra mexicana. De nuevo en La Habana, trabajó en los teatros Actualidades y Payret y, en julio de 1916, estrenó en el teatro Arena Colón su exitoso título Las mulatas de Bambay, con el que abrió una triunfal temporada en el Payret, al mes siguiente. Sus vínculos con ese teatro se estrecharon al repetir allí sus presentaciones hasta 1921, cuando contrató para su elenco a la tiple mexicana Luz Gil, famosa estrella exclusiva, hasta ese momento, de la empresa competidora Alhambra. De esos años son sus obras El submarino cubano, de 1918; La clave de oro y El 17 se acaba el mundo, de 1920; Brisas del Hawai y La favorita del gran cabaret, de 1921. Viajó a los Estados Unidos, contratado por la compañía Columbia, para grabar algunos de sus diálogos y números musicales. A la Babel de Hierro llevó por primera vez una compañía de género cubano, para presentarla al público de habla hispana.
Dos años después, en 1923, otra gran figura del teatro de Consulado y Virtudes desertó de las huestes de Regino López. Esta vez, el talentoso escenógrafo catalán Pepito Gomís se unió a Pous en una empresa conjunta. La nueva entidad Pous-Gomís arrendó el teatro Molino Rojo y lo transformó en Teatro Cubano, con el objetivo de borrar con el nombre, y una ambientación novedosa de la sala, el desprestigio que aquel coliseo ganara a través de varios lustros de presentaciones lascivas y vulgares. La posibilidad de contar con un gran escenógrafo incitaba a Pous a la creación de espectaculares revistas donde, sin perder en lo absoluto su criollismo innato, revertía influencias cosmopolitas adquiridas en sus viajes de recreo por Europa y los Estados Unidos. Así surgieron Escenas europeas, Oh, míster Pous; Oh, La Havane; Habana-Barcelona-Habana, para alternarlas con los típicos sainetes Del ambiente, La borracha del circo o el archifamoso ciclo Pobre papá Montero; Los funerales; La resurrección y El proceso de papá Montero.
Al concluir esa temporada, que se mantuvo por dos años en su Teatro Cubano, Pous partió de gira por toda Cuba y después de actuar en Santiago de Cuba, inició otra por la República Dominicana y Puerto Rico, con la pretensión de extenderla a toda la América del Sur, hasta Buenos Aires, con el repertorio estrenado en su última gran campaña. En Puerto Rico se presentó dos meses en el teatro Tres Banderas, de Santurce, San Juan; en Arecibo y en el teatro Yagüez, de Mayagüez. Pous había salido de Cuba asediado por un funesto presentimiento, y comenzó a sentirse progresivamente mal. Su tercera función, en la última ciudad, transcurrió entre horribles dolores, provocados por una peritonitis desatendida. Murió trágicamente al día siguiente, el 16 de abril de 1926, próximo a cumplir los 35 años.
Para la historia del teatro cubano, Arquímedes Pous resulta una figura paradigmática integral, insuficientemente estudiada hasta el presente. Como actor, exhibió gran versatilidad al interpretar con la misma perfección todos los personajes típicos de la escena criolla: negritos, gallegos, galanes, bobos, borrachos… Como fecundo autor, puso su ingenio en función de desterrar de la escena nacional el mal gusto y la vulgaridad, sin desechar la picardía y el doble sentido innatos al género vernáculo. Finalmente, como empresario, demostró un dinamismo y un sentido de la organización poco comunes, que explican sus éxitos y su permanente popularidad.
Supo rodearse de los mejores colaboradores. Los compositores Eliseo Grenet, Jaime Prats (directores musicales en la compañía), Jorge Anckermann (director del Alhambra rival), Ernesto Lecuona y Moisés Simons pusieron música genial a sus libretos. En su elenco de actores sobresalieron Luz Gil, Conchita Llauradó, Luisa Obregón, Mimí Cal, María Bica y Fernando Mendoza.
En 1930, el diario habanero El Mundo promovió exitosamente una campaña para trasladar sus restos a la tierra cubana. En 1950 fue develado, frente al teatro Terry de su ciudad natal, un busto para perpetuar su memoria.
Al conmemorarse el tercer aniversario de su muerte, la compañía de Lecuona-Gomís le tributó un homenaje en el teatro Regina. El poeta y dramaturgo Gustavo Sánchez Galarraga expresó en aquella oportunidad una justísima valoración del significado de su figura para el teatro popular cubano: «[...] Arquímedes Pous restauró la depuración del sainete criollo [...], resucitó los prestigios de la delicadeza del ingenio en los tinglados de nuestra farsa, […] y creó un repertorio donde todo es gracia honesta, sal fina, ingenio ático, con el cual dignificó la mentalidad de Cuba; ¡De Cuba, que no puede nunca reconocer un teatro bajo, grosero y vil!... [...]».