Dramaturgo y guionista cubano, nacido en Guanabacoa (La Habana), que está considerado uno de los mejores retratistas de la identidad cubana.
En sus obras destaca la construcción de personajes arquetípicos de los ambientes marginales de Cuba, descritos con ciertas dosis de humor, crítica y sensibilidad. También fue sacerdote babalao, una de las religiones afrocubanas que se practican en la isla.
Abraham Rodríguez escribió uno de los dramas más importantes de la literatura cubana: Andoba, o Mientras llegan los camiones, estrenado en 1979 por el grupo teatral Teatro Político Bertolt Brecht, que pondría en escena la mayoría de sus obras.
Andoba llegó incluso a dar nombre a todo un movimiento teatral, el "andobismo", de gran importancia durante la década de 1980, caracterizado por el retrato de los barrios más marginales de la isla. Los autores de este movimiento se sirven de estas descripciones para potenciar los valores de la Revolución y mostrar la marginación como una herencia del capitalismo. Otras de sus obras más destacadas son El escache, o El tiro por la culata (1981), El brete o De buenas intenciones (1983), La barbaco´ (1983) y El dedo en el merengue (1987).
Pero Abraham Rodríguez también debe su enorme popularidad en su país a su trabajo en la televisión cubana, como autor de series y telenovelas de éxito. El eco de las piedras, Tierra y sangre o Los herederos, su última creación para este medio, son algunas de estas producciones televisivas.
También escribió poesía (En el sitio del ruido, Premio David en 1967), varias colecciones de cuentos y novelas, y el guión de la película Benny Moré (2005), del cineasta cubano Jorge Luis sánchez.
Abraham era un personaje popular en el barrio, sobre todo después del estreno de su obra Andoba o Mientras llegan los camiones; y por el hecho de que su casa era visitada por personas famosas en la televisión, como era el caso de los actores Carlos Gilí, Luis Alberto García, padre, René de la Cruz y Mario Balmaseda; este último provocaba un revuelo tal entre las mujeres del barrio que al decir de Domingo, el encargado del edificio, “parecían gallinas decrépitas camino al matadero… como si nunca hubieran visto un hombre”.
Andoba se había estrenado a fines de 1974, en el teatro Mella, y se convirtió en todo un suceso dentro de la ciudad, pero particularmente en el barrio del dramaturgo pues llevó a escena los personajes de su entorno.
Había nacido en el barrio de Cayo Hueso en los años cuarenta y creció en las inmediaciones del parque de Trillo. Tuvo como compañero de juegos y travesuras infantiles a un desconocido entonces Juan Formell y al futuro director y actor Erick Romay. Su casa era cercana al solar La madama, el mismo que Sindo Garay visitaba para que le arreglaran la guitarra; y en cuyo patio más de una vez ofreció un recital o serenata para cubrir el arreglo del instrumento por no tener en ese instante los dos pesos con cincuenta que cobraba Victorino.
Cada uno de los personajes de Andoba eran tipos humanos que había conocido, con los que había convivido y a los que había visto crecer social y humanamente, o simplemente hundirse más y más socialmente por obra y gracia del ambiente.
Tal vez esa fue la razón por la que esa obra sacudió los cimientos de la ciudad. Sacó a relucir un mundo al que años antes se había asomado el dramaturgo José Ramón Brenes cuando escribió Santa Camila de La Habana Vieja; con la única diferencia que el personaje de Abraham no tiene redención, el ambiente se impone.
Debo decir que, para muchos de los niños de El Vedado, descubrir aquella historia fue un golpe demoledor. Términos como “ambiente”, hacinamiento y marginalidad eran desconocidos y lejanos de nuestro círculo vital y social. Vivíamos la burbuja de un tiempo en el que cada barrio habanero se definía por los empleos y estudios de sus habitantes y el pedazo de El Vedado en que nací y crecí estaba dominado por hijos de médicos, de profesionales de otras ramas y gente del arte. Todos mezclados y midiéndonos por un único rasero: las notas obtenidas en la escuela y la educación hogareña.
Andoba dio a Abraham una fama tal en el barrio que se vio obligado más de una vez a contar a todos los vecinos una verdad poco conocida: no era para nada la historia ni de su vida ni de su familia; era el mundo que había dejado atrás cuando descubrió las lecturas y dada su amistad con Erick Romay comenzó a frecuentar teatros y se inscribió en una academia de escritura que hubo en la Biblioteca Nacional a mediados de los años sesenta.
Después había sido ayudante de camionero a fines de esa década cuando ingresó en la Columna Juvenil del Centenario; y quien era su chofer jefe nada menos que Serafín “Tato” Quiñones. Contaban los dos, años después entre tragos en el bar Hurón Azul, que pocas veces lograban cumplir el plan de viajes por estar dedicados a leer cuanto libro cayera en sus manos y se evitaban regaños mayores por que el jefe de la brigada era paisano del barrio de Cayo Hueso y también se ausentaba para asistir a un curso en el ICAIC, era nada más y nada menos que Germinal Hernández, uno de los grandes sonidistas del cine cubano y que recién se había casado con la cineasta Sara Gómez.
Y he aquí una de las cosas raras de la cultura cubana de esos años: Andoba, María Antonia y De cierta manera son obras hermanas en muchos sentidos; sobre todo cuando se trata de explorar un país en cambio, pero desde la perspectiva de sus actores, desde adentro, desde la óptica de quienes han vivido el espacio que proponen cambiar, que cuestionan.
La estética de la negritud, como acuñara sabiamente el crítico Salvador Redonet, “…que (…) más que lamentarse se erige en pauta para reinventar patrones y buscar al hombre futuro.
Y ciertamente Andoba fue un parteaguas para la sociedad cubana; lo mismo que la siguiente obra de Abraham: La barbacoa; en la que se permite el lujo de poner en un teatro a los Van Van el día del estreno.
Contaba Formell que cuando Abraham le contó el tema de la obra y le pidió que hiciera la música, hizo una regresión en el tiempo y volvió a recorrer los solares donde jugó y donde vivían muchos de sus amigos de infancia. Pero sobre todo fue un acto de redención por aquellos que a pesar de las dificultades luchan para dar un salto vital y placer de trabajar con un amigo de la infancia; uno de los mosqueteros como se hacían llamar él, Erick y Abraham cuando coincidían en el parque de Trillo tras terminar las clases antes de entrar a ver “películas de vaqueros” en el cine Strand.
Paralelo a esta obra escribió Un bolero para Eduardo; obra autobiográfica según sus palabras y que fue su entrada en el mundo de la TV a pedido de Erik Romay y asesorado por Maite Vera.
Después su vida fue una sucesión de tragedias, sobre todo cuando le descubrieron un tumor cerebral que fue limitando su capacidad para escribir y parte de su visión, pero no privó a sus amigos y conocidos de su sentido del humor, de sus ocurrencias y lo más importante nunca dejó de soñar con su siguiente obra, esa que veríamos una vez superara la enfermedad.
Contaba el actor Rolando Núñez que el personaje del Gato que interpretó en la obra Andoba redefinió al malandro cubano y fue la inspiración para el más popular de sus papeles: el Botaperros. Pero que lo más importante eran hombres a los que había conocido en su barrio de Jesús María, el mismo en el que había coincidido con Abraham más de una vez cuando Carlos Gilí les presentó el día que entró a formar parte de un grupo de teatro como actor profesional.
Abraham Rodríguez falleció el 12 de enero de 2005 víctima de un cáncer y Andoba le ha trascendido, lástima que en estos tiempos su texto haya quedado en el olvido. Cuba hoy tiene aquellos personajes que la obra representa y hay barrios donde aún se espera que lleguen los camiones para seguirse transformando.
Autor prolífico, Rodríguez escribió el guión de la película sobre Benny Moré. También escribió los guiones de varias producciones de televisión, como "Tierra y sangre", "Un bolero para Eduardo" y "El eco de las piedras" y, trabajabó tambien en el guión de la telenovela "Oh, La Habana".