25 de mayo de 2019
Palabras para Salomón:
Quien haya leído el impresionante currículo de Salomón Gadles Mikowsky puede pensar que esta misión de elogio debería corresponder a un académico, o a un pianista; pero ocurre que estoy aquí sencillamente como cubano que agradece los años de talento y de dádiva –la vocación de servicio a su pueblo– que este Maestro de la música ejerce con generosidad; y ese derecho, el de agradecer de corazón, no hay carencia que me lo quite.
Cada vez que asisto a los Encuentros de Jóvenes Pianistas que auspician Salomón, la Manhattan School of Music, el Gabinete de Patrimonio Esteban Salas y la Oficina del Historiador de la Ciudad, constato que, aunque cada ejecutante es un virtuoso de personal temperamento, en conjunto gozan de bondades comunes como el culto a la elegancia del sonido, la contención que impide traspasar la línea en que lo hermoso puede descomponerse. Y siempre agradezco cuando ancores de rusos, polacos, húngaros, chinos y norteamericanos, son piezas clásicas del patrimonio musical de Cuba.
Así que, desde mi modesto Ariguanabo, doy gracias sabiendo que los ríos Moscova y Neva han dicho espasiva a Salomón.
Doy gracias como Cracovia y la sirena Varsovia le han dicho chincuyá.
Doy gracias, como Buda y Pest del Danubio le dicen kesenám.
Como sénquiu le ha dicho Londinium de Britania.
Como mercibocú, los galos y parisios.
Como Róterdam de los Padres Peregrinos, dice bedankt a nuestro hermano.
Como Valencia ha dicho gracies.
Como, los bizantinos, tessekur ederim.
Digo gracias como Tel Aviv dice tuda y Jerusalén dice shucraan.
Como xiéxié dicen los chinos.
Como arigato dicen en Japón.
Muchas historias, dolores, nombres, pueblos han dado gracias a la misma persona que a todos se ha entregado; a un mismo Salomón que –sin embargo– confiesa que, más que nada, es nuestro. Y, como nos advirtió el mejor inventor de nosotros, una vez más vale recordar que “Patria es humanidad”.
Hay tiempos en que algunos significados parecen insalvables. Vaya si lo sabemos los cubanos. Pero pese a todo hemos sabido continuar, hemos crecido hacia afuera exigiéndonos hacia adentro, y hemos dado pasos que han ido develando que la historia no está petrificada, sino que se estremece, se anima y avanza, y lo que parecía imposible comienza a aparecer, obra de la buena voluntad del corazón y de la imprescindible inteligencia.
Porque para construir sólo hacen falta mujeres y hombres buenos. Gente buena, por más que sea diferente; paisanos, aunque de diversas latitudes.
Son los que pasan por sobre las fronteras, el egoísmo, la desidia y salvan la belleza. Son los tenaces que obran “la utilidad de la virtud”. Son hacedores que nos edifican. Son los leales a la síntesis de los tesoros, a la esencial condición que funda la cultura.
Cuando la chispa de la consciencia, lo mejor del origen y el goce de servir se juntan, es cuando nos salvamos. Sustancia que también nos enseña el justamente celebrado profesor Salomón Gadles Mikowsky.
Por eso alabado sea, en el sano idioma de la gratitud, este legítimo Maestro.
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