Fallece en Estados Unidos Carmen Herrera, pintora y escultora cubana
La reconocida artista cubana Carmen Herrera falleció este sábado en su casa en Manhattan. Herrera, cuyas pinturas de colores radiantes y formas geométricas pasaron inadvertidas por décadas, vendió su primera pintura en 2004, cuando tenía 89 años. Desde entonces su obra se volvió una sensación en el mundo del arte.
El padre de Herrera fundó el importante periódico El Mundo y su mamá era una reportera excepcional donde las mujeres no solían desempeñar tal oficio. Carmen creció en una casa inspirada por inquietudes intelectuales.
En la Historia del Arte, Carmen Herrera es importante por ser pionera y continuadora en corrientes de la abstracción geométrica, al mismo tiempo que su narrativa personal en estas lides se transmutó en una suerte de leyenda, que muchos medios repiten hasta la saciedad, cuando fue reconocida internacionalmente a la edad de 89 años.
En el 2015, afortunadamente, la realizadora Alison Klaymen tiene la sabia y oportuna idea de hacerle un documental que tituló The 100 Years Show, cuando la artista celebró su centenario.
El filme, que apenas dura media hora, fue presentado con éxito en varios cónclaves cinematográficos entre los que figuró el Festival de Cine de Miami.
Más allá de todo lo escrito sobre su mítica figura, nada sustituye la posibilidad de verla trabajar y conversar desde su apartamento en Nueva York, donde viviera felizmente por más de sesenta años.
Carmen Herrera es una gran abuela sentenciosa, de un inglés dulcemente acentuado, capaz de afirmar, con profundo sentido del humor, que no le fue concedida la maternidad porque la providencia tal vez pensó que colgaría a sus hijos en las paredes como si fueran cuadros.
La pintora aparece trabajando cada mañana, aunque ya se desplaza en una silla de ruedas. Cuenta con la ayuda imprescindible de Manuel para elaborar sus cuadros.
“Si vas a lo básico, nunca puedes fallar”, afirma sobre su estética. Se acoge al cliché de “menos es más”. “Cuando tengo algo terminado, le vuelvo a quitar algún otro elemento y mejora”.
“Nunca presté atención al dinero y siempre pensé que la fama era algo vulgar. Tan sólo trabajé y esperé. Y al final de mi vida, me están llegando muchos reconocimientos para mi asombro y placer”.
Nació en 1915, estudió su bachillerato en París, pero luego regresó a La Habana para tomar estudios de Arquitectura.
Sin embargo, en 1939 se casó con el judío americano políglota Jesse Loewenthal, maestro en el Bronx de Nueva York, ciudad donde se estableció, luego de una estancia en París durante la postguerra. Allí compartió con los más importantes artistas de la época.
“Carmen Herrera no pintaba paisajes cubanos ni flores del Trópico, la clase de arte que podría esperarse de una emigrante cubana que había vivido en París”, ha dicho con admiración Julián Zugazagoitia, exdirector del Museo del Barrio de Nueva York. Su reconocimiento tardío “habla de las dificultades que tiene que superar una mujer artista, inmigrante y adelantada a su tiempo. La suya es una historia de fortaleza personal”.
En el documental, Herrera se refiere a su arte poética sin ninguna pretensión: “Me gusta poner orden en el caos que vivimos, por eso soy una pintora geométrica”.
Confiesa que tuvo una niñez muy feliz en La Habana, recordada como si no se hubiera ido, aunque considera al castrismo como un sueño traicionado. La esperanza democrática se desvaneció rápidamente para convertirse en “una dictadura terrible”, donde la familia debió maniobrar para excarcelar a uno de sus hermanos, cinco años preso. “Las revoluciones no tienen sentido”, sentencia la artista.
En el documental, Herrera le confía a su amigo entrañable, Tony Bechara, que si pudiera expresar con palabras las ideas de sus imágenes no se hubiera dedicado a pintarlas.
Cuando le preguntan sobre una exposición personal a punto de abrir en el Museo Whitney, responde, sin meditar: “Ya era hora. Más vale tarde que nunca”.