Eugenio Hernández Espinosa, una fuerza destinada al bien
Si, por fortuna, la obra de Eugenio Hernández Espinosa aparece ampliamente publicada, en La pupila negra, un volumen de Letras Cubanas que firma el dramaturgo y narrador Alberto Curbelo, está la vida del Negro Grande del Teatro, calificativo que mereciera del autor de un título que lo dignifica.
No en balde halló Curbelo grandezas en el quehacer azaroso de este autor, activo y vital a sus 85 años que cumple hoy 15 de noviembre. Para él, el director de Teatro Caribeño no tiene «antecedentes en la dramaturgia hispanoamericana» en tanto «se forjó a sí mismo» y «creó los cánones de una dramaturgia donde (…) modela historias en las que el negro vive lo suyo y lo dice en su lengua, en sus modos de pensar y actuar».
Antes de adentrarnos en estas páginas de las que tanto cuesta separarse, unas palabras del maestro Rogelio Martínez Furé reconocen a Eugenio como el dramaturgo afrodescendiente más importante de la lengua española. Para sostenerlo, argumenta que «a partir de María Antonia, el teatro de Eugenio Hernández Espinosa fue ganando en una dimensión verdaderamente extraordinaria», y alude al uso del lenguaje, del recurso de la oralidad, de poesía africana y de origen hispano, «todo mezclado en un discurso de gran coherencia y de gran exuberancia».
Una narración en primera persona que transita su propia existencia, desde el niño sensitivo y ávido de sabiduría hasta el hombre maduro que convirtió en realidad unos sueños que se pintaban lejanos, atrapa y emociona. Esas memorias «que lo acosaron en su acosada vida», resultan de gran utilidad para comprender la revolución que significó dentro del teatro contemporáneo la genialidad de su obra.
Eugenio sabe muy bien quién es. Tras ubicar su llegada al mundo en un contexto histórico y cultural y también astrológico, nos habla de sí mismo. Es su propia vida una de esas novelas a las que se quiere volver alguna vez, con sus avatares y compromisos, y da gusto leerlo, que es como escucharlo hablar de sí. «Jamás intento escapar a mis responsabilidades ni se lo permitiría a nadie. (…) Mi espíritu guerrero me ayuda a tomar decisiones que otras personas tratarían de evadir. Pertenezco a los escorpiones más evolucionados que utilizan su gran fuerza mental para el bien», dice.
El autor de Calixta Comité y Mi socio Manolo cree que en vidas pasadas se desarrolló en una civilización en la que resultaban esenciales la cultura y la inteligencia y «me gusta pensar que fui un príncipe africano del Reino del Oyó, en el que he situado algunos de mis patakines. O que quizás fue un griot, y debo narrar nuestra genealogía e historia. Lo he pretendido en mis obras», asegura.
Y nos habla del presente. Consciente de que siempre se adelanta al tiempo, tiene como metas de sus días pensar por sí mismo aprovechando para ello «mis virtudes de antaño», por lo que desandar los caminos del teatro representa para él un gran placer.
Tras estas confesiones atesoradas en la memoria llega, desde la anécdota y el diálogo, ahora sí, la vida de Eugenio, el pequeño que nació de una familia «pobre pero decente», y con aspiraciones de mirar cara a cara la vida que habría de merecer.
Pareciera que de pronto tenemos delante el hogar humilde y calidísimo del niño que recuerda con asombrosa precisión su gatico Pinocho, o el primer rostro de la muerte, que conocería cuando vio morir a un pollito que le habían regalado. Las vivencias acompasan estas páginas en las que aparecerán también amorosas experiencias adolescentes y el despertar patriótico de un muchacho que militó en las filas de la jsp, y al que su condición de militante le demandaba una postura ante las circunstancias. «Ni el miedo ni el terror ni el pánico pudieron domeñar mi conciencia, mi voluntad de acción», dice cuando asegura que el terror inundaba la nación y que la represión era entonces el lenguaje de la tiranía.
Más adelante hablará de sus obras y posteriores repercusiones, y junto a otros apuntes, aparecen, en la voz de destacadas personalidades, justísimas valoraciones en torno a ella.
Valga citar, para cerrar estas líneas, las palabras de la investigadora y ensayista Inés María Martiatu al referirse a una de sus más descollantes creaciones, La Simona (Premio Casa de las Américas, 1977): «Esta obra de verdadera épica latinoamericana está muy a tono con los tiempos que vivimos: un despertar indudable del continente». Y sobre ella misma, las del actor Mario Balmaseda que, aludiendo al movimiento de sus personajes, dice, nos deja un recuerdo «quizás del mejor Valle Inclán».
Leopoldo Eugenio Hernández Espinosa
profesor, director artístico, teatro, artes, dramaturgo, director general de teatro caribeño
Es uno de los más relevantes dramaturgos cubanos contemporáneos. Director artístico, profesor, Director General del Teatro Caribeño. Su teatro se distingue por exploraciones en la cultura popular y de las tradiciones afrocubanas. En su doble condición de actor y director, se ha caracterizado por la búsqueda de un teatro inspirado en la vida popular y las tradiciones de nuestra cultura sincrética, especialmente en la influencia Yoruba, que se da entre nosotros en ese complejo mágico religioso que es la Santería, síntesis del culto a los Orishas Yorubas, con el catolicismo popular español.