Eugenio Hernández Espinosa otra lamentable pérdida de la cultura cubana
Eugenio Hernández Espinosa acreedor, por su valía enorme en el panorama dramatúrgico cubano, de los premios nacionales de Teatro y Literatura, falleció el 14 de octubre de 2022 en La Habana a los 85 años.
Autor de varias se las obras más importantes del teatro cubano en las últimas décadas, es una de las figuras imprescindibles de la escena en la Mayor de las Antillas. Maria Antonia, Mi socio Manolo, Calixta Comité, Emelina Cundiamor o Lagarto Pisabonito, son algunos de los textos que garantizaron su permanencia en la memoria de nuestro público.
Director general de Teatro Caribeño, Hernández Espinosa dejó un amplio legado como escritor y director.
Cuando de un hombre se tiene tanto que decir, solemos –de pronto– enmudecer. El niño humilde que criara un mambí, el que soñó con ser escritor, el jovencito rebelde que contribuyó con su militancia a transformar la realidad de su país, el dramaturgo reformador de las tablas cubanas, el Negro Grande del Teatro cubano, el galardonado con honrosos premios ha dicho adiós a sus 85 años, y cuesta admitirlo.
Eugenio Hernández Espinosa se inscribió hace mucho en las páginas más significativas de la cultura cubana, con obras que hablan por sí solas del sentimiento reivindicador y la responsabilidad intelectual de su creador. María Antonia, Mi socio Manolo, Calixta Comité, La Simona (Premio Casa de las Américas) y Emelina Cundiamor podrían bastar para ejemplificar –habiendo incluso muchas otras– su resolución de llevar al papel y luego a las tablas la reverencia y/o la crítica del bien o de lo inadmisible. Sin embargo, los últimos tiempos nos permitieron palpar más de cerca al dramaturgo campechano y jaranero, también guionista de cine que, tras una sonrisa serena, hablaba de cuestiones profundas que dejaban un rastro en el pensamiento de su interlocutor.
Como un gran acierto se recibió la noticia de que se le dedicaría, en 2020, la 29 Feria Internacional del Libro. Con ella vino la oportunidad de reeditar algunas obras y hallarlo, de frente, en diversos espacios de homenaje.
En uno de ellos fue considerado por el notable intelectual Rogelio Martínez Furé, fallecido hace unos días, como un autor no solo de América, que convirtió el habla cubana en literatura de altos valores, y que hizo que la lengua nuestra se convierta en nueva, la del pueblo-pueblo, que representa el arte popular, expresado en un discurso diferente. La puesta de María Antonia fue «un rompimiento», pues «por primera vez el pueblo cubano estaba sin caricaturas sobre la escena», explicó entonces.
En la ocasión se le avaló como autor de obras transgresoras, como el dramaturgo más llevado a la pantalla grande, creador de protagonistas de hondas tragedias humanas. Uno de sus más fieles admiradores, el escritor y crítico Alberto Curbelo, autor del libro La pupila negra. Teatro y terruño en Eugenio Hernández Espinosa, destacaría la presencia en su obra de la formación patriótica que recibió «la que se fue construyendo al pie de la Revolución y en la que tenía cosas distintas que decir», y subrayaría cómo consiguió reflejar las contradicciones de una era nueva. Escribió literatura revolucionaria, y puso sobre las tablas al negro, pero no como hasta el momento, sino filosófico, que discutía de tú a tú con el resto de la sociedad, consideró.
A quien hasta su último aliento dirigiera el Teatro Caribeño, merecedor del Premio Nacional de Teatro en 2005, otro galardón le sería concedido. Hace dos años sería reconocido con el Premio Nacional de Literatura. «No esperé nunca recibir esta noticia», dijo entonces a Granma, y aseguró recordar momentos de su niñez, cuando «solo tenía ojos para los libros».
Desde siempre, escribir fue para él una pasión. En sus textos plasmó su postura recta y justiciera, animado por un mundo discriminatorio y cruel que debía cambiar. «Jamás intento escapar a mis responsabilidades ni se lo permitiría a nadie. (…) Mi espíritu guerrero me ayuda a tomar decisiones que otras personas tratarían de evadir. Pertenezco a los escorpiones más evolucionados que utilizan su gran fuerza mental para el bien», aseguraba Eugenio.
Ante inmensos desafíos, de todo tipo, ganó en él la valentía. Su condición de joven cubano se plantó frente a las circunstancias: «Ni el miedo ni el terror ni el pánico pudieron domeñar mi conciencia, mi voluntad de acción». E imperturbable fue también en el cumplimiento de sus metas en pos de la belleza. Sintiendo escribió, fundó y focalizó la luz en zonas oscuras para que fueran visibilizadas. Mucho le debe el espíritu de la sociedad al ideal con el que creó.
Él quiso y logró lo grande. Tal vez por esa certeza suya de que se es o no se es, no hay dudas de que será siempre.
Cuando se hable de cubanía diremos Eugenio Hernández Espinosa
De pie el público cubano. Suenan los tambores batá. Ha terminado la puesta en escena, han apagado las luces, han bajado el telón. Ha muerto Eugenio Hernández Espinosa, uno de esos creadores que no pueden ni quieren desprenderse de sus raíces, que escriben del pasado proyectando el presente, que vuelven –persistentemente– a los cimientos de nuestra criollez.
A su pluma certera, pletórica de sincretismo cultural y tradiciones, las tablas cubanas le deben buena parte de su repertorio más simbólico de las últimas seis décadas.
Cuentan los espectadores que en 1967, para el estreno de la icónica María Antonia, en la acera del Teatro Mella fue necesario poner una parada de guagua debido a las interminables filas para disfrutar del espectáculo. Hasta alguna que otra mujer –dicen– iba con papel y lápiz para copiar las recetas de la Madrina.
Eugenio habita en el imaginario del pueblo. Su talento le aseguró la permanencia en la escena nacional, y en el arte que vendrá.
Cuando se hable de idiosincrasia, de la maravillosa amalgama que entraña la cubanía, de la religión yorubá en las artes escénicas nuestras, será imprescindible decir a viva voz, como se vitorea a los grandes artistas: Eugenio Hernández Espinosa.
Maestro, para aplaudirte, Cuba ha dejado sus asientos. No se te despide, se te agradece. Ahora comienzas a escribir tu obra más contundente: tu legado imperecedero en nuestro teatro popular.
Leopoldo Eugenio Hernández Espinosa
profesor, director artístico, teatro, artes, dramaturgo, director general de teatro caribeño
Es uno de los más relevantes dramaturgos cubanos contemporáneos. Director artístico, profesor, Director General del Teatro Caribeño. Su teatro se distingue por exploraciones en la cultura popular y de las tradiciones afrocubanas. En su doble condición de actor y director, se ha caracterizado por la búsqueda de un teatro inspirado en la vida popular y las tradiciones de nuestra cultura sincrética, especialmente en la influencia Yoruba, que se da entre nosotros en ese complejo mágico religioso que es la Santería, síntesis del culto a los Orishas Yorubas, con el catolicismo popular español.