El profe Pardo y sus ansias de servir
Personalidad es un término confuso. Y tan susceptible de diversas interpretaciones que, al no poder segregar su acento eufemístico, prefiero desecharlo. Pero en tiempos de extinción de ese arquetipo universal que es el caballero, él aún conserva la prestancia, la majestad inherente a los hombres valiosos. Elijo pues a la persona, en vez de referirme a la personalidad.
Tampoco me es posible apresar en breves líneas cuánta veneración despierta entre quienes lo conocemos, pese a que no engrosamos la abultada legión que en más de medio siglo de ininterrumpida docencia ha bebido de su magisterio. Desde luego, algo se filtra por la autoridad que ejerce su sola mención en mi mamá y mi papá, dos de sus discípulos eternos, siempre dispuestos a atender el más mínimo reclamo o petición del profe Pardo.
La vocación nacionalista nunca cobró en él categoría de disyuntiva, así que su caso no fue similar al de otros galenos que por distintas razones optaron por permanecer en su Patria después de 1959. Marcharse no fue una opción para alguien comprometido hasta la médula con la Revolución que se gestaba.
¡Sí lo sabrán aquellos jóvenes heridos y perseguidos que por su gestión personal salvaron la vida en el Hospital Universitario Calixto García, algunos de los cuales aún andan por ahí!
Desde que en 1951 obtuviera en esa institución centenaria, por concurso, plaza de médico interno y luego residente, su currículo es envidiable: pasantía en el Michael Reese Hospital de Chicago; beca de estudios auspiciada por el British Council para el King's College de Londres; jefe de servicios de cirugía, de unidades quirúrgicas, subdirector y director de los hospitales Calixto García y Joaquín Albarrán; misiones internacionalistas en Nicaragua, Perú y México en los años 70. Sin contar la membresía en sociedades científicas cubanas y foráneas, la participación en eventos de alto impacto en su especialidad, las numerosas publicaciones, los cursos recibidos e impartidos aquí y allá.
Pero si algo lo define es su condición de maestro. No en balde este Doctor en Ciencias, Profesor titular de Cirugía y artífice del programa de esa disciplina en el Plan de Estudios vigente, ostenta la condición de Profesor Consultante y de Mérito del Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana.
En el gremio son legendarios su culto al rigor o la destreza en el quirófano, tanto como su afán de multiplicar el conocimiento y cuidar de su bella familia. Y como presumo que en él la Medicina es un estado de plenitud irrenunciable, el mandato del alma se sobrepone al mandato cronológico. Solo tamaño sortilegio explicaría sus ansias de servir, de orientar, de confrontar, de hacerse presente físicamente.
Como quien no puede apartarse de la misión asistencial, días tristes son para él cuando algún achaque repentino pone en riesgo su acostumbrada disposición, o cuando escasea la gasolina y no puede salir de Fontanar para llegar al Albarrán, mejor dicho, al Clínico de 26, su otra casa, a la que ha sido fiel desde 1962.
En esas jornadas que se esmera en no alargar demasiado, allí se le echa de menos no como al patriarca que es, sino el que se ha ganado ser. Por suerte, son más las veces en que se le ve venir, sin esfuerzo aparente. Como quien desanda por su hogar y descubre a cada paso su propia huella, los matices y olores del dolor y la alegría, la presencia y ausencia reveladas; en definitiva, el tiempo que, con obsesiva serenidad, nos desafía y nos define.
Todo ello se concentra, acaso sin nublar la sonrisa diligente. Prosigue la marcha en su medio natural la inveterada bata blanca, derramada en su cuerpo durante los últimos 70 años, que ya es igual a decir para siempre. Admirable sacerdocio este que, amparado en el juramento hipocrático, refrendan primero su ética e integridad personal.
Hace apenas unos días, en el salón de actos del hospital, se le hizo una encerrona cariñosa con el propósito de presentar su historia de vida en un audiovisual preparado por el equipo de Infomed, la red que apoya el desempeño de esos miles de cubanos que más que nunca este 3 de diciembre merecen nuestra sincera felicitación, porque es el Día de la Medicina Latinoamericana. Al concluir la sesión matutina en la que varias voces evocaron su legado, él, con evidente bochorno, solo atinaba a recordarnos que “esto tan grande en verdad me parece innecesario”.
Adelantaba lo utópico de plasmar mi afecto en pocas palabras. No es posible tampoco compilar tan vasta hoja de atención al prójimo. Pero olvidaba decir que este hombre sabio, exigente y decente a quien —siguiendo el precepto de mis mayores— prefiero llamar “el profe Pardo”, es el profesor Gilberto Pardo Gómez. Y omitía otro dato crucial: se encamina a su cumpleaños 94.