El más cubano de los músicos

A Ernesto Lecuona, el gran compositor, en muchas ocasiones se le atribuye la nacionalidad española. Esto es fundamentalmente por su enamoramiento hacia esa tierra europea, que en diversas maneras subyace detrás de su música. Así, el Maestro regaló al pentagrama nacional obras como la suite española Andalucía y la mundialmente famosa Malagueña, sexto movimiento de esta suite. En una y otra se adivina una abundante inspiración en esa vertiente europea. Incluso, fue el primer músico en dedicar una pieza a El Escorial, —titulada Ante El Escorial—, esa majestuosidad hispana. Madrid, asimismo, resulta uno de los escenarios más felices de su carrera, puesto que allí compartió con la soprano María Fantoli.

Sin embargo, Lecuona, es bien cubano. Nació en Guanabacoa, La Habana, el 6 de agosto de 1985. Fue inscrito como Ernesto Sixto de la Asunción Lecuona Casado, por un periodista canario, Ernesto Lecuona Ramos, quien junto a su hermana Ernestina lo llevaron de la mano a su primer recital de piano cuando tenía solamente cinco años de edad. En esta isla compuso su primera pieza y ya se le adivinaba la universalidad que definió la trayectoria artística de este grande que a los 13 años de edad hizo interpretar una pieza de su autoría a la banda de conciertos. Esta se tituló Cuba y América.

El Maestro fue reconocido como el más universal de los músicos cubanos, y sus composiciones lo sitúan como un trasgresor, como el artista que defendió en cada escenario del mundo la identidad cultural de su país. Y es que el autor de Siboney dejó claro en París, en Barcelona, Málaga y otras tierras lejanas, que la música de Cuba tenía su refinamiento particular. Aun cuando pudiera nutrirse del siboneyismo y del folklor, las formas parnasianas del viejo continente se mesclaban en la melodía, y era esa una fórmula de la exquisitez.

También es posible que se confunda a Lecuona entre los compositores españoles puesto que algunos maestros de la madre patria como Isaac Albéniz, Enrique Granados, Joaquín Turina o Manuel de Falla, entre otros; en más de una ocasión coquetearon con la Mayor de las Antillas, incluso, dedicando piezas completas a la “tierra más hermosa”. Pero Lecuona es cubano de pura cepa. Tanto así que se tituló con diploma de oro del Conservatorio Nacional de La Habana, tan solo con 16 años de edad. Y desde aquí levantó vuelo hasta los países del primer mundo, donde conquistó públicos verdaderamente exigentes.

Triunfó en los Estados Unidos y, por supuesto, en Europa; grabó discos con compañías tan resonantes como Columbia y RCA. Acarició con alegría los aplausos en Nueva York, y selló su trato con la cultura cubana y con Latinoamérica a toda instancia. Así fue el primer latino en llevar su estilo hasta Norteamérica, con la particular orquesta Lecuona Cuban Boys. Se convirtió en el compositor caribeño por excelencia durante el siglo XX, pues hasta hoy día trasciende su huella para la creación de los ritmos y las mezclas que intenten ese sabor antillano.

Y afloraba la naturaleza del compositor en los formatos más diversos: jazz, ballet, zarzuelas, boleros y otros; fusionados en aquella infinidad de grabaciones que legó para las generaciones siguientes. Del afamado piano sacó éxitos cotizados al estilo de María La O y, de Crisantemo, Vals azul o Negra Mercé. Como si no hubiese límites para la creación en las manos y en la mente de aquel cantor tan querido dentro y fuera de su país natal. Según el sitio web Cubadebate, sus creaciones inigualables llevan consigo el alma de la danza, que “fluye en cada nota para recorrer los rincones más singulares de la cultura cubana”.

Este genio musical hispanoamericano abracó, es cierto, tendencias de tres países fundamentalmente: Cuba, España y África. Las hizo vibrar en cada producción, y como quien explora a una novia ridículamente casta, desvistió de estereotipos y moralismos las esencias melódicas de sus tres musas. Exponiéndolas una y otra vez al mundo entero, haciéndolas protagonistas de una obra que abarcó más de 400 magníficas canciones, operetas, zarzuelas y piezas solamente para piano. Mezcló los encantos de una con los secretos de la otra, o con el garbo de la segunda; y de todo esto sacó una mezcla divina con la que aún siguen edulcorando partituras las generaciones posteriores.

Compuso para el cine, con éxitos en la industria hollywoodense, hasta la nominación de un Oscar por su Siempre en mi corazón para el filme dirigido por Warner Bros. de igual nombre (Always in my heart). Allí también plantó el sello de su tierra. Alcanzó el éxito rotundo en países como México, con contundente aceptación en la radio, la televisión y la prensa de la época. Defendió un espectáculo que integraba a músicos y artistas criollos.

Lecuona murió en Islas Canarias, en Santa Cruz de Tenerife, durante aquellas vacaciones en que decidió conocer la tierra natal de sus padres. Sus restos no descansan en Cuba, ni en Europa, ni en África, sino en el cementerio Gate of Heaven, en Nueva York. Pero que no nos quepan dudas, el autor de Siboney y Malagueña es el más cubano de nuestros músicos.


Ernesto Sixto de la Asunción Lecuona Casado


músico, compositor, pianista, intérprete, artes, director musical

Compositor y pianista cubano nacido en Guanabacoa. Hijo de un periodista español establecido en Cuba, desde los cinco años estudió piano junto a su hermana Ernestina, catorce años mayor que él. Tuvo como profesores a Hubert de Blanck, Joaquín Nin y Peyrellade. Con sólo 13 años compuso su primera obra, la marcha two step titulada Cuba y América para banda de concierto y más tarde sus primeras obras importantes, Danzas Cubanas (1911) y el Vals del Rhin (1912), cuya partitura, a pesar del título, reitera su tendencia folklórica.