Rosa Leonor Whitmarsh y Dueñas, nace en el barrio El Vedado, de La Habana, República de Cuba. Desde niña desarrolló el hábito por la lectura. Bisnieta por parte de padre del General y Lugarteniente del Ejercito libertador, Calixto García Iñiguez y por parte de madre del Doctor Joaquín L. Dueñas, considerado por el Colegio Nacional de médicos de Cuba como el primer pediatra de la isla.
Luego de realizar sus estudios básicos en el Colegio de Las Ursulinas y luego en el Instituto público del Vedado, pasa a estudiar a la Universidad de La Habana, donde se gradúa de Doctora en Filosofía y Letras.
En el año 1961, abandona Cuba a través de una beca en Ecuador. Llega a México donde residió 22 años, laborando en diferentes universidades del país, como la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1984 emigra a Estados Unidos donde vive en Miami hasta su fallecimiento, como exiliada cubana.
La intelectual, profesora y escritora cubana “era una persona irreemplazable en la comunidad cubana en el exilio, una mujer dedicada a Cuba, que tenía como uno de sus objetivos continuar la obra de Calixto García y de sus antepasados. Estaba orgullosa de sus raíces”, dijo el abogado Rafael Peñalver, presidente del Instituto San Carlos, quien trabajó con Whitmarsh en la organización de numerosos eventos, como el centenario de la república de Cuba, en el 2002.
Whitmarsh estuvo a cargo del comité que dirigió la gran celebración, para la que se cerró la calle Duval, donde se encuentra el Instituto San Carlos, y asistieron muchas personas de Cayo Hueso, Tampa y Miami. También fue ella quien propuso que se estableciera la Medalla a la Excelencia Nacional Cubana, que el Instituto San Carlos ha entregado desde 1999 a casi 300 personas que han contribuido de manera especial a la nación cubana.
“Ella lo hizo siguiendo la frase de Martí de ‘Honrar honra’ y la última presentación fue este 20 de mayo, cuando [Rosa Leonor Whitmarsh] pronunció uno de sus discursos más extraordinarios”, dijo Peñalver.
El abogado también resaltó el dulce tono de la voz de Whitmarsh, el respeto y el decoro con que se expresaba. Ofreció numerosas conferencias sobre Cuba sin “cobrar un centavo”, apuntó.
En Miami Whitmarsh integró la Agrupación Calixto García, el Instituto Jacques Maritain de Cuba, la Coalición de Mujeres Cubano-Americanas, el Grupo Concertación de Miami, el Círculo de Cultura Panamericano y la directiva del Colegio Nacional de Periodistas de Cuba en el exilio. También fue miembro de la junta de la Revista Herencia Cultural Cubana y del Pen Club de Cuba en el exilio.
“Estaba entregada a los más altos valores cubanos. No era una persona de superficialidades, le interesaba que se lograra el bienestar para el pueblo cubano”, dijo Peñalver, indicando que siempre fue moderaba en su tono, y que alentó la discusión desde distintos puntos de vista.
Representante de la intelectualidad cubana de la República
Whitmarsh estudió la enseñanza primaria en el Colegio de las Ursulinas y el bachillerato en el Instituto del Vedado, y también cursó estudios de piano con la profesora Emma Botet bajo la supervisión de Hubert de Blanck. Se graduó de Filosofía y Letras y de inglés en la Universidad de La Habana.
Una de sus labores fundamentales, en consonancia con su papel de defensora del rol de la mujer en la sociedad, fue como integrante de la directiva del Lyceum y Lawn Tennis Club de La Habana. Este club fundado por mujeres en 1929 en La Habana fue clave para el desarrollo de la vida cultural en la isla. La organización promovió la fundación de la primera biblioteca pública gratis en Cuba y también la primera para niños, además de exposiciones de artistas internacionales como Picasso.
Whitmarsh se encargó de la sección de Música del Lyceum y Lawn Tennis Club en los años 1950 y desde allí estimuló la presentación de jóvenes talentos, conciertos y conferencias. También contribuyó en la publicación de las Contradanzas de Manuel Saumell.
Peñalver señaló que Whitmarsh alentaba a la mujer a que fuera independiente y que tuviera protagonismo. “Abrió caminos a las mujeres, eso para ella era muy importante”.
Un gran logro en la extensa carrera de Whitmarsh fue que la profesora e hispanista dominicana cubana Camila Henríquez-Ureña la invitara a ser profesora asistente de Lengua y Civilización hispánica en Vassar College, en Nueva York. Ejerció este puesto hasta el año 1957, que regresó a Cuba.
“Fue una brillante representante de lo mejor de la intelectualidad cubana de la República”, dijo el profesor y periodista Emilio Sánchez, que la calificó como un “un bastión de la cultura cubana en el exilio y una distinguida patriota”.
“Coincidimos en conferencias y eventos y tuve el privilegio, el pasado año, de compartir los trabajos para la concesión de la Medalla Excelencia Nacional Cubana del Instituto San Carlos. La vamos a extrañar mucho”, resumió Sánchez.
En 1960 Whitmarsh obtuvo, por oposición, la Cátedra de español en el Instituto de Guanabacoa, pero no pudo ejercer por su oposición al castrismo. En 1961 salió de Cuba con una beca para estudiar en Ecuador.
Después se fue a México donde estudió en la Universidad Nacional Autónoma y ejerció como profesora de inglés y español en colegios hebreos e instituciones universitarias.
A su llegada a Miami en 1984 comenzó su labor como profesora en las escuelas públicas de Miami-Dade y el Miami Dade College, donde ejerció por más de una década.
También compartió un segmento de historia con Agustín Tamargo que “elevó el nivel de la radio de Miami”, apuntó Peñalver.
Fue además inspiración y mentora para escritores como Angel Pardo y su esposa, Emelina Núñez, que se incorporaron a la vida cultural en Miami después de pasar varias décadas en las cárceles cubanas.
“Tenía una vasta cultura. Siempre aprendías algo de ella”, dice Pardo, a quien le revisó varios libros.
También hizo el prólogo del libro de Emelina Núñez, Las garras de los cuervos verdes –sobre la represión a las presas políticas en las cárceles castristas– y se encargó de presentarlo en la Universidad de Miami.
Peñalver relata, que al visitarla en su casa, muy cerca del final, trató de encontrar fuerzas para grabarle un mensaje de voz a los miembros del San Carlos, para alentarlos en su labor, pero no pudo.
“Pidió que mantuvieran la visión del San Carlos y la lucha por Cuba”, concluyó Peñalver, diciendo que extrañarán su sonrisa, que siempre dedicaba a cualquier persona, porque para “ella no había distinción de clase ni de raza”.