Deportista cubano de la especialidad de béisbol. Comienza desde pequeño su practica, catalogado como buen lanzador derecho y artista del ponche.
En el poblado de Las Ovas, que por entonces se resumía en un pintoresco caserío cercano a la ciudad de Pinar del Río, vino al mundo el 16 de septiembre de 1955, uno de los mejores lanzadores que ha tenido Cuba. Rogelio García Alonso tiene un origen campesino, aunque sus padres se hicieron panaderos para sostener a una familia de cuatro hermanos, divididos a partes iguales en sexos. Después él tendría tres varones, uno de ellos también lanzador.
No pocas veces Rogelito se buscó bejucazos de guayaba por no atender a sus estudios y resumir su corta vida en la pelota. Ninguna otra cosa llamó la atención del niño, solo el béisbol.
Recuerdo aquella mañana fría del mes de enero de 1972, en el estadio de la Ciudad Deportiva, donde entrenaba el equipo Vegueros de la XI Serie Nacional, cuando El Viejito Pando nos llamó para que viéramos hacer algunos lanzamientos a un jovencito que sacaba chispas a la mascota de Jesús Escudero. Emilio Salgado tuvo frases de elogio.
No siempre quiso ser lanzador, le gustaba coger el mascotín e irse para la Inicial, tenía buen poder al bate, pero era malo con las curvas. El entrenador José (Cheo) Díaz, puso sus ojos en el vejigo y lo embulló a subirse en el box. Enseguida se lo llevó a Pando, quien lo incorporó a la pléyade de jóvenes que llevaría a la cumbre. El muchacho no pasó por la EIDE ni por la ESPA. Solo estuvo, en 1971, en la Academia de Béisbol de Pinar del Río. Sus condiciones naturales y la entrega absoluta al entrenamiento, dieron tempranos frutos.
Su debut en la pelota grande fue en la XII Serie Nacional, bajo la dirección de Francisco J. Martínez de Osaba Goenaga (Catibo), para militar con el Vegueros durante toda la carrera.
En sus tres primeras series sorteó el montículo con figuras de la talla de Emilio Salgado, Mario Negrete, Jesús Guerra, Rodovaldo Esquivel, y otros que solo le permitirían actuar en 40 innings. Pero no era uno más, poco a poco se fue imponiendo, hasta ganar confianza y un lugar importante en la rotación.
La recta de Rogelio ha sido una de las más rápidas. Por entonces no teníamos medidores oficiales, pero en 1981, en Edmonton, le midieron 97 y 98 millas. Más tarde, en los Panamericanos de Caracas 1983, llegó a alcanzar las 98-99. Soñó con las prohibitivas 100 millas por hora, pero solo lo logró en entrenamientos. Arrastra esa carga, confiado en que si se hubiera medido durante toda su carrera, la hubiera sobrepasado. Saca sus cuentas cuando observa los que hoy lanzan sobre las 97 y él tiraba más duro. A veces se ha comparado con Pedro Luis Lazo y asegura que él fue más rápido. Encomia la velocidad de Roldán Guillén, Braudilio Vinent y Juan Pérez Pérez.
La vida de Rogelio se resume en la pelota, donde ha echado lo mejor de sus días, con muchas satisfacciones. Pero no todo fue color de rosas, dos lesiones lo alejaron del montículo. Manolo Cortina lo atendió. Soy testigo de aquellas torturantes sesiones para fortalecer el brazo de lanzar. Meses estuvieron en tan noble labor, pues a partir de allí sus resultados se elevaron considerablemente.
Entonces decidió incluir el tenedor a rectas supersónicas y una corta, pero engañadora slider. Superadas las lesiones, sintió que no pasaría fácilmente a los bateadores y acudió a ese complejo rompimiento. Pando le aseguró que si mantenía un entrenamiento fuerte, sistemático y lanzaba a toda velocidad, el brazo nada se sentiría. Así fue. Después del mal rato, estuvo ocho años aterrorizando a todos con aquella bola endemoniada. Unió su inteligencia al nuevo repertorio y se volvió poco menos que imbateable, al extremo de mejorar la frecuencia de ponches.
Su carrera coincidió con Juanito Castro, cuya compatibilidad ha quedado como símbolo de una batería perfecta. Tanta fue la confianza, que en más de una ocasión Juanito lo dejaría en libertad de lanzamientos, hasta en desafíos para definir campeonatos.
El villaclareño Pedro Jova fue su azote: “Le tiraba con todo y siempre me conectaba bien, hacia cualquier ángulo del terreno. Para mí ha sido uno de los bateadores más inteligentes. No creo que haya sido solo conmigo, los demás pitchers dicen lo mismo…”No sucedía lo mismo con el slugger matancero Pablo Hernández, quien no logró descifrar sus envíos.
Rogelio recuerda con cariño y orgullo, el marzo de 1987, donde a la distancia de veintiuna jornadas propinó dos juegos sin hits ni carreras. El primer día del mes, por KO, a Camagüeyanos (10-0), en el Cándido González de la tierra de los tinajones. Y el segundo a los Serranos orientales, el día 22 en el Capitán San Luis (3-0).
No solo en el país logró actuaciones sobresalientes contra excelentes bateadores. En una Copa Mundial en Canadá, le sirvió tres ponches a Mark McGwire, quien después sería recordista de cuadrangulares en las Grandes Ligas y, por si fuera poco, le repitió la dosis en Caracas 1983, cuando ponchó a dieciséis norteamericanos. Algo similar hizo con Tino Martínez, no así con el espigado Frank Thomas, otro estelarísimo en las Mayores.
Rogelio carga la cruz de permitir dos jonrones decisivos que le costaron sendos campeonatos a Pinar del Río. El primero se lo conectó Pedro José Rodríguez en 1978 y el otro Agustín Marquetti en 1986; los dos en el Latino; tienen sus historias. En 1978 Pinar obtuvo su primera corona con Vegueros, al mando de José Miguel Pineda, pero en Vueltabajo queríamos debutar con un doblón y ganar la Selectiva.
Era el estelar en un staff colmado de estrellas: Julio Romero, Jesús Guerra, Félix Pino, Juan Carlos Oliva, Maximiliano… Aquella temporada demostró su amor a la camiseta cuando lanzó, pocos días antes del juego crucial, con un fuerte dolor de cólico nefrítico. Los médicos, Servio Borges, entonces Comisionado Nacional, Presidente de la Federación de Béisbol y manager de la Selección Nacional, más los umpires, y hasta la dirección del equipo le pedían que no continuara lanzando, pero se mantuvo en el box. ¡Y ganó!
Pinar y Las Villas llegarían al final del torneo con igual cantidad de ganados y perdidos. Necesaria una serie extra, de cinco a ganar tres. Como ambos vencieron dos veces, hubo que decidir en un terreno neutral y se escogió el Latino, que se desbordó. Rogelio permitió tres carreras, todas por jonrones, uno de Sixto Hernández y otro de Héctor Olivera, que puso el marcador dos a cero. Para elevar la tensión, Lázaro Cabrera, el inicialista vueltabajero, despachó un bambinazo de dos anotaciones que empató el pleito.
Entonces apareció el bate de Cheíto Rodríguez, envuelto en una campaña estelar, quien chocó una bola un poco afuera, y en la primera parte del noveno conectó el batazo decisivo detrás de la cerca del left field. Algunos pensaron que la bola caería en el guante de Fernando Hernández, pero no fue así. Un juego para no olvidar, preñado de decisiones impopulares de los jueces, que provocaron fuertes protestas por parte de los verdes.
La victoria y el campeonato fueron para Las Villas y Pinar se adjudicó el segundo lugar. Ocho años después, también en el estadio del Cerro, Agustín Marquetti engrampó un lanzamiento que se le quedó alto y conectó el jonrón más divulgado en la historia de la pelota cubana, en segundos se decidió todo, los Industriales ganaron y se proclamaron campeones. “Yo quería tirarle una recta, pero me decidí por el tenedor, que lo tenía encendido, a pesar de que había lanzado nueve entradas dos días antes. Fue así como la bola se me quedó casi sin romper, a la altura de las letras y Marquetti le dio con todas sus fuerzas. Él ha declarado que se preparó para ese lanzamiento, porque lo había ponchado muchas veces con él. Así son las cosas…” Rogelio lloró de vergüenza deportiva. Son las cosas de la pelota, por eso la amamos tanto.
En su época, los entrenamientos para la Selección Nacional eran hasta de cien jugadores, de ellos unos veinte pitchers para seleccionar seis o siete. Cuando Rogelio llegó, Vinent y Omar Carrero estaban asegurados, los otros cuatro o cinco tenían que buscarse el puesto. A quien Salamanca bautizó como El Ciclón de Ovas, en poco tiempo alcanzó un lugar estelar. Paladín por más de una década en el equipo Cuba, donde alcanzó 39 victorias. Recuerda con tristezael revés en el Mundial de Colombia 1976, ante Puerto Rico, donde había relevado a Changa Mederos.
Hombre de pueblo, el supersónico recibió varias propuestas para abandonar el país y jugar por dinero en las Grandes Ligas.
García resultó el mejor lanzador derecho de los años 80. Obtuvo varios títulos como el mayor ponchador en siete series entre 1976 y 1988. “El Ciclón de Ovas”, como le conocían, encabezó a los lanzadores de la Serie Nacional en total de entradas trabajadas (1979-1980), victorias (1980-1981) y efectividad (1980-1981 y 1987-1988), entre otros.
El Ciclón de Ovas intervino en 16 series nacionales ganó 203 desafíos y perdió 101, además de propinar 2509 ponches y terminar con una efectividad de 2.38 promedio de carreras límpias.
¡Ah! y fue el único serpentinero que registró dos cero jits cero carreras en la era del bate de aluminio, una hazaña que rubricó en la selectiva de 1987. El primero de marzo frente a Camagüeyanos, 10 a 0 y el segundo el 22 de marzo contra Serranos, 3 a 0.
Internacionalmente se impuso en los desafíos que decidieron tres Copas Intercontinentales en 1979, 1983 y 1987. En el caso de 1979 fue en un torneo de todos contra todos y Cuba se llevó el banderín antes de concluir el calendario, al superar a Panamá.
Desde su retiro como lanzador activo Rogelio es entrenador de pitcheo del equipo de Pinar del Río