Poeta representativo del vanguardismo cubano de la década de 1930.
Mariano Brull nació en Camagüey. Muy niño aún, fue trasladado a España. A su regreso, ya adolescente, estudió la segunda enseñanza y comenzó a publicar sus primeros poemas en revistas de su ciudad natal. En 1913, se graduó de Doctor en Derecho en la Universidad de La Habana. Ejerció su profesión durante algunos años (1913-1917). Formó parte, de 1914 a 1915, del pequeño grupo reunido en torno a Pedro Henríquez Ureña. En 1917, fue designado secretario de segunda clase en la Legación de Cuba en Washington. También prestó servicio diplomático en Perú, Bélgica, España, Francia, Suiza, Italia, Canadá y Uruguay.
Colaboró en El Fígaro, Gaceta del Caribe, Espuela de Plata, Clavileño, Orígenes. Se le considera como traductor de Paul Valéry, cuyos dos poemas principales, Cementerio marino (París, 1930) y La joven parca (Eds. Orígenes, La Habana, 1949) llevó al español tras larga y paciente elaboración. Tradujo, además, a Joyce Kilmer, Dante Gabriel Rossetti, Stéphane Mallarmé y otros autores.
Fue conferencista y escribió, entre otros, un análisis de la poesía martiana; dejó inédito el ensayo "La poesía como experiencia secreta". Participó muy activamente en tareas culturales de la UNESCO.
Mariano Brull es representativo del vanguardismo cubano de la década de 1930. Su obra se enmarcó en la corriente de poesía pura, una de las tres tendencias (junto a la poesía social y la poesía negra) en que se expresaría este movimiento, junto a Emilio Ballagas, Eugenio Florit y Ramón Guirao.
La poesía pura (término acuñado en Francia hacia 1925 para designar una poesía que, según Valéry, suprime los elementos prosaicos y deja sólo aquello que no puede ser dicho, sin perjuicio, en prosa) apeló a la perfección y la exactitud formal: formas bellas y esbeltas (el soneto de factura clásica y el verso regular, sobre todo el endecasílabo, por su tradicional equilibrio) y asuntos extraídos del mundo de lo perfecto, lo intrínsecamente hermoso.
Nutrido de cultura europea, residente él mismo en Europa por esa época, Mariano Brull recibió el influjo directo de la obra de los “poetas puros” franceses. Poemas en menguante (1928) inició en Cuba el cultivo de la poesía pura y su ejemplo fue decisivo para los poetas que, por un tiempo, se expresaron en esa modalidad. Poemas de este libro habían aparecido ya en Social (1926) y Revista de Avance (1927). Uno de ellos (“Yo me voy a la mar de junio”) fue recogido en la antología La poesía moderna en Cuba, publicada en 1926 por Félix Lizaso y José Antonio Fernández de Castro. Juan Marinello llamó a Brull “el cubano mejor dotado y dispuesto para esta poesía”, y Cintio Vitier ha escrito que “su obra va a definirse por los símbolos que utiliza: el desnudo ante el espejo, la rosa desconocida, el fantasma del tiempo inapresable, las vísperas del yo y el mundo; y por la capacidad de sugestión sensorial de su palabra”.
Estas características, así como su “deseo de belleza intelectiva”, aparecen en Poemas en menguante. El aura de serenidad contrasta vivamente con el furor vanguardista, no obstante hallarse en el libro audacias tangentes con las de ese movimiento (como, por ejemplo, un constante uso de metáforas, frecuentemente colocadas entre guiones, a modo de ampliación del concepto: “Ceniza de cielo –luz-”; “Piedra, –muñón de alas-”; “El polvo –ceniza etérea-”; “...las flores –invisibles serafines suspensos”).
Según Roberto Fernández Retamar, la característica más destacada de Poemas en menguante es la presencia de una libertad verbal que, al abandonar el sentido lógico y afectivo de las palabras, las reduce a su puro valor sonoro y da lugar a lo que Alfonso Reyes llamó “jitanjáfora” (un vocablo tomado del propio Brull) para denominar cierta manifestación tropológica propia de las vanguardias, y de lo cual el poema Verdehalago resulta ejemplar.
Eludiendo en lo posible el tema, adelgazándolo en favor de lo formal, Brull crea este “gorgojeo bucal”, que influyó considerablemente en la poesía cubana –y aun extranjera- de la época. El juego jitanjafórico, en una u otra forma, se mantuvo en los restantes libros, presididos por idéntico sentido de selección de temas, formas y vocablos.
Sus restantes poemarios fueron Canto redondo (1934), Solo de rosa (1941), tres libros editados en ediciones bilingües francés y español, Poèmes (1939), Temps en Peine. Tiempo en pena (1950), y Rien que ... (Nada más que ...)(1954).
Ya había publicado La casa del silencio (1916), todavía en la órbita del postmodernismo, y Quelques poèmes (Bruselas, 1926), un libro de poemas traducidos al francés. Esto, junto a la traducción de las obras monumentales de Valéry, le otorgó una sólida reputación literaria en el mundo de habla española y francesa como uno de los más brillantes escritores de la vanguardia latinoamericana.
Falleció en La Habana el 8 de junio de 1956.