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Juventud Rebelde

Enrique Pérez Mesa: El hombre orquesta

«Constituye un desafío dirigir en esta época en que la vida marcha tan rápido. Yo he intentado hacerlo de una manera que me ha salido bastante bien. Para mí la orquesta además de un instrumento, es como un ser humano, lo cual significa que siempre busco la proximidad con mis compañeros, los escucho, me comunico con ellos, y así he logrado mucho. A veces he tenido músicos de menor calidad artística, pero de mayor corazón. Y los prefiero, porque podrá superarse profesionalmente. Cambiar a alguien de alma mala, oscura, es casi imposible».

Escuchando al maestro Enrique Pérez Mesa, director titular de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), no le es complicado a Juventud Rebelde entender las razones por las cuales los integrantes de la primera institución musical de Cuba, esa que anda celebrando en 2019 seis décadas de fructífera existencia, le pidieron a la dirección que fuera ese matancero que se graduara como violinista en la Escuela Nacional de Música, y ningún otro, quien condujera sus futuros pasos.

«Llegué a la OSN en un momento delicado: acababan de salir sus dos directores, y contra todo pronóstico se quedó al frente el guajiro de Matanzas, que venía como Director Adjunto. La felicidad que viví entonces no se puede explicar con palabras: me había escogido la orquesta. ¡Qué clase de privilegio el mío! Entonces me tributaron el aplauso más grande que he recibido en mi vida, soy un hombre en verdad dichoso», admite quien ostenta el Sello de Laureado y la Distinción por la Cultura Nacional.

«La que recibí era una orquesta genial, muy bien entrenada por el maestro Iván del Prado, un excelente director. En aquella época el maestro Jorge Luis Prats se desempeñaba como director artístico. Era una institución que conocía, porque me hallaba entre los agraciados que habían tomado la batuta para conducirla alguna que otra vez. Desde el principio intenté convertir al conjunto en una familia y decidí “aflojar”, porque sentía que se comportaba como un instrumento demasiado preciso, demasiado exacto, y estaba convencido de que eso no le estaba haciendo mucho bien», le explica al diario Pérez Mesa, cuando este quiso conocer cómo se las apañaba para mantener estable la nómina del numeroso ensemble, algo que resulta tan complicado en los tiempos que corren.

«Fue siempre una prioridad encontrar dónde estaban los problemas humanos y de comunicación. Si esta falla, falla la conexión, la energía que debe existir, y así es casi imposible tocar; que la orquesta funcione como un todo. Para mí fue muy alentador ser testigo de cómo antes de salir a escena en su presentación en Cuba con la Orquesta Sinfónica Juvenil Gustav Mahler, Claudio Abbado saludaba a cada músico y le daba un beso. Entonces me dije: “No estoy loco, si así actúa este que es un monstruo de la música sinfónica, que yo, un peón de ajedrez, lo haga no está tan mal”. Similar experiencia tuve con la Orquesta Filarmónica de Israel con Zubin Mehta. Creo que ahí radica parte importante del éxito.

«La orquesta debe ser una gran familia: un problema de uno es un problema de todos. En el último viaje a Estados Unidos, por ejemplo, no pudimos ensayar porque por cuestiones del visado hubo que permanecer una semana en México. Cuando en el primer concierto me paré en el podio solo me preguntaba qué iba a pasar, pero fluyó de maravillas, porque, como reza el refrán, en la unión está la fuerza.

«De cualquier manera, mantener estable una orquesta es tarea ardua, y más en estos momentos en que la gente está urgida de resolver su vida con el trabajo que realiza. Y lógicamente, lo primero que pregunta es: ¿cuánto pagan? Lo más terrible que es algo que los músicos vienen arrastrando desde hace siglos. En la época de Bach, cuando este genio tocaba en las capillas recibía menos comparado con que lo que paga Producciones Colibrí en la actualidad; Mozart escribió 41 sinfonías, no pasó de los 40 años y murió en la pobreza más grande. En el XXI deberá resolverse ese gran problema».

Enrique Pérez Mesa estudió finalmente violín, pero en verdad ese no fue el instrumento que al principio lo cautivó. Entonces, ni siquiera imaginar que alguien pudiera ser director de orquesta. «Por donde todavía vive mi madre, en Matanzas, pasaban todas las comparsas durante los carnavales, y yo me quedaba fascinado con el trombón: porque sonaba mucho y era el que se veía más alto en las carrozas. Me presenté a la prueba en la cual me evaluó un maestro de la música cubana, Rafael Somavilla, pero con mis siete años, cuando solté la vara esta salió disparada y fue a dar contra la pared. No pasé del primer día.

«Después quise probar con el piano, que también me llamaba la atención, sin embargo, yo solo tocaba la mano derecha, la izquierda me costaba más, así que terminé en el violín, que no demoró en atraparme. Recibí clases de formidables profesores rusos, lo cual luego me resultó muy útil cuando estuve sentado en los atriles de la Orquesta Sinfónica de Matanzas, ya graduado de la Escuela Nacional de Música. En su seno comencé a pensar en la posibilidad de convertirme en un director de orquesta».

—¿Qué te aportaron esos 15 años como músico de atril?

—Cuando se domina un instrumento y se es músico de atril se tiene más del 80 por ciento de la batalla ganada, porque el director aprende a ensayar —una limitación que se aprecia ahora—, lo cual evita que se pierda tiempo, por solo poner un ejemplo.

«La Sinfónica de Matanzas llegó a estar entre las mejores de la Isla (en 1993 me nombraron Director Adjunto justo cuando me gradué en el Instituto Superior de Arte, ISA). Por ella pasaban todos los directores que llegaban a La Habana, y no solo por la cercanía, sino por la calidad muchas veces probada, provenientes de Rusia, España, Japón, Italia, Alemania...

«Cuando la OSN quedó muy maltrecha con la partida de no pocos de sus miembros en los años 90, esta representó a Cuba en varios eventos internacionales, como aquella gira a España donde se realizaron 27 funciones de la ópera Porgy and Bess, en la Ópera de Graz. En esa agrupación aprendí enormemente. Me honré con estar al lado de directores de la estirpe de la maestra Elena Herrera, de quien fui auxiliar durante nueve años, lo cual me permitió hacerme de un repertorio en lo absoluto desestimable.

«La maestra Herrera me ponía siempre a preparar las obras, algo que algunos de mis colegas no miran con buenos ojos, pues desean llegar y ponerse a dirigir. Sin embargo, ¡hay tanto que aprender! La Orquesta Sinfónica de Matanzas representó una etapa muy especial en mi carrera».

—El ISA y Guido López-Gavilán como tu maestro, junto a Tomás Fortín y Elena Herrera. ¿Qué te llevó a dejar a un lado el violín?

—Se dice que la batuta no suena, yo creo que sí, pero no desafina. El violín me impresionó, mas es en verdad complejo, no se puede descuidar ni un segundo. La dirección de orquesta exige entrega, por supuesto, pero no hay comparación.

«Comencé a dar mis primeros pasos como director con una orquesta de cámara cuando era presidente de la Brigada Hermanos Saíz en Matanzas. Entonces con el maestro José Antonio Méndez; el trovador Lázaro Orta... se organizaban muchas actividades, conciertos. Y decidí presentarme a las pruebas del ISA por dirección de orquesta. Me suspendieron, porque decían que me faltaba madurez, y era verdad. Yo pensaba que se trataba solo de mover las manos, pero me empezaron a preguntar sobre pintura, literatura, cultura general, y fui foul a la malla. Solo el notable profesor ruso Guenadi Dimitriak vio condiciones en mí. “Yo voy a su orquesta la próxima semana a hacer la Quinta de Prokofiev y me gustaría que usted participara en el montaje”. Gracias a él no fue tan grande el dolor por aquel ponche.

«Ya después me preparé un año con mi maestro, a quien admiro y quiero muchísimo, Guido López-Gavilán, uno de los pilares de la enseñanza de la dirección orquestal en Cuba. Él me ofreció una posibilidad que no le dio a muchos: “Cuando culmines el segundo año, sal a dirigir. Si regresas vivo quizá lo consigas”, y yo sin pensarlo dos veces le tomé la palabra durante tercero, cuarto y quinto. Esa resultó una experiencia altamente enriquecedora».

—El lenguaje de las manos... A veces muchos piensan que se trata de movimientos sin mucho sentido...

—Las manos en un director orquestal son esenciales. Él puede usar la batuta o no, pero las manos son su alma, su corazón, su mente. Algunos estudian los movimientos y aplican esa técnica de manera rígida. Yo soy de la opinión que ahí se pierde el sentido artístico. Otros, sin dejar de marcar, actúan más espontáneamente: no pueden evitarlo cuando la obra está en su máximo esplendor. Yo me sitúo en ese grupo.

«Acompañar es una especialidad que igual se las trae pero que disfruto mucho. Ahí las manos son fundamentales para la precisión, la prevención... Recuerdo a mi excelente maestro, Tomás Fortín, extraordinario director que murió muy joven —el único cubano con formación académica completa: cinco años en Moscú—, quien aseguraba que la dirección era el arte de la prevención. ¡Y ese es el gesto!

«Hay que estar todo el tiempo previniendo al músico de atril, que es un tipo de instrumentista muy interesante: lo mismo te habla de la película de ayer, del jueguito que tiene en el teléfono, que del arroz que llegó a la bodega. A veces dan la sensación de que no te están atendiendo, pero son expertos en seguirte por el rabillo del ojo.

«No existe nada más terrible que un director que no sepa qué hacer con las manos, porque se puede armar un rollo tremendo, al indicar marcas que no son. Ese es nuestro lenguaje: a través de ellas transmitimos toda la información, emociones, sentimientos, estados de ánimo...».

—Supongo que hayas vivido momentos de apuro...

—Muchos. Ha ocurrido de todo. Pero no se puede perder la sangre fría. He tenido momentos en que lamentablemente un solista se ha quedado en blanco, y me he visto obligado a cantar para que el resto pueda seguir, mientras le chiflo por lo bajo al solista para lograr empatarnos. Ya te digo: mucha sangre fría, porque si demuestras que estás nervioso, se forma la hecatombe. La suerte es que los músicos poseen la capacidad de reaccionar muy rápido.

Nuestro mejor arte siempre
— Rusia, Polonia, Yugoslavia, México, Nicaragua, Perú, Argentina, Martinica, Guadalupe..., se hallan entre los países que han podido calibrar el prestigio de la OSN. Las presentaciones más recientes en tierras extranjeras han sido en Estados Unidos y en España nuevamente...

—Como la de Estados Unidos de 2018, la de España resultó una gira extraordinaria, inolvidable. Nos presentamos en Barcelona, Santander y Madrid, con un programa atractivo e intenso, y con dos invitados muy especiales: nuestro Silvio Rodríguez y Niurka González, impresionante flautista y clarinetista. Las actuaciones se realizaron este mayo como parte del aniversario 60 que celebraremos en octubre.

«Obras de notables compositores cubanos como Amadeo Roldán, Alejandro García Caturla, Carlos Fariñas, Guido López-Gavilán y Joaquín Clerch, con su Concierto de Otoño para flauta y orquesta de cuerdas, que posibilitó el lucimiento de Niurka González, se unieron al Sombrero de Tres Picos, del español Manuel de Falla, en la primera parte del concierto. En la segunda, Silvio interpretó muchos de sus éxitos arreglados por el supertalentoso pianista Jorgito Aragón, quien también estuvo invitado. Sin dudas se trató de un magnífico regalo para los españoles y para la orquesta por su cumpleaños.

«En cuanto a las presentaciones en Estados Unidos es una lástima que aquí pocos se hayan enterado de lo que sucedió, pues logró un rebote de prensa impresionante. El itinerario fue extenso: Florida, Princenton, New Jersey, Nueva York, donde también acompañamos al surcoreano Yekwon Sunwoo, ganador de la medalla de oro en el Concurso Internacional de Piano Van Cliburn 2017, un fuera de serie.

«Pero igual todos quedaron boquiabiertos con nuestro solista, Antonio Dorta Lazo, un clarinetista de altos quilates. Por su maravillosa forma de tocar, todos preguntaban: “¿Dónde estudió? ¿¡Cómo que en Cuba!?”. Y esa era la más rigurosa verdad, aunque también se superara en Europa. “¿Pero cuántos extranjeros usted tiene en la orquesta?”. Ninguno, les respondía, y les costaba creerlo.

«No hay manera de que la orquesta pase inadvertida. Es un conjunto sólido, que está muy bien preparado. Nuestro sistema de enseñanza artística tiene sus problemas, no es un secreto, pero continúa ubicándose entre los mejores del mundo. Por esos los jazzistas nuestros son grandiosos, porque detrás hay una academia. No olvido aquella ocasión en que trabajé con Chucho. Cuando llegué a su casa para ensayar observé que encima del piano se hallaban los Preludios de Rachmaninov. “Es que la academia es esencial, hay que preparase bien, a conciencia”.

«Otra pregunta me hacían en Estados Unidos con insistencia: ¿por qué con la carrera que has desarrollado no vives fuera de Cuba? Y para mí es tan simple: porque a mí me encanta mi tierra, asomarse por la ventana y pedirle una cabeza de ajo a la vecina. Me gusta caminar libremente. Cuando el carro se me rompe (algo que ocurre a menudo) lo tomo con carácter deportivo y aprovecho para enamorarme más de esas calles. Y hasta para meterme en las guaguas y vivir lo real maravilloso. Claro que queremos que la música, que el arte avance, pero este es un país con una cultura asombrosa».

—¿Cómo es ser un director invitado a otras orquestas del resto del mundo? ¿Llegas repartiendo besos igual?

—¡Todo el tiempo!, de lo contrario no me pagan (sonríe)... Otra escuela que vences. Tuve la oportunidad de ir invitado a Estados Unidos, a dirigir la Sinfónica de La Florida con un programa muy fuerte que incluía obras de Fariñas, tremendamente exigente, sobre todo en la percusión. Pero mi preocupación, que se la transmití al director, era que mi inglés es fatal... Y él me tranquilizaba: “No le será necesario”. No se equivocó. La comunicación entre músicos es universal, lo he comprobado en muchos otros países.

«En esas ocasiones casi siempre me preguntan: “¿y dónde usted estudió? ¿En Rusia?”. En lo absoluto, yo soy un producto ciento por ciento cubano, respondo siempre con orgullo. A mí me hicieron con cartón y tabla, jamás he recibido una clase de un profesor extranjero. Yo me he desarrollado realmente en el podio de la orquesta»

—Aquel público diverso que llegó a reunir la OSN se ha ido perdiendo, ahora predominan las cabezas blancas...

—Lo primero que nos afectó fue el cierre del Amadeo Roldán, nuestra sede. No existen muchas facilidades para llegar al Teatro Nacional, el cual está un poco retirado del circuito de transportación. Por otro lado, pertenece a las Artes Escénicas, lo cual a veces ha incidido en que falle en la programación, pero no nos quedamos con los brazos cruzados, sino que buscamos alternativas para volver a atraer al público de todas las edades.

«En ese empeño juegan un papel significativo los conciertos didácticos, mientras queremos poner en marcha con la complicidad de Oni Acosta, una especie de Café Concierto, en la primera presentación de cada mes (siempre domingos, 11:00 a.m., en la Covarrubias), donde se haría una entrevista para hablar de las obras, la programación...

«También consideramos vital mantener los conciertos de música popular, una práctica que defiendo con fuerza. Soy un cubano orgulloso de su cultura, del extraordinario patrimonio musical que atesoramos. No hay dudas de que debemos interpretar la música internacional: sinfónica, sinfónico-coral, ópera, ballet..., pero también la nuestra. Ha sido fabuloso acompañar a numerosos cantantes y agrupaciones: la Aragón, Liuba María Hevia, Chucho, Omara, Augusto Enríquez, Annie Garcés, Osdalgia… Pero también hacer el maravilloso concierto Vale Dos, dedicado a Juan Formell y Adalberto Álvarez, con los arreglos de Joaquín Betancourt... Cuando Maykel Blanco, fui famoso una semana gracias a Piso 6 (sonríe). Es una práctica que no es nueva, siempre ha existido, recuerdo a Pablo y Silvio... Nosotros tenemos mucho, pero mucho de qué enorgullecernos».

—¿Quedan muchas carencias, insatisfacciones?

—Para nadie es un secreto que la música de concierto es costosa, pero la orquesta necesita un poquito más de atención, igual que otras instituciones, solo que esta es la primera musical del país. Hace más de 15 años que andamos carentes de vestuario, se necesitan mejores instrumentales (ahora mismo no contamos con percusión cubana, algo extrañísimo contando con una fábrica), los atriles se van de lado; las sillas, de los más diversos colores, apenas nos aguantan; el transporte nos está arruinando (Transmetro nos brinda un servicio que nos cuesta 3 000 cuc mensuales, al año gastamos unos 30 000; en la década que llevamos en esto, ya hubiéramos comprado un tren), pero así y todo la gente hace un esfuerzo tremendo, y domingo tras domingo, allí estamos para entregar nuestro mejor arte.

«Todo el mundo entiende que existen esos problemas, que se impone resolverlos, pero no se interioriza. Seguimos arrastrando el mal del igualitarismo. Me asusto cuando a cualquiera le dicen maestro, me da miedo, porque esa es una categoría tan grande, sagrada... No tiene que ver con la edad, sino con la calidad, la ética, los principios de la vida, la entrega, los resultados... Creo que nadie duda que la orquesta está, se ha ganado un sitio muy especial.

«Por lo demás, soy un hombre dichoso. Dirigir una orquesta es un privilegio, si se trata de la Sinfónica Nacional, todavía mayor; una dicha casi inmerecida. Admito que a veces cuando voy hacia al teatro, me pongo a pensar: ahora lo que me viene para arriba es mucho, porque no hay luces, ni aire, la gente está llena de preocupaciones... En ocasiones acabo con dolor de cabeza. Sin embargo, te juro que lo disfruto y termino siendo una persona eminentemente feliz, porque compartir juntos la música es sencillamente sublime».

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Enrique Pérez Mesa


música, artes, violín, director orquesta sinfónica

Graduado de Dirección Orquestal en 1993 en el Instituto Superior de Arte, bajo la guía del maestro Guido López-Gavilán. Es uno de los más reconocidos internacionalmente directores de orquesta cubanos Graduado en la especialidad de violín en la Escuela Nacional de Artes con los profesores Inna Kuztnezova y Billy Mokatzian. Su carrera como director comienza en 1991 con la Orquesta Sinfónica de Matanzas, donde desarrolló una excelente labor al lado de la maestra Helena Herrera.