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Recibe hoy Enrique Ojito Premio Nacional José Martí

Cada palabra en el papel tiene su peso justo. Un don natural, esculpido durante tres décadas de entrega en un acto de fe que, junto a su olfato para valorar, opinar, describir, informar… ha coronado a Enrique Ojito Linares entre los profesionales del gremio periodístico más distinguidos a nivel de país. Y no solo es porque se le otorgó el premio nacional de Periodismo José Martí por la Obra de la Vida, en su edición de 2019, al cual define aún «inalcanzable» y mucho menos por sus más de 300 lauros, tanto en prensa escrita como radial, sino también por sus lecciones de humildad, exquisitez absoluta, perfección… Y no solo lo reconocen quienes comparten codo a codo los pasillos de su otra casa, el periódico Escambray; ni la audiencia del lomerío santiaguero de Segundo Frente, donde su nombre todavía se hace eco; ni el noticiero Al día, de Radio Sancti Spíritus, al cual hizo gigante, estelar con mayúsculas… se le desborda en sus clases en la universidad espirituana; cuando extiende sus saberes a los estudiantes de primer año que llegan con tantas energías desde Santa Clara; incluso, cuando tropieza en plena calle por la maldita culpa de su vista de menos. Por esos muchos poquitos, Enrique Ojito Linares es sinónimo de Periodismo.

Un camino que decidió para bien del gremio, de lectores, audiencias y hasta internautas, por su debut como guionista en Visiones, el hijo más pequeño del semanario espirituano. «La emoción de la noticia me noqueó. Veo en ese premio a Escambray», insiste ante cada felicitación.

Y toda esa grandeza le acompaña junto a un sentido del humor muy propio, desordenado hasta la médula y fiestero, lo mismo al ritmo del cancionero de la vieja trova yayabera, que entona a garganta abierta al calor de una buena parranda, o sus típicos movimientos danzarios hasta con el popular Me voy de Cimafunk, construye también su distinguida historia, con raíz en Bacuino, otrora poblado plantado en la sabana del actual municipio de La Sierpe y que, hace ya tiempo, se tragó la presa Zaza.

—¿Cómo recibió la familia que tendría un hijo periodista?

—Ciertamente, mi papá me creía abogado, no por una imposición suya; sino porque yo había vencido —desde mi impresión de estudiante— la entrevista de captación que al menos ese curso realizaron los profesores de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas en la Escuela Vocacional Ernesto Che Guevara, donde estudiaba. Además, soplaba otro viento a favor: la disponibilidad de plazas era alta. Con mi escalafón, tenía prácticamente la carrera de Derecho en el bolsillo.

«Sin embargo, para ese entonces la ilusión de ser periodista ya rondaba por mi cabeza, y en ello resultó decisiva mi incorporación a un círculo de interés, que era atendido por colegas del periódico Vanguardia, de Villa Clara. Pero, en aquellos tiempos resultaba difícil lograr esa carrera por dos razones: no siempre se ofertaban plazas y, cuando sí ocurría, el número era reducidísimo, tal como sucedió en mi curso, con dos opciones.

«A la postre, nos llevamos el gato al agua Juan Antonio Borrego, director de Escambray por más de 20 años y corresponsal de Granma en Sancti Spíritus, y yo. Juntos emprendimos camino hacia la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, con flaco maletín y los botines, al mejor estilo cowboy, que me había regalado mi abuelo Cachón.

«En Santiago sobreviví con el estipendio universitario y los 30 pesos, que, religiosamente todos los meses, me enviaba a través de un giro postal mi mamá, auxiliar de limpieza cuando aquello. Santiago nos deparó excelentes profesores y allí coseché, también, excelentes amigos».

—¿Cuánto hay del niño que corrió descalzo por la sabana sierpense en el periodista espirituano más premiado?

—Queda el sentido de la curiosidad. Recuerdo que cuando llegaba de la escuela por el mediodía, almorzaba, y antes de acostarme un rato, leía lo mismo las Aventuras de Guille, de Dora Alonso, que Colmillo Blanco, de Jack London. Más de un cocotazo me gané porque llenaba la pared con las palabras que no entendía, cuyos significados buscaba más tarde en el diccionario Aristos de mi papá.

«Luego de descansar, iba para lo que llamábamos círculo de estudio, y después salía a mataperrear descalzo por los terraplenes, de polvo rojo puro; otras, a cazar palomas con tirapiedras… Muchas veces iba a ver cómo los constructores montaban, con la ayuda de la grúa, las piezas prefabricadas para hacer los edificios. Por suerte, esa curiosidad por saber aún no ha muerto en mí».

—Has roto con el estereotipo de que para ser conocido hay que trabajar en medios de la capital del país. ¿Cómo ha sido posible?

—Me interesa que me lean, porque, de lo contrario, qué sentido tendría que ejerza el Periodismo. Por varios años integré el jurado del Premio Nacional de Periodismo José Martí y del Premio Anual de Periodismo Juan Gualberto Gómez por la obra del año, así como del entonces Festival Nacional de la Radio. Hice radio en Santiago de Cuba y sigo haciéndola en Sancti Spíritus.

«He participado en varios congresos de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec), festivales nacionales de la Prensa Escrita…; he visitado varias provincias para asistir a eventos de diversa naturaleza, y está, además, la obra periodística individual, que te puede hundir o salvar como reportero, al alcance de todos gracias a internet. Todo ello influye».

—Ya los premios no caben en la carpeta, donde descansa el currículo. ¿Cazador de certámenes?

—No. Los premios no me obsesionan; sencillamente, concurso cuando le veo cierto valor a una obra. Pudiera parecer increíble, pero he disfrutado el premio concedido a un colega en una categoría en que he participado. Es sano quitarse el sombrero ante la calidad de la obra de tu contrario; lo otro sería soberbia matrimoniada con petulancia.

—¿Cuánto valor le das a la investigación en el ejercicio periodístico?

—La veo como el esqueleto de nuestro ejercicio profesional. Como modalidad periodística, el Periodismo de investigación resulta excepción y no regla en Cuba por diversas mediaciones que ahora no vienen al caso. La investigación te allana el camino hacia la contrastación de fuentes, le imprime credibilidad e integralidad al producto comunicativo, te distancia del periodismo de impresiones, y algo relevante, te inmuniza ante el posible error.

—Una vez dijiste en una entrevista que a la prensa le falta «osadía y profesionalidad». ¿Cuánto hace Ojito para revertir esa carencia?

—En la producción científica de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana he encontrado determinadas luces, señales sobre las limitaciones de nuestro ejercicio profesional. Hay que leer y releer esas investigaciones. Intento no repetirme en lo formal, lo cual es bien difícil; intento, de cuando en cuando, hurgar en determinado tema que promueva la diversidad de criterios, que levanta la oreja, sustentado, claro está, en la intencionalidad editorial.

—La docencia ha sido otro camino domado, ¿cuál es el librito de Ojito?

—Como profesor debo tener una y mil carencias metodológicas. Suelo dedicarle mucho tiempo a la preparación de cada encuentro. Los alumnos te ponen la varilla alta, preguntan sobre el contenido de la clase y del más allá; por supuesto, que eso es válido; pero exige que te cultives constantemente. Trato que el diálogo prime en la clase, y que la clase esté conectada con la hora y el minuto que viven Cuba y el resto del mundo.

Antes de la despedida vuelvo en broma sobre el más reciente alegrón. Otra vez su modestia crónica lo delata: «aún no me lo creo» y recuerdo que al hablar, por vez primera sobre el Premio Nacional José Martí, lo denominó «oxígeno para seguir».

Lo dejo en casa, anda por estos días de vacaciones. Aunque estoy segura que más de un proyecto lo mantienen en jaque. Mas, no pregunto. Ya una vez me dio una de las tantas clases de periodismo que con goce he recibido de su parte: «Si te los confieso, dejarán de ser primicia, y en Periodismo hay que intentar siempre decirlo primero».

Juventud Rebelde. Cubaperiodistas

Enrique Santiago Ojito Linares


profesor, guionista, sociedad, periodismo, reportero, director de programas de radio