Victoria nació en Managua, en la provincia de la Habana. Desde muy joven sentía vocación por la enfermería, de ahí que asistiera y velara a familiares y amigos enfermos.
Ingresó en la escuela de enfermeras del hospital "Número Uno" en el año 1903 y se graduó en 1906. Obtuvo plaza en el hospital de Remedios y en 1907 se trasladó para el hospital "Número Uno", hoy "General Calixto García Íñiguez", en Ciudad de La Habana, Cuba.
El 27 de febrero de 1906, al terminar la II intervención norteamericana en el país y asumir el Dr. Matías Duque la secretaría de Sanidad y Beneficencia, nombra a un grupo de las jóvenes enfermeras cubanas para asumir los cargos de responsabilidad que, hasta entonces, venían desempeñando las enfermeras norteamericanas. Entre ellas está Victoria, ascendida a Superintendente de la Escuela de Enfermeras del hospital de Santiago de Cuba.
Con ese mismo cargo es después trasladada al hospital de Puerto Príncipe, hoy Camagüey y el propio año, al hospital Psiquiátrico de La Habana (Mazorra).
El 21 de enero de 1910 es nombrada Superintendente del hospital "Número Uno" y de su Escuela de Enfermeras, donde labora durante 4 años.
El 14 de marzo de 1914 es trasladada al hospital de Cienfuegos, con igual responsabilidad. Se encontraba desempeñando estas funciones cuando, en 1918, se declaró una terrible epidemia de influenza.
Cuando esta enfermedad comenzó a hacer grandes estragos entre la población, Victoria estaba de licencia por problemas de salud, pero hasta su retiro llegaban las noticias de las víctimas que hacía la terrible epidemia. El hospital estaba lleno de enfermos, el trabajo era excesivo. En los barrios pobres de la ciudad la enfermedad hacía más víctimas y eran más graves sus efectos.
Victoria Brú se reincorporó de inmediato al trabajo y, acompañando a sus alumnas, iba de casa en casa ordenando medidas higiénicas, aislando a los enfermos, aseando a los niños, dando esperanzas de aliento a los moribundos.
Fue víctima de la propia epidemia que la recluyó en cama durante varios días. Sin restablecerse aún y observando que el mal se recrudecía y que la población veía diezmados a sus integrantes, se levantó de su lecho de convaleciente y reanudó sus labores de atención a sus enfermos. Su organismo, aún muy débil, fue presa nuevamente de la enfermedad que la llevó a la muerte el 7 de diciembre de ese año 1918.
Se convirtió así en mártir de la humanitaria profesión que había elegido, siguiendo su firme vocación.
La ciudad entera de Cienfuegos, que conocía sus obras de solidaridad, demostró su admiración y respeto en su sepelio, que constituyó una verdadera muestra de duelo popular. Los periódicos de la localidad le dedicaron, con motivo de su sentida muerte, páginas enteras, y en el hospital de Cienfuegos, una sala de enfermos lleva su nombre y tiene una placa conmemorativa para perpetuar su memoria.
Fuente: Revista Cubana de Enfermería