Importante pintor, dibujante y polígrafo. Exponente cubano de la tendencia futurista.
Nació en La Habana. Su infancia transcurre en Cuba y Europa, principalmente Italia, donde realiza estudios primarios, adquiriendo la segunda enseñanza en Estados Unidos.
En 1919 inicia en Estados Unidos estudios de Ingeniería y Filosofía, pero los abandona para dedicarse por completo al arte.
En 1923, matriculó en la Art Students League, de Nueva York, donde se identificó con la pintura postimpresionista. En su posterior estadía en Cuba, entre los años 1924 y 1927, realizó retratos pictóricos. Pintó paisajes postimpresionistas, con atisbos fauvistas y neocubistas. También tomó parte en la Exposición de Arte Nuevo (1927), organizada por la Revista de Avance y consensuada como el lanzamiento de la primera promoción de la vanguardia artística cubana.
Gracias al oficio adquirido por sus estudios de ingeniería mecánica en el Rensselaer Institute of Troy (Nueva York), y su práctica como delineante en el Ministerio de Obras Públicas de Cuba, realizó dibujos precisos, a plumilla, de edificaciones coloniales, espacios urbanos y monumentos de La Habana. Entre ellos figura el del Palacio Pedroso, donde vivió por un tiempo. Aquellos dibujos constituyeron eslabones en la búsqueda expresiva que su autor proseguiría a través de la línea, el simbolismo arquitectónico y la presencia de la maquinaria. El hecho de que fuera un pintor eminentemente urbano, lo convierte en un exponente de la modernidad, según la opinión de la especialista Luz Merino Acosta.
Hacia 1929, por el interés común en la máquina, se unió al segundo futurismo italiano: el de Turín. Identificado también con el dinamismo y la estética mecanicista del galo Amedée Ozenfant, el antillano compuso, en 1931, El hombre de hierro y Campos magnéticos, donde introdujo aplicaciones o “collages metálicos”. El uso del collage o montaje ha sido señalado como un principio artístico en la conformación de la obra de arte vanguardista o inorgánica. Filippo Marinetti afirmó que esas composiciones eran “plenamente conscientes de la sensibilidad futurista” y el Manifiesto del Arte Sagrado Futurista de 1931 reconoció al artista cubano entre “los cien mejores pintores del movimiento futurista italiano”.
El óleo Aeropintura (1931) es exponente de la incursión de Marcelo Pogolotti en las modalidades artísticas practicadas por el colectivo turinés. Su apariencia, de morfología ambigua, ha hecho que se confunda con una pintura abstracta, aunque su pretensión era expresarla perspectiva supraterrestre propiciada por el aeroplano, máquina entonces novedosa.
Pogolotti ensayó propiamente con la abstracción en Aguamarina (1929). Esa experimentación fugaz le sirvió para lograr una suerte de síntesis compositiva, un racionalismo icónico. Véase, por ejemplo, Alba (1934), donde las fábricas aparecen geometrizadas como rectángulos.
Hacia ese mismo año, Marcelo Pogolotti rompió definitivamente con el grupo futurista, por inconciliables antagonismos estético-artísticos y político-ideológicos. Los futuristas turinenses no estaban interesados en el “latido humano” de la máquina, sino en su geometría, y su adalid “vociferaba” su filiación fascista.
El primer distanciamiento sobrevino cuando Pogolotti escapó de la Italia de Mussolini, ante el revuelo que provocó su serie de dibujos Nuestro Tiempo (1930-1931), que el pintor denominó así por resumir “todos los aspectos sociales del momento”.Con el solo uso del lápiz y el creyón sobre papel, logró tal rejuego de líneas, texturas y efectos visuales, que algunos críticos confundieron esos dibujos con óleos o grabados. En la serie, Pogolotti descompuso la visión caleidoscópica que luego trató de unificar en obras únicas, llamadas cronotópicas: El siglo XX o El regalo a la querida (1933) y El cielo y la tierra (1934), entre otras de gran complejidad compositiva por la simultaneidad de acciones, tiempos y lugares.
La problemática del trabajo –sobre todo industrial– era muy cercana al único vástago de Domenico (Dino) Pogolotti, fundador en 1911 del reparto Pogolotti o Redención, primer barrio obrero de Cuba. Aunque el pintor llegó a simplificar las composiciones en escenas únicas, representó los fenómenos del taylorismo y el fordismo en su intrínseca complejidad. De ello es paradigmática la pintura Cronometraje (1934), que algunos han asociado con el filme Tiempos Modernos, de Charles Chaplin.
En el París de 1933, el intelectual cubano se integró a otro colectivo de vanguardia: la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios. Comulgó así con la tendencia marxista del surrealismo que cultivó esa organización, liderada por Louis Aragon, quien lo estimuló a escribir y concibió para él un seudónimo, M. Marceletti, bajo el cual publicó su primer texto sobre artes visuales en la revista Commune, en junio de 1934.
En dibujos fechados hacia 1935, Pogolotti compuso escenas aparentemente irracionales que, en esencia, expresaban la hibridación cultural cubana. También pintó paradojas de significado histórico-social, como Encuentro de dos épocas (1938), su última pintura.
Durante su estancia europea (1928-1939), se identificó con la vanguardia no meramente estético-artística, sino también ideopolítica. A diferencia de otros artistas modernos cubanos, Pogolotti no se varó en la problemática vanguardia-nacionalismo. Con recursos de un lenguaje visual internacionalizado, buscó fundir lo global y lo puntual: lo actualmente llamado «glocal». Su pintura Paisaje cubano (1933) es, en realidad, un reflejo modélico de las dictaduras neocoloniales de todo el mundo. Y su visión del mundo «tecnologizado» y «deshumanizado», no solamente resultó ecuménica sino vigente.
En una crónica redactada en París en 1931, Alejo Carpentier lo enjuició como “el artista de técnica e ideas más avanzadas” que había producido Cuba hasta ese momento. Tras su invidencia definitiva en 1938, Pogolotti se dedicó exclusivamente a la escritura, donde se incluía la concerniente a las artes visuales. Tras su primera exposición individual (1938), verificada en París y presentada por Jean Cassou, quedó cerrada la producción visual o primera época creativa de Marcelo Pogolotti. Posteriormente, se extendió como artista actuante gracias a la continua socialización de su obra, a la que no fue ajena la caricatura (Hitler, 1935), lo festivo (Fiesta campestre, ca. 1936), lo onírico (Sonia, de 1931 y Evasión, de 1937). Su autobiografía, Del barro y las voces, ha sido editada varias veces y constituye un clásico de la literatura testimonial cubana.
Marcelo Pogolotti fue el primer representante del “arte nuevo” criollo que se enroló en algún colectivo vanguardista de Europa y se anticipó casi veinte años a la irrupción del abstraccionismo en Cuba. Se erigió, antes de Wifredo Lam, en el artista moderno cubano de mayor reconocimiento fuera de su patria, con valoraciones consagratorias de prominentes intelectuales foráneos.
Aunque sumaria (1923-1938), su andadura como pintor y dibujante resultó intensa. Opuesto a lo que llamó “arte de laboratorio” o mera experimentación formal, Pogolotti practicó el “ensayo plástico o visual”, entendido como la libertad de creación orientada responsable y coherentemente hacia la solución de un problema artístico-estético.
Fuente: EnCaribe.org