Nació en Sagua la Grande, provincia de Villa Clara, fue un joven cubano que fue asesinado mientras alfabetizaba a manos de bandas contrarrevolucionarias.
Manuel Pablo Ascunce Domenech, hijo de Evelia y de Manuel, ella ama de casa y él empleado. Sus abuelos por línea paterna fueron Eladio y Guillermina y por línea materna, Vicente y Juana Rosa. La coincidencia quiso que este nacimiento ocurriera tres días antes de conmemorarse un aniversario más del natalicio de José Martí, como si la casualidad hubiera querido obsequiar este regalo al Apóstol de Cuba.
El 23 de enero de 1947, próximo a los dos años de edad, fue bautizado en la Iglesia Parroquial de Sagua. Sus padrinos fueron Guillermina Hernández Santos y Arnaldo Hernández Solloa. Era una familia humilde, con las características propias de la época de la seudorrepública.
Tenía Manuel dos años, cuando la familia se traslada a la capital, a la residencia situada en Justicia No. 574, entre Santa Felicia y Santa Ana, en la barriada de Luyanó. Su niñez transcurrió feliz, junto al amor de sus padres, abuelos, y su hermanita menor Mambla, su compañera de infancia, por quien sentía gran cariño. A la edad de siete años los padres le proponen hacer la primera comunión, a lo que él respondió: “Yo no quiero tener nada con los curas”. Fue tal su aferramiento en esto, que Evelia y Manuel decidieron no prepararlo en la doctrina católica, ni hablarle más del tema.
Su enseñanza primaria la realizó en las Escuelas “Santa Marta” y “El Éxito”, del propio barrio de Luyanó, donde culminó en el curso escolar 1957-58 el sexto grado, a la edad de trece años. Desde muy temprano demostró ser un alumno disciplinado, tranquilo, estudioso, de carácter serio, aunque gustaba de los juegos y de hacer chistes. Constituyó siempre un ejemplo para su única hermanita Mambla. Evelia cuenta de la época de infancia de Manuel, que amaba los animales y era desprendido. En una ocasión su papá le compró una mascota para jugar pelota, pero ella se dio cuenta de su ausencia, por lo que le preguntó a Manolito sobre el asunto, a lo cual él respondió:“que se la había prestado a un amiguito porque él no tenía ninguna”.
En varias ocasiones su hermana Mambla, quien gustaba jugar con los gorriones que se caían en el patio, veía cómo Manolito hacía por restablecer a los pichones en sus nidos. Era muy limpio y presumido, cuando se caía en el piso y se levantaba, nunca se limpiaba las manos en la ropa, sino que con ellas en alto, corría para el baño a lavárselas.
Cursó estudios de enseñanza media en la escuela “América”, ubicada en Herrera y Guanabacoa, Luyanó, donde cursó el séptimo grado y comenzó el octavo en otra instaláción de la escuela, en la propia barriada. Le gustaban mucho las fiestas, tenía un carácter juvenil, que le ganaba la confianza y el aprecio de sus compañeros. Era un muchacho trigueño, de tez blanca y ojos muy expresivos. Poseía una nobleza extrema, no tenía nada suyo, y sentía gran sensibilidad por todo lo que le rodeaba. Últimamente ya estaba más alto que su padre, según la madre, y siempre escuchaba con atención todos los discursos de Fidel, como era habitual en la familia.
En la etapa estudiantil se incorpora a la defensa de la Patria, ante el ataque mercenario de Playa Girón, en abril de 1961, se hace presente en las guardias para la protección de su escuela secundaria básica si las circunstancias lo requerían. Se incorpora a la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR).
Durante la Campaña de Alfabetización no vaciló en separarse del hogar para marchar a donde fuera necesario. Al llamado de Fidel para integrar las Brigadas “Conrado Benítez”, Manuel solicita el ingreso en sus filas, el 23 de marzo de 1961. Era apenas un niño —como dijera el mismo Fidel Castro —, que además había sacrificado sus vacaciones, que llegaba allí, igual que otros 100 mil jóvenes, igual que otras decenas y decenas de miles de niños y de jóvenes, hijos, por supuesto, de decenas y decenas de miles de familias, muchos de ellos, la inmensa mayoría, hijos de la clase obrera.
Manuel sale el 13 de julio de 1961 en horas de la mañana con destino al Campamento de la Alfabetización en Varadero, del nuevo edificio construido por la Revolución para la Secundaria América, escuela que actualmente lleva su nombre, situada en la calle Enna, entre Manuel Pruna y Rosa Enríquez, en Luyanó. Durante los días de entrenamiento en el Campamento Granma de Varadero, recibió la preparación mínima técnica para alfabetizar, y se le entregó el carnet No. 72792, con su uniforme y farol que lo identificaban como miembro de la Brigada “Conrado Benítez”.
Manuel Ascunce fue designado para alfabetizar en la provincia de Las Villas, en la zona de Limones Cantero, municipio de Trinidad, donde alfabetizó en casa de los campesinos Colina y Joseíto, estancia que vio interrumpida por encontrarse enfermo y que lo obligó a viajar a La Habana. En carta dirigida a sus padres el 4 de septiembre de 1961, les dice: “Mami, dile a papi que, cuando venga, si puede me traiga un cake helado, pues los campesinos de aquí, nunca lo han comido, y el otro día dijeron que tenían ganas de comer dulces...”.
Cuenta Evelia, que llevaron el cake en una caja con mucho hielo seco y que este llegó intacto; Manolito no quiso comerlo y les dijo: “No mamí, déjaselo a ellos que nunca lo han comido... yo lo comeré cuando regrese a La Habaña”.
En dos ocasiones más los padres lo visitaron en casa de estas familias. A Manuel le gustaba comer con sus cubiertos. En una de esas visitas, Evelia se dio cuenta del trabajo que él estaba pasando al comer solo con la cuchara como cubierto, se le acercó y le dijo que le mandaría su juego de cubiertos, a lo que Manolito respondió: “Mima, eso sería una humillación para esta familia”.
Más tarde se traslada a la casa de Pedro Lantigua por una propuesta propia, y le plantea el cambio a su compañera Anaís, la que ocupaba el cargo de Asesora Técnica de la Zona, por considerar que ese era un lugar difícil para ella, intrincado para una mujer, y por la responsabilidad que estaba desempeñando. La casa de Pedro Lantigua y Mariana de la Viña, estaba situada en la Finca Palmarito, barrio de Río Ay, en la zona de Limones Cantero, municipio Trinidad, en una zona cafetalera de difícil acceso con una extensión de treinta caballerías y había sido intervenida a su dueño seis meses atrás. Precisamente, uno de los hijos de este era miembro de la banda que asesinó a Manuel y a Pedro.
Por las palabras de la madre de Manuel se conoce que ellos no llegaron a visitarlo en el hogar de Lantigua, pero sí sabían que esa familia, especialmente Mariana, lo trataban con mucho cariño, y todos lo querían. El se sintió siempre muy a gusto en esta casa, pues le agradaban los niños, y le encantaba montar a caballo. A Lantigua le gustaba cazar jutías y Manolito Jo acompañaba en su cacería. En una de sus cartas le cuenta a sus padres de lo sabrosa que resultaba una jutía asada en el monte, pues él nunca la había comido.
Durante la estancia en casa de los Lantigua, se incrementó el ataque de las bandas contrarrevolucionarias a la zona, por lo que se recibió la orientación de evacuar prácticamente a los brigadistas de este lugar, pero Manuel insistió en mantenerse en su puesto, pues decía que debía terminar su trabajo para regresar como todos en su momento preciso.
Siempre estuvo al lado de Lantigua en la defensa y custodia de la casa, de la familia, y los intereses de la Revolución. El 26 de noviembre de 1961, en horas de la tarde, Mariana hizo para todos una colada de café recogido, cultivado y tostado en la propia finca, pero cuando ya se estaba repartiendo, no llegó ni siquiera a las manos de Pedro, pues fue sorprendido por presuntos milicianos, que después resultaron ser realmente, los bandidos. Mariana se percató de la simulación de los malhechores y salió en defensa de los suyos, quiso hasta hacer ver que Manuel era uno de sus nueve hijos. A la pregunta de quién era el maestro, Ascunce contestó: “¡Yo soy el maestro!” Lo que indignó a los bandidos y arremetieron contra él y Pedro de la forma más brutal y cobarde, además de llevarse con ellos a Pedrito.
Mariana los sigue y logra arrebatarles al hijo, saliendo en busca de ayuda y refuerzos pero, el estado del tiempo, la oscuridad de la noche y las dificultades propias del camino, no le permitieron evitar a tiempo el propósito de “los alzados”.
Mientras tanto los bandidos siguieron ensañados con ellos, mediante ofensas, amenazas, golpeaduras, punzonazos -14 en total-, luchas, forcejeos y torturas. Cuando ya los tenían medio moribundos, deciden ahorcarlos y los alzan en dos ramas de una acacia, a poca distancia de la vivienda, aproximadamente a las ocho de la noche. Así quedan exánimes los cuerpos de Pedro y de Manuel, por defender la obra de la educación y ser fieles a la causa de la Revolución.
El asesinato de Manuel se produjo en Limones Cantero, finca Palmarito, junto a su alumno Pedro Lantigua Ortega, a manos de los criminales, Quesada Braulio Amador Quesada (principal ejecutor), Pedro González Sánchez y Julio Emilio Carretero Escajadillo (jefe de una comandancia).
Sus cadáveres fueron traídos al poblado, donde campesinos y brigadistas les rindieron el tributo emocionado y merecido; más tarde el de Manuel fue trasladado a la capital, donde un mar de boinas verdes del Ejército Alfabetizador, confundidas con un pueblo todo, dio el último saludo al
La despedida de duelo la realizó el entonces Presidente Osvaldo Dorticós Torrado. En el Cementerio de Colón, el director del Hospital Militar Finlay, el doctor Nicolás Monzón Pérez (Pompi), natural de Encrucijada, expuso los resultados de la Autopsia, según la cual a las víctimas las ahorcaron con alambres de púa.