Poeta y periodista cubano, representativo del vanguardismo de la década de 1930.
Nació en Jovellanos, Matanzas. Su padre, capitán del ejército español, fue asesinado por sus compañeros de armas cuando descubrieron que el joven oficial abrazaba la causa de la independencia de Cuba, por lo que su madre, Martina Luna, se trasladó entonces a Manzanillo (Granma), con sus cinco hijos en busca de apoyo familiar. Navarro Luna, quien apenas tenía seis meses de edad, pasó allí su niñez y casi toda su vida.
Estudió las primeras letras en una humilde escuelita de barrio fundada por su madre. A los trece años, comenzó a estudiar música y aprendió a tocar el violonchelo y el bombardino. Fue uno de los fundadores de la Banda Infantil de Música de Manzanillo y, más tarde, integrante de la Banda Municipal de la ciudad.
La precaria economía familiar le impidió continuar estudios, pero leyó y estudió intensamente, hasta convertirse en un verdadero autodidacta.
Realizó los más disímiles trabajos, como limpiabotas, mozo de limpieza, barbero, sereno y buzo sin escafandra, para pescar piezas de cobre en el fondo de la bahía de Manzanillo que luego vendía en una fundición.
Desde muy joven, se involucró en las luchas obreras y fue encarcelado en varias ocasiones.
En 1915, inició su labor poética reconocida cuando publicó sus primeros versos en las revistas manzanilleras Penachos y Orto. Su primer libro, Ritmos Dolientes, apareció en 1919.
Fue director de La Defensa y La Montaña. Fundó, además, la Biblioteca Pública “José Martí” y una filial de la Asociación de la Prensa.
En 1921, participó en la fundación del Grupo Literario de Manzanillo. En 1929, con gran esfuerzo personal, obtuvo el título de Procurador. Ese año ingresó en la organización antimperialista Defensa Obrera Internacional y, en 1930, en el Partido Comunista.
Navarro Luna desplegó una amplia actividad política contra la dictadura de Gerardo Machado. Formó parte del Comité de Auxilio del Pueblo Español a raíz de la guerra civil.
En 1940, tras la elección de Paquito Rosales como alcalde de Manzanillo (primer alcalde comunista en Cuba), trabajó en el Departamento de Cultura de la ciudad.
En 1949, fue acusador en la causa contra el asesino del líder azucarero Jesús Menéndez y, ese mismo año, asistió al Congreso Continental por la Paz, celebrado en México.
Durante la tiranía de Fulgencio Batista (1952-1958), colaboró activamente con los grupos revolucionarios. A raíz de la caída del joven revolucionario Frank País, su poema “Santiago de Cuba”, que circulara en volantes mimeografiados por el oriente cubano, motivó la orden de persecución contra él y pasó a la clandestinidad.
Después del triunfo de la Revolución, se enroló en las Milicias Nacionales Revolucionarias y participó en la lucha contra bandidos en las montañas del Escambray y en la batalla de Playa Girón. Colaboró incansablemente en la prensa radial y escrita, y ofreció conferencias y recitales en unidades del ejército y la milicia. En 1962, viajó a la Unión Soviética como parte de la delegación cubana al Congreso Mundial por el Desarme y la Paz.
Murió en La Habana el 15 de junio de 1966, próximo a cumplir los 72 años de edad.
Colaboró en Letras, Revista de Avance, social, Renacimiento, Hoy, bohemia, Verde Olivo, La Gaceta de Cuba y union-de-escritores-y-artistas-de-cuba-uneac.
Fue íntimo amigo del poeta y ensayista Juan Marinello, con quien sostuvo una abundante correspondencia por más de 50 años, todavía inédita.
Manuel Navarro Luna es representativo del vanguardismo cubano de la década de 1930 y su obra se movió, inicialmente, en una de las tres direcciones principales (además de la poesía pura y la poesía negra) en que se expresaría este movimiento: la poesía social, junto a Nicolás Guillén y Regino Pedroso.
El vanguardismo se caracterizó por el abandono de los moldes estróficos, de rima y de medida; la disposición tipográfica alterada, y el papel preponderante de la metáfora. Reuniendo de modo sorpresivo entidades lógicamente irreconciliables, o usando con carácter inusitado diferentes partes de la oración, la vanguardia estableció una variedad considerable de metáforas de sello propio con las que se proponía expresar los nuevos y convulsos tiempos.
Navarro Luna fue el autor del libro más típicamente vanguardista de la poesía cubana: Surco (1928), tras el cual, a partir de Pulso y onda (1932), se movería decididamente hacia la poesía social. El verso, fuerte e impetuoso, y la ingenua audacia de las imágenes, revelan la presencia continuada del vanguardismo, en un libro que se sitúa ya en la dirección política y en el que sobresalen “Canción del niño negro y del niño blanco”, “Canción campesina para cantarla en la ciudad” y “Levanta los ojos…”, entre otros en los que Navarro denuncia injusticias e invoca un mundo mejor.
Su siguiente libro, La tierra herida (un largo poema en cuatro cantos) está también dentro de la dirección política de la poesía social. El tema del campesino pobre provoca la iracundia de los versos. Según Roberto Fernández Retamar, un aliento de raigal sinceridad da sentido al énfasis de estos cantos, salvados de la exclamación de la proclama por la libertad vanguardista en que se expresan.
En Poemas mambises, Navarro Luna no se aparta de la poesía social, pero se centra en temas históricos y exalta los héroes de la independencia de Cuba: Martí, Maceo, Masó. Con su acostumbrado aliento –afirma Retamar-, propicio para los grandes temas, alcanza una poesía civil de vigoroso tono, subrayado por la sinceridad que sentimos viva en el fondo de los amplios himnos.
En Doña Martina, se aparta de su poesía social para escribir una elegía, en décimas, a la muerte de su madre. Obra emocionada y en tono menor, mereció el elogio de José María Chacón y Calvo, quien le dedicó un penetrante comentario.
Con el triunfo de la Revolución Cubana, Navarro Luna se sumergió en las múltiples tareas, políticas y culturales, que demandaban los nuevos tiempos. En Odas mambisas (1926-1960) y Odas milicianas (1961-1962) están de nuevo la sinceridad y la fuerza de expresión clara y directa de su poesía, que se torna de buscada llaneza para dialogar con los obreros de las fábricas y con los campesinos, con los soldados y los milicianos, entre quienes, en numerosas ocasiones, leyó, vibrante, sus poemas.
Enrique José Varona escribió que la importancia de sus versos residía en el espíritu que los vivificaba. De Pulso y onda, dijo Rafael Alberti que lo ubicaba en el meridiano de su tiempo, y Juan Ramón Jiménez declaró: “gran poesía la suya, donde la increíble riqueza de imágenes corre pareja con su musicalidad augusta y resonante”; Cintio Vitier por su parte valoró que “Cuba está íntegra en su palabra y en su gesto de gran poeta”; y Juan Marinello, que era el poeta de la Revolución.
Fuente: EnCaribe.org