Entre los grandes de la canción trovadoresca cubana es imposible no mencionar al compositor y guitarrista.
Nació en Caibarién, ciudad de pescadores y comerciantes ubicada en la costa norte del centro de Cuba y vivió allí sus primeros años, luego se trasladó a La Habana, y se consagró como uno de los grandes de la Trova Tradicional Cubana, junto a Pepe Sánchez, Sindo Garay, Alberto Villalón y Rosendo Ruiz.
En la capital, luego de terminada la guerra, transcurre su primera juventud trabajando en el gremio tabacalero, es el supervisor de la factoría de tabaco quien le enseña los primeros acordes de guitarra, ya entrado el siglo XX se dedica a la música, de bohemio siempre acompañado de su instrumento.
En sus años iniciales como músico, fue guitarrista y compositor en una agrupación sonera de los barrios de La Habana y participó en la fundación de uno de los primeros sextetos habaneros de son, factores que le permitieron adquirir conocimientos imprescindibles en su obra musical.
Entre 1900 y 1920 realizó su producción más destacada por la cantidad, calidad y variedad de géneros musicales, de esa época datan: Mercedes, Aurora, Animada, Contrapunto, Mi pecho y mi alma, y las que lo hicieran más famoso: Longina y Santa Cecilia.
Su vocación por la música le sirvió de marco a su vida bohemia, y comenzó a realizar actuaciones en la denominada zona roja de la Habana, frecuentada por prostitutas y otros personajes del bajo mundo habanero.
Gustaba de reunirse en tertulias y peñas familiares donde hacía gala de sus dotes como músico y compositor. Según María Teresa Linares, Manuel solía relacionarse con otros compositores a veces mediante contestaciones, que no eran otra cosa que canciones a modo de respuesta de otras canciones. Tal es el caso de la canción Animada que fue escrita como contestación de Timidez.
Alcanza la popularidad con Mercedes; luego vendrían otras y otras entregas al patrimonio nacional: Longina, Santa Cecilia, Aurora, Doble inconsciencia y también guarachas que se inspiraron en temas de actualidad: El Servicio Obligatorio, Acelera Ñico, acelera y otras.
Corona fue, de los grandes de la Trova Tradicional Cubana, el que más composiciones logró grabar en discos fonográficos. También cultivó otros géneros musicales representativos de la identidad cubana como la guaracha y su variante la guaracha-son, habaneras, criollas, y hasta compuso algunos tangos y blues.
Odilio Urfé, musicólogo cubano, evaluó la trascendencia de Manuel Corona, con esta frase: “No resulta difícil proclamar a Corona como el autor que reafirmó los perfiles modernos de la guaracha cuando entre 1915 y 1920 escribió, dictó y grabó para el fonógrafo sus antológicas: El Servicio obligatorio; La Choricera; Acelera, Ñico, acelera.
Las tres guarachas escritas en compás de 2/4 (todavía hasta ese momento se escribía mayoritariamente en 6/8) inspiraron sus correspondientes danzones.
Una peculiaridad muy destacada de la obra de Manuel Corona, es la cantidad de canciones que le inspiraron las mujeres, también se especializó en las” contestaciones”, una modalidad que consiste en hacer obras musicales que respondan a otras de diferentes compositores; en el caso de Corona, se contestó, incluso, a sí mismo.
Pese a gozar de la preferencia popular y la fama, Manuel Corona murió pobre y apartado de hambre y frío, en la más extrema pobreza; en la trastienda del bar Jaruquito, en Marianao, La Habana.
Dada su pobreza, los conductores de ómnibus de la ruta 32, de la capital cubana, hicieron una colecta para velar sus restos en la funeraria San José, luego la Sociedad de trovadores lo trasladó para su sede, y el 10 de enero de 1950, en horas de la tarde, fue su entierro; la despedida de duelo estuvo a cargo del notable músico Gonzalo Roig.
Sus restos permanecieron en el cementerio habanero hasta que en 1968, se trasladaron al cementerio de Caibarién a instancias de un grupo de sus coterráneos encabezados por Armando Rosado, importante promotor de la cultura local.
El 14 de septiembre de 1968, sus restos se velaron de nuevo en la capital, el día 15 recibieron honores del pueblo y trovadores de todo el país en la Academia de Música de Caibarién, donde se cantaron durante toda la noche piezas antológicas de la trova tradicional.
En la mañana del 16, sus restos se trasladaron al cementerio en un desfile donde continuaron las canciones y las ofrendas florales. En un pequeño osario, sobre el regazo de una hermosa joven escogida por su nombre, Longina, como el de la canción que lo inmortalizó, llegó Manuel Corona a la bóveda más antigua del cementerio de Caibarién, donde aún descansan hoy y reciben numerosas ofrendas de amantes de la música y admiradores de su obra.
En Caibarién se le recuerda también a través de un Festival de la Canción que lleva su nombre, surgido en los años noventa y que se efectúa cada dos años, donde se premia la composición y la interpretación. Además, la institución fundamental de la Cultura en el territorio, La Casa de Cultura, donde se forman aficionados en las diferentes manifestaciones del arte y se fomenta el gusto por ellas, se nombra “Manuel Corona”.