Lydia Cabrera, destacada etnóloga, investigadora y narradora, nace en la Habana, en la Calzada de Galiano, número 79. Hija del abogado e historiador Raimundo Cabrera y Bosch y de Elisa Marcaida y Casanova, ambos cubanos.
Su padre había sido uno de los jóvenes abogados del Partido Autonomista en la década de 1880. Autor del conocido ensayo político “Cuba y sus jueces”, al iniciarse la Revolución de 1895, se alineó con el independentismo.
Por problemas de enfermedad no asiste a la Escuela y es educada libremente por tutores en su propia casa, donde también estudia el bachillerato y posteriormente hace cursos de postgrado. Pintora apadrinada por Leopoldo Romañach, crece rodeada de intelectuales que le propician convertirse en periodista desde su adolescencia.
Desde niña se sintió atraída por las leyendas y creencias mágicas de los negros. Sus “tatas”, que formaban parte de su hogar, casi como un familiar, son quienes despiertan el interés por estas creencias con los relatos del maravilloso mundo africano. Y son precisamente sus tatas, ya viejas, quienes la ayudan a entrar en ese mundo donde el hombre blanco normalmente no era aceptado y ponen su confianza en la “mundele” (blanca) Lydia, sabiendo que ella jamás les ocasionaría mal alguno.
Esto garantiza el éxito de sus investigaciones y sus trabajos sobre la presencia de la cultura africana en la Isla, que tanto en sus aspectos lingüísticos como antropológicos, son de imprescindible consulta. Su inicio como estudiosa del folklore afrocubano fue de la mano de Fernando Ortiz, el más importante etnólogo y antropólogo de Cuba.
En 1913 comienza a escribir la crónica social de la revista “Cuba y América” bajo el seudónimo de Nena. En 1927 viaja a París, a estudiar en “l'École du Louvre”. Residiendo en París publica “Contes nègres de Cuba”, traducidos al francés por Francis de Miomandre, y basados en los relatos escuchados durante sus investigaciones. Una recreación poética y un rico aporte al conocimiento del folclore negro.
En 1937 regresa a Cuba, donde residirá hasta el 24 de julio de 1960 en la “Quinta San José”, propiedad de María Teresa de Rojas, quien le facilita la holgura económica que le posibilita dedicarse profesionalmente a la investigación. Abandona la ficción literaria para dedicarse definitivamente hacia los estudio de la cultura afro-cubana, ampliando sus conocimientos lingüísticos y antropológicos.
Una vez vencida la primera etapa de su formación como investigadora, con el apoyo económico de Maria Teresa Rojas le quedaba resuelto el del financiamiento, por lo que pudo disponer de una secretaria y podía viajar en busca de informantes a los pueblos y ciudades de las provincias de La Habana, Pinar del Río, Matanzas y Las Villas. En la visita de Federico García Lorca a Cuba, Lydia lo llevaría a una ceremonia secreta afro-cubana, que lo impresionaría y dejaría completamente fascinado.
La primera edición en español de “Cuentos negros de Cuba” se publica en 1940, en La Habana, imprenta “La Verónica”. En 1948 aparece su segundo libro de ficción, “¿Por qué? Cuentos negros de Cuba”, “Colección del Chicherekú”, creada por la propia autora y su amiga María Teresa de Rojas.
En la “Revista Bimestre Cubana”, dirigida por Fernando Ortiz, Lydia publica en 1947 el ensayo “Eggue o vichichi nfinde” ( volumen LX), versión de los primeros capítulos de lo que será su obra cumbre: “El monte”.
En el número 36 de la revista “Orígenes”, dirigida por José Lezama Lima y José Rodríguez Feo, aparecerá en 1954 “El sincretismo religioso de Cuba. Santos. Orishas. Ngangas. Lucumís y congos”. En abril de ese mismo año está fechado el prólogo de “El monte”.
En 1954, como resultado de muchos años de paciente labor, publica su máxima creación, “El Monte”, que ha merecido se le identifique como la biblia de las religiones y la liturgia afrocubanas. Es posible que la primera edición de “El monte” sobrepasara los 500 ejemplares, pero realmente esta cifra fue mucho menor, dado que la impresión se encareció por la calidad especial del papel utilizado, además de que la inversión era riesgosa, ya que se manifestaban públicamente los prejuicios religiosos. La obra no se volvió a reeditar hasta 1968, en Madrid, en una edición financiada por su amiga Amalia Bacardí.
En los años cincuenta, ya dedicada por completo a estudiar los orígenes de la Santería, nacida de la mezcla de las deidades de Yoruba con los santos católicos, viaja por toda la isla, desarrollando una profunda investigación de campo que la llevó a moverse por numerosos pueblos y ciudades, siendo sus principales centros de investigación La Habana, Matanzas, y Trinidad, en la provincia de Las Villas, donde recopila mucha información sobre rituales y mitos poco conocidos, guardados como un gran tesoro por los ancianos negros.
Resulta significativo que en sus primeros libros etnológicos, publicados entre 1954 y 1958, comenzando con “El Monte”, ella recoge los más importantes fundamentos antropológicos, religiosos y culturales del legado afrocubano. Para ello tiene que ganarse la confianza de sus informantes, los cuales guardan celosamente el secreto de sus rituales, mitos y costumbres.
Para ella, lo importante consistía en desentrañar "…la huella profunda y viva que dejaron en esta isla, los conceptos mágicos y religiosos, las creencias y prácticas de los negros importados de África durante varios siglos de trata ininterrumpida…". Según su propia autora el mérito del libro radica en que son los propios negros los que hacen este libro y aunque con una estructura irregular es, sin dudas, un profundo viaje por las costumbres más arraigadas del pueblo cubano.
“El Monte”, con más de quinientas páginas de conocimientos de lo cubano o, más bien, de lo oculto cubano, no sólo es un compendio del hermetismo afrocubano, sino también un tratado de botánica con una amplia relación de las plantas y sus propiedades médico-mágicas. Un texto sacramentado por practicantes y estudiosos, donde nos ofrece un estudio de más de trescientas plantas que se manifiestan en los rituales que llegaron a la isla desde el África.
En 1955, ya con conocimientos de la lengua lucumí (yoruba) que se habla en Cuba, publica “Refranes de negros viejos”. Dos años después aparece su libro “Anagó, vocabulario lucumí” donde ya evidencia que es entendida en el lenguaje sagrado de los orishas (dioses).
Solo un año más tarde, en 1958, publica “La sociedad secreta Abakuá”, en el cual se reflejan los dos legados culturales de nuestra patria: el español y el africano. Ella escribe “…."la cultura no es el grado máximo de instrucción y refinamiento que logra alcanzar un pueblo, sino el conjunto de sus tradiciones sociales".
Los ñáñigos, tan estrictos en asuntos de los géneros y su trasgresión, determinaron permitirle entrar al cuarto “fambá, sancta sanctorum” de la hermandad, siendo la primera y posiblemente la única mujer que lo ha hecho. Gracias a ello pudo escribir su “Anaforuana: ritual y símbolos de la iniciación en la sociedad secreta Abakuá”, y podemos pensar que los “ecobios” verían en Lydia a un igual, porque era mucha mujer esta mujer, mujer cabal, total y absoluta. Sin dudas, hasta los “ecobios” juramentados en el secreto, aprobarían que ella, siendo mujer, merecería más entrar a su “sancta sanctorum” que muchos de los masculinos, que los diestros sectarios desprecian por su menguada varonía, no del cuerpo, sino en el espíritu.
Lydia Cabrera, como José Lezama Lima y Fernando Ortiz, no se empeñó en dejarnos una correcta obra literaria, sino en construir una cosmogonía insular que nos dota de un pasado grandioso con que sostener el pesado y pedestre presente. Sus trabajos fueron también publicados en las revistas francesas “Cahiers du Sud”, “Revue de Paris” y “Les Nouvelles Litteraires”, y en Cuba en la Revista “Orígenes”, desde 1945 hasta 1954, en la “Revista Bimestre Cubana” (1947), “Lyceum (1949)”, “Bohemia” e incluso en “Lunes de Revolución”.
Al triunfo de la Revolución se marchó del país. Su última residencia en Cuba fue la “Finca San José”. La casa que compartía junto con María Teresa Rojas. Una casa en las afueras de La Habana, de estilo colonial cubano con mediopuntos, mamparas, quinqués, farolas, rejas, puertas, cosas antiguas de Trinidad y otros lugares de la Cuba colonial. Cuando se entraba, parecía que se viajaba en el tiempo. En 1961 fue demolida para hacer un campo deportivo. Pero su obra perdura y perdurará en el tiempo.
Años más tarde, en 1971, ya viviendo en la Florida, Ediciones Universal publica “Ayapá: cuentos de Jicotea”, su tercera colección de relatos.) Murió con 91 años en la ciudad de Miami el 19 de septiembre de 1991.