Trovadora y maestra cubana, cuyas canciones para niños han permanecido por décadas en el gusto musical de los cubanos.
Nacida en la ciudad de Santa Clara, capital de la antigua provincia de Las Villas, Teresita Fernández creció en el seno de una familia eminentemente musical. Así, comenzó a cantar desde los cuatro años en la emisora radial CMHI de su ciudad natal, en el programa Hora Martha que dirigía su madre Amparo García.
Aunque su mamá quería que fuese pianista, el temperamento de Teresita Fernández no le permitía desarrollarse en dicho instrumento pues, según confesó la trovadora, tocar la tecla y esperar a que el martinete sonara le parecía muy aburrido.
En su biografía 'Yo soy una maestra que canta', escrita por la periodista Alicia Elizundia Ramírez, asegura la artista que a ella le interesaba la poesía tanto como la música. Así, como la única cosa que une las dos manifestaciones es la canción, buscó a un trovador para que la instruyera.
A los doce años conoció a Benito Vargas, un tabaquero y trovador que por las noches se dedicaba a dar serenatas y que le enseñó los acordes esenciales de la guitarra.
En 1948 se graduó de maestra normalista y en 1959 obtuvo el título de Doctora en Pedagogía. Poco antes de recibir este título, entró a trabajar como maestra en la Escuela Normal de Santa Clara. Su ingreso en las aulas coincidió con una huelga general realizada en Cuba en 1958 contra el gobierno de Fulgencio Batista. Sus alumnos fueron a la huelga y ella los acompañó en la protesta cívica. Poco después de aquellos sucesos y ante la incomprensión de sus intereses artísticos en el medio predominante en Santa Clara, por entonces caracterizado por un pensamiento y una proyección profundamente conservadores, Teresita optó por emigrar hacia la capital cubana, lugar donde decidió entregar su vida de forma íntegra al arte de hacer trova, con la misma vocación de aquellos maestros ambulantes de los que hablara José Martí.
Como compositora, sus primeras canciones datan de la década de los cincuenta. Por esas fechas, entró a la vida musical cubana de la mano del dúo de Las Hermanas Martí, voceras generosas de su arte que llegaron a interpretar su canción «Canto a mi bandera», cuyo texto demostraba la sencilla belleza de la poesía trovadoresca:
Como si fueran tan pocas las bellezas de los campos,
me dieron una bandera para aumentar sus encantos,
mariposa contra el viento, tricolor rosa cubana,
al darme a mí esa bandera me encadenaron el alma.
El primer intérprete que asumió en su repertorio una canción de Teresita Fernández fue Ramón Veloz, conocido exponente de la música de origen campesino en Cuba, que interpretó el corte titulado «Cubano mira tus palmas». Así, Teresita empezó a dedicarse de lleno al arte de componer y cantar sus temas.
En los años sesenta se iniciaría la popularidad de Teresita Fernández, según expresa en sus Ensayos voluntarios, el profesor de literatura y estudioso de la cancionística cubana Guillermo Rodríguez Rivera. Se trataba de una popularidad limitada a círculos de conocedores, pues nuestros productores de radio y de televisión fueron poco audaces para promover una expresión musical tan “ poco espectacular”. Teresita era por entonces una autora rara que reunía sonoridades de antiguas baladas y de nuestro folclor campesino en sus canciones muy personales, entre las que no faltaban musicalizaciones de textos de José Martí o Gabriela Mistral.
Fueron las hermanas Martí, en específico Berta y Cuca, quienes, en la capital cubana, le facilitaron sus primeras presentaciones. De tal modo, la sala Arlequín, uno de los sitios pequeños de La Rampa habanera, donde se presentaban muestras del teatro más exigente de aquella época, abrió sus puertas para el debut de la trovadora villaclareña el 20 de julio de 1965. Al decir de la propia Teresita, sentados en primera fila tuvo a dos grandes figuras de la música cubana de todos los tiempos: Sindo Garay y Bola de Nieve.
Meses después de ese primer recital, Bola de Nieve demandó la presencia de Teresita Fernández en las noches del afamado restaurante Monsigneur en la esquina de 23 y O en el Vedado, un espacio conocido en esa etapa como chez Bola.
Luego de una temporada de trabajo con el pianista y cantante, Teresita empezó a tener un espacio propio en La Rampa, en el pequeño club Coctel ubicado en 23 y N, un sitio cuyo nombre permanecería asociado para siempre al suyo, aún después de que ella tomara otros rumbos. Al decir de Marta Valdés, allí acudían los jóvenes que todavía disfrutaban de un cancionero infantil donde no todo era fantasía, pues las canciones de Teresita versaban principalmente sobre la realidad.
Teresita tendió la mano, desde el club 'Coctel', a un joven desconocido todavía, que se recuerda a sí mismo, al mirar hacia aquellos años, como “un trovador trashumante” que no encontraba un sitio fijo para entregar sus canciones. Era Silvio Rodríguez, justo al comienzo de una nueva era en la canción cubana, así como de una amistad duradera entre los trovadores, que ha ofrecido frutos en las múltiples ocasiones en que han tenido la oportunidad de coincidir sobre los escenarios.
En 1966 los fundadores de la revista artístico literaria El Caimán Barbudo la abrazaron con su homenaje en la sala teatro del Museo Nacional de Bellas Artes (Cuba). Así reconocían en ella a su juglar cómplice.
Por entonces, los medios de comunicación difundieron un par de composiciones de Teresita, «No puede haber soledad» y, sobre todo, «Cuando el sol», una suerte de balada pop que en la voz de la vocalista Luisa María Güell captaba la atención de una zona de la audiencia musical cubana.
A la par de su quehacer musical, como excelente comunicadora, Teresita condujo los programas radiales Musa traviesa y De regreso. Asimismo, su primera incursión en televisión fue en 1960, al inaugurar el programa La casita de azúcar, junto con los títeres Pitusa y Eusebio, que se transmitió durante buena parte de la década.
Cuando entre finales del decenio de los años sesenta y 1970, Cuba se vio inmersa en proyectos económicos como el “cordón de La Habana” y la “zafra de los diez millones”, Teresita se unió a José Antonio Méndez y a César Portillo de la Luz, para ser protagonistas de una larga gira nacional, que llegó por igual a los obreros de una mina que al campo abierto.
En 1974, al cesar su trabajo en la televisión, con un grupo de sus amigos más afines y por iniciativa de Celia Sánchez Manduley, bajo las yagrumas del Parque Lenin se creó La peña de los juglares. Este espacio, que muchos llamaron «la peña de Teresita», se fundó con la ilusión de dar un sentido muy especial a las mañanas de domingo, con la trovadora como anfitriona. Puede asegurarse en la actualidad que pocas iniciativas han logrado el nivel de convocatoria que ella y sus amigos alcanzaron entre la gente que, desde cualquier punto de Cuba o del resto del mundo, acudía a su llamado cada domingo por espacio de quince años. Entre muchos nombres importantes que desfilaron por la peña, caben mencionarse los de Alicia Alonso, Antonio Gades, Onelio Jorge Cardoso, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Marta Valdés y Francisco Garzón Céspedes, entre otros.
Desde 1988 hasta la fecha, Teresita se ha presentado en diversos escenarios internacionales entre los que se destacan sus actuaciones en la Jornada Dariana en Nicaragua y en el II Festival Iberoamericano de Narración Oral y Escénica de Monterrey, México, en el que obtuvo el Premio Chamán.
A lo largo de su extraordinaria carrera ha obtenido innumerables reconocimientos: el Disco de Plata de la EGREM, 1980; el Premio EGREM, 1988, con el LD Mi gatico Vinagrito; la Orden Por la Cultura Nacional; la Orden por la Educación Cubana, Rafael María de Mendive; las medallas Raúl Gómez García y X Aniversario de la Nueva Trova, así como la Orden Félix Varela y el Premio Pablo de la Torriente Brau, concedido este último en el 2000. Igualmente, por el conjunto de toda su obra, en diciembre de 2009 se le otorgó el Premio Nacional de la Música.
Una evaluación del quehacer musical de Teresita Fernández tiene que partir del hecho de que, en el panorama de la canción para niños de Latinoamérica, ella completa un triángulo de Grandes Maestros, cuyos otros vértices son el mexicano Francisco Gabilondo Soler y la argentina María Elena Walsh.
La obra de nuestra cantora mayor abarca, además de esa vertiente que conocemos como canción infantil, un repertorio que se inspira en la patria, en la naturaleza, en el amor, y que se apoya en la musicalización de obras paradigmáticas de autores latinoamericanos como las Rondas, de Gabriela Mistral o el Ismaelillo, de José Martí.
En la discografía de Teresita Fernández, entre otros materiales se incluyen el ya aludido álbum Mi gatico Vinagrito, los CDs No puede haber soledad y Teresita canta a Martí (ambos editados por el Centro Pablo), Vamos todos a cantar (homenaje de varios trovadores a la creadora y que fuese ideado y producido por Jorge García para el sello EGREM) y Teresita en nosotros (Bis Music, 2007), un intento de rescatar en las voces de Sara González, Silvio Rodríguez, Liuba María Hevia, Amaury Pérez y la propia Teresita, algunos de sus temas para adultos que no habían sido grabados con anterioridad.
“¿Estilos? Sólo conozco uno: el de la sinceridad cuando se crea o se interpreta” -declara ella-. Por eso mismo, un buen día comenzamos a encontrarla sentada, junto con un grupo de sus amigos más afines, bajo las yagrumas del Parque Lenin, con la ilusión de dar un sentido muy especial a las mañanas de domingo, desde lo que ellos dieron a conocer como 'La peña de los juglares' y muchos llamaban “la peña de Teresita”. Pocas iniciativas han logrado el nivel de convocatoria que Teresita y sus amigos alcanzaron entre la gente que, desde cualquier punto de Cuba o del resto del mundo, acudía a su llamado. El fin de siglo la vio levantar el vuelo hacia la tierra de sus padres o hacia diversas latitudes en el continente americano: “lo más bonito que tiene mi vida no es la canción que canto, sino la historia que me ha acompañado para poder cantarla” -dijo una vez.
La obra de nuestra cantora mayor abarca, a partir de una misma excelencia en el texto y mediante un lenguaje musical signado por la transparencia, además de esa vertiente que conocemos como canción infantil (o mejor como canción para infantes de cualquier edad) una frondosa obra que se inspira en la patria, en la naturaleza, en el amor, en la grandeza y la virtud que han alcanzado algunos mortales.