Nació en la casa número 65 de la calle Tamarindo, en Santos Suárez, La Habana. Fue el menor de los hijos del matrimonio que formaron Alfredo Gómez Bragnes y Virginia García Batista, naturales de Güines.
El padre, tenedor de libros, era el sostén de la numerosa familia hasta que se vio obligado a dejar de trabajar por encontrarse sumamente enfermo. Los seis hijos se encontraban estudiando cuando murió el padre, Raúl entonces contaba ocho años de edad.
Durante este período tiene lugar el tránsito de Raúl por el kindergarten y el grado primero en la escuelita de una tía (Lucrecia Gómez), quien tuvo la oportunidad de enseñarle las primeras letras.
La grave situación económica se hace sentir en el hogar Gómez García. César, el mayor de los hermanos se había establecido en Güines, y se hizo cargo del pequeño Raúl, a fin de que pudiera seguir estudiando. Allí en la villa cursa el segundo y tercer grados en la escuela Arango y Parreño. Después regresa a La Habana y en la Escuela Pública No.48 finaliza los estudios primarios.
El medio familiar ofrece todas las condiciones para que en el pequeño Raúl vayan desarrollándose los elementos de una personalidad vigorosa, que posteriormente definirá el curso de su vida. El amor a la Patria que Virginia aprendió de los suyos, lo supo transmitir a su descendencia.
En aquel hogar aprendió a amar a Cuba, a su bandera, y a la libertad. Conoció el sentido de las palabras amistad y justicia; aprendió a venerar a Martí, suma y síntesis de todo lo anterior.
La vida del Apóstol llegó a constituir para Raúl un ejemplo y una meta a alcanzar. Este sentimiento se refuerza cuando, de nuevo en Güines, Raúl inicia los estudios en la Escuela Primaria Superior; bajo la orientación y guía de su profesor de Estudios Sociales, Valentín Cuesta Jiménez, comienza a desplegar sus iniciativas cívicas. Desde ese momento, el maestro, literato y periodista, ejerció la tutela política y cultural del adolescente.
El joven Raúl Gómez García llega a presidir la Asociación Martiana y por iniciativa suya se crea el Rincón Martiano en el plantel. En el seno de esa institución estableció que al pase de lista, en las reuniones cada miembro respondiera con un pensamiento del Apóstol.
La influencia del profesor Cuesta Jiménez es decisiva en este período de formación y definiciones de su carácter y temperamento.
Imbuido de las más nobles ideas, Raúl encontrará en su maestro un grado de identificación tal que le designaría como "su padre espiritual" y sería el profesor quien haría surgir en el discípulo muchos de sus gustos por las manifestaciones artísticas: la música, la poesía.
Otra de las facetas de la vida de Raúl, como estudiante, se desdobla como deportista. Practicaba con afán y tesón el voleibol y el baloncesto, habiéndose destacado notablemente en el primero, tanto en Escuela Primaria Superior como en los institutos de Güines y la Víbora.
A fin de no interrumpir sus estudios, de los que se vería alejado por motivos económicos, Raúl se ve obligado a permanecer en casa de su hermano, en Güines, toda vez que el Instituto de Segunda Enseñanza que allí radica es el único que no exige de sus alumnos que asistan uniformados, además de ofrecer la ventaja de su cercanía la casa en que residía, con lo que eliminaba los gastos de viajes.
Para esta fecha, año 1943, en que Raúl ingresa al Instituto con 14 años de edad, la nación es particularmente difícil. Culmina el primer batistato con sus política tiránica y su entregismo al imperialismo yanqui. La vida nacional está regida por largos y tristes períodos de tiempo muerto, como consecuencia de las zafras cortas. La II Guerra Mundial se hace sentir entre nuestras familias trabajadoras por el creciente desempleo, la carestía de la vida, el aumento de la especulación y la bolsa negra.
En el marco agitado que ofrece el estudiantado, Raúl manifiesta sus rebeldía y canaliza sus inquietudes. Protesta contra las manifestaciones de injusticia, atropellos y privilegios que conforman aquella sociedad de explotadores y explotados.
Las páginas del periódico El estudiantil en que colabora, sirven de vehículo para plantear los más diversos temas de interés para los jóvenes estudiantes. En sus breves páginas se recogen también las denuncias contra los hechos arbitrarios. Tal es el caso de la designación de un nuevo director del plantel, que obtiene el cargo por su parentesco con personeros del gobierno. La situación reviste mayor trascendencia por cuanto la dirección correspondía por derecho a su profesor, Valentín Cuesta Jiménez, que poseía los años de servicios requeridos, así como valiosos méritos.
La participación de Raúl Gómez García en aquel desenmascaramiento, hizo que se ganara la confianza y el afecto de sus compañeros y determinó que el director del Instituto lo acusaran de “revoltoso” y tratara de expulsarlo del plantel.
Ante semejante situación, su hermano logra obtener el traslado de Raúl para el Instituto de la Víbora, donde llega en noviembre de 1947, acompañado de un expediente notable, en el que en un solo curso había obtenido tres premios, con los que se había hecho acreedor a la matrícula gratis en el año 1945, que en un principio le fuera negada. Raúl se graduó de bachiller en el curso 1947-1948 en el plantel viboreño.
La estadía de Raúl en la Villa de Mayabeque deja huellas en el joven. De su presencia allí su actividad en el periódico municipal en el que se recogían trabajos históricos.
En La Habana, mientras el cursa quinto año de bachillerato en el Instituto de la Víbora, realiza sus primeros trabajos para contribuir a la economía familiar. Su primer empleo fue como mensajero de una oficina que radicaba en la antigua Lonja del Comercio, en La Habana Vieja, y que decidió dejar por definir de los criterios del patrón.
Poco tiempo después consigue empleo en una casa comercial, donde trabaja como oficinista. El puesto no se aviene a su carácter inquieto y dinámico. No permaneció mucho en esa tarea.
Raúl ha definido su filiación política e ingresa en el Partido Ortodoxo. Se nuclea a un grupo de jóvenes que buscan nuevos rumbos en la vida nacional. Su carácter apasionado y vehemente, su amor a la patria encuentra en la prédica de Eduardo Chivás una esperanzadora respuesta.
En la calle Prado 109, local de reunión de la Juventud Ortodoxa, se encuentra frecuentemente con sus compañeros, con los que comparte sus juicios sobre los cambios necesarios que podría establecer la honradez pública, la dignidad y la vergüenza en la patria encarnecida.
En la Universidad de La Habana, una vez obtenido el título de bachiller, matricula en la carrera de Derecho, que cursa durante dos años. Sin embargo, por mediación de sus hermanos mayores empiezan a trabajar como maestro sustituto en el colegio Baldor, donde ellos laboraban. A la vez matricula en la Escuela de Pedagogía de la Universidad de La Habana, estudios que interrumpe para participar en la acción del Asalto al Cuartel Moncada.
El golpe cuartelario del 10 de marzo de 1952, le estremece como ningún otro hecho y su indignación toma forma en un manifiesto: Revolución sin juventud, en el que expresa su hondo sentir al ver a la patria mancillada.
El documento es una denuncia implacable, a la vez que llamamiento enardecido al pueblo para rechazar y derrocar a los usurpadores del poder.
El escrito resultaba un argumento demoledor contra la insolencia enarbolada por el tirano, que pretendía denominar revolución a la asonada castrense.
Raúl salió de su casa aquel día llevando en sus manos las páginas escritas febrilmente y de un tirón, dispuesto a hacerse oír. Regresó desalentado. Ningún periódico, ni aun en la Universidad querían reproducirlo. Su futuro quedó bien definido en aquel momento. Había empezado el momento de resistir firmemente. Al golpe cuartelario hay que oponer el combate decidido de los mejores hijos de la patria; de los que desean para la patria lo mejor. En este sentimiento lo anima y lo guía la idea luminosa del Apóstol José Martí.
La primera acción toma forma de un periódico, que impreso en mimeógrafo, apareció con el nombre de Son los mismos y se editaba semanalmente, bajo la dirección de Raúl Gómez García. En la edición trabajaron conjuntamente Haydée y Abel Santamaría, Melba Hernández, Jesús Montané, Lidia Castro y Elda Pérez. Este primer periódico clandestino llegó a tener una tirada entre 300 y 500 ejemplares.
En mayo de 1952, el grupo que se reunía alrededor de Abel Santamaría traba contacto con el joven abogado Fidel Castro. Un relato de Montané explica cómo fue encuentro, el 1ro. de mayo de 1952, en el Cementerio de Colón, en un acto que allí se celebraba en memoria del obrero Carlos Rodríguez, quien fuera asesinado en la protesta contra el "Decreto mordaza", en época del Presidente Carlos Prío Socarrás.
Desde aquel momento Fidel ejerció su papel rector en el grupo que editaba Son los mismos, para el que surgía un nuevo nombre: El Acusador.
El amor que el grupo sentía por su periódico hizo que trataran de mantener ambas publicaciones. Los grandes esfuerzos que implicaba y la falta de recursos hizo que el trabajo se concentrara en El Acusador.
Uno de los lugares en que se editó Son los Mismos fue en la propia casa de Raúl Gómez García, en Juan Bruno Zayas No. 8, aunque se vieron obligados a cambiar el sitio de impresión varias veces.
El Acusador se editó por tercera y última vez en la proximidad de la fecha de la muerte de Eduardo Chivás. Por una delación fueron detenidos siete de sus redactores, entre ellos, Abel, Montané y Raúl, luego de varios días en la cárcel del Castillo del Príncipe fueron juzgados y absueltos.
Como resultado de estas actividades, el director del colegio Baldor da a conocer una circular redactada en términos oprobiosos contra el joven maestro Raúl Gómez García, por lo que tiene lugar un conflicto que provocó su cesantía después de retenérsele el salario que devengaba.
La doctora Melba Hernández presenta la reclamación correspondiente en el Ministerio del Trabajo con fecha 1ro. de junio de 1953, aunque la complicidad del dueño del plantel con el batistato, le favorecía en su injusticia.
Raúl, aconsejado por Melba, no dejaba de presentarse en la escuela, pero siempre debía retirarse sin ser llamado a trabajar. Por ese tiempo se dedicó a dar clases particulares y a la revisión y confección de tesis de grado de los estudiantes universitarios.
Las semanas correspondientes a los meses de junio y julio son de intenso trabajo. Las visitas al apartamento de 0 y 25 se suceden. Son numerosos los días que duerme fuera de la casa.
El día 24 de julio, por la noche -nos dice la madre-, Raúl me dijo que no iba a venir a dormir. Yo sabía que estaba editando un periódico clandestino y me hizo creer que ese era el motivo, ya que el periódico había que cambiarlo constantemente de lugar para que no cayera en manos de la policía. Como de costumbre, yo preparaba la cama y hacía creer a sus hermanos que Raúl venía a dormir. Aquí nadie sabía nada de las constantes faltas de él. A mí no me extrañó lo que me dijo, pues ya me había acostumbrado.
Ahora... cuando no dormía en casa, acostumbraba a llamar al día siguiente para avisar si no venía a almorzar. El día 25 no vino, ni llamó a la hora de almuerzo, callé para que los demás no se dieran cuenta.. A las 5 de la mañana del 26 levanté a mi hija Olga y le dije que se quedara con su hermano Héctor, que estaba enfermo, y fui a casa de mi hijo César para contarle que Raúl hacía dos noches que faltaba en casa. Ya no podía aguantar más. Decidimos ir a casa de Montané Oropesa, pero se había mudado y no pudimos averiguar la nueva dirección.
Algo se me había olvidado. Mire... la noche del 24 vino a buscar a Raúl un joven que yo no conocía. Le dije: «¡Ah!, tú también eres de la pandilla», él se rió y me contestó: «Sí, viejita... yo también soy de la pandilla» Antes de irse me dio una tarjeta donde apuntó el teléfono de los bajos de su casa. Después supe que aquel muchacho era Boris Luis Santa Coloma."
Le cuento esto, porque al no encontrar la casa de Montané, mi hijo César me pidió la tarjeta y llamó a casa de Boris. Allí le dijeron que Boris hacía dos días que faltaba al hogar y que suponían que estuviera en las regatas de Varadero, había dicho eso antes de irse. Volvimos a casa y estaban mis hijos oyendo las noticias que daban por la radio sobre lo del Moncada, me viré hacia mi hijo César y le dije: ¡Ahí mismo está Raúl!
En la madrugada de la epopeya del 26 de julio, reunidos en la granjita Siboney, los combatientes escuchaban a Fidel dar lectura al Manifiesto del Moncada, elaborado por Raúl Gómez García. Al concluir, se alza la voz de Raúl. Los que con él habían compartido el automóvil que los condujo de La Habana a Santiago de Cuba, ya conocían las estrofas del poema que allí se escuchó y al que espontáneamente había titulado. Ya estamos en combate. Por nuestro honor de hombres ya estamos en combate.
Pongamos en ridículo la actitud egoísta del tirano.
Luchemos hoy o nunca por una Cuba sin esclavos.
Sintamos en lo hondo la sed enfebrecida de la Patria,
Pongamos en la cima del turquino la estrella solitaria.
Con el alba cada quien ocupará el puesto que le corresponde en esta acción que conmovería la conciencia nacional.
Raúl forma parte del grupo que toma el hospital civil Saturnino Lora, junto a Abel, Melba y Haidée, entre otros. Apenas llegados a ese lugar que tomaron por sorpresa, se empiezan a oír los primeros disparos en el cuartel, que está al fondo del hospital. Los combatientes situados allí se percatan de que el factor sorpresa ha fallado y que los soldados han entablado combate. Pasan angustiosas las horas.
El testimonio de un empleado del hospital permite reconstruir una parte de los hechos ocurridos en el interior del Saturnino Lora en las primeras horas de la mañana, cuando ya había fallado el plan del asalto.
Algunos jóvenes, entre los que se hallaba Raúl, se encaminaban hacia el fondo del hospital, cuando se encontraron con un empleado y le dijeron que habían matado Batista y que "tenían que proteger esto". Después se parapetaron en un área de depósitos y mantenimiento. Desde allí indagaron la posibilidad de llegar a otra puerta del hospital.
Raúl se dirige nuevamente al empleado y le pregunta si tiene algo con qué escribir. En pedazo de papel que el empleado del hospital le entregó y con la pluma que le ofreció, escribió algo y se lo devolvió: la dirección a la que debía enviarlo después de darle el dinero para los sellos. Otro combatiente hizo lo mismo. Raúl, además le entregó su billetera y el reloj pulsera, con el afán de que los usara, y una pistola para que la guardaran. Entonces trataron de esconderse. Ya los guardias entraban al hospital. Un individuo que había visto el lugar donde se ocultaron los delató. Allí mismo recibieron los primeros culatazos de mano de los soldados bestializados.
Así relataron a la madre del mártir las heroicas compañeras del asalto al Moncada, Haydée y Melba, agregando: Estábamos en el piso del Club de Alistados, prisioneras. Trajeron a un joven brutalmente maltratado, que no pudo sostenerse y cayó al suelo.
Cuando lo sentaron junto a nosotras, reconocimos a Raúl. Le habían sacado los dientes, lo habían golpeado explicar cómo pudo mantenerse sentado. Más tarde lo aquellos bárbaros en forma tan salvaje, que no se podía asesinaron a golpes.
En la tarde de aquel trágico día, aparecía su cadáver tendido en un patio interior del Moncada junto a un arma, para hacer creer que había muerto en acción de guerra. Su gloriosa muerte había sido en las mazmorras del cuartel.
El 29 de julio, en horas tempranas de la tarde, Virginia García recibía en su casa de Santos Suárez el sobre conteniendo el papel escrito de puño y letra del hijo querido, desaparecido hacía 5 días. En aquel pedazo de hoja leyó la madre: "Caí preso, tu hijo". El escueto mensaje iba a quedar como mudo testimonio del crimen perpetrado por los asesinos a sueldo del régimen. Raúl tenía entonces 24 años de edad