Hubertus Christian
de Blanck
Valet

Hubertus Christian de Blanck Valet
Hubert de Blanck
Nacimiento:  
11
/
6
/
1856
Fallecimiento:  
28
/
11
/
1932

El pianista, compositor y pedagogo Hubert de Blanck (Hubertus Christian de Blanck Valet), quien desarrolló una considerable parte de su labor profesional en Cuba, donde alcanzaría nuestra nacionalidad, vino al mundo en la ciudad holandesa de Utrecht.

Hijo de Reine Valet Sauvlet, cantante, y de Willem de Blanck Kantz, violinista, Hubert recibió de su padre las primeras lecciones de música. Cuando su progenitor estimó que debía encauzar los estudios de su hijo en una institución académica, lo envió al Conservatorio de Liege, uno de los más famosos de Bélgica, donde el niño de nueve años de edad iniciaría sus estudios de solfeo y piano bajo la dirección de los profesores Dupuy y Le Den.

Dos años después recibiría allí el segundo premio en piano, por su ejecución del “Concierto en Mi menor”, de Hummell, hecho que marcó el inicio de su carrera en ascenso como pianista, compositor y director de orquesta.

Tras apreciar el virtuosismo pianístico del joven holandés, en 1869 el rey de Bélgica le subvencionó los estudios superiores de música en el Conservatorio de Colonia, al cual llegó tres años después. En tal centro de enseñanza estudió armonía y composición y diariamente dedicaba cerca de diez horas a los estudios de piano.

Contratado por un tío suyo, el empresario Hubert Sauvlet, De Blanck efectuó una gira artística por ciudades de Rusia, en la que debutó formalmente como pianista en San Petersburgo.

Al siguiente año, fue nombrado director de orquesta del teatro El Dorado, de Varsovia, responsabilidad que desempeñó hasta 1875 para luego retornar al hogar paterno en Colonia.

Poco después conocería en esa urbe al brasileño Eugen Maurice Dangremont, quien, a pesar de sólo tener once años de edad, ya era considerado un genio del violín. Ambos se unieron para actuar en Alemania y Dinamarca y, una vez, finalizadas esas presentaciones, embarcaron hacia Brasil en 1880. Fueron muy aplaudidos al exponer sus talentos ante la corte del emperador Pedro II y, con posterioridad, darían conciertos en Buenos Aires.

Más tarde regresaron a Europa y el 20 de enero de 1881 actuaron en una velada organizada en el Palacio Real de Alemania por el emperador Guillermo I, que cautivado por el arte de Hubert de Blanck le regaló un valioso rubí engarzado en oro.

Retornó el joven músico a la Argentina. De ella marchó hacia Nueva York a fin de dar una serie de conciertos y ganó, mediante examen de oposición, la plaza vacante dejada en el Collegue of Music de esa ciudad por el pianista y maestro de origen húngaro Rafael Jossefy.

Durante una etapa de vacaciones, acompañado de su primera esposa Ana G. Menocal, en 1882 viajó por primera vez a Cuba, ocasión en la cual ofreció conciertos que reafirmaron su prestigio en la isla antillana.

Volvió a Nueva York para desempeñar su cátedra y realizar diversos recitales a lo largo de unos meses, y en 1883 determinó fijar su residencia en La Habana con el marcado interés de fundar en la mayor de las Antillas, dos años después, el primer Conservatorio de Música y Declamación.

Uno de los ex-alumnos del plantel, el abogado, compositor y musicólogo Eduardo Sánchez de Fuentes, opinó en estos términos con respecto al que fuera su profesor: Blanck, nacido en Utrecht, la ciudad holandesa de los tratados, trajo a nuestra Isla el aporte de sus conocimientos, de su refinado arte y de su buen gusto. Intervino eficazmente en aquel momento en nuestro status musical, y desplazó, con una labor consciente y elevada, aquella tendencia perjudicial, que había fructificado erróneamente entre nosotros, señalando como cenit, al que debían encaminarse los pianistas ya hechos y los que esperaban a serlo, el clasicismo, las obras de los grandes precursores del ate de los sonidos, sin que esta orientación fuera enderezada a partir del estudio y conocimiento de los llamados románticos de otrora, que los fueron en verdad y, en la mayoría de los casos, sin dejar de ser clásicos en esencia.

Ubicado en el Paseo del Prado, número 100, el 1 de octubre de 1885 creó Hubert de Blanck el conservatorio de Música y Declamación, en medio de la más calurosa acogida de la sociedad y de la prensa habaneras. La opinión pública patentizó sus simpatías hacia la nueva institución, heredera de la obra educadora de Manuel Saumell, Fernando Arizti, Pablo Desvernine, Nicolás Ruiz Espadero y otros pedagogos.

La Diputación Provincial, el Ayuntamiento habanero y la Sociedad Económica de Amigos del País contribuyeron al mantenimiento del importante centro educativo
En sus inicios, el claustro de profesores lo conformaron los músicos Antonio Fernández (flauta), Anselmo López y Tomás de la Rosa (violín), Tomás Ruiz (solfeo elemental y superior), José Prudencio Mungol (guitarra), Vicente Morán (armonía elemental) y Mariano Cuyero (armonía superior). De Blanck era el profesor de composición y piano, especialidad que compartía con Ernesto Edelmann, Aurelio Sariol, Juan Miguel Joval y Pablo Canua.

Aspectos de interés en el Conservatorio eran los concursos académicos de piano, violín y solfeo, los primeros en realizarse en nuestro país en la especialidad de la música, cuya edición prístina tuvo lugar el 14 de agosto de 1886 en los salones de la Diputación Provincial. Esos certámenes se efectuaron año tras año en el Ayuntamiento de La Habana, primero, y más tarde en la sede del propio Conservatorio – tras su traslado a la calle Galiano – ante un jurado integrado por prestigiosas personalidades.

Ya en 1894 el Conservatorio de Música y Declamación contaba con una matrícula de doscientos alumnos de ambo sexos. En un corto período de tiempo De Blanck, según Eduardo Sánchez de Fuentes, supo “descubrir el talento de sus mejores discípulos y forjarlos y encaminarlos dentro de las más puras doctrinas del Arte”.

Siempre atento a los más modernos métodos de pedagogía musical, Hubert de Blanck se convirtió en Cuba en un innovador al respecto. Al mismo tiempo que formaba concertistas de alta calidad, constituyó la primera orquesta del centro musical fundado por él, la cual, incluso, podía presentarse en formatos pequeños, y con sus alumnos creaba coros que sobrepasaban las cien voces.

Por otra parte, para que los estudiantes alcanzaran un buen nivel de información fundó la revista “La propaganda musical”, que vio la luz entre 1886 y 1888; auspició recitales de reconocidos colectivos y figuras del arte en salones del conservatorio, así como conferencias, generalmente sobre historia de la música e insignes compositores.

Al comentar la tarea pedagógica de Hubert de Blanck, el compositor y director de orquesta Gonzalo Roig aseveró: …la gran tarea de Blanck en el campo de la enseñanza musical fue la de modernizar y darle sentido vivo a un aprendizaje que hasta entonces discurría a tenor de las valoraciones personales de cada profesor pero falto de organicidad y cohesión. Con él se habló por primera vez de cursos de estudios y de técnica pianística al estilo europeo.

En el propio año de 1886 el maestro fue encarcelado por el gobierno colonial, por militar en la Junta Revolucionaria de La Habana. Fue deportado de Cuba y marchó a Nueva York, donde subsistió impartiendo clases privadas y como pianista acompañante.

Desde los primeros meses de su llegada a Nueva York se vinculó con el grupo de artistas cubanos que recaudaban fondos para la causa independentista de su país, entre los que se encontraban las sopranos Chalía Herrera y Ana Aguado, el pianista y profesor Emilio Agramonte y el notable tenor Emilio Gogorza. De esa época es su conocida obra Paráfrasis, para piano, basada en el Himno Nacional cubano, la cual se estrenó en una de las veladas musicales patrióticas organizadas por el grupo.

Finalizada la guerra de independencia, Hubert de Blanck regresó a La Habana y organizó nuevamente su institución musical, esta vez en la calle Galiano, esquina a Dragones, con el nombre de Conservatorio Nacional de Música. Allí inauguró la Sala Espadero, considerada por muchos años como uno de los escenarios de conciertos más importantes del país.

En 1903 el maestro De Blanck adoptó oficialmente la ciudadanía cubana. El conservatorio se trasladó nuevamente, en busca de instalaciones más amplias, a la calle Galiano No. 47, altos, entre Concordia y Virtudes. Por esos días contaba con una matrícula de 680 alumnos, y con un gran número de academias incorporadas a sus planes de estudio a lo largo de la Isla.

El escritor y musicólogo Alejo Carpentier, quien hacia 1947 figuró como profesor de Historia de la Música en el Conservatorio, destacaría que en aquel centro la enseñanza musical se impartía rigurosamente, gracias al concurso de los mejores profesores.

En el extenso catálogo autoral de Hubert de Blanck – además de sus textos pedagógicos, aparecen no menos de treinta y cinco obras dedicadas al piano; también para voz y piano; violín y piano; orquesta sinfónica y banda, música de cámara y teatro lírico.

Tras recibir varios reconocimientos honoríficos por parte de prestigiosas instituciones cubanas, el maestro falleció en La Habana en 1932.

Luego de su muerte, el Conservatorio Nacional de Música de La Habana continuó al cuidado de su viuda, Pilar Martín, junto a sus hijas Margot y Olga, -también reconocidas intérpretes y pedagogas-, quienes en 1947 inauguraron un nuevo edificio para el plantel en El Vedado de La Habana, donde hoy radica la sala de teatro que lleva el nombre del músico holandés. Allí depositaron un busto erigido en su honor -del escultor cubano Juan J. Sicre- quienes fueron alumnos suyos en 1928.

Mucho tiempo después, en 1959, y al constituirse la Junta Consultiva de la Enseñanza de la Música con el encargo de estudiar, revisar y confeccionar nuevos planes y programas para esa disciplina, el Conservatorio Nacional de Música de La Habana se integró al sistema de instituciones y escuelas de arte.

Hasta entonces, los certificados, notas y títulos expedidos por el Conservatorio, conservaron impreso con orgullo el lema:
"El primero establecido en Cuba. Fundado en 1885 por Hubert de Blanck"

Su hija, la notable compositora Olga de Blanck Martín, hizo donación al Museo de la Música Cubana, entre 1962 y 1985 año en que se conmemoró el centenario de la fundación del primer plantel De Blanck – de valiosos fondos materiales y documentales del conservatorio que generosamente su padre fundara.

Una de sus composiciones más relevantes es la Ópera Patria (con libreto de Ramón Espinosa de los Monteros), la primera en abordar el tema de la gesta independentista cubana. Se conoce del estreno de su segundo acto y de la ejecución de su obertura en 1899, en el teatro Tacón, con la dirección del autor y la interpretación de la soprano Chalía Herrera y el tenor italiano Michele Sigaldi.

La ópera se presentó completa en el teatro Payret en 1906, y se repuso el 20 de mayo de 1922 en el teatro Martí. No volvería a los escenarios hasta 1979, cuando se presentó en el Gran Teatro de La Habana. Los papeles centrales estuvieron entonces a cargo de Lucy Provedo, Lidia Valdés, Venchy Siromájova (sopranos), Mario Travieso, Jacinto Zerquera, Orestes Lois (tenores) y Ángel Menéndez y Romano Splinter (barítonos).

Catálogo de obras para piano
Hubert de Blanck dejó un copioso catálogo de obras para piano, entre las cuales sobresalen Capricho cubano, Danza de las brujas, Bolero en re menor, Danza cubana, Souvenir de La Habana, Dance espagnole y el álbum Seis danzas para piano.

De su música de cámara se destaca el Trío, para violín, cello y piano, y su Quinteto, para dos violines, viola, cello y piano.

Entre sus lieder más significativos se cuentan La danza tropical, La huérfana, Las dos rosas, La fuga de la tórtola (con versos de Juan Clemente Zenea), Desde la tarde en que te vi y Las perlas.

Producción para orquesta sinfónica
Entre su producción para orquesta sinfónica, descuellan Capricho cubano, Suite sinfónica, Poema sinfónico y Marcha y canto fúnebre.

En su estilo, De Blanck fue un postrromántico. Cultivó todos los géneros con pleno dominio estilístico y cuidado de la forma, y mantuvo una melodía de carácter lírico, fluida e inspirada, de gran rigor musical.