Hortensia
Coalla
Raveiro

Hortensia  Coalla Raveiro
La voz más bella de Cuba, La mejor voz de Cuba
Nacimiento:  
9
/
7
/
1907
Fallecimiento:  
21
/
7
/
2000

En una casa que existiera donde hace varias décadas se construyó el habanero cine Fausto, nació la soprano , quien en su contexto, según Ernesto Lecuona, poseyó «la voz más bella de Cuba» y Gonzalo Roig calificó «la mejor voz de Cuba».

Las aseveraciones de estos dos extraordinarios maestros de la música criolla avalan, de hecho, la facultad vocal de la Coalla, una de las figuras prominentes en toda la historia del arte lírico nacional.

A finales del decenio de los años veinte del pasado siglo ella declaró a Germinal Barral (Don Galaor), periodista del semanario Bohemia, que su debut tuvo lugar en un concierto realizado en el teatro Nacional para rendir homenaje a José Manuel de la Cuesta, a la sazón alcalde de La Habana, y asimismo citó a Germán Araco como su profesor de canto. Estudió teoría, solfeo, armonía y violín

Podría considerarse ese un debut en calidad de aficionada, porque profesionalmente aconteció en el teatro Regina, de la capital cubana, con la Compañía del empresario Pepito Gomís, en 1929, al estrenarse la zarzuela El batey, con libreto del bardo y dramaturgo Gustavo Sánchez Galarraga y música de Lecuona.

Pocos meses después, a finales de ese año, el autor de Canto Siboney decidió llevarla a sus actuaciones en los teatros Nacional de Panamá y Costa Rica, respectivamente, en los cuales la Coalla recibiera sus primeras ovaciones en el exterior.

A su retorno a La Habana pasó a ser una de las figuras esenciales en conciertos y representaciones escénicas del mundialmente célebre compositor y pianista cubano y en empresas artísticas que organizaron otros prestigiosos creadores de nuestro arte lírico. Personajes protagónicos de La flor del sitio, El cafetal, El torrente, María la O, Rosa la China y Lola Cruz, todas ellas con partitura de Lecuona, así como de Cecilia Valdés, La hija del sol y El clarín, de Roig, La Habana de noche, de Rodrigo Prats, y La emperatriz del Pilar, de Jorge Anckermann, entre muchos otros, tuvieron en esta artista una de sus más singulares intérpretes.

En 1940 Hortensia Coalla viajó a Buenos Aires con el tenor Miguel de Grandy, las cantantes Zoraida Marrero, Esther Borja y Mercedes Caraza (diva de las temporadas líricas en México), entre otros integrantes de la Compañía de Lecuona que se presentó en coliseos de la capital argentina. Allí recibió numerosos elogios debido a su desempeño en obras lecuonianas como María la O y Lola Cruz y en sus actuaciones ante los micrófonos de Radio El Mundo. A través de estos no sólo cantó piezas de compositores cubanos, sino también arias de su repertorio operístico, como Tosca y Madama Butterfly, de Puccini, y Aida, de Verdi.

La labor de la Coalla en Cuba abarcó, además, presentaciones con las prestigiosas Orquestas Sinfónica y Filarmónica de La Habana, y su presencia en las más importantes radioemisoras de su época: CMQ, RHC-Cadena Azul y COCO.

Con la llegada de 1949 se retiró del arte tras su matrimonio con Manolo Corton y el nacimiento de su hija. Pero en uno y otra actuación esporádica evocaba los días de esplendor de su trayectoria artística. Cabe precisar al respecto su caracterización del personaje de África, de El cafetal, en la década de los años cincuenta, en un programa de la televisión cubana poco después de inaugurarse este medio de difusión en la isla caribeña.

Desde 1959 Hortensia Coalla se radicó en Estados Unidos de Norteamérica, donde hizo algunas presentaciones artísticas en teatros e iglesias. En 1988, en el desarrollo de un homenaje que le tributaran en Miami, puso de pie al auditorio al cantar, con 81 años de edad, una de sus piezas favoritas: Desengaño, de Ernesto Lecuona.

Llena de amor hacia la música cubana, Hortensia falleció en la citada urbe norteamericana en el 2000. Aún podía emitir portentosos agudos que recordaban los que en sus años mozos impresionaron a públicos de Cuba y otras partes de América Latina e hicieran afirmar a Ernesto Lecuona, en una carta escrita por él en Buenos Aires, en 1940, que la Coalla era poseedora de una «voz incomparable, no igualada hasta ahora».