Gabriel
de la Concepción
Valdés

Gabriel de la Concepción Valdés
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Plácido
Nacimiento:  
18
/
3
/
1809
Fallecimiento:  
28
/
6
/
1844

Poeta cubano, parte de la tríada poética por excelencia del primer romanticismo cubano, junto a José María Heredia y José Jacinto Milanés. De gran ascendencia popular y gran improvisador, figura legendaria en la cultura cubana, es el poeta más publicado de la Isla en el siglo XIX.

Gabriel de la Concepción Valdés nació en La Habana en la habanera calle de Bernaza. Su padre, Diego Ferrer Matoso, peluquero, era un negro cubano. Su madre, Concepción Vázquez, bailarina española natural de Burgos, lo dejó con sólo unos días de nacido en la Casa Cuna o Real Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana. El nombre Gabriel de la Concepción se dice que estaba escrito en una nota que acompañaba al bebé abandonado. Como al resto de los niños que eran bautizados en tal condición, le fue impuesto allí el apellido “Valdés”, en honor al Obispo Valdés, fundador de la Casa Cuna. En la partida de bautismo se encuentra el nombre del capitán de Milicias D. Joaquín de Cárdenas como padrino, aunque parece que en realidad lo fue Plácido Fuentes (de donde, evidentemente, tomó el seudónimo con el que se le identifica). Su padre lo sacó de la Casa Cuna y poco después se lo entregó a la abuela paterna para su crianza.

Desde su más temprana infancia conoció la pobreza, agravada por su condición de mulato en medio de una sociedad donde la esclavitud del negro constituía la base de la producción e imponía todo un universo de prejuicios, minusvaloraciones y ultrajes.

Aunque no tuvo una educación continua y estable, asistió a algunos colegios durante su niñez (el Colegio de Belén, el colegio El Ángel). En 1821 se vio obligado a empezar a trabajar como practicante de carpintero y ese mismo año ingresó como estudiante en el taller de Vicente Escobar y Flores , prestigiosa figura de la plástica en la época, y a su amparo aprendió dibujo y caligrafía. De entonces data su primer poema “Una hermosa”.

En 1823, dos años después, empezó a laborar como aprendiz de tipógrafo en la imprenta de José Severino Boloña y allí se desató su pasión por la palabra poética, pero pronto debió renunciar, apremiado por la necesidad material, para dedicarse a labrar peinetas de carey, un oficio mucho más lucrativo.

En 1826, se mudó a la ciudad de Matanzas acompañado por su maestro de peinetería, Don Nicolás Bota, que había abierto su taller en la calle Jovellanos donde radicó hasta 1832.

Regresó a La Habana, tras el éxito de sus dibujos y trabajos con el carey, ya con fama de versificador y compositor de cartas por encargo. Trabajó en varias platerías e inició su amistad con Ramón Vélez Herrera, Ignacio Valdés Machuca y otros intelectuales. A partir de este momento, y con un intento frustrado de establecimiento en Las Villas, alternó sus estancias entre Matanzas y la capital.

En una de sus temporadas en Matanzas, fue visitado por José María Heredia, de quien se dice que invitó a Plácido a irse con él a México –este hecho descalifica en buena medida toda una corriente de juicios críticos que los enfrentaron.

De las aventuras amorosas de Plácido, se sabe que no llegó a casarse con Fela, una liberta, quien falleció durante el noviazgo en medio de la epidemia del cólera en La Habana. Pocos años después, en 1836, contrajo matrimonio con Celia –así conocida a través de sus poemas-, que resultó fallido y, por tanto, breve. Finalmente, se casó en 1842 con María Gil Morales.

En 1834 participó en certamen poético en honor de Francisco Martínez de la Rosa y ganó con “La Siempreviva”.

En Matanzas, a mediados de 1836, se dio a conocer como improvisador. Colaboró en diversas publicaciones seriadas como en las matanceras La Aurora y El Pasatiempo, en las habaneras La Cartera Cubana y Noticioso y Lucero, en la villaclareña El Eco de Villaclara y en El Fénix de Sancti Spíritus. Sus obras fueron muy populares y se publicaron en México, EE. UU. y Europa desde que apareciera en 1838 en Matanzas la primera edición de sus Poesías.

En 1841 se publicó el folleto de poemas suyos El veguero, en edición matancera, que al año siguiente tuvo una segunda edición. En viaje a Villaclara en 1843, en el que se sabe que estuvo en Sagua la Grande, Remedios y Cienfuegos, fue apresado durante seis meses en la cárcel de Trinidad, acusado de conspirador. Al no probársele estos cargos fue puesto en libertad. En el propio año 1843 publicó en un folleto su leyenda El hijo de maldición.

Después del suceso ocurrido en Trinidad volvió a Matanzas para entregarse a sus tareas literarias, pero fue nuevamente encarcelado a finales de enero de 1844, cuando tenía 34 años. Lo incluyeron en los sucesos tristemente conocidos como "La represión de La Escalera” desatada por el Capitán General de la Isla Leopoldo O'Donnell para dar un escarmiento masivo ante el peligro de una sublevación de negros a la manera en que se dio en Haití. Aunque no aparecieron suficientes pruebas que demostraran la existencia de esta conspiración, y la presencia de Plácido en ella, a este se le acusó de ser uno de sus cabecillas. Estuvo detenido en la pequeña fortaleza "La Vigía", enclavada en la bahía matancera y de allí fue trasladado hacia el Hospital Santa Isabel, en Versalles, hasta el día de su ejecución.

El 28 de junio de 1844 fue fusilado ante miles de espectadores. En la prisión compuso "Plegaria a Dios”, "Despedida" y "A mi lira”.

Plácido escribió poemas de carácter popular y para las fiestas familiares y de amigos, así como para satisfacer encargos; también fueron muchas las improvisaciones a las que se entregó. Algunos críticos han caracterizado estas obras como menores desde el punto de vista artístico, a tono con los moldes que han sido fijados para la evaluación literaria de la época.

Pese a la polémica que siempre ha desatado la evaluación crítica de este autor, fueron muchas las poesías de Plácido que recibieron halagos por sus contemporáneos y por otros poetas posteriores. Marcelino Menéndez y Pelayo, severo, conservador, pero lúcido estudioso de la poesía española, no dudó en halagarlo.

José Martí dejó evidenciada en sus apuntes la intención de escribir un libro sobre Plácido.
Plácido fue una víctima de la sociedad blanca de su época. Con un gran talento poético, no pudo tener ni la formación literaria, ni siquiera una instrucción general suficiente. Además de realizar diversos trabajos, tuvo que vender sus composiciones para sobrevivir. De ahí muchos de sus malos poemas, o de sus homenajes a reinas y damas de la sociedad.

Incluso Milanés, que era tan sensible ante la pobreza de los demás, le reprochó que prostituyera su talento. A pesar de estos inconvenientes, Plácido fue el poeta más publicado del primer romanticismo cubano (al menos, once ediciones de poesías suyas en el siglo XIX), y gozaba de gran popularidad entre los sectores populares, especialmente los de negros y mulatos libres.

La crítica le ha achacado a buena parte de su obra incorrecciones (escaso vocabulario, imágenes reiteradas, significado erróneo de palabras, etcétera), pero es indudable que tenía un gran sentido del ritmo poético y una gran facilidad de versificación. Se ha dicho malsanamente que es un poeta de antologías, por la necesidad de despreciar muchas de sus obras.

No sólo era hábil artesano con el carey, también lo fue Plácido con la palabra, y eso lo demuestran sus poemarios, desde aquel primer cuaderno editado en 1838, hasta versos, como los de “Plegaria a Dios”, escritos durante su prisión, mientras negaba legitimidad a la confesión que le endosaba el régimen colonial, sacada según algunos, por medio del tormento, en la que supuestamente inculpó y comprometió a otros cubanos de la alta cultura como José de la Luz y Caballero y el no menos polémico Domingo del Monte.

La poesía de Plácido se puede catalogar en dos grandes bloques: los poemas surgidos de su inspiración y los que hacía por encargo. Entre las varias zonas de la poesía placidiana, encontramos:
1) Poemas épico-históricos, ya de tema americano como “Jicotencal” o “Tlaxcala” y otros inspirados en obras literarias como “La muerte de Gessler”.
2) Poemas que tratan, de alguna manera, asuntos relacionados con la situación cubana, como “Juramento”, poema juvenil donde dice que dedicará su vida a la lucha contra la esclavitud; “El cólera en La Habana”, violento, movido, con un ritmo muy rápido, que se une al tratamiento dado en la época a la epidemia del cólera de 1835 (por ejemplo, por José Antonio Saco y López y Ramón de Palma); o “El eco de la gruta”, un poema dedicado a Heredia, del que solo se conservan fragmentos (también escribió “La malva azul”, con motivo de la muerte del gran poeta); se pueden incluir en esta zona los poemas que escribió cuando ya estaba a punto de morir, sobre todo “Plegaria a Dios”, en donde clama su inocencia.
3) Poemas de amor, como “A una ingrata” o “A mi amada”.
4) Letrillas, anacreónticas, como “La flor de la caña” o “La flor del café”, letrillas ligeras y frescas, con musas vegueras o guajiras, mujeres humildes.
5) Poesía satírica, casi siempre contra sí mismo y su situación económica, como en “A mi cumpleaños”, “Regálame un quitrín; dame dinero”, “Un loco cuerdo”; el mejor ejemplo es “Mi casa”, que no solo demuestra la facilidad versificadora de Plácido, sino que nos indica la terrible miseria en que vivía.

Plácido no poseía la exaltación de Heredia, ni la suave melancolía de Milanés; su obra está marcada por la sencillez y por una expresión muy criolla, en la que Lezama reconoce “la gracia juglaresca” que aportó a las letras en los orígenes decimonónicos de la construcción de lo cubano.

Fuente: EnCaribe.org