Frank
Delgado

Frank Delgado
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Granma
Nacimiento:  
19
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10
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1960

Frank Delgado es un cantautor cubano miembro del movimiento de la Nueva Trova. En su página de Facebook se describe como Juglar Moderno, Trovador a la vieja usanza y Cantautor que juega con aires de rock & roll clásico, hasta llegar al más puro y bailable son cubano

Nació en Minas de Matahambre, Pinar del Río, el 19 de octubre de 1960. Estudió ingeniería hidráulica.

Durante la década de los ochenta participó en todas las plazas fijas y temporales de la Nueva Trova. Desde la década de los noventa, su trabajo se ha mantenido de manera ascendente y constante, y dan fe de ello sus presentaciones en el Teatro Nacional de Cuba.

Más de dos centenares de ciudades en países de África, Europa y América Latina han disfrutado de los recitales de este trovador itinerante. Además ha compartido escenarios con Silvio Rodríguez, Luis Eduardo Aute, Daniel Viglietti, Juan Carlos Baglietto, Fito Páez y por supuesto, sus colegas cubanos de generación como Santiago Feliú, Carlos Varela y Gerardo Alfonso.

Su música ha ido viajando a través de Cuba y el mundo de manera frecuentemente informal.

Aunque es seguido por muchas generaciones y la juventud en general, cuenta con un público que le guarda especial lealtad, no sólo por su interpretación considerada cubanísima y agradable al oído, sino por sus composiciones inteligentes y porque como el mismo se hace llamar, es un "cantante comprometido".

Discos Oficiales
Trova - Tur (1995)
La Habana Está de Bala (1997)
El Adivino (1999)
Mi Mapa (2004)
... pero, qué dice el coro? (2006)
Extremistas Nobles (2010) (con Buena Fe)
Ustedes los trovadores no saben na' de la vida(2012)
Más (2016)

Otras Compilaciones
Sonríete Sin Malicia (1993)
En México (1994)
Un Buen Lugar (1996)
Trucho (1999)
Concierto Inmigrante a Media Jornada (1999)
A guitarra limpia (2000)
Otras canciones (2002)
En cuerdas para cuerdos (2004)

Sus canciones, aunque se basan en varios temas, reinciden en la crítica a los problemas diarios de Cuba y el cubano común. Sus propias palabras son: "Yo no sé cómo se hace un país pero sí sé cómo no se hace."

Entre toda su obra una de las más famosas canciones es "La otra orilla", refiriéndose a la orilla estadounidense de Miami.

“Dicen que murió la Trova…" pero quienes hablan así no conocen a este señor de contradictorio apellido; olvidan esa constancia que lo ha hecho de los imprescindibles; no toman en cuenta una trayectoria armada a guitarra limpia durante más de un cuarto de siglo, con esa autenticidad que solo se logra amando el arte de trovar y comprometiéndose hasta los tuétanos con la canción y lo que la inspira.

En todo este tiempo Frank Delgado ha permanecido fiel a su postura de moderno juglar, incluso cuando los presupuestos que animaron a aquel Movimiento de la Nueva Trova, al cual llegó a pertenecer desde 1979, han caído en desuso para la mayoría: signo de que las etiquetas ni le van ni le vienen…por suerte.

Frank es, en primer lugar, un trovador de esencias. Conocedor profundo de diversas zonas de la creación musical cubana, no es ajeno tampoco a lo que ocurre en el resto del mundo. Su obra es un crisol donde se conjugan chacareras y guajiras, algo de blues, guarachas, guaguancó, reggae, boleros, tangos, pinceladas pop y son, sobre todo eso, mucho son.

Como nada humano le es ajeno emplea lo que le interesa del rock anglosajón y se declara deudor del tropicalismo brasileño. Tal promiscuidad sonora le sirve para aderezar sus canciones definiendo lo que desde temprano en sus avatares de trovador fue un estilo identificable

Le gusta mezclar sus composiciones con otras de autores como Silvio Rodríguez, Pedro Guerra, Santiago Feliú, Joaquín Sabina, Alberto Tosca, Charly García, Pepe Ordaz, Chico Buarque, Alfredo Carol, Rubén Blades, Sindo Garay, Jorge Fandermole, Manuel Corona, Joan Manuel Serrat, Virulo, León Gieco, Miguel Matamoros; canciones de (casi) todas las épocas y latitudes, desde el "Cotton field" de Credence Clearwater Revival hasta "La cleptómana" de Manuel Luna, que ha ido desgranando en los lugares más eclécticos: en trincheras y grandes teatros, de Cochabamba a Miami, de Galicia al reparto Flores, de Luanda a Guadalajara, de la Casona del Conde Palermo a las casas de Consuelo y Rafael, Gretchen y Jean Marc.

A estas alturas hay que pensar en Frank como uno de los cantautores cubanos que mejor ha incorporado a su discurso creativo la crónica, más que social, generacional, manteniendo además un carácter eminentemente urbano. Utilizando la primera persona del singular ha logrado retratar y retratarse (es decir: retratarnos). Peripecias y personajes comunes de nuestra cotidianidad están hábilmente plasmados, trabajados con descontextualización y fina ironía, un humor ciertamente corrosivo y un verbo afilado y cáustico, cual látigo con cascabeles y bongoes. De tal forma, en un mismo texto se dan la mano el jolgorio político y la épica de lo marginal, la seria intelectualidad post-moderna y la carcajada escatológica, el intimismo amoroso y la disección de un entorno social cambiante y contradictorio: es decir, doloroso.

Cuando acude a las apropiaciones remite a códigos culturales haciendo desfilar en abigarrado colectivo a Konchalovski, los Dandys de Belén, Benedetti, Sodoma y Gomorra, el subcomandante Marcos, Simone de Beauvoir, Brassens, Kundera, Lydia Cabrera y Bob Dylan.

También está ese componente erótico que conecta con la picaresca tradicional criolla, como en la serie de su invención denominada "de amores difíciles" donde se inscriben canciones como "Embajadora del sexo", "Pornorromance", "El mejor palo", "Pupy (nombre de colchón)", "Utopías" y otras.

Devoto del amor libre, utiliza las más tórridas situaciones de cama para reflexionar sobre circunstancias sociales de luces y sombras, combinando ambos mensajes.

En abierta discrepancia con la frase socorrida que dice que en la vida se es "a los 20 años, incendiario; y a los 40, bombero", sus canciones (hoy como ayer) siguen sin dejar títere con cabeza. Abordan temáticas medulares, ponen el dedo en la llaga, nos enfrentan a cuestionamientos constantes, eluden la retórica y ese excesivo formalismo que lastra las obras de tantos cantautores que confunden el escenario con un púlpito.

Frank es de quienes opinan que el mejoramiento humano comienza (re)conociendo lo que anda jodido en el mundo… y el mundo empieza en nuestra propia casa.

Mientras continúa la polémica acerca de la universalidad o no de la obra artística, las condiciones globalizadoras que signan el arte de hoy, y la búsqueda de un sello nacional, Frank Delgado hace canciones que saben llegar a otro receptor. Para algunos, peca de localista al reflejar realidades y vivencias muy particulares de la Cuba que nos ha tocado vivir ("Coppelia", "Río Quibú", “Cadena paladar”, "Gallego", "Viaje a Varadero"), pero la inmediatez y el vínculo directo con un contexto histórico son opciones más que necesarias al cumplir una importante función social.

Al respecto, considero que algunas de sus letras son, sencillamente, medulares, al margen de que ilustren su personal visión de fenómenos como la guerra de Angola ("Veterano"), la figura del Ché ("Con la adarga al brazo", “Si el Ché viviera”), y las sucesivas oleadas de emigración ("La otra orilla", “El Adivino”, “La Farándula Habanera”), todo tratado con ese tono de desgarro que toca sensibilidades y provoca la sintonía coincidente, poniendo a funcionar las neuronas y el corazón.

Ajeno a leyes del mercado y hasta al contubernio de alguna institución o mecenas más o menos poderoso, el trovador se ha construido a pulso un lugar respetando la connotación bohemia y libre de la música. Sus temas no suelen ser bendecidos por la difusión (a pesar de que han aparecido en los repertorios de Mezcla, Xiomara Laugart, Mayohuacán o Issac Delgado) y circulan entre una cofradía de seguidores incondicionales, al tiempo que le producen ataques de caspa a los censores, espantados ante esa canción devenida instrumento pérforo-cortante contra la desidia, el burocratismo, la doble moral, el maniqueísmo y los tabúes. Son esos suspicaces de siempre, incapaces de entender que detrás (y delante) de cada frase crítica dirigida a lo que el cantor entiende que debe señalar, hay un voto de ineludible permanencia ("yo decidí a cuenta y riesgo quedarme aquí en esta orilla"). No obstante, sus presentaciones convocan a miles de personas que pasan de esa censura absurda y se identifican con el trovador, desbordando aforos y entonando esas mismas canciones que no suenan en la radio.

Sus registros discográficos compilan temas de épocas diversas, agrupadas por el denominador común de la necesidad expresiva coyuntural de su autor, más que a partir de una dramaturgia rebuscada o una maniobra de mercadotecnia. Por regla general son tomados de conciertos y recitales, lo cual garantiza un alto nivel de espontaneidad, donde la interacción con el público juega un papel importante.

En 1996 el sello Mutis (Argentina) pone en circulación “Trovatur”, inaugurando una discografía oficial que hasta ese momento se nutría solo de grabaciones dispersas sin un hilo conceptual específico, e inclusiones en recopilatorios junto a otros artistas. Le siguieron “La Habana está de bala” (1998, Nuestra América, Argentina) y “El adivino” (2001, Picap, España, Music Hause, USA) hasta llegar a “Mi mapa” (2004).

Sin embargo, habría que agregar la música compuesta para teatro (“Falsa alarma”, de Virgilio Piñera) y cine (“Alicia en el pueblo de Maravillas”, “Monte Rouge”, "High Tech"), de modo que estamos en presencia de una discografía accidentada, difícil de recuperar, desperdigada por medio mundo, tal y como corren de voz en voz las propias canciones de Frank Delgado.

Vocalmente tiene un cierto acento nasal típico de los soneros, perceptible sobre todo cuando se dedica a improvisar en los montunos, pero también cuando hace una estupenda segunda voz.

Su modo de guitarrear, evitando las armonías excesivamente trilladas pero sin pretender un derroche de virtuosismo, consigue insuflar un acompañamiento orgánico. Si bien va quedando claro que prefiere presentarse a solas con su instrumento, ha trabajado también con músicos como Julián Fernández, Yoriel Carmona, Elmer Ferrer y su banda, Dayron Ortega, Adrián Berazaín, o la fructífera experiencia junto al Dúo Síncopa, además de compartir voces con Gunila, Erick Sánchez o el mítico Carlos Embale. Incluso llegó a apuntarse en esa aventura de ciencia ficción que es mantener un grupo propio (Cuerpo de Guardia) a inicios de los años 90.

No repara en generaciones y se le puede ver alternando por igual con figuras reconocidas y recién llegados a la trova. No obstante, en esta faceta hay que hacer un punto y aparte con la cuarteta legendaria que lo unió, de por vida, a Santiago Feliú, Gerardo Alfonso y Carlos Varela a mediados del decenio de los 80. Esta asociación quedó en la memoria afectiva de una generación que escuchó la irreverencia musicalizada por estos cuatro mosqueteros de la trova cubana. Sus recitales, toda una revelación para la época, eran bocanadas de poesía comprometida y guitarras callejeras, un trasvase de energías humanas con algo también de aquella ingenuidad que nos llevó a creer que el mundo era comestible y azul. El sueño fue compartido en toda su intensidad, y cuando sobrevino la inevitable ruptura (amistosa) y cada uno se aferró a su tabla de salvamento, Frank también lo hizo, pero siguió cantando las canciones de los demás. Todavía lo hace.

Esa misma vocación por promover la obra de otros lo llevó a diseñar uno de los proyectos radiofónicos que hicieron historia en la difusión de la trova: El Salón de los Juglares, transmitido en Radio Ciudad de La Habana en los inicios de la década pasada. Por ese programa pasaron todos los que hacían este tipo de canción, desde los consagrados e históricos hasta los que recién empezaban; desde Pablo Milanés hasta Raúl Ciro, desde Athanai hasta Eusebio Delfín. Maquetas y discos, grabaciones caseras y profesionales, formaban parte del concepto que se proponía con cada emisión, junto a comentarios aclaratorios siempre concebidos desde el conocimiento y la identificación. Tenía lo principal: comunicaba. Pero tal y como le sucede a las cosas cuando son del alma, desapareció un mal día para privarnos de esa faceta suya.

Frank Delgado asume las tradiciones para subvertirlas. Más que la reverencia esquemática y la idolatría por decreto le interesa la confrontación: nutriente indispensable de toda obra de arte que se respete. Es un sibarita dedicado a vivir por y desde la canción, trovatur a la búsqueda de algún mapa singular, ingeniero hidráulico que decidió romper diques en vez de construirlos, usando como detonantes sólo su guitarra y su voz.

Desde entonces se convirtió en uno de esos imprescindibles que mencionara Brecht. Estos primeros 25 años de trayectoria artística así lo atestiguan.


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