Alejandro
García
Caturla

Alejandro García Caturla
Foto
Diario de las Américas
Nacimiento:  
7
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3
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1906
Fallecimiento:  
12
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11
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1940

Compositor. Cultivador de la música afrocubana en el género sinfónico.

Nació en Remedios, Las Villas. Inició sus estudios de música en 1914 con Fernando Estrems, y en 1915 los continuó en la Academia de María Montalbán en las especialidades de solfeo, teoría de la música y piano; aprendió el violín con América Pando Ruiz; en 1924 inició sus clases de canto en La Habana con los italianos Tina Farelli y Arturo Bovi, y las de armonía, contrapunto y fuga con el compositor y director de orquesta español Pedro Sanjuán.

En 1921 hizo su primera presentación como pianista, ocasión en que interpretó la sonata Patética, de Ludwig van Beethoven; ese mismo año fue pianista de cine silente e integró la Jazz-Band de Remedios. Fue segundo violín en 1922, de la Orquesta Sinfónica de La Habana dirigida por Gonzalo Roig; ese año matriculó Derecho Civil en la Universidad de La Habana; en 1923 se desempeñó como pianista de los cines Méndez, Universal, Oriente, Norma, Strand, Tosca, Dora, Santa Catalina y Campoamor en la capital; a la vez, organizó en la Universidad de La Habana la Jazzband Caribe, con la que actuó en 1924 por la radioemisora PWX, en el hotel Miramar y en el cine Trianón.

Ese mismo año se presentó por vez primera como cantante con los alumnos de las clases de Tina Farelli y Arturo Bovi y dirigió la orquesta del cine Mundial; interpretó en el Tercer Concierto Típico Cubano celebrado en el teatro Payret de La Habana su criolla Mi amor aquel; cantó con José de Castro el dúo del primer acto de la ópera La Gioconda, de Amilcare Ponchielli. En 1926 se presentó como cantante en el cine Neptuno de La Habana; en 1927 dirigió la Orquesta de Cámara que antes había organizado, en el teatro Miguel Bru de Remedios; en este año se graduó de Doctor en Derecho Civil y fue designado juez municipal (suplente) de Placetas.

En 1928, año en que se presentó como pianista en el teatro La Caridad, de Santa Clara, viajó a París, donde recibió clases de contrapunto y fuga de la pedagoga y compositora francesa Nadia Boulanger, y asistió a las puestas del Ballet Ruso y el Ballet Español. Allí conoció, a través de Alejo Carpentier, a Georges Sadoul, Louis Aragón y Robert Desnos y al compositor Edgar Varèse. La casa Maurice Senart le editó Danza lucumí y Danza del tambor. A su regreso a Cuba, presentó en Caibarién al compositor español Joaquín Turina, quien daría una conferencia sobre la música del siglo XIX; también Caturla fue miembro de la Asociación Latinoamericana de Compositores, y desde entonces sostuvo correspondencia con el compositor norteamericano Henry Cowell, quien sería el impulsor de su obra en el exterior.

En 1929 García Caturla viajó de nuevo a Europa, esta vez en compañía del compositor Eduardo Sánchez de Fuentes, como delegados al Festival Ibero-Americano de Barcelona, en el que se estrenaron sus Tres danzas cubanas, bajo la dirección del director de orquesta catalán Mario Mateo. En esta ciudad conoció al musicólogo Adolfo Salazar, y a los compositores Rodolfo y Ernesto Halffter, al pianista José Cubiles y al director de orquesta Bartolomé Pérez Casas. De Barcelona se trasladó de nuevo a París, adonde llegó acompañado del compositor mexicano Manuel M. Ponce; Caturla estrenó al piano en la Sala Gaveau Dos poemas afrocubanos, con texto de Alejo Carpentier, y poco después, pero ya sin su presencia, se estrenó Bembé, dirigida por Marius François Gaillard. Posteriormente el director de orquesta norteamericano Nicolás Slonimsky dirigió Bembé, Tres danzas cubanas, Fanfarrias para despertar espíritus apolillados y Primera suite cubana.

En 1932 Caturla fundó la orquesta Sinfónica de Caibarién, en la que dio a conocer obras de Wolfgang Amadeus Mozart, Claude Debussy, Maurice Ravel, Igor Stravinsky, George Gershwin, Henry Cowell y Manuel de Falla, además de las suyas propias.

María Muñoz de Quevedo divulgó su obra coral; Amadeo Roldán con la Filarmónica, y José Ardévol con la Orquesta de Cámara de La Habana, lo hicieron con algunas de sus obras para estos formatos; y el director de orquesta Richard Klatovsky estrenó en 1939 con la Orquesta Sinfónica de Berlín Tres danzas cubanas.

Caturla no fue nunca un músico de “moda”, porque su personalidad era demasiado recia. No asistía a capillas privadas ni claudicó ante las buenas nuevas artísticas que llegaban de Berlín o Moscú. En música fue un solitario y un caso único en su país. Surgen las obras de Caturla con carácter propio y destacada personalidad. Algunos parecen temas de madrigal o de polifonía profana: tal es su transparencia y pureza.

El continuo uso de los metales es característico en su orquestación, así como la duplicación de estos instrumentos y el empleo de la percusión típica. Todos sus ritmos son obstinados, y en ocasiones frenéticos. Una terrible fuerza ancestral, que era como un demonio interior de Caturla, le llevó siempre a los ritmos y melodías afrocubanos, y esa música adquirió en sus obras sinfónicas un poder de seducción y un carácter de misterio pagano. Manejaba los temas negros con la misma habilidad que manejaba Bach los temas de fuga, y eran tan suyos dentro de la obra que apenas podemos distinguir entre un canto lucumí auténtico y un tema de su pura invención.

En la música de Caturla el orden es violencia y fuerza, una libertad que pudiera ser bárbara y primitiva si no tuviera límite en la propia capacidad sensual de su autor. Con tales virtudes o anti-virtudes tiene que juzgarse la música de Caturla: el análisis armónico, las reglas del contrapunto y las fórmulas de composición son de poco o ningún valor para medir con ellas esta música. Detrás de una melodía criolla o de un canto africano, están agazapadas las más terribles disonancias, dentro de formas anárquicas que no obedecen a ningún plan tonal ni caben en los marcos de la composición, clásica o moderna.

Caturla tuvo, desde el principio, una manera muy particular de sentir el folclor de la isla. Impermeable a la tradición hispánica –Manuel de Falla no ejerció influencias sobre él-, estudiaba con apasionado interés la producción de los compositores cubanos del siglo XIX, teniendo un verdadero amor por Manuel Saumell y por Ignacio Cervantes. Le atraía poderosamente aquella música, hecha de una lenta fusión de elementos clásicos, de temas franceses, de remembranzas tonadillescas, con ritmos negroides forjados en América. Su última obra, una admirable Berceuse campesina, para piano, es un reflejo de estas preocupaciones. En una composición de una sorprendente unidad de estilo, logró una síntesis melódica y rítmica de lo guajiro y de lo negro –tema guajiro, ritmo negro— por un proceso de asimilación total de dos tipos de sensibilidad puestos en presencia. Como lo guajiro, por su monotonía e invariabilidad, no podía brindarle una materia rica, construyó una melodía propia, abierta sobre dos octavas, absolutamente incantable, y que tiene, sin embargo, un sorprendente perfume de autenticidad, sin observar el metro ni el ritmo de son logró un milagroso equilibrio entre dos géneros de música que nunca soportaron la más leve fusión en varios siglos de convivencia.

Este acierto final explica toda su música. Caturla nunca tomó un género folclórico separadamente. Cuando compuso La Rumba, no quiso un movimiento rítmico para orquesta, una rumba cualquiera, que pudiera ser la primera de una serie: pensó en La Rumba, en el espíritu de la rumba, de todas las rumbas que se escucharon en Cuba, desde la llegada de los primeros negros.

Caturla fue jefe de redacción de la revista Musicalia; director, con su hermano Othón, de la revista quincenal Atalaya y del periódico Los Minoristas, ambos de Remedios. Sus obras han sido interpretadas por los directores de orquesta Pedro Sanjuán, Gonzalo Roig, Agustín Jiménez Crespo, Ernesto Halffter, Nicolás Slonimsky, Leopold Stokowsky, Anton von Webern, Carlos Chávez, Erich Kleiber; el violinista Diego Bonilla; Carmela Valdés Gayol y Doris Barr, sopranos; Radiana Pazmer, contralto; y los pianistas Héctor Ruiz Díaz y Paul Nordeoff.

Desde 1927 Caturla había desplegado su labor como juez paralelamente a la música. En 1929 fue nombrado Juez Municipal de Caibarién y también Hijo Eminente y Distinguido por el Ayuntamiento de Remedios. En 1933, Juez Municipal de Ranchuelos. Expuso el Proyecto Laredo Bru sobre el nuevo código penal y tomó posesión del cargo de Juez Municipal de Palma Soriano.

En 1936 finalizó un proyecto de ley sobre la creación de juzgados correccionales de tercera clase; tuvo lugar el juicio seguido a personas y entidades dedicadas al juego ilícito, a quienes condenó; multó al administrador norteamericano del central Miranda; y fue agredido en su casa, aunque resultó ileso.

En 1937 tomó posesión del nuevo cargo como juez municipal en Quemado de Güines. En 1938 tomó posesión como Juez de Instrucción de Remedios. En 1939 formó Sala en la Audiencia de Santa Clara como Magistrado interino.

En 1940, los presos de la cárcel de Santa Clara reclamaron su intervención contra los desmanes del director de la misma y lo llamaron “juez justiciero”. La Audiencia de Santa Clara aceptó su sentencia sobre la no sancionabilidad de los menores delincuentes. Realizaba visitas de inspección a los juzgados de la comarca.

Escribió al Ministro de Defensa Nacional solicitando garantías para su vida y la de su familia, pues se planeaba su muerte por miembros del ejército y la policía de ese distrito. Envió un telegrama al Tribunal Supremo denunciando la amenaza de muerte sobre su persona. Cuando regresó a Remedios el 12 de noviembre, fue ultimado a balazos por un escolta de la cárcel de esta ciudad, a quien le había radicado causa para su elevación a la Audiencia de Las Villas.

El 13 de noviembre de 1940 tuvo lugar su entierro, en el que participaron las bandas de Remedios, Caibarién y Vueltas.

Obras
No quiere juego con tu marido (Danza cubana no. 1), 1924
La viciosa (Danza cubana no. 2), 1924
La número tres (Danza cubana no. 3), 1924
Cuentos musicales. Escanas infantiles, 1925
Danza del Tambor
Danza Lucumí
Tres Preludios, 1925
Tres danzas cubanas, 1927
Obertura cubana, 1928
Comparsa (a Fernando Ortiz), 1930
Preludio Homenaje a Changó, 1936
Berceuse para dormir a un negrito, 1937
Berceuse Campesina, 1938

Ópera
Manita en el suelo, libreto de Alejo Carpentier

Fuente: EnCaribe.org