Waldo
Saavedra

Waldo Saavedra
Nacimiento:  
1961

Nació en La Habana. Pintura, escenografía y diseño vestuario.

De inicio autodidacta, en 1982 ingresa al Instituto Superior de Arte de La Habana, Cuba.

Impartió clases de dibujo y pintura en La Habana, Cuba.

Realizó ilustraciones para diversas publicaciones y diseñó de vestuario y escenografía para conciertos de Amaury Pérez, Pedro Camejo, Adesio Alejandro y la Nueva Trova Cubana. Participó también en la realización de la película "Hello Hemingway" como Director Artístico, (1989)

Ha trabajado, además, en programas culturales de televisión en su país natal, donde también fue maestro de artes plásticas.

Expone por primera vez en la ciudad de Santa Clara, Cuba, en 1978. Posteriormente presentó su obra en las ciudades de Caibarén y La Habana, Cuba. Su obra se ha admirado en diferentes países: Alemania, Bélgica, Argentina y otros. En nuestro país: México D.F., Guadalajara, Jal. y Monterrey, N. L.

Premio en el Concurso de Carteles y Propaganda Gráfica "26 de Julio", La Habana; Mención Especial, Concurso para la realización del monumento a Simón Bolívar, Habana , y Primer Premio de Pintura, Caibarén, Cuba (1981). Primer Premio en el Salón de Dibujo Posada en 1992. Mención Honorífica en la II Bienal José Clemente Orozco, Guadalajara 1993 y Primer Premio-Mención Honorífica en el Salón de Octubre,1994 y 1995 en Guadalajara, Jal.

" Su concepción creativa la ha desarrollado dentro del neoexpresionismo figurativo, el surrealismo y el realismo mágico. Dentro de estas corrientes ha realizado equilibradas composiciones con sugestivo colorido en las que plasma temas donde prevalece el anecdotario consciente o subconsciente de su discurso estético ". Ramírez Godoy.
Yo no soy post... ni moderno, Informador, 1998

Waldo Saavedra: un foro a media luz, una voz femenina que declama, la figura del artista que nace, se desgarra y emerge una vez más, las imágenes, los rostros y el sentir de La Habana, los sonidos de una batería. El hiperrealismo conjugado con la (hiper)sensibilidad. La sincronización de comandos que termina en la formación de la bandera cubana

En la inauguración de su exposición "Yo no soy post... ni moderno" , en el Pasillo del Arte de Televisa, el artista cubano Waldo Saavedra realizó no únicamente una muestra como pocas antes vistas, sino un performance de extraordinaria ejecución.

La voz de Sheila Ríos se alzó: "El suelo, al raz del suelo, hasta ahora sólo he vivido al raz del suelo, mirando al suelo, atenta al suelo. No vuelvas a los lugares donde fuiste feliz... donde tus ojos se abrieron al asombro, fue sólo una invención de tu nostalgia. Al suelo, no voy a salir al raz del suelo, germina más allá del desencanto...", alternada con el metálico vibrar de los platillos y los tambores.

Imágenes proyectadas recapitularon la historia de aquel país antillano que ha vivido dolor, destrucción y deterioro anímico encontrando afinidad en la fuerza de las percusiones del estaño, zinc y latón a cargo de Abraham Calleros.

"Veo pasar a mis contemporáneos, mis ironías y mis amigos, algunos muertos de risa, o simplemente muertos. Atrapados en mis brazos, salvados de la desmemoria y el desencanto. Yo soy ésta, la que está aquí desnudando sus entrañas, desnudándose las venas, desnudándose la lengua... ¡ay, Dios! ¿Cuándo acabaremos de acontecer?. Mientras nos quede algo por hacer, nada hemos hecho. Sólo merece la libertad, la vida, aquél que cada día debe conquistarlas..."

El espacio circular está centrado por una cama sobre la que del interior de un manto blanco emergen unas manos, unos brazos, una cabeza, unos hombros, una espalda, un cuerpo masculino lleno de vida, el cuerpo de Waldo, de Waldo Saavedra, cargado de energía luminosa como la de un planeta, un planeta en tensión.

"Nunca se me borró la memoria, su cuerpo estirado, visto desde atrás. La miraba desde abajo, desde la perspectiva de la vida. Yo estaba a su lado y sin embargo, perfectamente lejana, intensamente caliente y sabe que de las dos mil veces que se hace el amor en la vida, verdaderamente, sólo quedan dos o tres esenciales, inolvidables... las demás son sólo regresos, imitaciones y repeticiones. Porque la belleza es un hechizo que arde cuando a través de la distancia de los años se tocan dos miradas... la belleza es una ruptura, una rebelión contra el tiempo."

El cuerpo se desgarra, se tiñe de rojo, la sangre del desgaste, de la muerte y de la guerra. "El futuro es un vacío indiferente que no le interesa a nadie mientras que el pasado está lleno de vida, nos exita, nos irrita y por eso queremos destruírlo o retocarlo. Los hombres quieren ser dueños del futuro sólo para poder cambiar el pasado, por eso La Habana es una fijación en movimiento perpetuo, por eso la isla es un viaje a la semilla."

La Habana en su esplendor, La Habana en decrepitud, la madre, el hijo, el mar, el amor, el amigo, el grito emitido por los platillos. "La luz se mueve indecisa, la luz se apaga. Otra vez estoy en la noche cerrada, la noche está limpia y tengo ganas de hablar: la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido y me niego a pensar que la memoria se barre, que la mediocridad se imponga, que la mentira acabe siendo verdad, que olvidemos quienes fuimos, como somos y de que altura podemos ser."

La figura se vuelve a su posición fetal, cubierta por un manto blanco. La voz de Shiela se envuelve en el manto rojo, colocándose junto al artista. La batería da un cierre, se envuelve en azul y los tres, sobre la cama, son una sola bandera. En el fondo Silvio Rodríguez canta: "Soy feliz, soy un hombre feliz, y quiero que me perdonen, por este día, los muertos de mi felicidad", el video transcurre nuevamente, una producción en perfecta sincronía con la canción.

El Pasillo del Arte proyectó a su vez su videograma, Waldo Saavedra dijo: "Yo no soy post, ni moderno", dejando muy en claro su posición dentro del arte comtemporáneo.
Así, el pasado viernes por la noche, Waldo Saavedra demostró el trabajo que sabe hacer, la capacidad creativa de la que es poseedor, el compromiso y la entrega con los que cuenta tanto para realizar una manifestación expresiva completa de calidad y complejidad, como para plasmar su mensaje sobre tela y papel en la más absoluta unión de intelecto, emoción y pincel.

Dueño de su propia verdad al finalizar el performance se dio a todas las personas que vivieron su mensaje y que, al transcurrir de los minutos, coexistieron con su producción pictórica.

Con asombro, vuelvo a "mirar" la obra de Waldo Saavedra, y es extraño. Me percato que, por primera vez, voy a escribir sobre ella y, curiosamente, la experiencia directa y viva que siempre tuve de esa obra (y hasta anhelos y dudas del propio proceso de su creación) es sustituida ahora, por esta obra mas distante y fría: sobre mi mesa de trabajo se agolpan catálogos, fotos, revistas, postales, libros. Pero están también los recuerdos. Waldo es más que esos ejemplares y que los recuerdos. Es poco menos que una época lo que cuelga de la cadencia de su voz, de su letra, y de ese hedonismo perverso que aun respiran sus imágenes.

Del lado de acá, mi lugar, la otra orilla de tantos, puedo reconocer los signos que me convidan a tentar el itinerario estético de este artista cubano. Quizá padezcamos de obsesiones tópicas, pues, de aquí y allá, las representaciones identificatorias discuten las superficies plásticas, se apegan a cualquier capricho morfológico, como si su concreción marcara para siempre esa pertenencia que acude como sugerencia suprema.

Hablar de vínculos y experiencias definitorias, declaradas en la obra de Waldo, supone hacer referencia a algunos procesos de nuestro avatar cultural. Su discurso poético se forjó al calor de una renovación estética, cuya magnitud ha sentado un precedente sin igual en los dominios de las artes plásticas cubanas.

(El "renacimiento cubano" o  "década prodigiosa").
No todos profesaban se credo, articulado fundamentalmente en torno a los roles sociales del arte y su fuerza movilizativa. Bajo la égida de esta plataforma creativa se curtió una estética dura de reconocida raigambre conceptual, basada en el
valor del acontecimiento y el gesto nutrida de ideales emancipatorios, y deudora de la línea arte-vida heredada de la histórica vanguardia.

Pero, de sus aperturas expresivas, afirmadas en una ideología transgresora, nació una conducta cultural que, desde entonces, liderea en la práctica simbólica. Su signo es poner aquello que sirva a la idea de arribar a su concreción sensorial.

Esta postura fomentó una reticencia a maneras etiquetadas por el discurso, y despejó las ortodoxias estéticas que han pesado en los hitos artísticos de la main-stream.
Lo más interesante, sin embargo, es la respuesta que esta orientación artística halló en el contexto pedagógico, cuyo proyecto (fundamentalmente en el Instituto Superior de Arte) promovió, conjuntamente con la reflexión sobre los procesos  de la cultura contemporánea, una capacidad de resignificación de dichos procesos en las condiciones de la sociedad y la cultura cubanas. Este elemento ha dotado de singular frescura a nuestra plástica. Una formación académica sólida avalada por un criterio abierto del arte, resistente a los "manierismos", e incitadora a un perfil amplio en la creación artística, ha calado hondo en la conciencia de los creadores.

Waldo no ha escapado a esta tradición. Con su modo peculiar de campear en diferentes medios: pintura, dibujo, instalaciones, no se ha casado con un sentido o modo de ser del arte, sino que aprovecha y usa todo ese acervo en función de una u otra necesidad expresiva. A su favor tiene, además de una voluntad desprejuiciada, una intuición especial para el diseño, y una envidiable vocación para fabular con la materia plástica, y "una mano"  que le ha garantizado la excelencia en su ya prolija obra.

Durante los años ochenta en Cuba, este artista fue abanderado de la expansión de las aperturas lingüísticas de las artes plásticas, en otros dominios de la creación.

Escenografías, diseño de cubiertas para discos, dirección artística en propuestas para cine y video, contribuyeron el afianzamiento de una nueva visualidad, con mayores posibilidades de socialización por esta vía. Estas incursiones en medios más democráticos que los espacios habitualmente elitistas de la plástica y el conocido desempeño del artista como ilustrador, lo armaron de una capacidad para dar soluciones rápidas y eficaces al ojo. Su manera de optimizar los recursos narrativos, y de concebir, desde ellos, metáforas visuales de alto poder de sugestión, han dotado a su obra de la facultad de ser accesible al gran público, sin facilismos ni ínsulas.

Consumidor visceral de buena música, Waldo asimiló pronto los códigos seductores de la imagen publicitaria, sobre todo a través de cubiertas de discos y afiches. Aún conservo algunos ejemplares de portadillas de casetes, que él reproducía artesanalmente, salvando el acabado de una grabación deseada, a partir de originales que los amigos traían de diferentes partes del mundo. Pienso que, además de sus dotes para casi fotocopiar cualquier imagen, estos ejercicios afincaron su virtuosismo, y educaron su ojo en esa economía eficiente y conquistadora del diseño comercial.

Incluso recuerdo, que no solo "copió" cubiertas. Su proto-experiencia como diseñador profesional, se concreto con las ideas que le sugería la música de sus favoritos. De toda esta practica, acumuló recursos gráficos, y perfeccionó esa inmediatez cultivada del mensaje que su ojo ha logrado.

La expresividad de este creador es básicamente híbrida. Signos identificables con el expresionismo, la nueva figuración o el pop, nos asaltan desde sus formas. Pero, al margen de los "avisos" estéticos catalogadores, están los datos recurrentes que hablan de sus orígenes, de su sensación de cubano, isleño y de puerto.

El ambiente recuperado e intervenido por la memoria ocupó buena parte de su labor en los inicios de los ochenta. El mar y los quehaceres a él vinculados, a la atmósfera marina y los signos que deja en gente y cosas, sirvieron de motivo supremo a su sensibilidad plástica. Por entonces, produjo valiéndose del collage, la instalación y algunos otros medios, pero sin abandonar el dibujo y la pintura, a los que hizo concurrir junto a las nuevas opciones. Una fecunda veta lírica se consolidó como distintivo de la creatividad. La metáfora intimista se adueñó del soporte, desplegando su energía en jirones poéticos de su experiencia vital.

"Soy un pintor que cuenta historias", dijo en una entrevista. Y es cierto, Waldo tiene una indudable facultad narrativa, que se apoya en una combinatoria entre el signo figurativo, la pincelada expresionista y el trazo suelto e intenso de corte informalista.

Otro plano significativo es el rol que otorga a la históricamente alabada techné (exteriorización del virtusismo). El acto mismo de manipular la materia expresiva, de experimentar la presión de la impronta creativa, esa tensión entre el sujeto y el material

Interpretados ambos, como entidades vitales, son fundamentales para apreciar y valorar su trabajo.

Waldo, como buen cubano que no esta todos los días en contacto con los fluidos y las corrientes de su mar, también ha sido mordido por la nostalgia, este cambio de ánimo se refleja en buena medida en su producción reciente.

La poética intimista ha cedido terreno a una inquietud antropológica más existencial que reflexiva. Prima la indagación en procesos de identidad. El sujeto se reconoce imbricado en el tejido de un texto cultural que lanza sus claves identificatorias. Cruces, tránsitos, encuentros, dejan sus huellas de mirada asombrada unas veces, descubridora de analogías otras, aventurera tantas. Pero siempre, la ojeada del paseante, cazador de vestigios, virgen del prejuicio original. Pero siempre, la lúcida esperanza de que "todo arrancara cuando algo lo provoque"

Fuente. Sitio web de Waldo Saavedra