Rafael Simón
Morales
González

Rafael Simón Morales González
Moralitos
Nacimiento:  
28
/
10
/
1845
Fallecimiento:  
15
/
9
/
1872

Maestro cubano creador de la cartilla de alfabetización durante la Guerra de 1868 y autor de la Ley de Instrucción Pública de la República en Armas.

Nació en San Juan y Martínez, región occidental de la Isla de Cuba. Sus padres, Rafael Morales y Ponce de León y doña Rafaela González de la Cruz Camero, tuvieron otros tres hijos. Moralitos quedó huérfano siendo aún un niño. La viuda y los hijos desamparados tuvieron que trasladarse a La Habana, donde tenían familiares y amigos.

En La Habana, Rafael Morales encontró a personas que le brindaron ayuda: realizó sus primeros estudios gratuitamente en la Escuela de José Fors. Por su inteligencia, voluntad, así como por su aprovechamiento, su maestro lo recomendó al profesor Ramón Ituarte, quien dirigía el Colegio Santo Tomás; aquí realizó sus estudios secundarios.

Este último colegio le sirvió a Moralitos como centro de estudio y trabajo. Siendo aún un adolescente, se convirtió en maestro, guía de los alumnos de 7 a 10 años de la escuela. Por su diligencia y responsabilidad, todos lo querían y respetaban, hasta los maestros más experimentados; por su tamaño y complexión, y por el efecto que generaban sus palabras, le llamaban cariñosamente Moralitos.

Esta actividad de maestro le sirvió para ir modelando su talla de educador. Ingresó a la Universidad de La Habana cuando todavía no rebasaba los 15 años, a la par que continuó dando clases en el Colegio Santo Tomás. En la década de los años 60, ya Moralitos era reconocido como un maestro talentoso. En los exámenes públicos, sus alumnos demostraron dominio de la expresión y habilidad para relacionar conceptos, así como una desusada iniciativa para responder las preguntas de los examinadores. Fue tal el éxito que alcanzaron sus alumnos, que mereció la felicitación de Ramón Zambrana, vocal de la Junta Superior de Instrucción Pública, quien presidía los exámenes oficiales. El periódico El Siglo le dedicó dos artículos, en los que señalaba que él había sabido comprender el método de Pestalozzi, pero aclaraba que la forma de aplicarlo era de Moralitos.

Los niños que estudiaban con él no se aprendían las definiciones de memoria, como era usual en la época, sino que con sus propias palabras exponían los ejemplos históricos. Su método de enseñanza le permitía lograr en sus alumnos un aprendizaje que se alejaba de la rutina y el empirismo propios de la época.

En estos años, en la Isla de Cuba, esto constituía una verdadera revolución en materia de educación. Moralitos fue el primero que experimentó en Cuba con las llamadas clases de objetos, de C. Mayo, publicada en 1849, en el Colegio Santo Tomás.

En las Facultades de Filosofía y Derecho, donde Moralitos estudió, obtuvo altas calificaciones y premios a pesar de sus dificultades económicas. Para sostenerse y sostener a los suyos, fue agente en un bufete de un abogado muy solvente y dio clases particulares en casas de familias acomodadas. Fue un brillante estudiante universitario, siempre se destacó por sus posibilidades expresivas, por su verbo encendido: sus compañeros lo denominaban Pico de Oro.

Era un estudiante rebelde que no aceptaba criterios dogmáticos. En más de una ocasión, apoyándose en su posición como alumno excelente y su genial originalidad, rebatió conceptos y principios expuestos por los profesores. Hizo un severo análisis crítico sobre la nomenclatura del texto de Casares, utilizado en la enseñanza de la Química. En la clase de Economía Política, modificó la clasificación de las industrias expuesta en el libro de Carballo. De igual modo, amplió con nuevos conceptos la teoría de la visión formulada por el médico y físico inglés Thomas Young (1773-1829), célebre descubridor de las interferencias de la luz. Felipe Poey Aloy (1799-1891), el sabio cubano, lo felicitó por este aporte y le sugirió que enviara ese trabajo al Instituto de Francia.

Como estudiante universitario, gustaba de la Filosofía y las ciencias; en ambas disciplinas se distinguió extraordinariamente. Por su talento, pudo relacionarse con lo mejor de la intelectualidad criolla. En las clases de Filosofía del profesor José Manuel Mestre Domínguez (1832-1886), en más de una oportunidad sometió a duras críticas los planteamientos de Jaime Balmes (1810-1848), presbítero y filósofo español, autor del texto oficial Elementos de Filosofía. Aquella aula era un hervidero de nuevas ideas de redención, donde mostraron sus dotes e inteligencia jóvenes que luego llegaron a ser personalidades ilustres de la vida nacional. Entre ellos, Moralitos descolló por su elocuencia y profundo matiz dialéctico, que desarmaban a sus interlocutores.

A los 23 años, obtuvo el grado de Bachiller en Derecho Civil y Canónico, con notas de sobresaliente desde la primera a la última, mediante examen riguroso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en junio de 1868.

Mientras en la Universidad las clases privilegiadas criollas podían ilustrarse, el gobierno español prestaba escasa atención al nivel de instrucción del pueblo. Moralitos se convirtió en entusiasta promotor de la instrucción entre los obreros. En el Colegio El Progreso, en La Habana, instaló una escuela nocturna gratuita, con una matrícula de 80 alumnos, para dar clases de Lectura, Escritura y Aritmética a cuantos artesanos y jornaleros las necesitaran. Este proyecto murió al nacer. La presión de las autoridades peninsulares obligó a cerrar la escuela.

Otro intento similar de Moralitos no llegó siquiera a cuajar. Para evitar ser desautorizado, dirigió su solicitud al gobierno superior político, a través de José Silverio Jorrín, inspector de escuela y vocal de la Junta de Instrucción Pública. Igualmente, se le negó la posibilidad de enseñar a los artesanos y jornaleros. La negativa decía que atentaba contra la paz y el bienestar del país. La prensa reaccionaria fue más precisa en sus acusaciones y señaló que los artesanos no debían saber otra cosa que lo que puramente concierne con sus respectivos oficios.

Pero Moralitos no desistió de su empeño. Aprovechando su amistad con destacados profesionales, se dio a la tarea de lograr sus propósitos en un lugar alejado de los trajines oficiales de la capital. En el término municipal de Santiago de las Vegas, a más de 120 kilómetros al Sur de La Habana, intentó transformar la Sociedad Filarmónica de ese lugar en un Liceo Científico Artístico y Recreativo. Su verdadero propósito era crear una institución que aglutinara a los cubanos en la lucha por su propia cultura y les permitiera vincularse con las clases laboriosas. Proyectaba fundar una Biblioteca Pública, ofrecer clases gratuitas con materiales que propendieran al progreso del municipio y editar un periódico portavoz de los adelantos que se conocieran, así como otras iniciativas.

En el acto de inauguración, Moralitos pronunció un discurso que tituló La influencia poderosa que tiene la asociación en el destino de las naciones y el adelanto de los hombres, en el que mencionaba elogiosamente los nombres de John Brown y Abraham Lincoln. En el propio acto, el poeta Luis Victoriano Betancourt le dedicó a la juventud de Santiago de las Vegas un poema cuyos versos decían “que si sabes luchar con esperanza / el laurel obtendrás de la victoria”. Los antecedentes que se tenían de Moralitos y estos versos encendidos, alertaron a las autoridades españolas, las que descubrieron que detrás de aquel movimiento cultural se escondía un proselitismo patriótico. Se ordenó terminar la fiesta y se condenó la iniciativa de Moralitos, de modo que bajo ningún pretexto se atreviera a poner los pies en Santiago de las Vegas. Sus esfuerzos habían resultado vanos.

Cuando, el 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes dio el grito de independencia y convocó a los cubanos a la guerra por la libertad, Rafael Morales fue de los primeros que desde La Habana se incorporaron a la lucha. Con solamente 23 años, luchó en Camagüey y en tierras orientales. En la manigua, puso su inteligencia al servicio de la República en Armas. Formó parte de la Asamblea de Guáimaro, fue elegido representante a la Cámara como diputado por Occidente; redactó la Ley de Instrucción Pública, en la que quedó recogido su interés por la instrucción del pueblo cubano, aspiración suprema por la cual había luchado desde su adolescencia. En el campo insurrecto, fundó las escuelitas de retaguardia, a las que asistían soldados y campesinos para aprender a leer y escribir. Él mismo creó una cartilla cubana para alfabetizar, por cuyo método se aprendía a leer, aproximadamente, a los 2 meses.

En su actividad como soldado, fue herido en combate en Najasa, Camagüey, el 26 de noviembre de 1871. Con el rostro desfigurado, hundida la barba, desprovisto de dientes y muelas, imposibilitado de ingerir alimentos sólidos y emitir algunos sonidos, sufrió en ese estado casi un año. Se hicieron intentos para trasladarlo al extranjero, pero en la noche del 15 de septiembre de 1872, murió en la Sierra Maestra, extremo oriental de la Isla.

Fuente: En Caribe.org