José Luciano
Franco
Ferrán

José Luciano Franco Ferrán
Nacimiento:  
13
/
12
/
1891
Fallecimiento:  
4
/
1
/
1989

Nació en La Habana, creció en un ambiente familiar humilde, donde su madre era su profesora.

Obtuvo en 1942 el título de la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Sterling. Además, realizó estudios de Ciencia Municipal y Urbanismo, y de investigación histórica.

Gracias a ello, escribió Las Cooperativas de Consumo y los Municipios (1932) y Coloniales (1933). Tuvo una fuerte implicación en la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales y en la Sociedad de Estudios Africanos.

Considerado un maestro de historiadores, fue experto de la UNESCO, dentro del Comité Científico Internacional para la redacción de una historia general de África.

Fue también profesor de la Universidad de La Habana, impartiendo Historia de América y Cuba. Sus publicaciones de historia africana más importantes son Los palenques de los negros cimarrones en Cuba y La diáspora africana en el Nuevo Mundo. Murió el 4 de enero de 1989.

Solo por su obra en tres volúmenes Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida —publicada por primera vez en 1951 por la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, y reeditada por la Editorial de Ciencias Sociales en 1973— el historiador, biógrafo, investigador, folclorista, etnólogo, profesor y periodista cubano José Luciano Franco Ferrán merece el mayor de los reconocimientos. Pero su obra es mucho más abarcadora y comprende más de sesenta títulos de bibliografía activa, cuarenta y tres de ellos impresos a partir de 1959.

Ese libro fue una lograda expresión de la labor de un autor que conoció minuciosamente la historia de Cuba, que fue capaz de detectar con buen tino la relación entre el hombre y el medio social e histórico en el cual le tocó vivir, y que supo narrar los hechos de modo celosamente documentado.

Con toda razón, el destacado intelectual cubano José Antonio Portuondo, en su Prólogo a la edición de 1973 de esta obra de Franco, nos advierte: “Maceo emerge de estas páginas en toda su grandeza auténtica, sin necesidad de que le decoren adjetivos ni le enguirnalden términos apologéticos ni epítetos de relumbrón. El biógrafo, sabiamente, ha dejado que el simple relato de una vida extraordinaria y la sobria exposición de un pensamiento que se caracterizó por su lacónica y enérgica expresión, se impongan por sí mismos al lector que, ante estos apuntes siente palpitar en toda su grandeza una existencia ejemplar…”

El talento de José Luciano Franco brotó en un ambiente humilde. Fue nieto de esclava y hacendado, e hijo de español y africana, y no le faltó a esa mezcla un toque de sangre asiática. Nació en el habanero barrio de Cayo Hueso, el 13 de diciembre de 1891, hace ahora 120 años. Las primeras letras le llegaron de una tía materna, quien lo instruyó en el hogar. Luego cursaría algunos grados en la enseñanza pública, al establecerse esta en 1900. Hizo estudios de comercio y alcanzó título de capacidad de la Escuela de Periodismo Manuel Márquez Sterling. La precariedad económica de su hogar lo llevó a trabajar como tabaquero, con apenas catorce años, y fue igualmente peón en el puerto y, de 1910 a 1912, empleado de la limpieza de calles. De 1913 a 1944 tuvo una plaza en Contaduría y Catastro del ayuntamiento de La Habana. Intervino en luchas y huelgas obreras, y su afán de conocimiento lo llevó a una vida consagrada a la superación. La lucha de los desposeídos fue siempre para él motivo de particular interés.

Bajo los auspicios del entonces Historiador de la Ciudad, Emilio Roig de Leuchsenring, y de quien fuera director del Archivo Nacional de Cuba, Joaquín Llaverías, hizo estudios de Ciencia Municipal y Urbanismo, y de investigación histórica. No obstante, su cultura fue, esencialmente, fruto de una formación autodidacta. Leyó incansablemente, revisó miles de legajos y sirvió desinteresadamente a los demás con sus escritos e indagaciones.

A su extensa bibliografía activa habría que añadir sus colaboraciones durante más de cincuenta años en infinidad de publicaciones, entre ellas Carteles, Social, El Mundo, Hoy, Mediodía, Islas, Vida Habanera, Orientación Social, Granma, La Gaceta de Cuba y Casa de las Américas.

Los que lo conocieron han destacado de su larga y fructífera vida su sencillez, ternura, tenacidad extraordinaria, capacidad para el trabajo, lucidez, erudición, energía y gran modestia. De esta última cualidad habla por sí sola la nota que escribió en la contracubierta del libro Hombradía de Antonio Maceo, con el cual Raúl Aparicio ganó el Premio de Biografía, UNEAC, 1966, quince años después de la aparición de Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida. En ella, José Luciano expresó de la obra de Aparicio: “Es casi imposible reunir más hábilmente y con tal exquisita perfección, infinidad de acontecimientos, sentimientos y emociones, para trazar en vigorosos cuadros objetivos el panorama histórico de la época y revelar al lector las profundidades del carácter y sentido revolucionario en la vida heroica y ejemplar de Antonio Maceo.”

Tales expresiones las vertía quien ya había redactado aquella obra biográfica en tres tomos, que es un hito en la historiografía cubana y en los estudios sobre el Titán de Bronce.

Al evocar a José Luciano Franco debemos recordar sus páginas sagaces sobre Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), el poeta víctima de la saña esclavista del colonialismo español, y las relacionadas con Juan Francisco Manzano, el poeta, pintor y escritor nacido esclavo, y que en 1836 logró su libertad gracias a una colecta organizada por sus amigos. También sus estudios sobre la Revolución de Haití, la política española en Cuba, el proceso político y cultural cubano, las costumbres y tradiciones del Caribe, la influencia en la formación de valores de las guerras de independencia americanas en la primera mitad del siglo XIX, los cimarrones y apalencados, y la rebelión de los trabajadores de las minas de cobre en el oriente cubano (1530-1800).

También investigó el papel de los batallones de pardos y morenos en la escena militar de la Cuba colonial, la religión africana y su influencia en la cultura de la isla, la conspiración de Aponte y el comercio clandestino de esclavos. Él y Fernando Ortiz acometieron el rescate de las tradiciones de las comparsas habaneras y de las costumbres propias del tiempo de los viejos cabildos. Su concepción de multiculturalidad permitió conocer la herencia africana dejada a Cuba y América por la presencia de los negros esclavos.

Fue miembro de la Academia de la Historia de Cuba y dirigió los Cuadernos del Instituto Interamericano de Historia Municipal. Como maestro, fue notable su labor a partir de 1959 en el Instituto Pedagógico de la Universidad de La Habana, en el cual impartió clases de Historia de América, Historia de las Antillas, Aportes africanos a la Historia de las Antillas e Historia de África. En las aulas enseñó a sus alumnos a relacionar dialécticamente al hombre con su tiempo, con sus circunstancias históricas y sociales.

Por aquellos años sobresalió su labor en investigaciones archivísticas y en las compilaciones de documentos atesorados por el Archivo Nacional de Cuba relacionados con las historias de Haití, Venezuela y México. Muchos que lo vieron trabajar en aquella valiosa dependencia cuentan que a diario se le podía hallar entre legajos, expedientes y libretas de apuntes. Pero su mesa servía también de sitio al cual muchos acudían a buscar un consejo o una ayuda, encontrando siempre la mano solidaria del historiador, que poseía un gran dominio de las fuentes del Archivo.

Como historiador, no solo sacó a la luz detalles relevantes y desconocidos de nuestra historia, sino que marcó pautas en el camino a seguir por los investigadores, dando muestras, con su magisterio y su ejemplo, de que la dedicación y el trabajo tesonero pueden abrir el camino a las fuentes del conocimiento histórico. Sus criterios se estimaron siempre entre los más autorizados de la historiografía cubana, y fue uno de los mejores conocedores del entramado que da cuerpo a la identidad de una nación, su historia e idiosincrasia. Además, sentó pautas para posteriores investigaciones sobre Cuba y Afroamérica.

A partir de 1962, Franco fue investigador en el Instituto de Historia, más tarde Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias de Cuba. Además, fue Vicepresidente del Grupo Bolivariano de Cuba, miembro de la Sociedad de Estudios Afrocubanos y de la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, Secretario General del Instituto de Historia Municipal, miembro de la Sociedad de Geografía e Historia de Honduras y de la Sociedad Arqueológica de Bolivia.

La UNESCO lo escogió para que participara en el Comité Científico Internacional encargado de la redacción de una historia general de África, y le fue confiado en particular el estudio sobre la diáspora y el cimarronaje en América. . En 1970 asistió, tanto en Europa como en países americanos, a congresos de urbanismo, antropología, municipios e Historia.

Sus libros han sido traducidos a varios idiomas y, entre ellos, pueden mencionarse El eco de la primera revolución rusa en Cuba; Pushkin, el gran poeta mulato; Las cooperativas de consumo y los municipios; Las ciudades y sus problemas; La revolución de Yara y la constituyente de Guáimaro; Antonio Maceo en Honduras; Folklore criollo y afrocubano, y Ruta de Antonio Maceo en el Caribe. Su obra Política continental americana de España en Cuba, 1812-1830, le mereció el Premio Municipal de Historia, de 1947.

Su país, en reconocimiento a sus grandes aportes y consagración, le otorgó a José Luciano Franco el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, así como las órdenes Félix Varela, Frank País y Carlos J. Finlay, y las distinciones Raúl Gómez García y Rafael María de Mendive.

El ambiente humilde en el cual nació no pudo impedirle que alcanzara la cumbre del conocimiento y que, con este, legara una obra colosal que su inmensa modestia no pudo ocultar. Trabajó hasta el final de sus días, y su productiva vida concluyó el 5 de enero de 1989, en La Habana. Pero quedó para siempre su ejemplo admirable de historiador paradigmático.