Hatuey

Hatuey
Indio Hatuey
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1512

La llegada de los colonizadores a la tierra que Cristóbal Colón definiera como la más bella que ojos humanos hubiesen visto, trajo consigo una nueva vida para los habitantes de la isla.

Su paz había terminado, también hasta aquí llegaban fugitivos procedentes de la isla de La Española y el cacique Hatuey era uno de ellos…Allá había luchado sin descanso….Aquí trató de contarle a los nativos los maltratos de aquella gente blanca e inhumana que solo pretendía enriquecerse a costa de su trabajo y de las riquezas naturales que poseía la región.

Hatuey quería que sus semejantes lanzaran el oro a los ríos…que no obedecieran…que se resistiesen a ser parte y víctima de aquel injustificable saqueo. Esta y no otra era su forma de rebelarse.

Fue así como Hatuey logró reunir hombres. Todos usaban lanzas, flechas, atacaban en emboscadas, empleaban valor…

Pero al poco tiempo el líder fue capturado, lo juzgaron como hereje y rebelde, lo amarraron a un madero, le imponían un castigo que lo haría desaparecer de la faz de la tierra del modo más cruel posible.

Hatuey se resistía, el calor penetraba en su piel, transcurría el 2 de febrero de 1512…su cuerpo estaba a punto de ser convertido en cenizas…Un sacerdote se le acercó para que aceptara el bautismo porque este le abriría una mejor vida en el cielo. Hatuey lo rechazó, su coraje no admitía súplicas, y así murió…bárbaramente, quemado vivo.

Según los historiadores el suceso tuvo lugar en el poblado granmense de Yara, con él Diego Velázquez pretendía hacer desaparecer la resistencia indígena. Pero lo cierto es que el episodio pasó a la historia como un ejemplo más del despotismo y la tragedia que acompañó la vida de los primeros habitantes de Las Américas, tras la llegada de los colonizadores.

El indio Hatuey, fue quemado vivo, pero su ímpetu de rebeldía todavía hoy anima a los pueblos que viven bajo la tutela y el dramatismo impuestos por el imperio y que necesitan juntarse y luchar por vencer las necias aspiraciones de unos pocos de adueñarse de los que no les pertenece.

Recién concluida la Reconquista de España, tras la rendición del rey moro de Granada, en enero de 1492, un testigo de la entrega de la ciudad a los reyes Fernando e Isabel aguarda su oportunidad para ofrecer a los monarcas un nuevo mundo que él asegura existe: es el marino genovés Cristóbal Colón.

Llegado el momento de exponer su idea, logra, después de muchos tropiezos, el apoyo de la Reina. La aventura de la conquista y colonización comenzará poco después, el 3 de agosto de 1492, con la salida de tres carabelas del puerto de Palos. Al indio Hatuey —o Yahatuey, como lo llamara Diego Velásquez— le quedaban entonces unos veinte años de vida, pues pagaría entre las llamas la rebeldía mostrada frente a los invasores, convertido en el primer héroe y mártir de la lucha contra la colonización española, primer organizador de la resistencia y primer extranjero que dio su vida por Cuba.

Coronadas con el triunfo las ideas de Colón sobre la existencia de otras tierras prometidas a la Corona española, el otro resultado inmediato fue el inicio de la odisea de los pacíficos habitantes de un mundo que chocaba con otra civilización.

Aquellos pobladores recibieron asombrados a hombres con corazas y armas extrañas, que lacerarían y perforarían sus cuerpos, hasta privarlos de la libertad disfrutada en los sitios en que vivían, donde los caciques ejercían su autoridad sobre tribus que solo empleaban sus flechas y lanzas rudimentarias para enfrentar las incursiones de los caribes, que atacaban en busca de mujeres y alimentos, y luego retornaban a sus islas.

Los habitantes de las tierras que España dominaría eran los dueños de esos territorios, donde trabajaban, danzaban, realizaban los ritos dedicados a sus dioses, tenían sus parejas y sus hijos, ignorantes de que otros vendrían a privarlos de lo suyo, a matarlos o esclavizarlos y a imponerles otra religión y otras costumbres, incluido un idioma que no podían comprender. Cuba y Haití o Quisqueya se convertirían en escenarios donde comenzaría la lucha, la muerte y el exterminio de los aborígenes.

En Cuba, en particular, la presencia humana ya se había hecho sentir diez mil años antes de que Colón arribase a sus costas, el 28 de octubre de 1492. Con la llegada de los colonizadores, en el archipiélago antillano comenzó el padecimiento inmenso de sus pobladores, hasta culminar con su aniquilamiento.

Primero, el Almirante arribó el 12 de octubre a una isla de las Bahamas llamada por sus pobladores Guanahaní y rebautizada por Colón como San Salvador, estimándose hoy que se trata de la isla de Watling. Supo luego de una gran isla al sur, que resultó ser Cuba, avistando sus costas al anochecer del 27 del propio mes y fondeando al día siguiente en un puerto que también denominó San Salvador, actual bahía de Bariay. Después de recorrer la costa norte de la zona oriental cubana, el marino dejó atrás Maisí, el 5 de diciembre, y navegó hasta llegar a Haití o Quisqueya, que denominó La Española y luego se convirtió en cuartel general de los conquistadores, quienes con hechos vandálicos provocaron que los aborígenes abandonaran su pasividad inicial y dieran muerte a la guarnición de 39 hombres que había quedado en el fuerte La Navidad. La rebeldía contra la brutalidad de los forasteros daba sus primeras señales.

Tras un viaje a España, Colón regresó a La Española para emprender la definitiva conquista y colonización de las tierras hasta entonces desconocidas. Llegaron con él dos personajes que harían historia: el padre Bartolomé de las Casas y Diego Velásquez, el primero representante de la cruz, y el segundo de la espada.

Los aborígenes de Cuba, como los de Haití o Quisqueya, eran hospitalarios y seguían sus tradiciones, pero como escribiera Fernando Ortiz, “las tenaces y heroicas resistencias de los indios a su sometimiento, demostraron el temple viril de su ánimo”.

El afán de oro de los conquistadores, y los métodos de esclavitud y muerte impuestos a los nativos de Cuba y otras islas, despertaron el sentimiento de rechazo a los recién llegados. En La Española hubo levantamientos de tribus o cacicazgos y germinó el espíritu rebelde de quienes combatían en condiciones de ostensible desigualdad.

En la región de Guahabá, en la isla de Haití o Quisqueya, era cacique subalterno el indio Hatuey, subordinado a Behechio, gran cacique de la provincia de Jaraguá. Su etapa de mayor brillantez la alcanza Hatuey años después de la aparición de los conquistadores, cuando se rebela y combate. Fue él uno de los jefes entre quienes se distribuía el mando de su isla natal y era seguido por los suyos tanto en los juegos, cantos y bailes, como en las guerras con tribus rivales o frente a las invasiones de los caribes, que nunca pudieron derrotar a sus huestes. Sabía mantener su autoridad y preservaba la unidad de su grupo, la paz y la entrega al trabajo. Cuando supo de la llegada de Colón y sus hombres prefirió no verlos, en rechazo a su presencia.

De cabellos y ojos negros, Hatuey era de tamaño regular, hombros anchos, brazos fuertes y cuello corto. Cuando los abusos contra los indios se generalizaron, sobre todo en las labores de extracción de oro, en la región de Guahabá la rebelión fue iniciada por Hatuey, enfrentándose a las tropas enviadas al lugar por el gobernador de La Española, Nicolás de Ovando, en busca de más hombres para aquellos trabajos extenuantes. El indómito cacique se negó a entregar a alguno de sus súbditos y los españoles se retiraron, temerosos ante la superioridad numérica de los nativos Pocos días después volverían los conquistadores con fuerzas superiores en número y armas, registrándose el primer combate entre los españoles y los hombres de Hatuey, quienes, ante la imposibilidad de triunfar, se retiraron a los bosques. El invasor ocupó Guahabá, donde los hispanos fundaron dos villas, y Hatuey, con los suyos, se refugió en el monte. Más tarde, en canoas, con unos cuatrocientos indios, llegaría a Maisí, último escenario bélico del valeroso cacique y primer caudillo presto a organizar las luchas en Cuba.

Mucho costó a Hatuey convencer a los pobladores de Maisí de que los llegados desde Guahába eran gente de paz que huían de los conquistadores blancos. Fue el cacique Baracoa quien comprendió y recibió como hermanos a los hombres procedentes de Haití o Quisqueya, permitiéndoles crear, a orillas del Toa, una nueva Guahabá, donde Hatuey comenzó a predicar contra los colonizadores y mantuvo su condición de jefe.

Allí preparó la defensa, pues sabía que hasta aquel lugar llegaría el enemigo en busca de las “piedrecitas doradas”, ya consideradas por él como signo de desgracia para su gente. Con palabras elocuentes, hizo ver el peligro a aborígenes de Guahabá y de Cuba.

Tiempo después, Diego Colón, hijo del Almirante, nombrado gobernador de La Española, designó a Diego Velásquez para igual cargo en Cuba, en sustitución de Bartolomé Colón, su tío. Las ansias de hallar oro estaban presentes en el vástago del genovés, quien conminó a Velásquez a encontrarlo cuanto antes.

Poco demoró este en reunir trescientos españoles y una partida de indios de La Española para dar cuerpo a una expedición que partió hacia Cuba, a colonizar la Isla. Se dan diversas fechas sobre la partida, pero es obvio que fue, al menos, meses antes del 15 de agosto de 1511, cuando Velásquez fundó en Baracoa la Ciudad Primada de América.

En breve llegó el grupo, que partió de Salvatierra de la Sabana y arribó al puerto denominado Las Palmas, que quizás fuera el de Guantánamo, o alguno que hay desde allí a Maisí. Ya sospechaba Velásquez que los aborígenes no lo recibirían con simpatía.

Hatuey no demoró en preparar el ataque y ordenó arrojar todo el oro al río, pensando, con cierta inocencia, que la ausencia del metal en manos de su grupo aplacaría la ambición y maldad de los españoles. Las mujeres y los niños fueron llevados al bosque. Con sus arcos, flechas y lanzas, los hombres del valiente cacique se preparaban a luchar protegidos por la frondosidad del monte. El primer combate se produjo poco después del desembarco, pues ya los vigías indios habían dado la señal de alarma. Muy pronto los arcabuces se impusieron sobre las primitivas armas de los rebeldes. Muchos indios muertos y unos pocos españoles levemente herido fue el resultado de esa primera batalla e inicial derrota de los súbditos de Hatuey. Los pioneros en la defensa de la libertad de estas tierras pagaron con su vida. Pero el jefe insurrecto reunió días después a los suyos para atacar nuevamente, aunque no logró contar con el apoyo de caciques cubanos de otras comarcas, que decidieron no unirse a aquella rebelión.

Hatuey solo contaba con unas pocas fuerzas integradas por los fugitivos de Haití o Quisqueya y algunos nativos de Maisí, Baracoa, Bayamo y otras zonas próximas. Los indios poseían superioridad numérica, pero su eficacia combativa era casi nula, de ahí que, frente a la supremacía militar de los españoles, Hatuey utilizara como estrategia la guerra de guerrillas y como táctica las emboscadas. Ello obligó a sus enemigos a detener sus avances durante dos o tres meses, y a grandes y prolongados esfuerzos para tratar de derrotar la ofensiva constante y dispersa de los indios. El uso por Velásquez de perros rastreadores, traídos de La Española, le aportó algunas ventajas a este y perturbación a los aborígenes, que eran descubiertos por los canes en sus escondites.
Las acciones guerrilleras de Hatuey enfurecían al jefe de los conquistadores, quien con su carácter enérgico y violento instaba a sus tenientes a atraparlo. Fue la traición de un indio la que condujo a la captura del cacique. El delator reveló el escondite, movido por la venganza debido a viejas rencillas con Hatuey, en tierras de Guahabá. Los soldados de Velásquez, conducidos por el confidente, lograron rodearlo y capturarlo. La rebelión quedaba sin caudillo y para los indios solo habría esclavitud y exterminio.

Hatuey fue llevado ante Velásquez, quien inquirió por el lugar donde podía estar el oro, pero el cacique dijo que nada sabía al respecto. El conquistador amenazó con quemarlo vivo, mas el indio, sin inmutarse, dijo que prefería morir por la violencia de las llamas que ser esclavo de los hombres blancos. Fue entonces que Velásquez dio la orden de llevar a Hatuey a la hoguera, sin dilación.

El sacerdote Juan de Tesín, franciscano que acompañaba a los conquistadores, pidió a Velásquez que le permitiera tratar de bautizar a Hatuey, para que muriera “cristianamente y en gracia de Dios”.Lograda con dificultad la aprobación, en el campamento del jefe de las fuerzas colonizadoras —instalado en Manacas, entre Manzanillo y la Sierra Maestra— la tropa se preparaba para consumar el primer sacrificio de un luchador por la libertad de Cuba.

Cuatro hombres llevaron al cacique rebelde al poste donde sería quemado. Hasta allí fue Velásquez, a ofrecerle salvar la vida a cambio de revelar el lugar donde se hallaba el oro, obteniendo por respuesta que el metal dorado lo habían desaparecido y nunca conocerían los españoles su destino final. El conquistador, iracundo, ordenó de inmediato ejecutar la sentencia.

El condenado a muerte se mantenía sereno, mientras lo ataban al poste y se apilaba leña a su alrededor. El padre Tesín se le acercó y le pidió que muriera en gracia de Dios, a lo que Hatuey inquirió, ¿para qué? El sacerdote respondió que de ese modo iría al cielo, donde van los buenos cristianos. Y el cacique, con el fuego próximo a sus carnes, le aclaró al religioso que no quería ir a un cielo “donde están los cristianos que matan y hacen esclavos a los indios”. Concluido el breve diálogo, las llamas consumieron el cuerpo de aquel bravo defensor de la libertad.

Su suplicio, el 2 de febrero de 1512, fue una advertencia a los aborígenes para dominarlos bajo el imperio del temor y la fuerza.
Otros caciques siguieron luego el ejemplo de Hatuey en el enfrentamiento a los conquistadores, entre ellos Guamá —muerto a manos de los españoles el 7 de junio de 1533—, Caguas, Habaguanex, Casiguaya —esposa de Guamá—, y algunos más.

Fuente: Historiador. Portal de la Historia de Cuba