Faustino de Jesús Nicolás
Ruiz
Espadero

Faustino de Jesús Nicolás Ruiz  Espadero
Nicolás Ruiz Espadero
Nacimiento:  
15
/
2
/
1832
Fallecimiento:  
30
/
8
/
1890

Compositor y pianista virtuoso. Considerado el más importante ejecutante romántico de la música cubana.

Nació en La Habana. Se inició en la música a través de las enseñanzas de su madre, Dolores Espadero (1790-1885) –notable pianista extremeña que dominaba el repertorio clásico, en especial las obras de Beethoven.

En 1856, fue nombrado profesor de música del Liceo Artístico y Literario de La Habana, en el cual laboraban Manuel Saumell, Narciso Téllez y los hermanos Edelmann, hijos de Juan Federico Edelmann, quien abrió, en 1836, un almacén de instrumentos y la primera casa editorial de música de importancia que tuvo La Habana.

En 1854, conoció al muy famoso compositor y pianista norteamericano Louis Moreau Gottschalk (1829-1869), quien viajó a Cuba en varias ocasiones para ofrecer conciertos. Desde entonces, ambos músicos entablaron estrecha amistad, de la cual quedó una extensa correspondencia que revela puntos de contacto estético entre dos creadores que, en lo vivencial, tuvieron muy poco en común.

A partir de 1859, año en que renunció a su cargo en el Liceo, Ruiz Espadero toca junto a Gottschalk en sus presentaciones en Cuba y ofrece conciertos, además, con José White, Pablo Desvernine, Fernando Arizti y otros. Ya por entonces, había compuesto sus ocho Contradanzas (de las cuales se conservan siete), que anuncian un claro sello nacionalista en oposición a las formas clásicas que cultivaban los compositores románticos del siglo XIX.

Las contradanzas de Espadero emplean distintos motivos rítmicos que en diversa proporción aparecen en las escritas por Saumell y, más tarde, en las danzas de Ignacio Cervantes.

Hacia 1860, obtiene reconocimiento internacional cuando la Firth Pond & Co. de Nueva York, con la Casa Edelmann, edita Ombre et Mystére y, al año siguiente, Escudier, en París, le edita cuatro obras suyas para piano.

En 1861, participó en el estreno en Cuba de una sinfonía de Gottschalk (la tercera) titulada Una noche en el trópico, en el escenario del Teatro Tacón. A falta de orquesta, se convocaron cuarenta pianistas (entre ellos, Saumell, Desvernine, Edelmann, Laureano Fuentes y Cervantes, el más famoso de sus discípulos quien, por esa fecha, tenía catorce años), más un nutrido grupo de percusión de Santiago de Cuba, presidido por el rey del cabildo de los negros franceses, hecho inusitado en la época, para que ejecutara “auténticos ritmos criollos”. Nada parecido se vio y escuchó en la escena musical cubana hasta la llegada de Amadeo Roldán, muchos años después.

Las obras de Espadero se ejecutaban en Cuba y el extranjero; participaba de todo cuanto tenía que ver con la promoción de la música, en especial de las Sesiones de Música Clásica, organizadas en La Habana por Serafín Ramírez. A partir de 1868, sus actividades artísticas se reducen por las tensiones que provoca el estallido de la Guerra de Independencia, aunque actuó junto a Cervantes y Serafín Ramírez en la puesta en escena de la ópera Fausto, de Gounod, en abril de 1871.

Como compositor estaba profundamente imbuido de la tradición virtuosista de la Europa del XIX, hecho demostrado en las palabras que escribió como introducción a las obras pianísticas de Gottchalk, editadas póstumamente en París: “Creemos que lo grande y lo bello deben revestirse de formas nuevas, imprevistas, tomadas en lo que el sentimiento tiene de infinito e inagotable. En materia de arte, por lo demás, la forma es, a nuestro juicio, secundaria; el pensamiento lo es todo. ¿Qué importa el montaje si la piedra es preciosa?”

El espíritu que transita la etapa más conocida de la obra de Espadero se enuncia por la mera cita de sus títulos: Vals satánico, Tarantela furiosa, El lamento del poeta, Canto del alma,La caída de las hojas, Recuerdos de antaño…

Aún su Chant du Guajiro (opus 61), “grande scéne caracteristique cubaine”, editado en París, en 1874, muestra señalado interés por lo llamativo y el efecto pianístico, expresados, sobre todo, en una coda que, según Alejo Carpentier, es donde Espadero sucumbe, una vez más, bajo el peso del gusto del día, escribiendo un final de ejecución trascendental, con gran lujo de acordes brillantes, súbitos trémolos y una frase conclusiva que nada tiene que ver, por su carácter, con lo anterior.

Las obras que escribió en sus últimos años -un Scherzo, una Sonata, varios Estudios y un Trío-, sin embargo, revelan quizás la conciencia de los nocivos ejemplos que debilitaron sus composiciones anteriores más ambiciosas. Por esa época, se había acentuado su aversión enfermiza a presentarse en público; alejaba a sus colegas reprochándoles “que no hubieran creado una institución seria para la enseñanza musical” y contaba ya con pocos discípulos, entre ellos, la notable pianista Angelina Sicouret.

Espadero fue un ejecutante de primer orden, capaz de abordar con fortuna todos los estilos, pero no se conformó con ser un pianista y sacrificó al intérprete por el compositor. Un accidente que le provocó graves quemaduras tronchó su vida cuando su creación parecía elegir nuevos y más sosegados caminos. Casi todos sus últimos trabajos quedaron inéditos.

Fuente: En Caribe.org


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