Julio Bartolomé
Cueva
Díaz

Julio Bartolomé Cueva Díaz
Nacimiento:  
12
/
4
/
1897
Fallecimiento:  
25
/
12
/
1975

Músico cubano, compositor de varias obras con aceptación de la población.

Natural de Trinidad, actual provincia de Sancti Spiritus en la calle de Gracia 14 (actual 164), entre San Procopio y Santo Domingo, Julio Bartolomé Cueva Díaz, hijo del talabartero, violinista y güirero José Bartolomé Cueva Díaz y de Josefa Cristina Díaz Piedra, humilde ama de casa.

Alrededor de cinco años, su padre abandona a la familia y quedan en total desamparo económico, por lo que la madre de Bartolomé, doña Candelaria Díaz Villa, enfrenta la situación familiar lavando y planchado para distintas familias, mientras que Josefa Cristina se ocupaba de las labores de la casa y cosía y remendaba para algunas personas, pero las monedas no alcanzaban y cuando Julio tenía siete años vendía latas de agua -dos latas por cinco centavos- por las viejas y empedradas callejuelas trinitarias.

Cuando cursaba el sexto grado con Francisco Zerquera, en su propio colegio se instituyó una escuela de música, pero hasta ese momento el niño no tenía mucho interés por la misma, a pesar de la afición del padre por el violín y el güiro; de que su tío Bartolo Vidal -medio hermano de doña Candelaria- tenía una orquesta típica y que a su madre también le entusiasmaba el arte de los sonidos y el tiempo. Pero ocurrió el suceso que marcó la vida del niño Julio: la llegada a Trinidad de una Banda infantil cienfueguera que tocaba en las procesiones de aquella Semana Santa.

Los niños, dirigidos por un tal Juan Harina, tocaban cornetas, y luego de las procesiones recorrían el pueblo con sus sonidos metálicos para recaudar algunas monedas. Julio los seguía horas y horas por las adoquinadas calles y, a partir de entonces, decidió que estudiaría música y sería un gran pianista.

Lo comenta en su casa y la abuela Candelaria logra que Julito ingrese en 1908 en la recién fundada Escuela Municipal de Música de Trinidad, dirigida por los hermanos Buenaventura y Rafael Dávila -director y subdirector-, y su primer maestro de solfeo es don Buenaventura. Mientras, Julio mantenía su preferencia por el piano, pero las estrecheces económicas familiares sólo le permitieron estudiar cornetín, cuyas clases le fueron impartidas por el profesor José Manuel Lombida. Entonces, la abuela Candelaria le compra al niño el único cornetín que había en Trinidad.

En 1910 se crea la Banda Infantil, y Julio Cueva es uno de los fundadores, y en ese mismo año gana su primer sueldo como músico, por tocar en un baile en la sociedad El Liceo, amenizado por aquella Banda, aparte de que también ofrecían retretas nocturnas en el Parque Céspedes, conocido antes como Plaza de Carrillo. En 1911 es cornetín solista del grupo infantil.

Para sorpresas de todos regresa Bartolomé Cueva en 1912 y se integra al hogar. Reinicia sus amoríos con Josefa y del reencuentro nace Ana Rosa, la única hermana de Julio, quien ya tenía quince años. Pero Bartolomé desaparece de nuevo, y ahora para siempre, mientras que Julio Cueva continúa dándole frente a la economía de la familia, ya con Ana Rosa, a quien él crió y adoró como a una hija. Para tristezas de todos, la abuela Candelaria había fallecido.

Continúa su superación musical y en 1913 se integra a la orquesta típica de su tío abuelo Bartolo Vidal, hasta que en 1915 se presenta a exámenes para optar por una plaza de cornetín solista en la Banda Municipal de Santa Clara.

El tío Bartolo se opone y presiona a la familia para que Julio desista y no abandone el pueblo, porque su orquesta iba a perder un buen músico, lo cual a él no le convenía, pero Cueva insiste y le promete a su madre mudarlos con él para Santa Clara con su primer sueldo.

Se presenta y gana la plaza, pero el director, Domingo Martínez, le impone como condición que estudie solfeo con él durante tres meses, pues Julio Cueva aún no sabía subdividir en los compases compuestos. Según dijera muchos años después, a los maestros Martínez y Agustín Jiménez Crespo -subdirector de la Banda- les agradeció siempre sus conocimientos musicales.

Se inicia un ascenso en su carrera profesional y hace tres giras con la Compañía de Arquímedes Pous, bajo la dirección orquestal de los maestros Álvaro Herr, Jaime Prats y Eliseo Grenet. Una cuarta gira la efectuó con la compañía de la mexicana Esperanza Iris. El cornetín solista de la Banda Municipal villaclareña empezó a escribir danzones a partir de 1918, muchos de los cuales se estrenaron en las retretas que se ofrecían los jueves y domingos en el Parque Leoncio Vidal. Del año 18 se conocen:

Ten cuidado con Irene
Campanario y Chucumbún.

Y en un receso de cualquiera de las tantas retretas ofrecidas por entonces, Julio bajó de la glorieta y conoció a una cienfueguera residente en Santa Clara desde años atrás, estudiante de música del Conservatorio Orbón.

En 1923, año en el que Cueva pasó a formar parte de la Banda de Cienfuegos como trompeta solista y en la que estuvo sólo unos meses, pues fue designado director de la Banda Municipal de Música de Trinidad, con Félix Reina como subdirector.

Meses después, el maestro Cueva funda su propio grupo musical, tomando como modelo la orquesta típica de su tío abuelo Bartolo Vidal. Las llamadas orquestas típicas se componen de un trío de metales (Cornetín, Trombón y Figle), dos Dúos de clarinetes, un Dúo de violines, Contrabajo, Timbal y Güiro. Y la orquesta de Julio Cueva, formada por músicos trinitarios, la integraron:

Félix Reina, padre: violín primero Pedro Barrizonte (Machín): violín segundo Rafael Zerquera Brunet (Fengo): clarinete primero Leonardo Eloy Castellanos (Llito): clarinete segundo Fernando Mario Domenech Altunaga: trombón Juan Peñones: figle; Cleto Hernández: timbalero [Juan Troncones: tumbador y cantante Rafael Pablo (Macaíto): güirero; José Zambrana: contrabajo, plaza que después ocupó Higinio Escocia. El director y trompetín solista era el maestro Cueva.

En más de una ocasión se ha negado que Cueva escribiera danzones y fue precisamente en este período de 1923 a 1929, en Trinidad, cuando su creación danzonera fue mayor, pero si esos danzones se desconocen como tales es porque, años después, les transformó el género a muchos, y otros los perdió al ingresar en las filas de las Brigadas Internacionales, durante la Guerra Civil Española.

Danzones
7-24 o Que te puyen
La melena, Con mis tijeras no
El gripazo
Cáscara
Puya y palante
Bodas de plata
Estoy espiritista Candela en Quemadito Felisa Bronca en el solar
El cayito
Los atolondrados
Caprichito loco
Jesús del Gran Poder
Shanghai
Victoria primera
Que le mande el paquete
La pintura blanca
Eso es poco y El marañón, entre otros.

Otra pieza muy conocida del maestro Cueva es Tingo talango, que también fue danzón en sus inicios. Para ejemplificar lo expuesto con anterioridad nos referiremos a una vendedora callejera trinitaria, Trina la dulcera, cuyo pregón era precisamente el título de otro danzón de Cueva: Dos cosas pa tomar con leche; además, todavía hay quienes recuerdan a un noctámbulo muy conocido en Trinidad, por quien surge El hombre de la media noche, así como a José Antonio Ramos Portieles, apodado Palanca, por el que compone El chicharrón de Palanca (Allá, a tomar ciruelón. / Vamos con Palanca a tomar ciruelón).

Caracusey es un pueblo cercano a Trinidad. Un día, el maestro Cueva fue con su orquesta típica a tocar en un baile. Comienza la fiesta y Julio Cueva, que se encuentra cerca del músico Juan Peñones, empieza a observar a una pareja de bailadores formada por Florentino Sánchez y Ramona Vázquez, que bailaba cerca de la orquesta. El matrimonio, residente en San Pedro, no era nada joven, pero el entusiasmo les sobraba a ambos, al igual que las libras de peso, pero lo que llama la atención de Cueva es la manera de bailar de la pareja, con pasos hacia delante y hacia atrás, y, algo sorprendido, se dirige a Peñones y le pregunta qué baile era aquél, tan raro. Juan Peñones, con la jocosidad que lo caracterizaba, le contesta que si no se había dado cuenta de que bailaban tal y como se comportan las bibijaguas al entrar y salir de su agujero, y que, por lo tanto, ese baile era «el golpe bibijagua». Al día siguiente, el maestro Cueva escribe el danzón El golpe bibijagua (El golpe bibijagua, / más sabroso que la conga, / póngase como se ponga / su cerebro coge agua. / El golpe bibijagua / es muy fácil de bailar, / se baila así, así na má.)

Otra pieza muy conocida del maestro Cueva es Tingo talango, que también fue danzón en sus inicios. Ese número, que describe con mucha gracia cómo es el tingo talango, tumbandera o tumbadera —instrumento monocorde autóctono y artesanal desgraciadamente no utilizado con frecuencia— surgió porque la madre de Cueva, que lo sabía sonar, y a quien mucho le gustaba la música, le insistió para que compusiera esa pieza (Hay en Cuba un instrumento / que se usa mucho en el campo, / no es de cuerda ni es de viento, / se llama tingo talango). Muchos años después, según testimonio de Caridad Hurtado, sobrina del músico, Cueva decía que, de sus composiciones, las que más le gustaban eran El golpe bibijagua y Tingo talango

El grupo orquestal de Cueva actuaba con frecuencia en Sancti Spíritus, Cabaiguán, Fomento, Caracusey, Manacas, Güinía de Miranda, San Pedro, Guayos, Cienfuegos, Casilda, Placetas, Santa Clara, etcétera, pues la recaudación municipal no siempre alcanzaba para pagarle a los músicos el mísero sueldo que tenían asignado, y podía ocurrir que no cobraran durante meses, por lo que se suspendían las retretas del Parque Céspedes y en el Martí, antigua Plaza Mayor, por lo que aquellos hombres tenían que buscar las monedas tocando en bailes aquí y allá, lo cual no era fácil en aquella época, ya que no disponían de transporte propio.

Julio Cueva amaba a su pueblo, pero sabía que allí no había posibilidades de mejorar sus perspectivas profesionales, pues el movimiento cultural era mínimo; la economía, muy baja; las probabilidades de que hubiera progresos de cualquier tipo eran nulas, por lo que, para un artista de su talla, era necesario un nuevo horizonte, y ese nuevo horizonte es La Habana, adonde llegan él y Felisa en diciembre de 1928. Una noche llega a Los Parados, lugar de reunión de los músicos, y allí logra un contrato para la orquesta del teatro Campoamor, cuyo director era el maestro Lagunas, con un sueldo diario de $3,50. Unas semanas después, el maestro Moisés Simons le pide que vaya a verlo al día siguiente. En la entrevista acordaron que Cueva pasase a formar parte de la orquesta que dirigía Simons, que amenizaba el Roof Garden del Hotel Plaza, con un sueldo de $8,00 por función, de diez de la noche a una de la madrugada.

La orquesta más codiciada en 1930 era la de Justo (Don) Azpiazu, que ofrecía sus funciones en el Gran Casino Nacional, y Don Azpiazu le solicita para que ocupe la plaza de trompetista en su orquesta. El ascenso en su carrera profesional es evidente y también es indiscutible que mejora su economía, pues ahora comienza a ganar $100,00 semanales. Y el 23 de marzo de 1931, la orquesta de Azpiazu, con Julio Cueva como trompetista, viaja a Estados Unidos de Norteamérica para actuar en los circuitos Paramount y RKO, época en que tuvo lugar la inauguración del Empire State Building, con sus ciento dos pisos de altura. En la fecha del estreno, la orquesta cubana, con el trompetista Cueva como solista, actuó en el piso ochenta y seis. Ocho meses después es el regreso a Cuba, trabajan otra temporada en el Gran Casino Nacional habanero, disfrutan de cuatro semanas de vacaciones y vuelven a salir del país en 1931, ahora para Europa, donde cumplen el primer contrato en el Casino de Montecarlo, durante tres meses y medio. En 1932 regresan a París e inauguran el cabaret Plantation en los Campos Elíseos, con palmas, vegas de tabaco, árboles de grandes hojas, bohíos, maniguas, todo un ambiente de cubanía en un dancing construido tres pisos subterráneos, asfalto abajo, donde estuvieron tres meses, período en el que se filma en París Orquídeas negras o Espérame, protagonizada por Carlos Gardel. La orquesta de Don Azpiazu participa en la misma, y el filme comienza con la imagen del trinitario interpretando con su trompeta El manisero, de Moisés Simons. Luego actúan durante un mes en el teatro Empire, también en París, y después parten para Bélgica, donde tocan en el hotel Palace y en el cabaret Pingouin, en Bruselas. Se trasladan a Londres y ofrecen su arte en el teatro Lester Square, durante quince días. Allí, a pesar de la oposición de Azpiazu, Cueva se separa de su orquesta, que regresa a Cuba, y Julio se queda porque es el momento en que la música cubana está tomando auge en Europa, y el compositor, trompetista y director tiene el empeño de divulgar nuestros ritmos, de dar a conocer a nuestros autores, de imponer los géneros musicales cubanos en el Viejo Mundo.

Es marzo de 1933: Cueva viaja de nuevo a París y se integra al Snow Fisher and his Harlomarvels, grupo constituido por dos trompetas, tres saxos, piano, bajo, batería, guitarra y cantante, bajo la dirección del drumnista afronorteamericano Snow Fisher, con los que actúa durante tres meses en el café Explanade, en Berna, Suiza. Al terminar este contrato, el maestro Cueva viaja a España. Llega a Madrid, siempre acompañado por su Felicia, su esposa, y al segundo día empieza a tocar en un cabaret, y en Madrid estuvo dos años. Al siguiente año recibe una carta de Víctor Jalkh, conocido en La Habana como el Turquito, quien le dice que va a abrir un cabaret: una cueva para meter en ella a Julio Cueva. El músico piensa que se trata de una broma, pero Jalkh vuelve a escribirle hasta que logra que Julio acepte un contrato para la apertura del futuro cabaret parisino. El trinitario se llevó con él, para la orquesta que dirigiría en La Cueva -nombre puesto en su honor, pues ya era una figura estelar y de atracción en cualquier lugar de Europa-, a cuatro cubanos: Caraballo y Ruiz, cantantes; Ernesto Grenet, baterista, y Eliseo Grenet, pianista. La inauguración de La Cueva tuvo lugar el 12 de junio de 1934, a las once de la noche. Al terminar este contrato, el trinitario viaja con diversos conjuntos musicales a Túnez, Trípoli, Beirut y Lisboa. A su regreso al puerto de Marsella, Cueva se separa de aquellos músicos y acepta un nuevo contrato para dirigir la orquesta del cabaret madrileño Casablanca, en 1935. Luego de tocar en el Casablanca, Cueva empieza en el cabaret Satán junto con músicos madrileños, salvo el cantante cubano Sergio Nicols y el baterista Ernesto Grenet, y después efectúa diversos viajes para tocar en otros lugares de España. A su regreso al hogar madrileño empieza a tocar en el teatro La Zarzuela, en una orquesta integrada, excepto él, por valencianos. En esa temporada de La Zarzuela, el trompetista trinitario compartió los aplausos con las bailarinas Pastora Imperio y la Argentinita.

Tres meses antes de estallar la Guerra Civil Española, en 1936, Julio Cueva ingresa en el Partido Comunista Español. El confiesa que está dispuesto a dar su vida por aquella causa y que prefiere que ella regrese sola. La esposa, que nunca se le ha separado, decide quedarse al lado del músico.

De inmediato, el trinitario forma parte de la Compañía de Valentín González (el Campesino), que después se convirtió en la Brigada # 10 -al frente de la cual estaba el comandante cubano Policarpo Candón Guillén-, la cual más tarde pasó a ser la División # 46. Una mañana estaban en el comedor del Estado Mayor de la Brigada # 10 y de pronto corre la noticia de que ha llegado otro cubano antifascista.

Se menciona el nombre del recién llegado y la expectativa aumenta, porque se trata de Pablo de la Torriente Brau. Más tarde, el comandante Candón presenta a Pablo y al músico, iniciándose una amistad que se rompe sólo cuando el comisario político Pablo de la Torriente cae en Majadahonda y Julio dirige la banda que toca en su entierro, en Barcelona.

Tiempo después también se escucha la banda dirigida por Cueva durante el enterramiento del comandante Candón.

En 1937 se efectúa en España el Segundo Congreso Internacional para la Defensa de la Cultura, y al mismo asisten varios cubanos, entre los que se encuentran Juan Marinello, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Félix Pita Rodríguez. Marinello y Guillén hacen una visita, en Alcalá de Henares, al Cuartel Pablo de la Torriente Brau. Candón los recibe y empieza una larga conversación, mientras van apareciendo oficiales cubanos, entre los que se encuentran Julio Cueva y Ernesto Grenet, quienes hacen que la banda ejecute obras cubanas. El 16 de diciembre de 1938, porque en esa fecha le entregan su carnet de militante # 250 952 del Partido Comunista Español.

El carnet anterior tuvo que desaparecerlo, según órdenes estrictas impartidas a los militantes, durante un enfrentamiento militar de alto riesgo. El nuevo lo cuidó con celo y amor hasta su muerte.

Al finalizar la Guerra Civil Española, el capitán Cueva, junto con el resto de los combatientes extranjeros, fue llevado a un campo de desmovilizados ubicado en Cataluña, hasta que en marzo de 1939 los internaron en el campo de concentración francés de Argelès-sur-Mer, donde estuvo el trinitario setenta y ocho días, sufriendo vejaciones, hambre y frío, pero ni así enmudeció su trompeta, ni dejó de componer, pues de abril de 1939 es Alé alé reculé, crítica e irónica guaracha que fue entonada por las voces de sus compañeros, con un acompañamiento rítmico de cajones y latas, mientras el compositor tocaba su trompeta.

Días más tarde partía para Cuba con su esposa y ocho cubanos más, y llegaron el 6 de mayo de 1939.

Días después, el Partido Socialista Popular (PSP) le dio a Cueva la tarea de regresar a Trinidad para labores organizativas. En el pueblo natal alquilaron una modesta casa en Santo Domingo y Gracia, pero las dificultades fueron en aumento y al maestro Cueva no le daban trabajo alguno, por su conocida militancia comunista, pero él tenía el imperativo de mantener a su madre y a su hermana Ana Rosa, a su esposa y a Josefina, la hija adoptiva de ambos. En medio de esa triste situación, Amado Trinidad le ofrece la dirección de una orquesta que tenía en Ranchuelo, y que era utilizada para transmisiones radiales. El comerciante conocía la militancia del músico, pero lo que le interesaba era ganar popularidad para su empresa cigarrera y quería que la Cuban Boys of Amado Trinidad compitiera con las orquestas habaneras, triunfo que estaba asegurado con el maestro Cueva. Naturalmente, Julio acepta y se estructura una nueva orquesta, integrada por Onésimo, trombón de San Juan de las Yeras; Riestra, contrabajo de Santo Domingo; Remberto Lara, trompeta de Trinidad; Berroíta, saxofón alto de Cienfuegos; Admirall, baterista, también de Cienfuegos; José Pérez Cedeño (Bebo), saxo tenor, cienfueguero, y Enemelio Jiménez (Martillo), saxo alto de Cruces; Felo Bergaza, pianista trinitario, y el cantante de la Cuban Boys, Orlando Guerra (Cascarita), de Camagüey. Y comenzó la competencia de la Orquesta Montecarlo, con Cueva como director y trompetista, que se oía en La Habana y en el resto de la Isla a través de la radioemisora CMHI de Santa Clara. Por supuesto, la sonoridad lograda por su director y la excelencia de su repertorio de música cubana y extranjera hizo que su popularidad fuera como había querido Amado Trinidad, por lo que éste decidió comprar la habanera RHC Cadena Azul, para que la orquesta se escuchara por sus ondas radiales. En La Habana aumentó la popularidad de la Montecarlo, pero al vencerse el contrato, como ya Amado Trinidad había logrado su objetivo comercialista, hubo que disolverla, porque no hubo contratos nuevos, por lo que el maestro Cueva y Cascarita pasaron a formar parte de la Orquesta Hermanos Palau, que tocó durante varias temporadas en el cabaret Sans Souci, mientras que en el horario diurno cumplía compromisos con Radio Cadena Suaritos. Y es en esta época cuando empieza Cueva a cambiarle el género a muchos de los danzones escritos en Trinidad y Santa Clara, números que se hacen populares con rapidez, como El golpe bibijagua, convertido ahora en guaracha.

Por fin puede el maestro Cueva fundar su propia orquesta —tipo jazz band— y comienza a trabajar en la Mil Diez, radioemisora del PSP, y empiezan a ganar popularidad Julio Cueva y su Orquesta, con Cascarita como cantante guarachero, y René Márquez, cantante bolerista, el también cantante Manuel Licea (Puntillita), el saxo alto primero Mario Menéndez, el saxo tenor segundo José Pérez Cedeño, el saxo alto tercero Bruno Guijarro, el saxo tenor cuarto Miguel Sánchez, el trompeta segundo Platanito, René Hernández como pianista, Israel Ñaqui-Ñaqui como baterista y maraquero, el bajo Salvador Vivar, el bongosero Marcelo González (Blanco), el tumbador Oscar Valdés y los cantantes Juan Antonio Jo Ramírez (el Fastasmita) y Reinaldo Valdés (el Jabao), con Julio Cueva como director y trompeta primera.

Por aquellos años, la penetración de música extranjera en Cuba es extraordinaria —bajo cuya influencia surgen las jazz bands cubanas— y Cueva se da a la tarea de contrarrestar esa penetración, divulgando nuestra música. Además, por la facilidad que tenía para crear una pieza tomando como tema cualquier suceso, recibió orientaciones del PSP para componer música basada en determinados problemas sociales de actualidad, o en algún tema de carácter político. Y así surgieron las guarachas Demokracia con K, Cuba en la guerra, Un saco lleno de agujeros y Un solo golpe a la lata, y los sones guajiros El arpa y la ORPA (Pues la ORPA fija el precio / a la yuca, a la malanga, el boniato / y el jabón cuando lo hay), Castillitos en el aire, Desintegrando y Sabanimar (Defiende bien tu conuco. / Defiende bien tu pinar. / Defiende bien lo que es tuyo, / hombre de Sabanimar), entre otros números que recogen, como una protesta, la politiquería de la república mediatizada, la discriminación racial, la miseria y el abuso, por lo que esas obras musicales de Julio Cueva deben considerarse uno de los antecedentes de lo que hoy se califica como canción protesta.

Cueva era un hombre alegre, simpático, bailador, tratable, jaranero, de carácter enérgico, emprendedor, de genio vivo y un oído musical envidiable. Hijo de mestizos, con ojos castaño y pelo negro, pesaba alrededor de ciento ochenta libras y medía ciento sesenta y un centímetros, fuerte, de rostro agradable, era un luchador incansable, por lo que en las malas épocas -que fueron muchas- sufrió hambres y estrecheces, pero supo resolver las situaciones de cualquier forma para lograr la supervivencia propia y de los familiares, para lo que tuvo que ingeniárselas algunas veces, como cuando tuvo que llevar su primer cornetín que le comprara la abuela Candelaria a una casa de empeños en Santa Clara, o cuando, para intentar su ingreso en la banda de música del Estado Mayor del Ejército, lo cual no logró, consiguió una segunda y falsa inscripción de nacimiento asentada en Trinidad en el tomo 15, folio 242, número 155, en la que aparece que había nacido el 16 de abril de 1907, es decir, diez años después de la fecha anotada en el tomo 84, folio 408, número 186, del propio Juzgado trinitario. Sin embargo, ninguna de las dos fechas es la real, ya que, de acuerdo con lo manifestado siempre por Julio Cueva, nació el 12 de abril de 1897 y no el 16, lo cual no debe extrañarnos, ya que era común en el pasado siglo, y hasta bien entrado el actual, que los hijos -sobre todo en las familias humildes- fueran inscriptos semanas, meses y hasta años después del nacimiento, por lo que los padres, o quienes los inscribieran, equivocaban las fechas. Y puede asegurarse que el nacimiento de Cueva fue el día 12, y no el 16, porque en algunas entrevistas siempre dio esa fecha, al igual que aparece en su carnet de miliciano y escribió en su autobiografía, mecanografiada por él mismo, según parece (una de cuyas copias obra en mi poder) y que encabezó con las siguientes palabras: «AUTO-BIOGRAFIA DE JULIO CUEVA DIAZ / Músico Revolucionario, nacido en Trinidad, / Las Villas, el 12 de Abril de 1897.»

Otro rasgo característico de Cueva es la amistad, que considera un sagrado ritual que no traiciona, y de esa amistad invariable y fiel existen testimonios que dicen de su inteligencia, de su carácter a veces irritable, de su poca cultura (escribía con muchas faltas gramaticales y ortográficas) y de su bondad infinita, ya que fue capaz de adoptar a una niña huérfana que padecía de sordomudez congénita, de quien se ocupó con amor y desvelos hasta la hora de su muerte, pues ella lo sobrevivió catorce años, seis meses y veintitrés días, al cuidado después de la segunda esposa del músico.

Y continúa el maestro Cueva con contratos en Radiocadena Suaritos, Mil Diez, CMQ y diversos centros de recreación, pero sin abandonar el PSP ni dejar a un lado las orientaciones recibidas por dicho Partido, por lo que continuó creando números como la guaracha de 1940 Cuba en la guerra, el lamento afrocubano también de 1940 Yo no quiero guerra, Ladrón de gallina (afrocubano, 1941), Cero Hitler en el 42 (conga, 1942), Castillitos en el aire (son guajiro, 1943), Sabanimar (son guajiro, 1943), Un saco llego de agujeros (guaracha, 1943), A quilito el puente (guaracha, 1944) y Desintegrando (son guajiro, 1946).

La situación del país empeora cada vez más y, naturalmente, también Julio Cueva vive momentos difíciles, por lo que el 12 de julio de 1952 empeñó su trompeta en la Casa Bernardo, en Suárez 63, La Habana. A cambio de su instrumento de trabajo recibió $30,00. En 1961, sus amigos músicos reunieron cerca de $160,00, porque estaba operado de la próstata y sus medios económicos eran precarios, y con ese dinero fue el músico a recuperar su última trompeta, comprada en Nueva York, pero se entera con tristeza de que, a pesar de no haber dejado de pagar los impuestos establecidos, el prestamista Juan Bernardo Otero había vendido el instrumento, sin que haya podido averiguarse a qué manos fue a parar la última trompeta de Julio Cueva, tal y como ocurrió en Santa Clara con su primer cornetín, que tampoco pudo recuperar. Pero antes, en 1953, Cueva se ve obligado a disolver la orquesta, porque es imposible sostenerla, y se dedica a hacer de todo un poco, con tal de malvivir. En 1958 fallece Felicia, su esposa, viviendo ambos en Llinás (actual Santo Tomás) 366, esquina a Retiro. Julio, desolado, casi no tenía de qué vivir, por lo que tuvo que alquilar la mitad de la casa que tanto le gustara, porque tenía entradas por ambas calles. Al triunfar la Revolución, vive solo, porque su hija Josefina se ha casado con Héctor Sorondo y se ha mudado con la familia del esposo, por lo que el maestro Julio Cueva se cocina, lava y plancha su ropa, limpia la casa, se ocupa de hacer los mandados, pero mantiene su espíritu combativo y comienza en tareas nuevas que le impone la Revolución. El 16 de abril de 1959 fallece su suegro y siete días después su cuñado Octavio, esposo de Rafaela Pérez, llamada familiarmente Fela, al igual que Felicia. Rafaela trabajaba como conserje desde algunos años atrás, porque tenía que mantener a su madre, que vivía muy cerca. Al enviudar, lleva a su mamá para su casa, pues su economía se ha reducido al faltarle el esposo. Y contaba Fela que ella pasaba a veces por la casa de Julio y lo veía planchándose su ropa, pero a ella no le alcanzaba el tiempo para ayudarlo.

Sin embargo, a pesar de los reveses económicos y la imposibilidad de tocar ni dirigir, son muchas las tareas que enfrenta Julio Cueva, a pesar de los sesenta y tantos años vividos, y participa en diversas actividades: pertenece a la Unión Sindical de Músicos de La Habana y asiste a las asambleas; crea el 28 de septiembre de 1960, con sede en su propia casa, el Comité de Defensa de la Revolución Pablo de la Torriente Brau de la Zona 16 de Pueblo Nuevo, del cual es presidente durante doce años. En 1963 es designado por la Coordinación Provincial de La Habana del Consejo Nacional de Cultura para integrar el jurado del Segundo Festival de Aficionados. En 1965 participó en la integración de los jurados que seleccionarían los mejores grupos musicales habaneros que ofrecerían su arte en el Festival convocado por el Comité Preparatorio Pro IX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. En 1966 se le ofrece una contratación para que imparta clases de música en el Centro Popular de Música de Marianao, donde ofrecería sus conocimientos lunes, miércoles y viernes, de 6:30 a 10:30 de la noche.

El 19 de julio de 1968, el maestro Cueva le escribe al entonces comandante Raúl Castro y le dice que le adjunta «…una parte de piano de aquella pieza “UNIDAD”, así como de varias obras de carácter revolucionario; además, le adjunto copia de mi AUTOBIOGRAFIA en la que podrá apreciar mi labor tanto revolucionaria como artística, comprendiendo las distintas giras realizadas por mí alrededor del mundo, así como mi grado de Capitán de la Banda de Música de la 46 División del Ejército de la República Española, con el propósito de que si usted lo cree oportuno, lo utilice en lo que crea conveniente para la Revolución», y añade lo siguiente: «Números enviados al compañero Comandante Raúl Castro Ruz, con el propósito que si lo cree oportuno, sean utilizados en nuestra Revolución. Como todavía se gana derecho de Autor, estos 16 números, quedan exentos de dicho pago todo derecho caso de que se produzca quedan donados a nuestra revolución, como un modesto aporte del Autor», nota que está rubricada de su puño y letra (copias de la nota y la carta obran en mi archivo privado). Los números donados a la Revolución son los siguientes: Unidad, OEA, Santa Clara, La paz del mundo, Sabanimar, Alé alé reculé, La paloma socialista, Se apareció el brillante, El arpa y la ORPA, Castillitos en el aire, Yanqui, cuenta bien, Mi cañonazo, Triunfando en el extranjero y también Y no queremos guerra.

En 1961 fallece la mamá de Rafaela Pérez y al año siguiente varía de manera positiva la vida hogareña del maestro Cueva, pues el 17 de junio de 1962 él y su ex cuñada, la bondadosa Fela, determinan unir sus vidas, para acompañarse y ayudarse, pues ambos están viejos y solos. Josefina se ha divorciado y regresa al hogar paterno, aunque a veces pasa a regañadientes largas temporadas en Trinidad, con su hermano René Arrechea.

Julio Cueva, a pesar de los años vividos mantenía en perfectas condiciones sus facultades mentales y su música tenía la misma vigencia que tiene ahora y tendrá siempre, sin embargo, como él mismo escribiera el 15 de julio de 1969, la única queja que tenía era que en los ocho años de Revolución no se le había grabado ni un número, pues sólo se había estrenado una canción que, por cierto, la montaron como cha-cha-chá, titulada No volverán a pasar. Sin embargo, entre 1960 y 1975, y sin el menor aliciente de escuchar su música, ni de que fuera grabada, y sin haber tenido tampoco la alegría de haber sido invitado para tocar alguna que otra vez, el olvidado y humilde músico escribió infinidad de números, que quedaron inéditos en su archivo.

En 1972 determina acogerse a la jubilación, pues, según sus cuentas, de lo percibido durante cincuenta y siete años de trabajo (siete en Europa y Estados Unidos y cincuenta en Cuba), y lo ganado durante los últimos cinco años, su jubilación sería de alrededor de $100,00, pero la chequera le llegó de $50,00 mensuales, pues su pensión la confundieron con la de los billeteros. Unos meses después le retiraron aquella chequera y le entregaron otra de $60,00. En un documento escrito en 1972 dejó dicho que no quería que se le aumentara su retiro, aunque entendía que tenía derecho a ser mejor remunerado, pero que pedía que se le reconociera la cooperación ya brindada y la que continuaría ofreciendo. Y era cierto que tenía derecho a una jubilación mejor retribuida, y también fue verdad que no hizo reclamación alguna, pero hubo una realidad más triste para él: la de no haber sido reconocido, la de estar relegado, olvidado. Sin embargo, continuó en su batallar revolucionario hasta el final de su vida, pues la última tarea que realizó fue un mural para su CDR, en el cual estuvo trabajando el día entero, haciendo esfuerzos físicos que ya no debía efectuar. El resultado fue un infarto.

El 29 de abril de 1973 le fue otorgada al maestro Julio Cueva la Orden Primero de Mayo de la CTC, entregada por Lázaro Peña. En esa ocasión tuvo la oportunidad de hablar con el viejo combatiente Lázaro y le hizo saber que su retiro, de manera inexplicable, era de $60,00. Dos o tres días más tarde le notificaron que le habían aumentado $25,00. Desde ese momento, hasta su muerte, el retiro del internacionalmente conocido director, trompetista y compositor Julio Cueva fue de $85,00 al mes, pues por concepto de derecho de autor, según refiriera más tarde Rafaela, igual recibían $30,00, que $15,00, que $6,00, pero no mensualmente, porque a veces no les llegaba, por esa entrada, ni un centavo, lo cual era natural, pues su música había dejado de ser utilizada por cantantes, directores, productores y sonidistas de espectáculos, cabarets, radio y televisión de Cuba, por lo que su nombre y su trayectoria son ignorados por la mayoría de nuestro pueblo, sobre todo por las generaciones surgidas luego del triunfo revolucionario. Julio Cueva no comprendió jamás qué ocurría con su música, que tanto había gustado hasta hacía tan poco tiempo, en Cuba y fuera de Cuba…

La cubanía de su creación y lo popular de la misma no han perdido vigencia alguna: El marañón (En mi Cuba hay frutas que aprietan / y una de ellas es el marañón. / Hay personas que lo respetan, / pues le temen al apretón. / Y el marañón aprieta la boca…), Tingo talango, El golpe bibijagua, Ladrón de gallina, conocida también como San Berenito -de la cual hizo Rita Montaner una interpretación genial- y Cadencioso, sin agitación, por citar sólo algunas obras, mantienen su actualidad, pues el tiempo no las ha convertido en música obsoleta, ajena a nuestros gustos de ahora, y eso lo sabía muy bien el maestro Cueva, y se dolía con sobradas razones, porque en realidad no es posible entender un olvido semejante, ya que su legado tiene indiscutibles, irrefutables valores, que no se han tenido en cuenta.

En los finales de su vida, Julio Cueva estaba tratando de regresar al pueblo natal, donde quería morir, y luego del fallecimiento de su hermana Ana Rosa el 5 de julio de 1975, él vio que su salud se resquebrajaba día a día, pero a pesar de haber sido enviado a verse con un cardiólogo, nunca lo hizo. En la casa no decía nada, pero a los amigos les confiaba que se sentía muy mal, aunque continuaba tratando de hacer un cambio de vivienda para Trinidad, a pesar de la negativa de su hija Josefina.

El domingo 24 de agosto de 1975 llegó Julio Cueva a Trinidad por última vez. A pesar de su tristeza por la muerte de Ana Rosa y por sus padecimientos, se sintió alegre en su pueblo natal, rodeado de sus amigos de siempre. Fue a ver a su hija, que pasaba una temporada con su hermano. Estuvo en casa de Heriberto González Villa, de René Hernández Esquerra, de Llito Castellanos, quien manifestó años más tarde que Cueva siempre le enseñaba sus nuevas partituras, pero que no le llevó Te lo dije, Trinidad, que fue lo último que compuso, aunque la había llevado con la intención de que lo estrenara la Orquesta Las Cuevas, pero tuvo el desencanto de saber que los músicos estaban de vacaciones, y nada pudo hacerse.

En aquella estancia repitió a los amigos que quería morir en Trinidad y conversó largamente con su entrañable Juan Peñones, quien me contó en 1979 que hablaron mucho, rememorando los viejos tiempos, aquellos en los que Julio Cueva le mandó de París el dinero para que se fuera con él, cosa que no pudo hacer porque ya estaba casado y tenía dos hijos, y también me confesó Peñones que cuando Cueva se fue de Trinidad él dejó de tocar, como además corroboró la historia del nacimiento de El golpe bibijagua, cuyo título es suyo, y contó acerca del número ¡Qué va a hacer uno!, que lo escribió por un hombre que siempre le decía eso, como un estribillo. Estoy espiritista se debió a un conocido que, cada vez que se tomaba dos tragos le decía: «Julio, ya yo estoy espiritista.» Y rememoró que un día se había producido un pleito dentro de la sastrería de un tal Pedro Marín, y uno de los contrincantes cogió una tijera; Marín, al momento, gritó:«¡Con mis tijeras no!», y de ahí surgió un danzón con ese nombre… Y continuó contando varias anécdotas, que aún recuerdan con amor los trinitarios.

Al regreso le confesó a Fela, muy triste, que no había podido solucionar lo de la mudada para Trinidad. A partir de aquella fecha no volvió a componer jamás y en sus últimas fotografías se ve un hombre vestido muy modestamente, en una casa humilde, mientras Fela y Josefina muestran también un pobre vestuario, porque no era fácil vivir con una entrada tan pequeña.

Rafaela Pérez, quien falleciera el 16 de enero de 1991, recordó el 17 de octubre de 1979 -año en que fue estrenado Te lo dije, Trinidad- que una mañana de diciembre de 1975 se levantó como cada día y le llevó café a Julio. Se lo tomó y también un vaso de leche cruda. Luego le dijo a Fela que le iba a dar otra vez el dolor en el pecho. Corrieron con él hacia el hospital Calixto García, pero no duró ni una semana, pues falleció de aquel infarto el 30 de diciembre de aquel año 1975, alrededor de las tres de la tarde.

Julio Cueva no originó ningún género musical, pero creó un estilo, una escuela personal, impecable, reconocible. Su estilo, lleno de cubanía, se impuso en su época, porque gustó de manera extraordinaria. Todavía ahora, al escuchar sus viejos discos, los conocedores siguen identificándolo. Y por aquel estilo y por su legado musical, esencialmente popular y cubano, debe divulgarse más su música, tanto para deleite y remembranzas de quienes lo escucharon, como para darla a conocer a las nuevas generaciones, que lo ignoran.

Falleció de un infarto el 25 de diciembre del año 1975.